CANNES 2014 (05): KANJI CHAMÁNICOS
Por Roger Koza
Cuatro soberbias panorámicas del mar, un fundido en negro y el primer ritual de la película: una cabra muere frente a cámara. El animal resiste un rato pero su vida se esfuma. El viejo que la mató por motivos desconocidos acaricia al animal, como si se tratara de un acto convenido por ambos, tal vez un contrato espiritual. El plano que cierra el procedimiento culmina con el descubrimiento de un cangrejo dando unos pasos. De la inmensidad del mar al microcosmos de un ecosistema. Bienvenidos al nuevo cine chamánico de Naomi Kawase, que sin duda poco tiene que ver con el cine chamánico del brujo surrealista Raúl Ruiz.
Los primeros kanji en movimiento de la nueva película de Kawase son enunciados filosóficos, acaso terapéuticos. El mar es aquí un signo que refiere a una totalidad viviente, una entidad inmensa tan temida como venerada por las criaturas terrestres. Dado que el surf más que un deporte es aquí una práctica ascética por la que se aprende a ser uno con el todo, esas panorámicas como los planos acuáticos que cierran el film exceden una forma poética de comunicar la belleza natural de la isla de Amami. En este cosmos idílico en el que la armonía es un valor supremo, la hybris también existe. No sólo se aniquila “amorosamente” una cabra, sino que inesperadamente un hombre muerto aparece flotando en el mar. Un verdadero acontecimiento para los habitantes del pueblo, pues en esta utopía naturalista la maldad parece erradicada. Más tarde, se revelará la identidad del muerto, aunque nunca se sabrá muy bien por qué murió o si directamente lo mataron.
Conforme a que uno de los protagonistas es considerado un dios (mortal), pues un chamán es aquel que existe en una zona intermedia, entre los hombres y los dioses, Still Water invita a divagar sobre las bondades del misticismo desconociendo la elegancia de la circunspección en temas que, de hallarse alguna coherencia lógica, el malentendido es un huésped inevitable. La máxima incongruencia y apoteosis de lo ridículo viene con el segundo crimen ritual que involucra a otro cabrito. La joven Kyoko contempla anonadada al animal moribundo y consigue divisar el momento preciso cuando su espíritu abandona el cuerpo. En una de las mejores escenas del film, reverso de la extraordinaria secuencia final del parto en Shara, la madre de Kyoko, nuestra chamán, está a punto de morir. Sus familiares y amigos le acompañan. Ella pide si es posible que interpreten un tema folclórico y tradicional. Es un momento glorioso, la puesta en escena de una forma de acompañamiento elegíaco en el que se confronta con un entendimiento heterodoxo sobre el acto de morir. Sin embargo, cuando la escena parece redimir a la película de su sensiblería sofisticada, apoyada en su sintoísmo demasiado difuso, la moribunda dice estar viendo a su madre muerta que la viene a buscar, un subrayado que solamente tiene por objeto ratificar una creencia y que resulta un gesto foráneo para una modalidad expresiva de una cultura definida por su retención emocional.
Como en la mayoría de las películas de Kawase, el relato se articula a partir de una drama familiar e intimista. Por un lado, está la familia de Kyoko, modelo de institución ideal que representa la perspectiva preferencial del film a contraposición del modelo que se desprende de la familia del novio de Kyoko, cuyos padres están separados. En una escena harto significativa, se dará a entender que la reticencia de Kaito en hacer el amor con Kyoko es una respuesta diferida a la vida licenciosa de su madre, que según el joven debería aún estar con su padre. En un pasaje previo, Kaito visita a su padre en Tokio, una subtrama un poco forzada que solamente parece ordenarse simbólicamente para dar más peso al contraste entre esos dos modelos de familia.
La organización dramática de Still Water es triple: la relación amorosa entre Kyoko y Kaito; la espera por la muerte de la madre Kyoko; el posible asesinato de un hombre y su misteriosa relación con la madre de Kaito. Al mismo tiempo, todo lo que sucede está al servicio de ilustrar la vida espiritual de los isleños, una forma de vida idealizada que necesita reforzar su verosimilitud radicalizando el fuera de campo y dejando afuera todo signo social y político. Un mérito del filme es no satanizar la vida cosmopolita: cuando Kaito visita a su padre en la capital de Japón, un diálogo y un modo de filmar la cotidianidad de la ciudad sugieren una dimensión humana que contradice el lugar común de creer que las metrópolis constituyen materialmente una figura de la Caída.
El hermoso vitalismo de Shara es sustituido aquí por una espiritualidad abstracta y reduccionista que mistifica el encanto y misterio de la naturaleza como garantía física de un orden que desborda su propia dimensión visible. Las panorámicas aéreas sobre el mar y la isla son monumentales, pero a diferencia de el plano ingrávido de Shara, aquí el travelling aéreo se emparenta a un registro característico de un documental pedagógico sobre ecosistemas. Diríase, además, que el viento y el mar sobreactúan, ya que se les ha asignado convalidar a perspectiva de la Tierra en la que ésta es una entidad viva, un organismo que es mucho más que un planeta en una galaxia entre otras. Que una gran tormenta se desate tras la muerte de la madre conlleva a ligar a través del montaje dos fenómenos esencialmente aislados, unidos aquí por una demanda caprichosa de establecer una causalidad entre una muerte y un tornado.
El nuevo cine chamánico de Kawase puede resultar bonito frente a nuestros ojos, film paradigmático para un hipotético festival de cine espiritual en el instituto Esalen de California. Si así es, es bueno recordar la zambullida de los novios nadando desnudos en el mar y los tres planos finales del cielo en el atardecer con el aceleramiento parcial del recorrido de las nubes debido al viento. A esta altura es bueno traer a la memoria las dos ovejas sacrificadas. Necesitaban ofrendar sus vidas para que el cine esté al servicio de la superstición.
Roger Koza / Copyleft 2014
Evidentemente Shara quedó más lejos de lo que se suponía; lástima.
Lo curioso es que aquí intenta repetir a Shara, y terminar siendo un remedo de aquel film inolvidable. Los adoradores de Gaia, aquellos que nunca leyeron a Lovelock, seguramente amarán el film. Es un mensaje telúrico, una conciliación del hombre con el cosmos. RK
què manera de contarnos tàn sustanciosamente una pelìcula insulsa
En principio, es mi mirada sobre un film. Un crítico que respeto mucho y un querido amigo como Luciano Monteagudo, le gustó muchísimo. Yo tenía muchas ganas de que eso suceda conmigo, pero no puedo negar lo que veo. Saludos. RK
Roger:
Shara ya me había un poco sobrevalorada, con alguna secuencia sugestiva pero lejos de la obra maestra que muchos señalaban. De alguna manera lo que escribís ahora sobre la nueva yo ya lo percibía en Shara: ese espiritualismo difuso lindando el new age. Lo que vi después de Kawase fue acentuando esa impresión. Por eso tu reseña no me sorprende.
Hoy justamente hablábamos con Marcelo Alderete sobre el tema. Es así: en Shara eso estaba, pero había mayor pulso cinematográfico y algo que funcionaba. Las que vinieron después y ahora Still Water profundizan esos elementos. Pero hay algo más para decir: supongamos que uno pueda establecer un paréntesis y olvidar la metafísica New Age, el tema pasaría por observar las decisiones formales de Kawase. Las que toma en Still Life son ta rudimentarias que el film resulta insalvable. En efecto, es un filme caprichoso en sus decisiones estilísticas, narrativamente flojo, y con algunos planos tan ampulosos como impersonales. Y en lo que escribí no dije nada de un piano que suena cada tanto como para matizar la belleza y melancolía de las imágenes.
Me resulta increíble la aceptación entre algunos colegas. En cierto sentido es consustancial a Relatos salvajes en lo que respecta al criterio de programación: la brutalidad ordinaria tiene su correlato perfecto en una espiritualidad desustanciada.
Ser ateo no me impide reconocer la hermosura de la sensibilidad religiosa. Dreyer, Bresson, Yong-Kyu Bae por citar a un director de otra tradición. Lo de Kawase está cada vez más cerca de Kim Ki-duk, un cineasta más a fin con Cannes por su capacidad de vender budismo y sadismo al mismo tiempo.
RK
«budismo y sadismo»: gran resumen para empezar a pensar el canon festivalero (por ponerle un origen, se podría decir que fue consagrado cuando «Pulp fiction» ganó la Palma de Oro, hace veinte años…)
Obviamente no ví la película de Kawase, me encantaría verla, (en Cannes estaría buenísimo) pero la nota de Roger me hace pensar. No soy un defensor militante de los derechos de los animales, ni siquiera soy defensor de los animales, me los como, no todos, los que los humanos solemos matar para comer. Me sucede cada vez más seguido encontrarme rehén de algún cineasta que no sé si por algún mandato postmoderno del arte, que estaría reclamando la matanza de algo vivo frente a cámara como si con esto se llegara al ansiado toque con lo real o la verdad, me somete a una tortura doble: la mía y la del animal. Lo que sí me pasa cuando se dan este tipo de escenas, más allá de la pericia del director o las necesidades dramáticas o filosóficas o morales o buenas intensiones, es que empiezo a ver con claridad el planeamiento preciso de la ejecución del bicho, empiezo a ver al cámara, al director calculando desde atrás de la escena, al tipo que esta encargado de controlar al animal, a los gaffers, a todos, y más cuando en general no es intensión de la película alertarme de que el cine es pura construcción, cosa que a esta altura creo que ya todos sabemos, y empieza a parecerme todo muy ridículo y grotesco. ¿Por qué esta gente está haciendo este esfuerzo? ¿Es tan importante esta película? ¿Por qué están matando a este ser delante de una cámara? no importa si es Bela Tarr, Ze do Caixao o Ming Liang ¿o sí importa? No vamos a revolucionar el lenguaje, ni tampoco nos garantiza que vayamos a hacer una buena película si matamos a un bicho delante de la cámara. Es lo más parecido a una tortura y hasta uno de esos bichos tiene derecho a andar por ahí y morir de una manera menos heroica, aniquilado aunque sea por otro que no tenga raciocinio y que se lo coma. O se va a pensar que el cine lo justifica todo. Eso me pregunto. Es más, el problema no estaría en matarlo, sino en filmarlo mientras tanto, para todos nosotros.
Estimado Juan: sí, es una línea de interpretación y aunque el cinismo contemporáneo fácilmente puede llevar a pensar sobre esto como algo ridículo no lo es. Más interesante es cuando los animales son todavía aún más lejanos a los hombres. La cabra, el chancho y un oso panda le resulta indignante a una gran mayoría. Si estuviéramos frente a cucarachas, piojos y serpientes la cosa se pensaría de otro modo. Como sea, los modos de filmar la vida animal para el cine sigue siendo una línea clave, oblicua y transversal para pensar la política de la puesta en escena. Saludos. RK
Muy bien Juan. Completamente de acuerdo.
Matar animales es el sustrato snuff movie del cine artie contemporáneo. Explotation de qualité.
Gracias a todos por los aportes. Estaba por escribir sobre la de Godard y me quedé dormido en el living de la casa en la que estoy. No dispongo ahora del tiempo para responder puntualmente. Quiero dejar en claro dos cosas: 1) la película me gustó; 2) sigo creyendo en el cine de los Dardenne, y es por eso que intenté proponer algo sobre qué vienen haciendo; 3) Cuervo tiene razón sobre la imprecisión del término «mártir». Dado en las circunstancias en la que escribo (los 20 minutos previo a cada película y por las noches tarde) a veces no encuentro el término justo. Ya veré cuál es. Saludos a todos y un abrazo.
buenas noches y buen descanso, Roger
Karuna