
CAOS: LOS CRÍMENES DE MANSON / CHAOS: THE MANSON MURDERS
ÈRASE UNA VEZ EN AMÉRICA
El caso es conocido. Se hicieron películas y series, se escribieron libros y cientos de artículos. Recientemente, Hollywood volvió sobre la familia Manson y sus asesinatos en Había una vez en Hollywood. En esa oportunidad, Quentin Tarantino lo hizo a su manera. Ironizó y desacralizó el sustrato delirante y abyecto de ese episodio de la vida estadounidense que vuelve y nunca conoce el olvido, como si en él se cifrara algo más que la perversa suma de gente asesinada bestialmente. Tarantino, además, imaginó lo imposible, o quiso prodigar con la ficción una posibilidad que ni siquiera una eventual criatura todopoderosa podría hacer con el tiempo: revertirlo y, al hacerlo, cambiar el orden de las causalidades de todos los actos.
Quien vuelve ahora sobre la figura de Charles Manson es otro cineasta clave de Hollywood, uno de sus documentalistas más eximios y prolíficos, Errol Morris. Al cineasta siempre le ha interesado el vínculo de los hechos con la retórica que sustenta cualquier relación causal. En casi todas sus películas, hay una inquietud epistemológica sobre cómo una biografía, un evento cultural, un caso judicial, un acontecimiento político constituye su discurso y sus justificaciones. En Caos: los crímenes de Manson, cuando la redundancia y las generalidades parecían suturar todo lo concerniente a la figura del líder mesiánico, músico y asesino Charles Manson, Morris añade un matiz no exento de importancia —aunque apenas delineado— para una época paranoica como la nuestra y fóbica respecto de cualquier expresión asociada a una cultura progresista.
La fuente de inspiración en esta ocasión es el libro de Tom O’Neill titulado CHAOS: Charles Manson, the CIA, and the Secret History of the Sixties. Si bien el del periodista no es el único testimonio que recoge el cineasta, el relato expositivo de Morris se organiza desde su perspectiva, más allá de otras voces de peso como la de Stephen Kay, el famoso fiscal de la causa en el pasado. Sus aportes oscilan entre validar tímidamente la tesis de O’Neill y establecer sin vehemencia ciertos límites interpretativos a las inferencias realizadas por el autor del libro. En efecto, los cabos sueltos son varios (las salidas de Manson de la cárcel antes de devenir en gurú, los estudios del psiquiatra Louis Jolyon West sobre la modificación y manipulación de la conducta a través de las drogas, el proyecto MK Ultra de la CIA sobre control mental) y permiten conjeturas, más allá de que ni O’Neill en su libro, ni Morris en su película puedan confirmar cabalmente la hipótesis que esbozan. Si Manson y sus motivaciones fueron solamente fruto de su interpretación trastornada del orden social en el que interactuaba o si en verdad había algo más que lo ligaba al gobierno, como si él hubiera sido una pieza fallida del programa del control mental de la CIA, son incógnitas que permanecen irresolubles. No dejan de ser verosímiles, tampoco de no serlo.
Poco importa la filiación o no de Manson y su labor posible en el proyecto; sería uno más de una máquina política y cultural de un país que ha acopiado acciones políticas no redimibles y nombres execrados en la deshonra por ser los hacedores de una praxis ejercida siempre en las sombras. Lo interesante de Caos: los crímenes de Manson pasa por la acumulación de signos de una época que denotan un malestar social evidente y un desorden simbólico apabullante. La paradoja en sí de que los hippies puedan apuñalar a personas comunes o que varios temas de los Beatles puedan servir para encuadrar y descifrar una contienda racial en ciernes son ejemplos menores de algo que la película de Morris transmite bien, pero no llega a ahondar hasta las últimas consecuencias. Cuando se habla del programa COINTELPRO, instituido en 1956, para desestabilizar desde el interior a las organizaciones de la nueva izquierda estadounidense (vieja táctica con la que los sectores más reaccionarios de ese país debilitaron la lucha sindical unas décadas antes), la película se detiene en la mención. Algo similar pasa en lo referente a las Panteras Negras. Se anuncia y enuncia el temor de una época ante una fuerza de transformación radical. Eso es todo, y por ser así es poco, incluso hoy que se delira con signos recobrados de aquel tiempo.
La epistemología de Morris es más certera cuando más singular y circunspecto es el tema elegido por él. Un problema recurrente en su cine es que de su entretenida retórica erigida en un principio de acumulación de imágenes de todo tipo al servicio de la ilustración de sus ideas y teorías en cuestión no se predica mayor clarividencia. Lo cuantitativo no conduce necesariamente a lo cualitativo. Las citas en Caos: los crímenes de Manson son tan pertinentes como autosuficientes: los dos pasajes citados de El mensajero del miedo, la extraordinaria película de John Frankenheimer, las entrevistas de Susan Atkins, Catherine Gillies, Leslie Van Houten o el propio Manson, como algunas filmaciones en el Spahn Ranch u otros archivos ligados a los asesinatos de Sharon Tate, Jay Sebring, Voytek Frykowski, Abigail Folger, Steve Parent, Rosemary y Leno LaBianca. Escuchar a las pretéritas devotas sexuales de Manson reconstruir verbalmente los asesinatos de agosto de 1969 resulta escalofriante. Verlo y escuchar al propio Manson puede serlo también, pero añade una pátina de perplejidad. Su cara ordinaria y curtida, con o sin barba, dista de las descripciones vertidas por varios de los participantes sobre su presunto magnetismo. Ninguna de sus intervenciones verbales reviste algún tipo de ingenio o aire seductor. Como pasaba con las canciones y sus letras, la insignificancia define su semblante. Manson es el psicópata que «se merece» una nación signada por un cómodo materialismo y una intensidad existencial labrada en el consumo. Fue un menos que nada con suerte (y los sigue habiendo en todos lados), un hombre infame que pasó al teatro de la historia por sintonizar azarosamente con un Zeitgeist.
El cine estadounidense tiene grandes documentalistas, y a través de sus obras se puede conocer de otro modo la historia de un país que nunca ha dejado filmarla. Basta ver todas las películas de Frederick Wiseman para comprender de principio a fin el siglo XX de Estados Unidos y los primeros años del lúgubre siglo en curso. A diferencia de quienes prefieren el mito y la leyenda de la ficción, los cineastas dedicados a lo real tienen un compromiso de otra índole: mirar los acontecimientos de otro modo y extender esa mirada hacia territorios menos frecuentados. La especialidad de Morris es lo desapercibido en lo muy conocido y lo extraño que se percibe lejos de la parsimonia de las costumbres cotidianas. Los mejores momentos de Caos: los crímenes de Manson vivifican los rasgos de su obra; los menos agraciados parecen un remedo de lo más destacado de su trayectoria. El barroco conceptual nunca deja ser estimulante, pero la inteligencia, a menudo, no es amiga del exceso.
Caos: los crímenes de Manson / Chaos: The Manson Murders, Estados Unidos, 2025.
Dirigida por Errol Morris.
Escrita por Tom O’Neill y Dan Piepenbring.
*Publicado en Revista Ñ en el mes de abril.
Roger Koza / Copyleft 2025
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