CANNES 2023 (12): UNA VUELTA MÁS
Un crimen o un suicidio, o en verdad un drama psicológico y jurídico en torno a la muerte de un hombre, es la sustancia de la película ganadora titulada Anatomie d’una chute (Anatomía de una caída), de Justine Triet. Ese film, incuestionable por su eficacia narrativa, fue el elegido como el mejor de la ya acabada edición número 76 del Festival de Cine de Cannes, institución poderosa como pocas en materia cinematográfica, institución que vindica autores, modula poéticas y perfora la rigidez de los mercados imponiendo sus propias delimitaciones. Que vuelva a ganar una cineasta mujer, después de que en el 2021 sucediera por primar vez con Titane de Julia Ducournau es un buen signo para una cultura todavía demasiado machista.
Una revisión veloz de otros títulos de la competencia, algunos reconocidos, otros olímpicamente ninguneados, permite conjeturar parte de la miopía del jurado encabezado por su presidente, el cineasta sueco Ruben Östlund, increíblemente dos veces ganador de la Palma de Oro. No puede discutirse: Anatomía de una caída tiene sus méritos, pero también sus medianías. Tiene una actriz descomunal en el papel principal. El trabajo de Sandra Hüller, quien interpreta a una escritora alemana que vive con su marido francés en una zona natural y privilegiada de Francia, es notable. Habla en inglés y a veces en francés, expresa variaciones de tono, incluso en lo que no llega a decir con palabras, trabajando el rostro y el cuerpo como una página de signos, y siempre es solidaria con los otros intérpretes a su lado. Su presencia es decisiva; sin ella, la película sería enteramente otra.
El problema esencial de Anatomía de una caída es que su trama de suspenso emocional y jurídico está asentada en un drama narcisista burgués, pletórico de lugares comunes de la clase media global con sus neurosis de manual, cuyo alcance retórico depende en demasía de la capacidad de empatizar con conflictos y padecimientos de una clase. En efecto, que la falta de talento o la postergación de una vocación pueda llevar al suicidio a un hombre como el del relato es más que nada una exigencia del guion que una consecuencia de lo que es en sí la película; no parece estar muy imbuido de literatura, y no se trata de un Paul Celan asfixiado, ya no angustiado por el devenir de Europa, sino por una supuesta arpía que lo castra y además le roba ideas.
El triunfo de Triet es el de un cine que depende esencialmente de la palabra, cine trabajado y controlado por el guion y una psicología sostenida por palabras elegidas para simular gravitas. Si acá se intenta retomar la tradición del existencialismo impiadoso de Bergman, el film de Trier está en una galaxia aún en formación. Una conjetura: en parte, si se llevó la Palma de Oro, es porque quizás el drama de clase de Triet no está muy lejos del drama retratado en Force Majeure: la traición del instinto, quizás la película menos abyecta del siempre satisfecho cineasta escandinavo.
Un comentario más: Cuando recibió el trofeo, Triet se refirió a la actual situación social que experimenta el alicaído estado de bienestar francés. Es increíble que ninguna película francesa de competencia, e incluso de otras secciones, pueda tomar cartas en el asunto. Nunca el cine francés pudo ser tan burgués.
Honrados y damnificados
La película más hermosa y amada de esta edición fue Fallen Leaves (Hojas caídas) de Aki Kaurismäki. El jurado le otorgó el premio menor de todos los que tiene para adjudicar: el Premio del Jurado. La historia de amor proletaria le debe haber sido muy lejana a la mayoría de los integrantes del jurado, y mucho más todavía un cine afincado en la benevolencia y en una cinefilia que abreva en el humanismo lúdico y crítico de Charles Chaplin. Los misántropos como Östlund atribuyen su propia abyección al resto de los seres, y así creen que la bondad, la solidaridad o la felicidad de los débiles son sospechosas y que no deben cotizar alto en el arte; prefieren el horror y el envilecimiento explícitos como pasaje directo a la pretendida verdad de un mundo que ayudan construir a su medida para luego autocelebrar su clarividencia con espectáculos, premios, alaridos y puños en alto. Esto quizás explica también de manera oblicua el segundo premio en importancia, el recibido por Jonathan Glazer por su consistente viaje al corazón de las tinieblas: el que propone en The Zone of Interest al inmiscuirse en la vida familiar de Rudolf Höss. En principio, la cotidianidad luce como cualquier otra en la vida de una familia, el problema radica en que del otro lado de la pared del paraíso en el que viven se aniquila diariamente a miles de personas, y es el propio Höss, el padre de familia, el encargado de la eficiencia del genocidio en marcha.
El jurado consagró como mejor director de la competencia al cineasta vietnamita Tran Anh Hung por La passion de Dodin Bouffant. Se puede hacer un esfuerzo y reconocerle a Tran la delicadeza con la que trabaja sobre la luz durante toda la película, más allá de que su esteticismo esté a merced de un propósito extraño: durante los primeros 45 minutos desfilan delicias de todo tipo. Nunca se han visto carnes, legumbres y vegetales posar ante una cámara como acá.
Que este paseo irrelevante por los sueños de un gourmet haya convencido al jurado, desconociendo los despliegues operísticos de Marco Bellocchio en Rapito, magnífica reconstrucción de un secuestro infantil en el nombre de Dios a cargo de la Iglesia católica, desnuda un criterio realmente poco sólido por parte de los que acá deciden los premios. Es manifiesto el dominio del cineasta italiano sobre la entera materia del cine.
Tampoco les pareció admirable la proeza del cineasta chino Wang Bing en Youth (Spring). Quizás se durmieron un rato durante las tres horas y media en las que el mejor cineasta de China consigue invisibilizar su cámara y su presencia mientras filma diariamente la vida en los talleres textiles de Zhili, a 150 kilómetros de Shangái. En esas barracas, que parecen de campos de concentración, cientos de adolescentes y jóvenes trabajan a destajo en pos de su supervivencia y ganar un poco más de dinero. Wang descubre una paradoja: en esas condiciones casi de esclavitud en las que se trabaja mucho y se descansa poco, sus personajes jamás se quejan y ostentan una vitalidad indescifrable. Ese film revela de verdad aquello que Östlund intentó parodiar sin inteligencia en su pusilánime film ganador de la Palma de Oro 2022, El triángulo de la tristeza. Wang filma en serio el trabajo más perverso y microscópico del capitalismo digital de nuestro tiempo. No es sorpresa alguna que a Wang se lo haya menospreciado. Su cine no es el cínico cine de los opulentos.
*Publicado en La Voz del Interior en el mes de mayo de 2023.
Roger Koza / Copyleft 2023
Buena síntesis del panorama, Roger; por cierto poco esperanzador en cuanto a la escena contemporánea. Es particularmente desalentador el presente de la cartelera vernácula y es bastante poco probable que lo bueno que ha pasado por Cannes se estrene alguna vez comercialmente acá. La anterior de Bellocchio no llegó, ojalá el azar permita que esta sí.
Saludos
La de Bellocchio es buenísima; esperemos que sí Abrazo.
Otra vez Fremaux caga para el cine en español, no una sola película a competición.
Qué te parece la nueva de Amat Escalante?
Saludos desde Asturias, España, cerca del pueblo de Lugones (como la sala de Buenos Aires).
La película de Erice podría haber estado en la competencia, debería haber estado; comparo Cerrar los ojos con 4 o 5 títulos seleccionados, y es evidente.
Vi la de AE. Me hubiera gustado que no lleve su firma. Fue la peor película que vi en Cannes. Siempre he creído que es un cineasta talentoso, pero Perdidos en la noche no ayuda en nada a sostener ese veredicto. R