CINECLUBES DE CÓRDOBA (45): LAS IMÁGENES DE LOS OTROS
Por Roger Koza
La cuarta edición de la Semana de Cine Árabe en la Ciudad de Córdoba, organizada por el LATINARAB y auspiciada por la Agencia Córdoba Cultura, se celebra desde el jueves 4 hasta el domingo 7 en el Cineclub Municipal Hugo del Carril. Este evento no podría llegar en un momento más necesario y propicio. El mundo árabe sigue siendo el gran fuera de campo de nuestras salas cinematográficas: ¿cuándo se ha estrenado un filme libanés, tunecino o palestino? Prácticamente nunca. Es cierto que alguna vez se estrenó la magnífica Intervención divina, de Elia Suleiman, y que este año La bicicleta verde pasó por las salas comerciales, pero fueron excepciones. Las imágenes ausentes constituyen una regla, lo que implica posibles prejuicios latentes. Ver a través del cine permite siempre resignificar lo que se desconoce.
Más de una docena de largometrajes y un conjunto de cortos constituyen la selección de este año. Se destacan títulos como La última estación, The Lebanese Rocket Society, Stray Bullet, Palestine Stereo, Sleepless Nights y Port of Memory, muchos de ellos hits en festivales internacionales y temáticos. Una buena decisión por parte de Edgardo Bechara El Khoury y Beatriz Halak, responsables directos de la programación, es haber incluido Habi, la extranjera, una película que merece una revisión, ya que pasó por los cines cordobeses sin el merecido reconocimiento del público. La ópera prima de María Florencia Álvarez, que cuenta con un trabajo memorable de Martina Juncadella, se centra en la experiencia de una joven llegada del interior para entregar unas artesanías en Buenos Aires. Por azar, visitará un velorio musulmán y pronto quedará fascinada por una cultura y una religión de las que nada conoce, a tal punto que llegará a “convertirse” al Islam. La exploración de la adolescente es indirectamente una invitación a observar algunas prácticas cotidianas y reconocer ciertas creencias, propias de la comunidad musulmana de Buenos Aires, que el filme retrata con respeto y admiración.
Entre todos los títulos hay uno que merece especial atención: Dos metros de esta tierra, la ópera prima de Ahmad Natche, película que arrancó su recorrido internacional en el prestigioso Festival Internacional de Cine de Marsella y que permite desarticular inmediatamente cualquier representación mancillada por los típicos prejuicios negativos que a veces recaen sobre la figura del palestino.
Dos metros de esta tierra gira en torno a los preparativos de un festival de música que tendrá lugar en Ramallah. Todo lo que sucede está circunscripto a pruebas de sonido, ensayos de los grupos, entrevistas, montajes de videos institucionales. La interacción entre los personajes, en su mayoría jóvenes, que incluye extranjeros tales como una visitante japonesa que habla árabe y una joven francesa que trabaja en el montaje de una película sobre la Revolución palestina, revela una cierta amabilidad que sobrevuela la totalidad de la película. Este retrato de la juventud actual es concebido dialécticamente a partir de una secuencia inicial en la que se ven y comentan algunas fotos, tan inquietantes como comprensibles, de la militarización general de una sociedad a mediados de la década de 1960 en respuesta a los acontecimientos políticos de ese entonces.
Excepcional película la de Natche, cuyo sentido de puesta en escena materializa de principio a fin lo que define la identidad palestina contemporánea por excelencia: una experiencia del espacio vivido como sustracción permanente, lo que define la concepción visual del filme. El delicado humanismo y la lucidez política de Dos metros de esta tierra, título inspirado en un poema del gran Mahmoud Darwich, conjuran cualquier sospecha que se pueda tener respecto del pueblo palestino.
Este artículo fue publicado en el diario La voz del interior durante el mes de septiembre 2014
Roger Koza / Copyleft 2014
Dos metros de esta tierra
Puede ser un estereotipo, pero uno escucha la palabra palestino y piensa enseguida en guerras, sufrimientos, matanzas y otras cosas desagradables. Sin embargo, esta película, contribuye de muy buen modo a romper con estos prejuicios. La capacidad del director para transmitir un clima amable, una convivencia armoniosa entre los miembros de este pueblo, es destacable. Se ve a los personajes cumpliendo sus roles sin crispaciones ni peleas. Natche se las ingenia para transmitir una imagen compleja y a la vez querible de un pueblo que la mayoría de las veces es noticia por sus angustias. Gran parte del secreto, está en los diálogos cuidados, que tienen como uno de sus principales atractivos, la sorpresa y el interés que demuestra cada interlocutor, por lo que dice o cuenta el otro, su avidez por conocer las experiencias de vida del prójimo. Todos filmados sin recurrir al plano y contraplano.
El destacado papel de las mujeres, se pone en evidencia desde la primera secuencia, no con discursos altisonantes, sino con su presencia en variados roles laborales. Desde la conductora de TV, que busca fotos para su programa, hasta la estudiante de periodismo, que trata de captar testimonios del evento, pasando por las bailarinas, son muchas las mujeres que asumen roles activos. El machismo atribuido con insistencia a los árabes de todas las nacionalidades, no parece existir entre los palestinos, al menos entre los integrantes de una clase media intelectual como la que se retrata en el filme.
Los planos filmados en exteriores son otro punto fuerte del filme. Un viento omnipresente, que acaricia los rostros, el cabello y la indumentaria de las chicas y muchachos que esperan pacientes por los ensayos de la danza y el comienzo del festival, es retratado en morosos planos medios fijos, y hace de esta simple experiencia un evento lleno de gozo.
La historia de este sufrido pueblo, no está ausente en el filme, pero Natche muestra su talento al retratar las escenas alusivas, con originalidad. Desde el comienzo mismo de la película, el tema de la guerra está presente, cuando una sucesión de fotos en blanco y negro, de palestinos en uniforme, hombres y mujeres, va haciendo emerger el pasado. Luego, el testimonio de la mujer mayor, que relata con resignación pero sin gestos melodramáticos, las pesadillas por las que tuvo que pasar desde su primera infancia. También cuando algunos jóvenes recuerdan la dificultad que imponen los israelíes para moverse, haciendo de Ramala y otras ciudades palestinas, verdaderos guetos.
La película tiene una belleza rabiosa, y un sentido político muy preciso pero discreto. La vi hace ya unos cuantos meses, pero el plano final tiene un sentido histórico-topológico muy afín al materialismo del cine de los Straub: memoria y resistencia del territorio ocupado.
Muy bien dicho. Y estoy de acuerdo con lo que dice de los Straub, una referencia a Ahmad le encantaría reconocer. Saludos. RK
Justo recién pensaba en eso mismo de los Straub, pero creo que en realidad lo que tiene de Straub viene de Suleiman.
Creo que es una hipótesis arriesgada: no sé hasta que punto Suleiman puede inspirarse en los Straub (y no eventualmente en Tati) y sí estoy seguro de la familiaridad de Ahmad con la obra de los Straub. El film, de todos modos, es enteramente autónomo. RK