CINE: FE Y PENSAMIENTO. UNA CHARLA CON MARTÍN FARINA
Dentro del panorama del cine argentino contemporáneo, Martín Farina es el equivalente a un poeta de obras breves, de papeles que se reparten con la tinta aún caliente de la imprenta. La curiosidad es el núcleo de su poética; la prolificidad y el movimiento constante entre temas sus consecuencias. Los convencidos es el último ejemplar de una obra dedicada a explorar lo desconocido y lo velado a partir de lo que su autor tiene a mano. El padre, la prima, la abuela, el hermano y los amigos de Farina son los protagonistas de esta película que pone en primer plano a la noción, resbaladiza cuando no tramposa, del sentido común. Diálogos, pitchings, discusiones y charlas de sobremesa construyen una obra que, a través de una posición de escucha y escenas relajadas, traza signos de interrogación en las certezas que porta como bandera esta muestra de personas de clase media rioplatense.
Lo que sigue, más que una entrevista es una charla. Todo parte de Los convencidos pero se extiende y deriva hacia algunas intimidades de la poética de un cineasta verdaderamente independiente.
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Tomás Guarnaccia: Tus últimas películas (El fulgor, Náufrago y Los convencidos) responden a tres estéticas y temas radicalmente distintos, pero al mismo tiempo se reconoce un aura común entre ellas. Tu obra pendula pero nunca parece generar piezas sueltas. Dentro de la forma misma de Los convencidos hay algo de esto, es una película hecha con personajes, escenas y retazos que son parte de proyectos anteriores pero donde todo convive en armonía.
Martín Farina: Lo que pasa con esas tres últimas películas es que las hice al mismo tiempo. En mi cabeza, todas ya existían en 2017. Fueron procesos que se hicieron a la par. Los distintos viajes de cada película eran parte de mí, todo era parte de lo mismo. Obviamente, sabía que la recepción iba a ser radicalmente distinta para cada una, estaba conviviendo con poéticas muy opuestas. Eso que mencionas de que están ligadas a pesar de sus diferencias creo que se da por algo muy simple: el que está detrás de cámara es alguien que más o menos trabaja siempre de la misma manera. Son películas distintas pero con un mismo tipo que tiene una manera de filmar, una cámara, unos mismos procedimientos y confianza en una manera de hacer las cosas. Igualmente, al mismo tiempo, soy alguien que deja que todo se vaya expandiendo sin miedo, dejo que las cosas vayan para cualquier lado. Muchas veces filmo una escena pero dentro de lo que estoy viendo algo puntual me llama la atención y desvío la atención hacía ahí. Esa rigurosidad y apertura hace que los materiales sean muy disímiles. Hay una misma mirada sobre una gran cantidad de cosas que parecieran ser heterogéneas.
TG: En su reciente texto sobre el BAFICI, cuando habla de tu película, González Cragnolino imagina que la explicación de la predominancia de primeros planos en la película responde a que el horizonte de las discusiones mostradas son los propios individuos. ¿Cómo pensas esta dimensión formal y de puesta en la película?
Es difícil responder a eso porque Los convencidos como tal es un resultado muy posterior a sus rodajes. Creo que todo responde a distintas predisposiciones que tengo. Me predispongo de manera distinta para filmar una conversación en un ambiente cerrado en interiores que frente a una situación al aire libre. Dependiendo del espacio, es como si activara dos mecanismos formales que incluso pueden ser opuestos. Por lo general, en exteriores aparecen el movimiento y dinámicas que terminan llevando todo hacia vinculaciones estéticas más precisas entre un plano y el otro; mientras que en interiores, frente conversaciones siempre focalizo en los rostros. Creo que es una manera de prestar atención a lo que las personas dicen. En Los convencidos quise que la palabra hablada, su semántica y su contenido sean un vehículo para pensar y para someter a las distintas dimensiones del significado. En mis películas anteriores todo es más fluctuante, el sentido está más perdido dentro de sistemas estéticos más caóticos, con montajes que tienden a lo asociativo y donde la palabra es una parte más que no necesita decir nada sobre el mundo sino resonar poéticamente. En este sentido, Los convencidos se acerca a las películas de personajes que hice (Mujer nómade, por ejemplo), pero con una novedad: un pensamiento sobre la ideología y una atención especial sobre lo que la gente tiene en la cabeza, sobre los programas de discurso.
Me llamó la atención que mucha gente vinculó este tema de la palabra y el discurso con cierto espíritu porteño.
Sí, y debo decir que me sorprendió un montón. En primer lugar porque la gran mayoría de los que aparecen no son porteños, son bien del conurbano bonaerense. Para mucha gente que no es de acá no hay diferencia alguna entre alguien de la zona oeste del conurbano y alguien de Caballito. Esta es una diferencia que existe, pero que la sentimos quienes somos de esos espacios y nos relacionamos con un centro a partir de una periferia. Ahora bien, es cierto que en la película hay una cotidianidad que tiende siempre a un sentido común, a una manera de pensar y a una arrogancia del saber que se le puede atribuir a algo propio de Buenos Aires. Involuntariamente es un retrato idiosincrático.
Lo que me interesaba era hacer que esas voces habiten un plano, generar una situación en donde se pueda hablar con la misma llanura que con la que se habla en la televisión o en la radio, pero sin el ruido que esos medios te proponen. La televisión es un ejemplo total del ruido. Uno ve cualquier programa de actualidad y tiene que involucrarse y hacer un esfuerzo muy grande para escuchar y discriminar un discurso. El medio es el mensaje, vieja idea que está vigente. Hay algo del medio que se vuelve omnipresente, es difícil conectar con lo que se dice en la televisión ya que hay un dispositivo formal que te aleja. En Los convencidos las personas no hablan muy distinto que en la televisión, de hecho, se pueden repetir algunas ideas que se escuchan con recurrencia al aire, pero con un dispositivo que acerca todo hacia una intimidad.
A mí me interesaba construir un espacio intermedio entre la ficción (la puesta en escena rigurosa) y el documental (donde los personajes tienen una vida propia más allá de toda puesta) para pensar la palabra, el discurso, la voz, el sentido de una persona. Me intrigaba ver cómo de pronto algo explota de sentido para alguien. En la película, cuando se separa la señal del ruido lo que quedan son mayoritariamente zonas de autoafirmación. Pero, al mismo tiempo, los personajes tienen una llanura cotidiana que permite una identificación muy fuerte. El mecanismo es sencillo: trabajar con elementos simples en pos de apagar el ruido para poder focalizar y escuchar.
Es una película de sentidos abiertos, no parece haber ninguna postura tomada a priori. En Los convencidos se le pasa la pelota al espectador para que piense y haga algo con lo que ve, como en Náufrago donde los sueños narrados aparecen como significantes abiertos.
Es que esa noción de apertura es propia de mi sistema de trabajo. Te pongo un ejemplo: con Willy Villalobos (codirector y protagonista de Náufrago) llevábamos aproximadamente diez años queriendo hacer una película juntos, pero teníamos puntos de vista diferentes sobre cómo encarar los temas. Esa tensión se mantuvo mucho tiempo, pero a pesar de no encontrarle la vuelta nosotros seguíamos trabajando y filmando. De pronto, aparecieron los sueños y todo cambió, fue como un punto de contacto que unió todo lo que habíamos hecho y registrado. El proyecto fue siempre un proceso abierto. Y Los convencidos es un espejo de esa película, los cortos que la componen son procesos abiertos que no estaban pensados para cerrarse en ningún momento específico, no tenía que entregárselos a nadie, ni me corría algún deadline. Esto indudablemente da mucha libertad.
Filmaste a estas personas a lo largo del tiempo, en lugares distintos y sin tener en mente que lo registrado formaría una película ¿Cómo se arma el rompecabezas? Parecería que vos generas un archivo para luego navegarlo y buscar películas dentro de ese acervo.
Exactamente. Es así. Para mí todas estas películas fueron cine de archivo. Ahora estoy con un proyecto nuevo y me está costando bastante trabajarlo porque no está mi archivo, tengo que inventar algo cuando antes yo pensaba a partir de lo que ya tenía filmado de antemano. Para mí las películas son como una casa, son un lugar, hay que vivirlas y conocerlas. A mí me sale así, no puedo escribir e imaginar un personaje que va a tener determinada ropa o determinada cara que después hay que ir a buscar a un casting. Ese cine me encanta, pero no me sale, es un oficio en el que no me formé, que no conozco y que tampoco me suscita la inquietud de perseguir. Yo siempre pienso después. Mi inquietud es filmar y luego ver qué encuentro.
¿A fin de cuentas, qué es el universo de un autor? Para mí es esa relación íntima, neurótica, llámala como quieras, entre los materiales y las obsesiones de un tipo. Materiales hay un montón, pero es la obsesión particular lo que los va guiando de un lado para otro. Las películas no aparecen solo porque uno tiene una idea, hay que apropiarse de los materiales, hay que laburar.
¿Entonces, si no hay una idea a priori, de dónde nace la pulsión de ir a filmar tal o cual cosa que no se sabe para qué lado va a terminar disparando?
Yo lo pienso como si fueran islas separadas que van emergiendo y por las que tengo que transitar para llegar a un horizonte que veo a lo lejos, como una suerte de utopía. Es una fe, veo algo interesante, me meto y una vez ahí me encuentro con cosas a lo largo del rumbo. Me olvido del final y voy paso a paso, es como escribir un texto de un tirón o una bitácora de viaje: una vez que llegó a destino la película ya está hecha. Por más que haya un horizonte garantizado, la película es lo que se hace en cada parada y desvío. Yo la tengo que ver paso a paso. Los convencidos para mí es como una autobiografía, yo soy todo eso, toda esa contradicción y ese vaivén entre discusiones sobre cine, charlas profundas dichas en una cocina o debates después de un partido de fútbol.
Hace tiempo que busco el origen de la cita, estoy bastante seguro de que es de Godard. Pero hay una frase que dice que el cine se basa en tres axiomas: pensar, filmar y montar. De los tres, los más importantes son el primero y el tercero porque filmar es solo una cuestión técnica. Y de los dos más importantes el crucial es el tercero porque implica muchísimo del primero.
Es así. Esto puede sonar exagerado, pero lo que aprendí con el cine es que nosotros podemos tener en el cerebro la medida de la razón, pero no necesariamente sabemos pensar. Por más que poseamos naturalmente el raciocinio o el lenguaje eso no implica que pensemos. Hay que aprender a pensar. La lectura filosófica del cristianismo de Kierkegaard dice que uno tiene la posibilidad de escuchar la voz de Dios (lo que es un flash), pero también tiene la posibilidad de que jamás le pase. El cristianismo tiene eso: por más que uno vaya a misa todos los domingos, Dios puede no hablarte nunca. Con el pensamiento sucede algo parecido. Yo aprendí a pensar gracias al montaje, pienso gracias a él. Y esto es solo una manera de pensar, es la que aprendí yo.
¿Seguís filmando con la misma cámara de siempre?
Me es cada vez más difícil incorporar nuevas tecnologías. La nueva película que estoy haciendo la estoy filmando con otra cámara. Hasta ahora, todo lo había filmado con una Canon bastante rudimentaria para esta época. Hace dos años me compré una Black Magic y recién ahora la estoy empezando a usar. No me es fácil reemplazar tecnologías. Y no es por una cuestión de estilo, es algo de desconfianza, antes de cambiar tengo que entender bien cómo funciona la herramienta nueva. Es como si tuviera una relación muy sensorial con las tecnologías. La Canon es más rústica y genera contrastes muy marcados entre las luces altas y las bajas, ahora esta cámara da una imagen más suave y con muchísimo rango dinámico. Es muy fuerte el cambio, siento que voy a ser otra persona, otro director. Hay una lógica plástica que va a cambiar.
¿Y por qué decidiste hacer este cambio?
Quizás es una manera de imponerme cambiar de etapa. No sólo dejé de usar la Canon, sino que todo el material que registré con esa cámara se terminó, mi archivo se acabó, lo utilicé todo a lo largo de mis películas. Es como un círculo que se terminó.
Para mí no es una evolución cambiar de cámara, no me gusta pensar en esos términos. No va a ser mejor, ni peor, es otra cosa. Es un error frecuente pensar que uno con el tiempo evoluciona y mejora. Es una gran falacia, quizás uno tiene más dominio de un oficio, pero en la actividad artística esos términos no corren. Igual, no soy tonto y sé que hay una industria que legitima a determinados films en base a la pulidez de su “factura” o por el virtuosismo de sus recursos.
¿Qué películas contemporáneas te gustaron o te generaron interés?
Trenque Lauquen me gustó mucho, es una película que explora realmente las capacidades del cine y de la ficción. When the Waves Are Gone, la de Lav Díaz que se vió en el BAFICI me impresionó. Y después te puedo mencionar a las últimas dos de Lucía Seles. Me vinculé mucho emocionalmente con The Urgency of Death, es una película que siento que me dio un aire nuevo, un margen más de libertad. Hace mucho que no me pasaba eso. No sabría explicarme muy bien, pero me tocó por todos lados, vi Argentina de una manera nueva y distinta. Fue como volver a creer en el cine. Tiene un nivel de libertad que me generó un vértigo tremendo. Después de catorce años haciendo lo que quiero, es compleja la idea de ganar más libertad. Frente a esa evidencia uno se percata de que puede volverse metódico sin darse cuenta.
Esto que decís es una prueba más de que la libertad no es un término absoluto.
Creo que la libertad está en poder controlar algunas cosas y otras no, en ser consciente de que hay elementos que andan a rienda suelta. Es un salto de fe. El pensamiento del cine, del arte, es un pensamiento abierto. Todo lo que nace de este pensamiento no se puede aprehender del todo. No sería deseable. La clave, la forma del pensamiento es la de la pregunta, no la afirmación. Yo confío en el cine en tanto arte que se exhibe a personas que se acercan para mirar y para que les suceda algo ¿Con qué cosa, con qué elemento de todos los desplegados? No sé. Lo que más me interesa y me mueve, como espectador y cineasta, es el cine como forma de descubrir el mundo.
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