CANONES Y CANDIDATOS: A PROPÓSITO DEL ÓSCAR Y OTROS PREMIOS
Por Roger Koza
Justo en el descanso, previo al último tramo de la representación de De qué hablamos cuando hablamos de amor, el personaje que Michael Keaton interpreta en Birdman entra en pánico cuando su bata queda atascada en la puerta de la salida de servicio que tiene el teatro. Había ido hasta ahí a tomar aire y fumar un cigarrillo. ¿Llegará al último acto? La resolución de la escena pasa por una larga caminata en calzoncillos por las calles de Broadway en un plano secuencia que deja ver tanto la desesperación del personaje como el delirio colectivo en la calle al reconocer a una celebridad desnuda asociada a un superhéroe. Ese tipo de escenas consagra tanto a directores como a actores. La secuencia –es cierto– supone cierto virtuosismo, y además contiene la cuota necesaria de inmolación humillante que suele admirarse en la interpretación de los actores. Es muy probable que la noche del próximo domingo 22 esté entre las escenas elegidas para ejemplificar la calidad de una de las películas más nominadas.
La tradición de los Óscar
Es imposible saber qué piensan los votantes de la famosa Academia, pero a lo largo de los años se pueden observar algunas variables y constantes, lo que constituye un canon, es decir, las películas que validan un tipo de cine y dicen qué es el cine. “Si ganó un Óscar es buena” es la supuesta racionalidad que se desprende de los premios, una tradición que tiene un poder inmenso en el imaginario y en el mercado. Entre las películas ya consagradas, El discurso del rey, Chicago, Shakespeare enamorado, Danza con lobos y La novicia rebelde, por citar un título menos reciente, estarían entre las grandes películas de todos los tiempos, lo que resulta objetivamente un disparate. Un buen ejemplo de un año cualquiera: una película genial como La hora 25 de Spike Lee, narrativamente lúdica y políticamente pertinente, no obtuvo siquiera una nominación en su momento y un bodrio como Chicago, incapaz de ofrecer siquiera un número musical en el que se divise la gracia del cuerpo en movimiento en el espacio, ganó casi todos los premios importantes.
En general, las películas ganadoras oscilan entre una banalidad rampante (El artista) o un manifiesto humanista (sádico) sin matices (12 años de esclavitud). El tema de un filme está siempre por encima de su forma. En cuanto a las interpretaciones, casi sin excepción, se impone la escuela del Método: la caracterización y la mímesis, el sufrimiento físico y psíquico, la gestualidad obsesiva, el histrionismo arraigado en emociones transcendentales son las cualidades que suman estatuillas. Un comediante, o cualquier actor que trabaje lejos de la tradición de la composición de personajes, tiene pocas posibilidades de llevarse un Óscar a su living. Es por eso que El Gran Hotel Budapest, lejos la mejor película de todas las nominadas en este año, no se llevará ningún premio (importante). Es también lo que explica la lógica de la nominación del equipo masculino de sufrientes notables. La psicología dramática y un existencialismo kitsch que tanto gusta en Hollywood –presunto retrato de la condición humana– vencen siempre. El humor es cosa de inmaduros, como si la risa estuviera relegada a una excepción de la conducta. He aquí la filosofía hollywoodense por antonomasia: la gravedad pomposa es la marca del arte cinematográfico.
Lo que sucede con el Óscar no es muy distinto a lo que ocurre con otros premios de entidades afines pero de otros países: los Goya (España), los César (Francia) y los Ariel (México). Las reglas y los criterios se parecen.
Los festivales y sus premios
Los premios de los festivales de cine no están tan lejos de la tradición del Óscar, pero las reglas de juego son un poco diferentes. No siempre un tema trascendental se impone como criterio excluyente, y en algunas situaciones se premia la invención y el inconformismo estético.
El Leopardo de Oro en Locarno 2013 para Albert Serra, por su magnífica Historia de mi muerte, está en las antípodas de todo lo que el Oscar consagra; lo mismo podría decirse de la inesperada Palma de Oro 2010 para El hombre que podía recordar vidas pasadas, de Apichatpong Weerasethakul. En ambas ocasiones se reconoció un cine que no es un mero sistema de ilustración de los grandes temas de la humanidad, sino un arte autónomo del que se pueden esperar formas novedosas de expresión y representación de la experiencia humana y el mundo circundante.
Pero no siempre es así, pues los Osos que se dan en Berlín, los Tigres que se otorgan en Rotterdam, los Leopardos de Locarno, están siempre a la merced de los jurados, cuyos miembros heterogéneos responden a los distintos intereses de quienes dirigen y producen un festival. No es una lotería, pero tampoco es una ciencia exacta. Nadie hubiera imaginado que un jurado presidido por Tim Burton le adjudicaría el máximo premio de Cannes a un cineasta tailandés. Las imposiciones de la industria, que no son ajenas a los festivales, cada tanto experimentan un revés. Es el momento en el que cine respira y doblega por un rato el servilismo al que se lo incita desde la industria del entretenimiento.
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Mi voto
Mejor película: El Gran Hotel Budapest.
Mejor director: Richard Linklater (Boyhood)
Mejor actor: Gérard Depardieu (Welcome to New York), pero como no está… Eddie Redmayne (La teoría del todo)
Mejor actriz: Julianne Moore (Still Alice)
Mejor actor de reparto: Ethan Hawke (Boyhood)
Mejor actriz de reparto: Patricia Arquette (Boyhood)
Mejor animación: The Tale of Princess Kaguya.
Mejor documental: CitizenFour
Mejor película extranjera: Ida
Mejor fotografía:Mr. Turner.
Mejor guión adaptado: Inherent Vice.
Mejor guión original: El Gran Hotel Budapest.
Mejor vestuario: El Gran Hotel Budapest.
Mejor edición: El Gran Hotel Budapest.
Mejor maquillaje: Guardianes de la galaxia.
Mejor Música: El Gran Hotel Budapest.
Mejor diseño de producción: El Gran Hotel Budapest.
Mejor edición de sonido: Interestelar.
Mejor mezcla de sonido: Interestelar.
Mejores efectos especiales:Dawn of the Planets of Ape.
Este texto fue publicado (sin «mi voto») por el diario La voz del interior durante el mes de febrero 2015
Roger Koza / Copyleft 2015
Sr. Koza para mí Ud. casi es un enviado del cielo…Digo, si fuera creyente.
Fuera chanzas, su ¿post? (me resisto a los anglicismos innecesarios) o comentario es casi un una exhalación huérfana frente al alud irrefrenable de voces domeñadas que no se hacen cansinas después de tanto lamer las asentaderas de la industria de cine más repelente que ha dado la humanidad hasta ahora y «per saecula saeculorum». Es más, me atrevería a decir que ha dejado en ridículo las aportaciones de sus colegas, cuyos nombres me reservaré.
Así como mencionó esas representaciones de basura fímica oscarizadas, yo añado más celuloide escatofágico: Crash y Argo (con reservas, esta última). Ahora, si bien dice que las imposiciones de la industria no son ajenas a los festivales, tenga a bien pensar que la gracia plena estriba en que hay sorpresa y perplejidad, una ola de aspavientos en las antítesis de ese marco de predecibilidad y sacudida masturbatoria llamado «Óscares»
Ricarda: gracias por su entusiasta y exagerado elogio. Entre mis colegas hay posiciones muy distintas sobre este evento y el significado del mismo. Yo he sido siempre crítico sobre él, y no dejo de ver toda la ceremonia como una fiesta de millonarios. Es cierto, el cine los reúne, pero prefiero poner atención en otras cosas. Si escribo sobre el Óscar es porque son textos comisionados, y en la medida que pueda expresar mis puntos de vista acepto ese tipo de requerimientos.
Los festivales grandes cada vez más participan en casi todos sus órdenes de la lógica del espectáculo. Las fiestas de cierre de Berlín y Cannes se podrían hacer en y transmitir desde el teatro Khodak.
Saludos.
RK
No suelo ser pantagruélica y cada valoración dada va sustentada con hechos. No prodigo elogios porque sí. Lo de Cannes y Berlín (y Venecia y San Sebastián y…) no se me ha descubierto hoy, solo que junto a eso hay muchas otras cosas que sopesar y no creo que eso sea trasladable a los mediáticos Óscar.
Impecable tu texto Roger, si bien hay cosas que podríamos discutir: me pregunto por qué «la cuota de inmolación humillante» te molesta en el Michael Keaton de BIRDMAN y no en la Emmanuel Rivá de AMOUR, por ejemplo. Por otra parte, antes que contrastar las malas películas ganadoras del Oscar con las de Serra o Weerasethakul yo lo haría con las de William Wyler, John Ford, William Friedkin o Francis Ford Coppola que eran premiadas en los ’40 y los ’70. Por ahí pareciera que el cine europeo o asiático canonizado en festivales es -per se- de una cetegoría superior, y que un film clásico o de la «industria del entretenimiento» merecedor de sospechas.
Y respecto a los Oscar (y los César, Bafta, Goya, etc, incluso a las competencias de otro tipo como Cannes o Venecia), permitime compartir un pensamiento que me da vueltas en la cabeza cada vez que veo que son criticados con dureza. Frente a un posible futuro ganado por videogames, videoclips, videos para youtube, imágenes captadas por cámaras de seguridad, etc. me despierta entusiasmo que haya eventos en los que cientos o miles de personas se interesen por PELÍCULAS, quieran verlas, discutirlas, premiarlas. Que en medios de comunicación y redes sociales se disparen comentarios en torno a Wes Anderson, Linklater, Eastwood, IDA, WHIPLASH, Szifrón incluso… Obviamente no estaría nada mal poner al Oscar en su sitio y restarle importancia; hace poco escribí que «tener entre nosotros a Gustavo Fontán y Martín Rejtman debería ser motivo de orgullo más que el hecho de ganar un Oscar o un Goya» (https://espaciocine.wordpress.com/2015/01/03/ca2014/ …perdón por la cita a una nota propia). Pero, aún cuestionándolos, encuentro en estos eventos una señal de que las películas todavía interesan.
Un abrazo.
Fernando:
1. Cuando miro una película no pienso si me molesta o me agrada. Pienso lo que veo, más allá de cosas que pueda sentir ante las imágenes, lo que está procesado en cierto sentido a la hora de ponerme a escribir sobre un film o expresarme públicamente de él.
2. La comparación elegida responde más al pedido de la nota por parte de la editora del diario: ella quería que introdujera una variable distinta vinculada a los festivales. En ese sentido, la lectura fue solamente del orden de nuestro tiempo. Y eso, lógicamente, habla de la degradación de este premio estadounidense, ya que en otro tiempo se premiaban otro tipo de películas y los directores del sistema parecían estar en mayor contacto con ciertas situaciones sociales y temas de mayor peso semántico.
3. De acuerdo estoy con lo que decís de Fontán y Rejtman, y a esa lista yo podría agregar varios más, sin por eso levantar una bandera a favor del cine argentino.
4. Me interesa lo que decís respecto al cine como centro de atención en una época de la dispersión como la nuestra. De todos modos, la cultura cinematográfica se construye de a poco y por vías que no son multitudinarias.
Saludos.
RK
Fer: me olvidé de responderte sobre Amour y Birdman: el problema del sadismo de Haneke no es menor nunca. Sobre Amour tengo reparos, pero creo que el problema de Birdman excede a esa escena particular con la que empieza el texto. No es fácil, por otra parte, saber cómo filmar los padecimientos físicos y espirituales. El dolor existe en nuestro mundo, la pregunta es por qué resulta el mismo un acceso a la verdad de la psicología de los hombres, un artículo de fe constante en la filosofía de Los Ángeles. Saludos. RK
Sii, tàl cuàl: «…por lo general todas las pelìculas premiadas oscilan en una banalidad rampante o un manifiesto sàdico». Aah, pero còmo tambièn bien dices, de vez en cuàndo la vida te da un Apitchapong con «El hombre que recordaba vidas pasadas» y una se recompone. Y sigo votando con entusiasmo por todo lo que enriquecen los Oscar y Otros Premios¡
No suelo ser pantagruélica y cada valoración dada va sustentada con hechos. No prodigo elogios porque sí. Lo de Cannes y Berlín (y Venecia y San Sebastián y…) no se me ha descubierto hoy, solo que junto a eso hay muchas otras cosas que sopesar y no creo que eso sea trasladable a los mediáticos Óscar.
Flaco favor le hacen a la cultura general la ramplonería de unos premios que no contribuyen a acrecentar el acervo cinematográfico del público, tanto del lego como de los supuestos «entendidos». Los críticos de cine consultados en CNN en español avalan lo enunciado.
Excelente Roger. Desplat merece cualquier premio. Aunque hay darle algún crédito al recurso del baterista y la batería en Birdman. No sólo hace latir el estado psicológico de Keaton (y todos) hacia afuera, sino que Times Square realmente suena a percusión en esa esquina de ese teatro (que conozco muy bien), haciendo resonar la calle al adentro de los personajes. Funciona como fetiche o una especie de «medium» que hace circular sentido de un lado para otro. Y verlo ahí tocando no fue un mero efecto visual. Había que verlo para darle cuerpo real. Un abrazo.
Debe ser lo único simpático de B, lo del baterista de Pat Metheny. Abrazo.
Contra el canon. Contra todos los cánones.
Con sumo desconcierto veo repetirse esta cuestionable costumbre de los críticos de cine de establecer “rankings” de películas por el motivo que sea. Porque se viene la entrega de los Oscars, o por el BAFICI, o porque estamos en el Festival de Cannes (Diego Lerer, hasta se toma el trabajo para este festival de hacer una tabla a doble entrada, con los nombres de los críticos en las filas y los títulos de las películas en las columnas, donde cada uno pone una nota a los filmes que ha visto y hasta se pueden sacar promedios por filmes y/o por críticos.), casi todos los críticos de cine sucumben a la frivolidad de armar estas listas de “orden de méritos”. ¿Es posible hacer una competencia, un ranking de películas sin caer en el absurdo? Me apresuro a decir que no.
Incluso, hay muchos rankings que intentan listar las “10 (o 20 o 100) mejores películas de todos los tiempos”. ¿Es esto posible dentro de un marco de seriedad analítica? Creo que no.
El cine, lo sabemos, es un arte joven comparado con otras artes como la pintura, la escultura o la literatura. Todas las películas parecen haber sido “hechas ayer”, y esta relativa proximidad temporal entre los orígenes del cine y el presente, parece, pero solo parece, que hiciera posible la elaboración de las “listas de méritos” abarcando los períodos de tiempos más disímiles y las geografías más diversas. ¿Qué pensaríamos de los críticos literarios si se organizara un concurso entre ellos, para determinar las 10 mejores obras literarias de todos los tiempos? ¿Cuál sería el criterio para evaluarlas? ¿Y si los críticos de pintura se plantearan el desafío de encontrar las 10 mejores pinturas de todos los tiempos? ¿Cómo harían, sin caer en el ridículo, para comparar a Leonardo, con Van Gogh, con Rembrandt, o con Picasso? ¿Qué pintura es mejor: La Gioconda de Leonardo o el Guernica de Picasso? Una pregunta sin duda incontestable y sin sentido.
Una verdadera postura radical, de ruptura contra los cánones de Hollywood, no es crear cánones alternativos, sino simplemente abolir el concepto de canon para calificar las películas.
Lo que yo hice aquí no es una lista, sino una forma de plantear qué me parece rescatable de una ceremonia que me parece abominable y canoniza poéticas de cine.
El tema de las listas es parte de una lógica lúdica de la cinefilia, y en la medida que así se piense me parece tan legítimo como fumarse un cigarrillo en un entreacto. Sirve, solamente, para entender qué posición tiene un crítico sobre un film y no la valoración objetiva de esos filmes en cuestión (que es exactamente lo mismo a lo que sucede con las calificaciones para un diario).
Pero una cosa son las listas y otras los cánones, que también existen en la pintura y tiene más que ver con una preocupación que viene de la literatura.
Los cánones organizan una forma de comprender un campo del arte. Existen, y si existen, lo que conviene no es abolirlo (lo que encuentro imposible) sino más expandirlos y problematizarlos.
En este preciso momento, decreto la abolición de los cánones. Desde esta tarde, millones de personas creerán que Birdman es la mejor película del año. Y será una medida para pensar otros filmes. Es decir: plantear discusiones de otra índole es necesario.
Por otro lado, el espíritu de gravedad para pensar las artes es una verdadera maldición. Jugar con hacer listas, en la medida que se entienda que se trata de un juego, me parece tan irrelevante como una práctica legítima.
RK