CANNES 2011 (11): LOS GANADORES
Por Roger Koza
Fue durante el BAFICI cuando el argentino Pablo Giorgelli se enteró de que su película Las acacias había sido seleccionada para la Semana de la Crítica, una sección paralela del festival más importante del mundo. Ya había ganado algunos premios en esa sección, y probablemente con eso ya era suficiente. Pero su película, al ser ópera prima, participaba de una competencia transversal en donde todas las primeras películas, sin importar en que sección se exhiben, compiten entre sí.
Que Las acacias haya sido la elegida no sólo debe hacer feliz a su director, sus actores y el cineasta devenido en productor del filme Ariel Rotter. Es el triunfo de un tipo de cine que no es precisamente el que gana Oscars y que tampoco funciona como paradigma para una supuesta industria nacional. Esta película pertenece a un linaje cinematográfico que apuesta al riesgo y cree en el cine como un lenguaje sensible capaz de registrar los misterios de la vida humana en situaciones desprovistas de cualquier motivo trascendental. ¿Qué tiene de extraordinario el viaje de un camionero junto a una mujer de Paraguay y su hija de ocho meses, desde el norte del país a la Capital Federal, en donde la economía verbal es ostensible y lo único que sucede es la aparición discreta de la fraternidad y el cariño? El registro, el modo de filmarlo, la concepción de puesta en escena y la valentía admirable de desmarcarse del dispositivo televisivo que ha encapsulado nuestro modo de experimentar las emociones.
Ver al genial director coreano Bong (The Host) darle el premio a Giorgelli resultó un acontecimiento de otro orden. Con él ganaron los simples, los que no usan joyas y a quienes la limusina les resulta una obscenidad que poco tiene que ver con el poder de una cámara.
Resulta escandaloso que un filme extraordinario como Le Havre, de Aki Kaurismäki, se fuera con las manos vacías, excepto por el premio de la crítica (FIPRESCI). Más escandaloso resultó el premio del jurado a Polisse, un filme políticamente sospechoso, no menos que su directora Maïwenn llorando y en estado de shock en el teatro Lumière. ¿Tuvo un orgasmo en público?
El premio al mejor actor fue para Jean Dujardin, que se luce en The Artist, el filme simpático de la competencia, aunque la labor de Michel Piccoli en Habemus Papam, interpretando a un Papa que redescubre su deseo como sujeto y elige la desobediencia, era monumental. El trabajo de Kirsten Dunst en Melancholia, de Lars von Trier, estaba entre los mejores. “¡Qué semana ha sido ésta”, dijo entre otras cosas. Después del affaire von Trier-Hitler, la actriz tuvo su reconocimiento, más allá de que ahora el director danés es persona non grata en Cannes. Pero hubo otro danés que sí consiguió un premio inesperado: Nicolas Winding Refn se llevó el premio al mejor director; su película Drive ostenta una puesta en escena notable, pero nunca superior a la perfección visible del filme de Kaurismäki, entre otros. Por otro lado, el Gran Premio fue un galardón dividido: El chico de la bicicleta, de los hermanos Dardenne, y Érase una vez en Anatolia, del director turco Ceylan, entre las mejores películas, tuvieron aquí el reconocimiento.
Y, finalmente, la famosa Palma de Oro la ganó la película más arriesgada y fallida de la competencia: El árbol de la vida, de Terrence Mallick. Este filme, que oscila entre contar la historia de una familia en la década del ’50 y la historia del universo, con unos primeros 80 minutos extraordinarios pero con una recaída en un kitsch insalvable en donde la iconografía New Age se apodera de la genialidad del inicio y trastoca el asombro religioso sustituyéndolo por una espiritualidad light irredimible, fue el elegido por el jurado presidido por Robert De Niro. Elección predecible y agradable: la reconciliación con el cosmos es preferible a cuestionar la injusticia en cualquiera de sus variantes.
(Serie concluida)
Roger Alan Koza / Copyleft 2011
Eoeoe!!
Aguante la era de acuario!
Aguante el Cosmos como fundamento ontológico!
Los cannes muerden!
Una basurita en el Ojo, Roger; ya va a pasar.
Abrazo y gracias por las notas siempre interesantes.
E.
No vi todavía «Las acacias», pero por lo que decís me recuerda al premio del año pasado en Cannes a «Los labios». Por otra parte, no me imagino a Robert De Niro entusiasmado con una de Kaurismaki.
Muy buena la nota. Me da mucha curiosidad ver Las acacias y un poco meno el mamotreto de Malick.
En cuanto a la omisión de Kaurismaki del Palmarès, me parece que hay que buscar el culpable por el lado de Assayas. Hace mucho tiempo que Aki está out en la consideración de los franceses in. Se lo acusa de «humanista pequeño burgués», una categoría despreciable para ellos, mientras que ser un reaccionario en términos tradicionales está mejor visto. Lo mismo puede haber pasado con la película de Moretti, que puede pasar por blasfema, atea, etc.). La acusación es que Aki defiende «a la gente pequeña» y que eso pasó de moda hace como mil años. Es mejor hacer películas sobre DIos o sobre el terrorista Carlos. Creo que, en el fondo, hay alguna historia con la cultura francesa muy complicada detrás de esto y también con la hsitoria de cierta cinefilia contemporánea. Es como que hay algo que nos pasa por arriba a casi todos, en particular a todos los críticos a los que les gustó la película de Aki. Hay que buscar sus refutaciones en la prensa francesa para terminar de orientarse.
Pero, bueno, es solo una hipótesis sobre lo que pasó en esa deliberación. Aunque no puedo dejar de relacionarlo con la caída en desgracia de otros cineastas como Ruiz y Ioseliani, también venidos de esa periferia europea y representantes de cierta idea de la modernidad. O tal vez se trate simplemente de un ataque contra los alcohólicos.
Q
Q: este comentario tuyo amplía lo que vengo pensando. Había relacionado el film de Aki con Iosseliani, y con cierto sentido moderno del cine que para mí representa autores como él, el cineasta georgiano y por nombrar otro, De Oliveira. La pasión metafísica en Cannes era palpable por los corredores.La de Moretti, para mí despareja por su innecesaria presencia en el film, tiene un desenlace muy inteligente y secretamente anticlerical. De todos modos, tu hipótesis de trabajo para entender todo esto me resulta más que pertinente, y creo que excede a los franceses, aunque el film de Kaurismaki, en el fondo, los pinta muy bien con todos sus prejuicios. Por otro lado, el rechazo a esta modernidad está presente en otros lados, incluso en nuestro medio, me parece. En esto también debo seguir pensando.
Las acacias es una película más sencilla en todos sus órdenes que Los labios. Los labios parece intimista pero no lo es, y es quizás allí en donde sí se pueden advertir algunas cuestiones más inestables respecto del punto de vista de Fund y Loza. Eso no significa nada negativo, y es algo que vengo pensando hace tiempo sin concluir nada. Creo que Las acacias es un filme austero y amable, y en el que se ve mucho trabajo. Los primeros minutos pensé que se trataba de un homenaje a Lisandro, después una copia a Sorín, y posteriormente, me di cuenta que era tan sólo una película que había sido concebida sin pensar jamás en las consecuencias. Y eso me parece bueno. Veremos cómo sigue su trayecto. Lo cierto es que Las acacias no es el cine que mejor «representa» al cine argentino. Al menos hoy, no tiene que ver con las dos líneas más reconocibles del cine que se hace en nuestro país. Abrazo grande. RK
Y a pesar de tus observaciones, Roger, ya se está usando el premio para sostener «El cine argentino triunfó en Cannes», como acabo de ver en uno de esos flashes de noticias optimistas llamados «Argentina en noticias» (donde, además, muestran al director agradeciéndole al «pingüino de la suerte» ¿?)
Sí, ya lo he visto, y es parte de la lógica de los diarios. Tampoco sé qué quiso decir Giorgelli con lo del «pingüino de la suerte», pero creo que no era una cuestión de la política argentina sino algo de la Semana de la crítica. Siempre me he preguntado cómo pensar lo nacional sin hacer del territorio una ontología. Sin duda, un lenguaje, una historia, un ethos constituyen gran parte de una identidad propia y colectiva. Pero luego hay una segunda capa, en donde lo nacional se apoya en otro espacio discursivo, y es allí en donde siempre me he sentido extraño al concepto y a su ejercicio. La película de Giorgelli está más allá de él mismo, aunque conocí al director y me resultó una persona sencilla, trabajadora, a quien le llega una oportunidad inesperada no siendo muy joven. Saludos. RK
El chico de la bicicleta (Le gamin au vélo), Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne, Bélgica | Francia | Italia, 2011
La palabra clave en esta película es: compromiso. Pero no me refiero al compromiso político, sino al afectivo. El chico de la bicicleta es un testimonio lacerante de la falta de compromiso de los adultos para con los afectos en general y hacia los niños en particular.
Los hermanos Dardenne, retratan con exquisita delicadeza esta búsqueda desesperada de un niño que no encuentra quien lo quiera. Este dolor intenso, se expresa en permanentes rebeldías y se va calmando de a poco cuando descubre al adulto que lo pueda contener.
El estilo narrativo de los Dardenne, sigue vigente. Planos secuencias extensos y de ritmo vertiginoso, aunque esta vez predominan los planos medios y no tanto los primerísimos planos como en Rosetta. La intensidad del relato, de todos modos, no decae, en gran parte por las actuaciones sobresalientes de Thomas Doret que interpreta al niño Cyril Catoul y de Cécile De France que asume el rol de madre adoptiva bajo el nombre de Samantha y ejerce como peluquera.
Hay muchos adultos ocupados en lidiar con Cyril, pero no vemos casi nunca, un beso, un abrazo o una caricia que le permita al niño sentirse querido por los mayores.
Esta película tiene varios momentos claves, y en todas ellas el niño está en escena:
Cuando Samantha, en medio de la noche se acerca a la cama de Cyril, para apaciguar su insomnio, y le habla al oído, el niño percibe y disfruta de un gesto de ternura.
Cuando en una discusión en el auto, el amigo y amante de Samantha le pide que elija entre el niño o él, Samantha solo lo piensa un segundo y se queda con el niño.
Cuando Ciryl le lleva al padre el dinero robado y este le dice que no quiere verlo más. Es el momento en que el niño termina de aceptar que ha sido abandonado por el adulto a quien tanto necesitaba.
Cuando Samantha firma ante el juez, el arreglo extrajudicial por el cual deberá abonar al damnificado del robo una indemnización en 20 cuotas mensuales, no solo se hace cargo de una deuda sino que ratifica su lugar de madre. Además, el niño, quizás por primera vez, empieza a pedir perdón por sus errores.
Cuando Ciryl le pide a Samantha, y ella acepta, que quiere quedarse todo el tiempo con ella y no solo los fines de semana. Es el instante glorioso en que la pesadilla del orfanato queda en el pasado.
Cuando sobre el final, Samantha besa al niño con un verdadero beso de madre, con intensidad, emoción y plenitud.
El filme otorga a una mujer el papel más trascendente: hacerse cargo de la tarea de lidiar con un niño que la retribuye, dando ella muestra de una paciencia infinita, avanzando a tientas pero con valentía en el descubrimiento de esta nueva relación que se está gestando.
En suma: otro filme inolvidable de los Dardenne que no podemos dejar de ver.