CINECLUBES DE CÓRDOBA (14): ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
Por Roger Koza
La semana pasada llegaban ocho películas francesas inéditas. Esta semana, ocho películas alemanas no estrenadas en Argentina podrán verse en un ciclo organizado en conjunto por el Goethe Institut y el Cineclub Municipal Hugo del Carril (Bv. San Juan 49), del jueves 29 al domingo 1.
Muchos de los títulos han pasado por la prestigiosa Berlinale, como Tormenta, de Hans-Christian Schmid, Almanya: bienvenido a Alemania, de Yasemin Samdereli, En el cielo, bajo la tierra: el cementerio judío de Weissensee. La cuestión judía también gravita en la atendible El departamento, de Arnon Goldfinger. Para los amantes de la danza y para quienes todavía recuerden con felicidad Pina, de Wim Wenders, Sueños que bailan será la elección perfecta, pues no sólo se trata directa e indirectamente de la herencia de la eximia bailarina sino que también pueden verse las últimas apariciones públicas de esa figura rutilante de la danza contemporánea.
Un título resplandece, y no es justamente un filme que por su temática convocará multitudes. Filmar la muerte temprana, en este caso de un padre de familia, puede espantar a la mayoría de los espectadores: ¿quién quiere ver el padecimiento de un hombre todavía joven al que le descubren un tumor inoperable en el cerebro? Pero se trata de un filme tan respetuoso como maduro a la hora de contar la única certeza que cualquier ser consciente no puede evitar. En Alto en el camino Andreas Dresen sigue la entropía inevitable de Frank (notable trabajo de Milan Peschel), que acompañado por su esposa (trabajo más notable aún de Steffi Kühnert) y sus dos hijos, y la presencia ocasional de otros familiares y amigos, tendrá que ir acomodándose al deterioro. La coincidencia de la enfermedad con el frío del invierno funciona como un contrapunto formal a lo largo de esta procesión. Dresen dignifica a su personaje de principio a fin. El plano final (y la línea dicha por la hija de Frank) revela la posición de Dresen, que evita tanto la crueldad innecesaria como la metafísica y la teología frente a una experiencia que siempre se resiste a la simbolización. (Jueves 29 a las 20.30hs. y sábado 31 a las 18hs)
De Alemania a Córdoba
La sala Cine Teatro Córdoba (27 de Abril 275) repone, del jueves 26 al domingo 1, dos títulos estrenados recientemente: Barbara, de Christian Petzold, y Amar es bendito, de la cordobesa Liliana Paolinelli. Las mujeres son las protagonistas, y el deseo femenino como tema une secretamente dos filmes que, en principio, por sus temáticas, no tienen nada en común.
Barbara es una notable exploración de la mentalidad colectiva alemana en los tiempos finales de la Guerra Fría. Tras salir de prisión, la médica del título parece tener una doble vida: médica durante el día, ¿espía de noche? Siempre la vigilan, una actividad que excede a la STASI. Película atmosférica y misteriosa: cierto carácter indeterminado del relato, apoyado en la gestualidad de la extraordinaria Nina Hoss, convierten a Barbara en una pieza donde cada detalle sugiere algo importante que de por sí no es evidente.
Amar es bendito es un heterodoxo melodrama lésbico que va más allá de un filme típico sobre políticas de género. El deseo femenino, sin duda, es su tema, pero la experiencia amorosa es en última instancia universal: poseer al ser amado, exigir exclusividad, proponerse suspender el contrato amoroso entre dos para sumar a un tercero (incluso a un cuarto) resultan situaciones reconocibles. Lo genial del filme de Paulinelli, que gira en torno a una pareja de mujeres que descubren tras siete años de estar juntas que su vínculo puede estar agotado, es que su relato es impredecible, lo que se comprueba en su glorioso desenlace cuando suena el Negro Videla, pasaje donde se conjura la tristeza con un repentino golpe de clarividencia.
Otro amor no tan bendito
Viajo porque preciso, vuelvo porque te amo, de Karim Ainouz y Marcelo Gomes: dos directores, que han colaborado uno para el otro en sus respectivos films precedentes (Madame Satã, El cielo de Suely y Cine, aspirinas y urubúes), codirigen esta road movie melancólica y catártica en donde un geólogo llamado Renato, al que jamás vemos pero sí escuchamos, mientras viaja por el norte de Brasil en un periplo vinculado a su profesión se va despidiendo metafórica y literalmente de su mujer, que lo acaba de abandonar. No es la primera vez que Ainouz y Gomes filman esta región del noroeste de Brasil, un territorio del que Glauber Rocha supo extraer, a pesar de su sordidez y su pobreza ostensible, la riqueza simbólica de una nación; aquí, los directores literalmente proponen un viaje (formalmente) subjetivo sostenido en la mirada de su personaje central, y en esa perspectiva Gomes y Ainouz no sólo descubren la tierra rajada, procesiones religiosas, un misterioso monumento en el que se conmemora la llegada del siglo XX, y los múltiples rostros del pueblo brasileño, sino que además exponen discretamente algunos elementos de la masculinidad en torno a la fantasía y la vida afectiva del género, lo que incluye cierto machismo difuso que se puede constatar en la interacción terapéutica que los hombres experimentan con prostitutas. La belleza del título se corresponde con todo el metraje, y en algunos pasajes Gomes y Ainouz consiguen reinventar uno de los géneros más placenteros del cine donde se explicita una noción de cine según la cual viajar y filmar son dos acciones equivalentes.
Chantal Akerman en Israel
La gran directora belga filma una suerte de diario confesión desde un departamento prestado en Tel Aviv durante un período de su vida de total reclusión e incluso de depresión. En las antípodas de La ventana indiscreta, todo lo que se ve desde su ventana no invita a descubrir ninguna historia entre sus vecinos: la vida es monótona y repetitiva. Pero sí existe la Historia: la voz en off de Akerman permite adivinar que su pesadumbre está enraizada en la experiencia insuperable de ser hija de sobrevivientes del Holocausto. Allá: filme minimalista, a veces irrespirable, de una inteligencia notable. (Jueves 22, a las 20.30hs, en el Cineclub La Quimera, Teatro La Luna, Pasaje Escuti 915)
Esta nota se publicó en otra versión en el diario La voz del interior durante el mes de agosto 2013
Roger Koza / Copyleft 2013
Akerman, opta por hacer un parcial autorretrato de una estadía suya en Israel, durante una crisis depresiva, pero en lugar de filmarse a si misma, y tratar de trasmitir el padecimiento por lo que su rostro puede sugerir, escoge hacernos mirar lo que ella mira. Que no es mucho, o más bien no es nada. Porque sus pensamientos están en otra parte, o ninguna, y no se relacionan, salvo fugazmente, con lo que sus ojos están viendo. Esos pensamientos afloran a través del discurso. Un discurso libre, extraviado, doloroso. Un pensamiento que vuelve a rememorar el pasado, el período de la segunda guerra mundial, a su padre y su primer intento de llegar a donde ella está ahora, como una manera de entender su sufriente presente.
En algunos momentos, recobra su conexión con el afuera: mira a su vecino, escucha ruidos, planifica o evoca un paseo reciente. Entre un grupo de frases acerca de su padecimiento, de esas que a casi nadie les gusta escuchar, hay largos silencios y extensos planos fijos, que nos obligan a meditar sobre lo que acabamos de escuchar, y nos producen la extraña sensación de acercamiento hacia ese ser cuyo rostro nunca vemos.