CARTA ABIERTA 2024: DE PALABRAS Y BALAS
Estimados lectorxs:
Espero que estén muy bien. Por una semana, solamente, dejamos de publicar a diario. Les agradecemos la paciencia y en algún caso la preocupación: recibimos tres mensajes por redes sociales y cinco cartas preguntándonos sobre el receso. Hoy volvemos con dos textos. Mañana con otros dos, y durante toda la Berlinale, Tomás Guarnaccia y yo intentaremos transmitir qué sucede con el cine contemporáneo, en esta edición que habrá de ser la última a cargo de Carlo Chatrian y su equipo. Eso significa para el ecosistema del cine una derrota. Durante los próximos días intentaremos decir la razón.
A continuación, dos apartados. El primero tiene una doble inscripción: estética y política. ¿Pueden separarse esos órdenes? La respuesta es el texto, y dista de ser una respuesta dogmática. Es también una toma de posición de la crítica, como acá se intenta ejercerla, para bien o para mal. El segundo apartado es menos extenso y menos denso. Son anuncios, promesas y deseos para este nuevo ciclo anual.
Empezamos.
I
CONJETURAS
Leo en un texto ejemplar: “Construir significa conquistar el vacío, hipnotizar el espacio. La bella flecha del campanario gótico está furiosa porque su función es apuñalar el cielo, reprocharle su vacío”. La cita es de Ósip Mandelshtam, el libro en el que se puede leer se titula ¿Tiene futuro la verdad? Es de George Steiner. Ningún crítico (de cine o literatura) debería dejar de leer ese texto del señor Steiner.
La figura retórica es perfecta: “apuñalar el cielo”. La razón de ese acto, comprensible, no lo es del todo: “reprocharle su vacío”. Palpita en esas palabras hermosas el fin de la metafísica; duele la orfandad vertical. Al disociar las dos acciones, el acto de apuñalar en sí puede tener otro sentido. ¿Cómo vivir sin garantías? ¿Cómo pensar sin un fundamento que labre su indiscutible poder en una noción externa de autoridad por la cual se pueda pensar con otros y estar juntos? Y ¿quiénes son los que tienen que estar juntos?
Una aseveración temprana: no hay nadie a quien se pueda acudir en nuestra ayuda. El cielo está vacío, razón por la cual no tiene sentido lanzarle reproches; ninguna fuerza emana desde la bóveda celeste, como se decía antaño. Porque ¿quién escucharía?
Un lector acusa. Leyendo una nota reciente se da cuenta de que estoy demasiado ideologizado. Le respondo sabiendo que jamás se tomará el tiempo para entablar algún intercambio, una conversación que podría iluminar eso que ahora se formula como lo que no vemos. Digo bien: lo que no vemos, no lo que el otro no ve.
De las tantas consignas miopes que se lanzan al espacio público con el deseo de acallar al otro hasta el fin de sus días, ninguna es tan moralmente endeble y epistémicamente reduccionista como el eslogan político-publicitario “No la ven”. En cada ocasión en que dos personas con posiciones políticas en fricción prefieren tener razón y no emplear la razón para saber algo más sobre lo que creen y sobre lo que está más allá de sus creencias —aventura intelectual que reclama descentrarse y dejarse llevar por la propia lógica de las cosas—, algo muere para ambos contendientes: la posibilidad de entrever algo verdadero. Desde ya: no es mi verdad, tampoco la del otro, ni menos aún se trata de una negociación de pareceres. Quien ama la verdad está dispuesto a reconocer en un caso, en un fenómeno, en una situación otra razón desconocida que perfecciona, corrige o reemplaza las propias razones con que se creía comprender. ¿Una posición mejor razonada? Quizás. Lo que importa es que no es un razonamiento que intenta salvaguardar un capricho o una preferencia, sino de un razonamiento emancipatorio del que se predican mejores posibilidades para todos los órdenes de la experiencia.
El cine ha sido siempre un trabajo sobre lo que no se ve partiendo de un punto inicial paradójico: una visibilidad recibida. El encuadre y luego el montaje reorganizan lo dado en algo transfigurado por una mirada. Llamamos mirada a una disposición de los planos en su conjunto que singulariza una forma de conciencia sobre lo circundante redistribuyendo el lugar de lo que existe de una cierta manera para esa conciencia. Al filmar una plaza, hay madres hamacando a sus hijos e hijas, una pareja de jóvenes que se miran con la ternura que desconoce el paso del tiempo, un solitario que observa todo, una mujer que llora, otra que ríe, un viejo que lee y una adolescente que escribe. El plano agrupa conjuntos en un campo visual; es el ordenamiento de un mundo. Disponerlo, materializarlo, filmarlo es proponer un mundo en el mundo. La mímesis, en este sentido, no tiene nada que ver con el cine, a pesar de que una cámara puede reproducir la realidad dada como si fuera un calco. El lugar elegido, las distancias entre lo filmado y el lugar desde el cual se filma, entre tantas otras cosas, presentan un mundo. La audacia de un cineasta reside en conjugar algo del mundo y aquello y a aquellos que están en él con una observación que es propia pero que no tiene un último dueño. En la transacción entre el objetivo y los ojos (y los oídos), entre lo involuntario y la voluntad, el cine pone en juego su propio misterio.
Si escribo es para saber algo más y asimismo para ratificar, o rectificar, lo poco que sabía. También para comunicarlo. Al hacerlo, siempre, la conciencia se concentra en un doble juego frente al objeto: no se pueden abandonar las cargas de memoria que condicionan (esto es: que son su condición de posibilidad, su límite inicial y su fundamento nutricio), una mirada, pero sí se puede ser crítico de ellas, darlas a conocer (al lector) si hace falta y al mismo tiempo aprestarse a que el estímulo (del texto) y lo que mueve el pensamiento puedan alterar el encadenamiento de signos que hacen que mi mundo sea el mío y no el del otro.
En todo lo que he escrito en casi 30 años de labor, jamás me he escondido detrás de las palabras. Tampoco quienes me acompañan en Con los ojos abiertos: tenemos una mirada parecida sobre el mundo y el cine, pero no igual, y no nos escondemos en lo que decimos. Estimo que ninguno de nosotros considera que Renoir, Bresson, Kiarostami, Favio o Rocha son cineastas prescindibles; en esos nombres se delinea algo de lo que el cine pudo ser, todavía es o podría ser. Las diferencias comienzan de inmediato si en vez de Renoir decimos Rohmer, o si en vez de Favio decimos Antín. Las diferencias estéticas son necesarias. También las políticas. A la vez, estoy seguro de que los redactores de Con los ojos abiertos no son de derecha. ¿Hay que ser de izquierda para publicar acá? No. El límite es otro. Por serlo, no somos mejores que nadie, solamente establecemos una relación abierta y cambiante con la realidad, y nos preocupa saber el estado dinámico de una conjugación necesaria entre libertad, igualdad y fraternidad. ¿Ideologizado? ¿Quién no, empezando por aquellos que reclaman y señalan como una infección que el crítico ha empleado un concepto vilipendiado por las modas de una época?
Y acá hablo por mí, solamente por mí. No puedo hacer silencio frente a la naturalización de una forma de vida fascista. Una cosa es vivir en orden social conservador, e incluso en una forma de vida de derecha. Pero me resulta inadmisible la institucionalización de una forma de vida fascista. Las declaraciones recientes de Agustín Laje glosa un espíritu de época, algo que la película cordobesa La hora del lobo anticipó. El goce que sintió el cordobés por las balas que despedazan la carne de los “zurdos” es la razón por la cual yo estoy ideologizado. Expreso un no rotundo a todo lo que encierra esa abyección discursiva, festejada por muchos y repudiada por pocos. Un poco después circuló el video que retomaba una escena de Terminator, película que es todo un emblema y una conjunción ostensible entre estética e ideología. Las balas y los objetivos son, primero, imaginarios. El paso al acto no es algo que se desconozca.
Sucede que como crítico de cine siento la responsabilidad de proponer una discusión acerca de la naturaleza de la imagen. Establecer una diferencia entre el plano cinematográfico que invocan la alteridad y las imágenes del orden visual que sirven para diluir lo otro en lo propio soñando con su anulación total, presentes en el discurso de Laje, constituye un imperativo de la razón política de nuestro tiempo. Quienes estamos alrededor del cine tenemos algo para decir. La gran contienda de nuestro tiempo reside en señalar que el fascismo de hoy en parte se erige en un régimen de imágenes que no coincide con el del cine, aunque siempre existieron películas fascistas. Esa es la discusión de nuestro tiempo. Que casi nadie pueda conmoverse con un plano de Rossellini, Tati, Fontán, Russo, Kaurismäki, Diaz o Tsai, acaso porque su sistema perceptivo es incompatible con la sensibilidad de esos cineastas, es, oblicuamente, un problema en el corazón del fascismo digital. En esa inconmensurabilidad crece la alimaña simbólica del fascismo.
II
LA PRÁCTICA
El año pasado anunciamos dos nuevas columnas. Este año se harán realidad. El teórico más libre y cinéfllo del universodiscurso anglosajón, el crítico australiano Adrian Martin, inagurará su columna a partir del mes de marzo. En cada cambio de estación, Martin dejará en palabras la lucidez que lo caracteriza. Flavia Dima, la joven crítica rumana, cuya voz se hace escuchar en su país, publicará su primer texto en el mes de abril. La frecuencia será exactamente igual a la del maestro australiano.
Las secciones que ya tienen lugar en el sitio seguirán activas. La idea será cubrir uno o dos estrenos semanales, escribir desde festivales, conjeturar ideas sobre el cine en pequeños ensayos, reseñar libros y persistir con entrevistas diversas. Este año en la sección de entrevistas añadiremos una serie dedicada a conocer más la historia del cine de distintos países. Cada dos o tres meses, publicaremos una conversación con algún crítico de cine que pueda establecer un mapa y una historia del cine de su país.
La otra novedad será una sección que se podrá leer en “Estrenos”. El proyecto es el siguiente: publicar una reseña ppor mes (como mínimo) sobre una película estrenada 100 años atrás, intentando entrever qué pasaba un siglo atrás con el cine y por constraste qué se puede inferir gracias a ese espejo de tiempo sobre el cine de hoy.
Con la llegada del invierno, Con los ojos abiertos intentará retomar un viejo sueño, aunque ampliado: por una lado, intentaremos organizar mesas redondas online con nuestros redactores y otros invitados (cineastas, críticos, programadores, actores y actrices, directores de fotografía, etc.). En esa misma estación lanzaremos los primeros cursos que se dictarán desde nuestro sitio.
Antes de despedirme, no quiero dejar de agradecerles a todos mis camaradas del sitio. Al querido gruñón Jorge García, a mi hermano Nicolás Prividera, del que siempre aprendo; a los dos jóvenes excepcionales que se han sumado recientemente, Lucía Requejo y Tomás Guarnaccia. Espero que mi hermana Marcela Gamberini recupere la frecuencia que los lectores le reclaman y que la otra voz femenina, poderosa y combativa de María Iribarren siga enviándome sus reseñas que prodigan al sitio una mirada que siempre falta en la crítica históricamente y tiene que ver con la posición de la mujer. En esa misma dirección, los textos, las reseñas y las entrevistas de Julia Kratje permiten constatar la irrupción indetenible de la mujer en el cine argentino. Las maravillosas columnas de Santiago González Cragnolino, las especulaciones científicas y cinematográficas de Martín Pawley, la poética en work in progress de Gustavo Fontán y la pasión continental crítica y combativa de Victor Guimarães tendrán lugar como siempre y así sumarán para que este espacio de pensamiento libre sobre el cine pueda ser todavía más caleidoscópico y multigeneracional. Cada tanto, estoy seguro, llegarán las reseñas de libros del cineasta palestino-español Ahmad Natche y esperaremos que Lucía Salas retome su columna, cuya elegancia y rigor son insustituibles. A todos ustedes, quiero agradecerles por su tiempo y por haber elegido este espacio para desarrollar sus ideas y verter sus pasiones.
Esto es todo por ahora. La realidad en Argentina desespera y aterra. Veremos cómo solventamos Con los ojos abiertos. Si en algún momento les pedimos ayuda será porque la necesitamos. Cuesta muchísimo sostener el ritmo, pero acá estaremos. De lunes a viernes siempre, y, durante la cobertura de festivales, con el fin de semana incluido.
Agradecido por su compañía y atención.
Roger Koza, editor
Muchas gracias, Roger. Es notable este texto, y particularmente preciso. Nos hace sentir menos solos y solas. Fuerte abrazo.
Muchas gracias por dejar tu impresión. Es muy importante para mí. R
Me conmueve tu claridad y la pasión con que se sostienen estos proyectos aun en esta adversidad atroz. Estamos aquí y somos muchos Roger querido. Abrazo
Maravillosas líneas, llenas de sensibilidad y firmeza política. Un abrazo
Bravo!!!
Maravilloso texto Roger, gracias por compartir tu inteligencia y lucidez