CINE EN 3D: LA HORA DE LOS AUTORES

CINE EN 3D: LA HORA DE LOS AUTORES

por - Ensayos
28 Nov, 2011 04:16 | comentarios

Hugo

Por Roger Koza

En cualquier espacio público que estemos, sea un restaurante, una estación de tren, un shopping, incluso caminando por la calle, habrá una pantalla y veremos imágenes. Nuestra percepción del mundo resulta impensable sin imágenes: acaso se trate ya de una segunda naturaleza. En efecto, el mundo en el que vivimos es cinematográfico, lo habitamos a través de imágenes en movimiento.

Pero no siempre fue así. Los primeros espectadores vieron la famosa llegada del tren a la estación de La Ciotat con miedo y asombro. No necesitaban los anteojos negros del cine estereoscópico, el que llamamos cine en 3D, para creer que la locomotora podía salirse de la pantalla. Era una inexperiencia insólita y radicalmente inaprensible. El ojo tuvo que adaptarse y evolucionar con esa invención fabulosa cuya defunción prematura decretó uno de sus responsables, Louis Lumière: “El cine es una invención sin futuro”.

Lo cierto es que el cine evolucionó; el lenguaje primitivo de los Lumière fue superado en poco tiempo. Un filme de Griffith como Intolerancia (1916) y otro como Nosferatu (1922), de Murnau, por citar algunos, pertenecían a otro estadio del lenguaje del cine. En el inicio, la cámara permanecía fija y el metraje no pasaba el minuto. Un día, la cámara se movió, y la experiencia visual del movimiento fue literalmente otra; los travellings, o los viajes de la cámara, no existieron siempre. Otro día, un primerísimo plano sobre algunos insectos o un plano general de una manada de elefantes alteraba nuestra percepción de lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande. Nosotros, los animales ópticos por excelencia, alcanzamos con el cine el paroxismo de nuestro sentido dominante.

Al comienzo de la segunda década del siglo XXI, la actualidad del cine se define por su digitalización y por el perfeccionamiento de un viejo avance técnico, el cine en tres dimensiones, una inquietud que ya latía en los inicios del cine y que tuvo, a pesar de algunos intentos fallidos, su primer momento (aunque breve) de esplendor en la década del ’50 del siglo pasado.

En una entrevista reciente, a propósito del estreno de Hugo, el último filme de Martin Scorsese y su primera película familiar y en 3D, el más talentoso de la generación conocida como “movie brat” y que tiene entre todos ellos el mayor conocimiento sobre la historia del cine, dice: “Cuando se empezó a hacer cine todos querían sonido, color, pantalla grande y profundidad”.

Profundidad aquí significa 3D, aunque la explotación hollywoodense de la tecnología digital y el cine en 3D tenga menos que ver, al menos hasta hoy, con la profundidad que con la transgresión de la superficie. El cine en 3D que vemos semana a semana se concibe como una estimulación sensorial y un argumento comercial: los objetos parecen (y deben) salirse de la superficie de la pantalla, lo que garantiza una experiencia óptica asombrosa.

Herzog en las cuevas

El aporte de Scorsese en la materia es fundamental. Dice el responsable de Toro salvaje y Kundun: “El 3D es liberador. Cada toma es repensar el cine”. Su declaración festiva retoma el camino que todos los grandes cineastas han transitado. Los avances técnicos han signado la evolución del cine. En este caso, después de una decena de películas insignificantes en 3D, llegó la hora de los autores. ¿Qué se puede inventar? En este sentido, es cierto que James Cameron, en sus propios términos, había dejado un precedente con Avatar (2009). Pero fue Werner Herzog, con La cueva de los sueños olvidados (2010), extraordinario viaje al interior de la cueva de Chauvert, y un poco después Win Wenders con Pina (2010), una introducción poderosa a la obra de la coreógrafa vanguardista Pina Bausch, quienes desmarcaron el nuevo cine en 3D de su previsible monotonía orgiástica.

Herzog entiende perfectamente el secreto. En esas cavernas perdidas donde hay pinturas de leones, caballos, rinocerontes, de más de 30.000 años de antigüedad, y donde Herzog intuye los primeros esbozos del cine, pues las pinturas inducen a pensar en movimiento, la única manera de que nosotros podemos verlas pasar es reproduciendo literalmente nuestra experiencia perceptiva. Es por eso que Herzog usa el 3D y aprovecha así la profundidad (de campo). Con el 3D, el frente y el fondo adquieren un valor capital, hasta ahora desaprovechado. De lo que se trata entonces es de ir hacia adentro de la imagen y explorar en el espacio óptico que ésta presenta. En efecto, se trata de simular la experiencia y conjurar la distancia. Frente a las pinturas paleolíticas ya no vemos su representación en la pantalla, más bien somos observadores implicados, algo que Wenders también conquista en Pina (lo mejor del director en años, lo que no significa que su filme este exento de secuencias fallidas): hasta ahora, en ningún filme se había podido ver con tanta precisión el volumen del cuerpo humano y su relación con el movimiento.

No es casualidad que Scorsese haya elegido Hugo como su debut en el cine en 3D. Situada en París durante 1930, la historia de un niño huérfano que se encontrará con el olvidado cineasta Georges Méliès, padre de la ciencia ficción cinematográfica, es la excusa perfecta para sugerir que el futuro del cine depende del lazo que se establece con su pasado. Que Scorsese demuestre la potencialidad del 3D retomando algunas secuencias de Viaje a la luna (1902), de Méliès, constituye una declaración de principios: los grandes cineastas se valen del progreso técnico para inventar nuevas formas.

Este artículo fue publicado en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de noviembre 2011

Roger Koza / Copyleft 2011