CINECLUBES DE CÓRDOBA (62): ENTRE LA VIDA Y LA MUERTE
Por Roger Koza
Fue la revelación del cine japonés de la última década del siglo XX. En Argentina, cuando todavía se estrenaban películas japonesas diversas y el señor Hirokazu Koreeda no monopolizaba el mercado vernáculo con las suyas –a menudo remedos del cine de Ozu–, se podía llegar a ver en cartelera algún título del gran Takeshi Kitano: Flores de fuego, El verano de Kikujiro, Zatoichi.
Esta semana se exhibe Sonatine, uno de los grandes títulos de Kitano, en el que vuelve a ocupar el corazón del relato la obsesión por el acto del suicidio frente a una existencia sombría y atravesada por el gangsterismo como forma de vida. En un tiempo histórico desprovisto de un marco referencial tradicional que dé sentido a los actos cotidianos y fundamentales, el yakuza sustituye al samurái y el seppuku es reemplazado por un seco balazo en la sien sin ritual de por medio.
Sonatine cuenta la historia de un mafioso interpretado por el mismo Kitano que, en pleno enfrentamiento entre dos grupos opuestos de yakuzas, se retira con algunos de sus súbditos a una zona costera de Japón. A la espera del enfrentamiento final, los miembros del clan del personaje de Kitano se relajan un poco y experimentan una suerte de regreso a la infancia, una edad de la inocencia en la que disparar a alguien como práctica cotidiana es algo del orden de lo inimaginable. Kitano propone entonces un conjunto de escenas frente al mar en las que los yakuzas juegan y se divierten. Mientras, la confrontación entre clanes va escalando dramáticamente hasta que llega el momento del tiroteo, escenificado magistralmente por Kitano: una panorámica del edificio en el que tiene lugar la balacera transformará los gatillazos en breves relámpagos de pólvora que iluminan el espacio de combate.
Los mejores momentos en el cine de Kitano recaen siempre en sus arranques líricos y lúdicos. En esta ocasión, las hermosas melodías de Joe Hisaishi preparan y acompañan las secuencias en donde los yakuzas se desmarcan de la pulsión de muerte por un rato y simplemente se dejan estar. Los juegos en la playa son geniales, aunque Kitano en cierto momento de esas secuencias felices anticipa el suicidio, como si se tratara de un juego entre otros. Por cierto, Kitano es uno de los pocos directores contemporáneos que demuestra otros modelos poéticos de utilización de música extradiegética (la que no escuchan los personajes en su realidad). Es extraordinario entender cómo decide musicalizar cada escena, concibiendo la música como un factor dramático que no decide sobre el estado de ánimo en la recepción de los espectadores sino que es más bien una forma de exteriorización de la vida anímica del momento de los personajes.
Sonatine es un film notable. (Martes 31, a las 20.30hs, en Hugo del Carril, Bv. San Juan 49)
Formas de despedirse del mundo
El viejo Cine Teatro Córdoba se ha convertido en un nuevo espacio y vuelve entonces a funcionar a la vieja usanza: entre las dos películas elegidas para este regreso se encuentra Ida, la magnífica primera película polaca del director Pawel Pawlikowski (Mi verano de amor), a la que se le otorgó el Óscar a la mejor película extranjera en la última edición de la fiesta de la industria del cine estadounidense. La historia transcurre en la década del ‘60, en una Polonia tan gris en su atmósfera tanto natural como política. Una joven novicia huérfana y católica se entera de que tiene una tía y de que además es judía. El otro familiar que le queda con vida es una jueza que se ha dedicado a desenterrar –literalmente– a los muertos que el nazismo asesinó con ayuda de colaboradores polacos. La forma de encuadre elegida por Pawlikowski, en la que los personajes siempre parecen atraídos por la fuerza de gravedad, sugiere que estamos ante un filme de entierros permanentes. Aquí también hay decisiones capitales: en cierta forma, las elecciones de la tía y la sobrina tienen que ver con una elección de no estar en el mundo, y es estupendo cómo el director elige mostrar y sugerir estas elecciones. (Del viernes 3 al domingo 5, en 27 de abril 275)
El mono que filma
El cameraman es una de las grandes películas sobre el cine de la historia y una de las mejores de Buster Keaton. Aquí, el cómico interpreta a un tipo medio perdedor que filma absolutamente todo al mismo tiempo que quiere conquistar a una mujer. Entre las cosas que filmará hay una batalla entre las mafias chinas en Estados Unidos, un documento que ganará en importancia más tarde, una secuencia concebida con ostensible destreza estética no exenta de una comicidad perfecta. Pero lo mejor del filme estriba en su final, cuando un mono ruede una escena clave para determinar la autoría de una acción fraudulenta, instante en el que se demuestra el poder ligeramente objetivo de una cámara, capaz de funcionar como testigo de lo real y vehículo de justicia. (Sábado 4, a las 19.30hs, en cineclub Pasión de los fuertes, Bv. San Juan 49)
Este texto fue publicado en el diario La voz del interior en el mes de marzo 2015
Roger Koza / Copyleft 2015
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