CINECLUBES DE CÓRDOBA (36): CLÁSICOS PARA TODOS
Por Roger Koza
¿Qué diría Víctor Tellez, que vuelve a las pantallas cordobesas, sobre algunas de las extraordinarias películas programadas esta semana por los circuitos alternativos: una comedia grandiosa de Ford de la década del ’30, una road movie de los ’70 interpretada por Barry Newman (el actor de Petrocelli) y un relato hipnótico que gira en torno al vudú dirigido por el gran Jacques Tourneur?
Víctor Tellez, nacido de la imaginación de Hernán Guerschuny (uno de los directores de la revista Haciendo Cine), es el protagonista de El crítico, la ópera prima de Guerschuny: un crítico de cine (interpretado por Rafael Spregelburd) que odia la comedia romántica, idolatra a Godard, piensa en francés y profesa un cinismo beligerante. ¿Un clisé? Por supuesto, pero conscientemente buscado para trabajar –a veces con la distancia precisa– a favor de un humor que se desprende de la explotación del lugar común. Tellez se enamorará de una mujer en las antípodas del dogma dictado por su imaginario y sentirá que está atrapado en una comedia romántica. (De hoy al miércoles 25, en Espacio INCAA de Ciudad de las Artes)
El clisé también está presente en Punto límite: cero (1971), pero este filme tuerca, dirigido por Richard Sarafian y escrito por Guillermo Cabrera Infante, alcanza instantes sublimes y va más allá de sus premisas iniciales, que parecen estar inscriptas en varias figuras arquetípicas que van desde el hippie al tardío rebelde sin causa. El gran tema de fondo es la velocidad extrema como virtud del espíritu y expresión de una forma de libertad en el país de Jefferson, aunque el problema fáctico del señor Kowalski consistirá en cómo sortear el conjunto de obstáculos reales y simbólicos que la sociedad estadounidense interpone en su camino.
Algunos flashbacks heterodoxos explican un poco el pasado de este hijo del viento (alguna vez policía y piloto profesional) que vuela con su Dodge, pero lo que importa sucede durante el viaje: son los encuentros con un motoquero, un cazador de serpientes, una comunidad hippie perdida en el desierto, unos ladrones de la ruta y una bellísima mujer interpretada por Charlotte Rampling los que significan su periplo a toda marcha.
En este filme, que está en las antípodas de Rápido y furioso, las panorámicas y varios de los encuadres elegidos por Sarafian son soberbios, pero nada es comparable a los lúcidos parlamentos radiales de Super Soul, un DJ afroamericano que defiende a Kowalski por ser el último héroe de una nación que ha traicionado sus sueños de libertad. (Jueves 26, a las 20.30hs, en el Cineclub La Quimera, Teatro La Luna, Pasaje Escutti 915).
En Barco a la deriva (1935), de John Ford, no son los autos (ni los caballos) sino los barcos los protagonistas (industriales) del relato, en este filme que culmina con una carrera de barcos por el Misisipi. El tono humorístico está de principio a fin, aun cuando el motor narrativo principal pase por evitar la ejecución del sobrino del protagonista, que por proteger a una mujer mató a un hombre en defensa propia.
Para salvarlo, el tío, encarnado por Will Rogers, que vende una poción mágica del tiempo de Pocahontas y administra un barco a vapor devenido en museo de cera de la historia universal, busca al único testigo del hecho: un Moisés estadounidense que predica en la región recorriendo todos los pueblos costeros. El desparpajo con el que Ford puede unir todos estos elementos es admirable (véase el momento en el que finalmente encuentra al personaje bíblico). Esto no impide que Ford introduzca alguna que otra escena conmovedora y no menos lunática, como el matrimonio celebrado en una cárcel o el pasaje en el que el condenado usa un serrucho como instrumento musical. (Martes 26, a las 21hs, en Cinéfilo Bar, Bv. San Juan 1020)
Yo anduve con un zombie (1943), de Jacques Tourneur, debería ser estudiada todos los años en las escuelas de cine. Lo que sucede con la luz en este filme mágico e inclasificable es una demostración de la maestría del director en un gran momento del cine clásico estadounidense.
La contratación de una enfermera estadounidense para cuidar a la mujer de un millonario que vive en San Sebastián, en Las Antillas, le permite a Tourneur confrontar con el terror como si fuera siempre un choque de creencias inconmensurables o la simple constatación de la insuficiencia del propio credo frente a ciertos fenómenos que no responden a un orden simbólico conocido. Es ésta la experiencia que atravesará Betsy al lidiar con un universo en el que los ritos vudú no equivalen necesariamente a la superstición. (Sábado 28, a las 19hs, en el Hugo del Carril, Bv. San Juan 49).
Atorado es una de las pocas películas en las que la advertencia epistemológica y moralista, basada en un hecho real, adquiere por su absurdo hiperbólico un extraño sentido de verdad y pertinencia ética. En esta comedia negrísima, esencialmente un cuento político, una joven y bella enfermera de un geriátrico, después de una noche de éxtasis, atropella a un desempleado cuyo destino es vivir en la calle. El accidente funciona como un catalizador de todas las coordenadas simbólicas de una sociedad, la norteamericana, y Gordon, con una idea precisa de puesta en escena, se transforma en un sociólogo humorista del egoísmo de una nación y es capaz de exponer en una hora y media el ethos de un pueblo. (Hoy, a las 20.30hs, en el Hugo del Carril, Bv. San Juan 49).
Este texto fue publicado en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de junio 2014
Roger Koza / Copyleft 2014
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