CERRAR LOS OJOS
CALIGRAFÍA DE LA AMISTAD
La última vez que Víctor Erice había estrenado un largometraje, el siglo era otro. Fue en 1992, y se trató de una obra maestra: El sol del membrillo. Desde su debut luminoso en la década de 1973, con El espíritu de la colmena, rodaba un largometraje por década; en 1983, hizo otra maravilla titulada El sur. Pasaron tres décadas para que estrenara el cuarto largo, aunque Erice nunca dejó de trabajar. Hizo cortometrajes e instalaciones, dictó conferencias y fue jurado. Por eso, es indebido hablar de un regreso, sí, en cambio, es para celebrar que después de tanto tiempo Erice ofrezca un nuevo largo. Se llama Cerrar los ojos, y es una maravilla.
Antes que nada, hay que decirlo así: todavía existen cineastas que pueden filmar la transacción secreta entre la vida y el cine. La desmedida promesa que los cinéfilos le adjudicaban al cine deja de ser irrisoria después de un primer encuentro con la cuarta película de Erice. Lo que sucede en el último plano resguarda el misterio de lo que puede llegar a hacer una imagen en el corazón de una persona. Es que un plano cinematográfico, el último, literalmente, recobra el sentido pasado y acumulado de todo lo que se sedimentó durante más de cien años de cine. Esto puede leerse como un exabrupto, hasta que los propios ojos lo confirmen. El último plano reanuda la fe que se puede tener en una imagen. Algo suscita en la intimidad de quien mira la película, algo que se reconoce como propio en lo lejano. Desnudo, sin atributos, la integridad de una persona cualquiera puede ser filmada. Olvidarse de sí, ¿quién no se distrae por meses hasta vivir sin vivir? El cine puede ser una cita con la memoria, un encuentro con la conciencia a solas.
Se ha escrito muchísimo sobre Cerrar los ojos. Las citas de Borges, las alusiones a viejos proyectos truncos del cineasta español, la relación de esta película con sus dos primeras y con las que quiso hacer y no pudo. Ana Torrent fue la niña alucinada que creyó ver a Frankenstein en El espíritu de la colmena. Ana Torrent es ahora la hija de un hombre que ha perdido la memoria. El amnésico fue actor, un día dejó el set durante un rodaje de una película llamada “La mirada del adiós” y desapareció. El personaje de Torrent se llama Ana. En algún momento, como en la ópera prima, dice y repite: “Soy Ana”. ¿Qué significa esa repetición? Poco importa. Los ojos de la actriz no han envejecido, y la expresión de perplejidad ante el mundo es la misma de antaño.
Cerrar los ojos contiene una película en su interior de la que se ven en el principio algunas escenas y en el epílogo se proyectan literalmente dos escenas faltantes. El epílogo y el desenlace están rodados en 35 milímetros, no así la película que cobija a “La mirada del adiós”. La voz de Erice se escucha en el inicio, explicando como un narrador anónimo por qué aquel film se malogró: Julio Arenas se marchó de la filmación y nunca más se supo de él. ¿Desapareció? ¿Tuvo un accidente y murió? La conjetura no se resuelve, al menos en un inicio. El director de ese film, un tal Miguel Garay, nunca más volvió a filmar. Escribió guiones, hizo traducciones, sobrevivió. Arenas y Garay, además, eran grandes amigos. Es decir que el fin de aquel rodaje no solo fue la capitulación de una carrera cinematográfica; una amistad dejó de existir.
El relato de Cerrar los ojos transcurre durante el 2012. Al inicio en Madrid, luego en el sur de España, cerca del mar. El cineasta vive ahora en una simpática casa rodante ampliada con su perro y cerca de algunos vecinos queridos. Una de las escenas más hermosas de Cerrar los ojos tiene lugar en una sobremesa con sus vecinos. Un tema interpretado con una guitarra evoca la alianza masculina de las películas de Howard Hawks. El tema principal de Río Bravo suena muy bien en la voz de Miguel. No es Dean Martin, pero su entonación y timbre reponen el sentimiento de aquel western. Cerrar los ojos, como aquella película grandiosa, celebra una de las invenciones más dignas de nuestra especie: la amistad. Es el gran tema de la cuarta película de Erice, aunque no es el único.
En Cerrar los ojos, la vida de un hombre se expone en todas sus capas. Es una proeza de relato. Garay perdió a un hijo, tiene amigos de toda la vida que responden ante una necesidad, tuvo amores y entrevió lo que podía ser el prestigio artístico. El espesor del tiempo se transmite en todo momento y se concentra en los ojos del intérprete. Las bolsas debajo de los ojos concentran un pasado intenso. Pero el relato no es una meditación sobre lo que fue, sino una aventura de la memoria a resolverse en un inesperado futuro. Tras el paso por un programa televisivo sobre aquella película filmada a medias, al hablar sobre el intérprete desaparecido, un televidente informa que Julio Arenas está vivo. Como es de esperar, Garay decide ir a verificar si aquel hombre identificado como Arenas es su amigo.
La historia de la película inicial en el interior de Cerrar los ojos se circunscribe a un hombre solitario que vive en una mansión en Francia y que contrata a un hombre para buscar a su única hija única que está en China. Lleva años sin verla y quiere reencontrarse. Su estado de salud es apremiante. En los minutos finales, esa trama se resuelve yuxtaponiéndose a la otra, lo que implica el viaje de Garay para encontrarse con un hombre que ha olvidado su pasado y se hace llamar Gardel. ¿Es Arenas? Conforme se aproxima el desenlace, las dos historias se entrecruzan como una cinta de Moebius en donde ficción y realidad (de la ficción) son indiscernibles. Desde la pantalla de un cine, los intérpretes miran a la audiencia, escena que a su vez se extiende a quienes están mirando la película en sí de Erice. Cuando el propio relato devela el sentido del título, todo resulta tan escalofriante como encantador. Lo que se ve no se puede olvidar, aunque la paradoja es que para hacerlo se cierran los ojos. Hay que pasar por esa experiencia para sopesar el sentido de lo que acá se dice.
Hay muchas cosas más para referir. En el tendido de una cama, Erice erige un gesto de decoro. Dos monjas que se suman en el último acto son tan hermosas como cómicas. El color amarillo, como en su ópera prima, vuelve a ganar protagonismo en el último acto impregnado de gracia en dos o tres planos que son un recordatorio de que el cine es también una relación de la materia con la luz. Se podrían enumerar algunos pasajes más, como el de dos hombres que miran al mar en una tarde de viento, un perro con un gorro que viaja feliz en una lancha y un sirviente chino con anteojos que despide a su patrón con la sobriedad de los orientales.
Cerrar los ojos, España-Argentina, 2023.
Dirigida por Victor Erice.
Escrita por Víctor Erice, Michel Gaztambide.
*Publicado en Revista Ñ en el mes de septiembre.
Roger Koza / Copyleft 2024
Otros textos sobre Cerrar los ojos en CLOA:
1. Memorias de imágenes (leer acá)
2. El círculo (leer acá)
3. La alfombra en el mar (leer acá)
4. Cerrar los ojos en Mar del Plata (Leer acá)
*Se puede ver en Españoramas (Buenos Aires y Córdoba)
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