CANNES 2018 (11): MANDY
Entre el sinnúmero de maravillas que se encuentran en Mandy, está la actuación de una estrella de cine de la cual todo el mundo parece estar anticipando que se auto destruya en un gran Auto de Fe profesional. Sin embargo, Nicolas Cage está en medio de su segundo aliento artístico desde hace un tiempo, tan sólo contando Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans (2009) y Joe (2013). Con Mandy, es hora de tirar la toalla y darse cuenta de que Cage está en la cima de su carrera. Pero eso sucede en la segunda hora de una película hecha con tanta insolencia que estar a la altura de la primera hora parece un acto imposible, hasta que no lo es. En la primera mitad la película ni siquiera le pertenece a Cage, sino a Andrea Riseborough y a Linus Roache. Como sucede en Joe, Cage es un leñador, y vive en lo que un intertítulo llama “Las montañas sombrías”, junto a su esposa Mandy (Riseborough), que pinta lienzos fantasmagóricos que nunca se ven en pantalla (hasta quizás el Turnereano último plano de la película). En el momento en que aparece Riseborough, la razón de ser del título se hace obvia: ella ejerce una atracción magnética, y su rostro casi despojado de cejas, un extraño equilibrio entre una visión antigua y una inocencia casi infantil. Puede que ella sea la actriz-camaleón definitiva de nuestra era.
Jeremiah, un fanático cristiano, el desquiciado líder del culto que interpreta Roache, secuestra a Mandy con la ayuda de un escuadrón de criaturas oscuras monstruosas que andan en motos tuneadas. Su particular idea de la tortura es drogarla y deslumbrarla con su plática, una seducción verbal de una extensión que haría sonrojar a Paddy Chayefsky. Mandy –en un pasaje de actuación que debería quedar para la posteridad- responde riéndose en su cara. Esto pone la película patas para arriba.
Mandy es tan diligente respecto a los impulsos originales de las películas de trasnoche, que nos recuerda lo lentas que muchas de ellas eran -vea El topo (1970) si no lo cree- y como se aferraban a un ethos transgresor. La construcción gradual, casi sonámbula, de la primera parte se quiebra y, en contraposición a las longitudes sostenidas más precariamente de la primera película de Cosmatos, Beyond the Black Rainbow (2010); en ésta sabe cuándo es momento de empezar a patear traseros. Red, el personaje de Cage, al ver lo que le pasa a Mandy, toca fondo y se disuelve, en una escena en un baño donde se tambalea en el borde de lo que realmente parece ser la locura; reemergiendo como un vengador que trasciende su rol de esposo para tomar el estatuto de ángel asesino empapado en el color que le da nombre. ¿Enfrentamientos con los tipos/monstruos negros? Dalo por hecho. ¿Duelos con motosierras más y más grandes? Seguro. ¿Un mano a mano con Roache en una iglesia a lo Jodorowski? Bebé, dalo por hecho.
*Versión al español de Santiago González Cragnolino
Robert Koehler / Copyright 2018
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