CIEN AÑOS DE CINE ARGENTINO

CIEN AÑOS DE CINE ARGENTINO

por - Libros
29 Ene, 2013 02:12 | comentarios
Gran introducción a la historia del cine argentino.

UN FLASHBACK ESENCIAL

El pasado es una obsesión para el autor de este libro, o tal vez, para decirlo con mayor precisión, la amorosa tara que siente respecto de lo pretérito le concierne pues sabe que muy bien que el recuerdo es débil. Es lógico entonces que un coleccionista y alguien preocupado activamente por la memoria del cine dedique un tiempo a escribir un libro notable como Cien años de cine argentino. Pero no se trata de un conservacionista y un fetichista de un tiempo perdido y sacralizado. Más bien se trata de un autor clarividente, quien entiende muy bien los lazos del pasado con el presente, las similitudes de ciertos períodos y el develamiento de algunas figuras estructurales que repiten a lo largo de la historia del cine argentino.

Ya en el inicio, Fernando Martín Peña advierte: “Por su carácter original, imprevisible y heterogéneo, por una producción completamente atomizada, el más reciente cine argentino se parece bastante al más antiguo”. En efecto, como sucedía a fines del siglo XIX, en la primera década del siglo XXI, las mujeres hacen cine, la exhibición es un problema general y la presunta separación canónica entre ficción y documental no resulta del todo evidente. Otros síntomas abarcan más décadas: las tensiones entre lo nacional y lo extranjero, por ejemplo, o las rivalidades discursivas en torno al cine popular respecto del cine aristocrático, casi definen, a lo largo de un siglo, la heterogénea identidad del cine argentino. Y no podría faltar otra antinomia, la que tiene lugar entre una (proto)industria y un cine llamado independiente.

Divido en 7 capítulos, cuyos títulos están signados por períodos históricos y una breve introducción, Cien años de cine argentino demuestra la riqueza ostensible del cine vernáculo. Como no podría ser de otro modo, la historia del cine refleja indirectamente la Historia de un país. Autores como Hugo del Carril y Leonardo Favio, ¿no son impensables sin el peronismo? Lo mismo sucede con Raymundo Gleyzer y Jorge Cedrón, a propósito de la radicalización política a final de los ’60. Los segmentos dedicados a estos cuatros directores son literalmente extraordinarios. Allí, Peña no solamente muestra su solidez historiográfica sino también una lucidez analítica admirable. “En los films de Favio, el punto de partida nunca es la voluntad de ruptura, no hay ningún apriori teórico, ningún sistema programático para experimentar con la forma, ni se trata de producir un distanciamiento con el espectador mediante la evidencia de los artificios del lenguaje. Por el contrario, Flavio se vale desprejuiciadamente de cualquier elemento o recurso formal que considere adecuado para involucrar emocionalmente al público… “. Luego describirá una secuencia de El romance del Aniceto y la Francisca, un pasaje en el que el discurso crítico alcanza su máxima excelencia.

Otro fragmento genial (y que merece ser citado, al menos un párrafo) resulta el señalamiento negativo a ciertos procedimientos puestos en juego en El secreto de sus ojos. Una vez más Peña se muestra como un crítico de una convicción profunda. Es evidente que su caso no es el de muchos colegas suyos que sienten la necesidad de invalidar sistemáticamente una obra. Peña no parece militar en las huestes de quienes ven en Campanella a la peste del costumbrismo y otros males posibles. Pero eso no le impide a Peña detectar un problema, y su señalamiento no es menos que brillante. Citar la argumentación completa, en este caso, es un modo preciso y justo de honrar a la prosa del autor como a su inteligencia. Dice: “En su estructura expansiva y en su tono, Luna de Avellaneda, tenía un equilibrio que desapareció en su siguiente film, El secreto de sus ojos (2009), hasta el extremo de alcanzar cierta curiosa esquizofrenia. Su manifestación más evidente es el choque entre la lógica del cine de género (el film intenta por lo menos dos, de manera simultánea: el policial y la comedia romántica) con las características de un contexto político muy preciso (la Argentina de 1974). Pero los géneros tienen reglas más o menos claras, definidas a lo largo de décadas de cine clásico, que desbordan el anclaje en esa realidad… Si la acción transcurriese en un período más indefinido, el primer enfrentamiento idealista del personaje de Darín a los gritos contra los apremios ilegales propiciados por un superior negligente serviría para establecer los rasgos nobles del protagonista, recurso típico y muy legítimo del clasicismo que además propicia la identificación del espectador. Pero luego resulta que el propio Darín viola un domicilio ajeno, roba pruebas e interroga ilegalmente a su sospechoso, convencido de su culpabilidad sólo `por una corazonada’, y Campanella trata casi todo ello con la ligereza de un paso de comedia, en abierto contraste con la sordidez expresionista del episodio policial que Darín había censurado antes. Dicho de otro modo, el film dice que la ilegalidad policial es mala cuando está perpetrada por gente innoble y fea, y al mismo tiempo dice que la ilegalidad de Darín es positiva, divertida y permisible, casi una travesura”.

En donde el libro pierde un poco de equilibrio estructural (y no semántico) es en el último capítulo, cuando Peña se ve obligado a tratar los últimos años del cine argentino y se topa con una resistencia propia del objeto y del período: la proliferación de películas y directores es apabullante, una explosión exponencial si se la compara con períodos precedentes. En efecto, sucede que hasta ahí el autor ha podido hilvanar un relato general sobre el cine en el país, una historia precisa que siempre es codependiente de un relato mayor y “extradiegético”. Pero al llegar a la actualidad su estrategia se debilita y la cadencia del relato tiende un poco al resumen breve característico de un diccionario de cine. Aun así, la sagacidad del autor se mantiene intacta pero en ocasiones deviene en declaración aforística, demasiado lacónica para ciertos casos, y Peña, involuntariamente, corre el riesgo en esos pasajes de no ser del todo justo y exhaustivo respecto de algunos directores jóvenes. No obstante, hay varias excepciones: el pasaje en el que escribe sobre Raúl Perrone, por ejemplo, resulta mucho más orgánico al relato general que Peña viene urdiendo desde el inicio del libro. Pero no siempre es así.

Cien años de cine argentino es mucho más que una enciclopedia impersonal sobre la historia de una cinematografía. Peña expresa un punto de vista personal articulado secretamente por una mirada política y una concepción estética que atraviesa la totalidad de su prosa, siempre precisa y ocasionalmente humorística, tan sensible como criteriosa para saber el momento justo en el que se justifica el léxico del especialista y las instancias en donde el lenguaje diáfano es suficiente para llegar al cualquier lector curioso sobre la genealogía y la evolución del cine argentino. Un libro imprescindible en la materia. Un clásico.

Cien años de cine argentino /Fernando Martín PeñaEditorial Biblos, 302 páginas

Esta crítica fue publicada en otra versión en Ciudad X, suplemento de cultura de La voz del interior en el mes de diciembre 2012