CINECLUBES DE CÓRDOBA (71): LA MIRADA DE LOS EXCÉNTRICOS

CINECLUBES DE CÓRDOBA (71): LA MIRADA DE LOS EXCÉNTRICOS

por - Cineclubes de Córdoba, Críticas
15 Jun, 2015 03:18 | Sin comentarios
Buster Keaton, aka "The Great Stone Face," brought side-splitting comedy to the silent-screen era. Here, he's pictured in 1924's The Navigator.

El navegador

Por Roger Koza

Buster Keaton, figura y genio. El presunto rival de Chaplin es tan genial como el hombre del bigote, aunque fuera de la cinefilia no siempre se lo conoce a fondo. Una buena iniciación al arte de Keaton es El navegador (1924), filme suyo codirigido con Donald Crisp, en el que el cómico interpreta a un millonario que decide casarse y pasar la luna de miel con su (potencial) prometida en un transatlántico de la época. Si el primer problema consiste en que la mujer elegida se entera tanto de su boda como de su viaje a pocas horas de que ocurran, el verdadero drama consistirá en que por motivos inesperados el navío dejará el puerto sin tripulación ni pasajeros, siendo ellos los únicos en él. Ése es el punto de partida inverosímil que desata paulatinamente una interminable cantidad de gags de un ingenio absoluto. Todos los recursos del cine se ponen en juego al servicio de una comicidad de suprema inteligencia y elegancia.

Hay que ver para creer: Keaton convierte la proa, la escotilla, la cocina y los camarotes en un escenario casi circense en el que los dos personajes corren de aquí para allá haciendo piruetas obligados por las situaciones adversas en las que están inmersos. Los últimos minutos de El navegador están entre los mejores del cine mudo en general y del cine de Keaton en particular, instancia en la que Keaton, con un viejo traje de buzo, intenta inmovilizar el barco ante la amenaza de unos caníbales que observan desde la costa con sospecha y antipatía. Todo lo que sucede desde el momento en que Keaton se sumerge en adelante es un despliegue alucinante de pequeños detalles humorísticos interminables. Las langostas, los peces espadas, los caníbales, un mono y algunos motivos –el mito, el progreso científico– pierden las referencias características de lo real y todo se convierte entonces en un delirio maravilloso. Sucede que el humor es siempre una forma de hallar una fisura respecto de algo establecido; a través de él puede verse cómo un fenómeno cualquiera y normal, en otro orden de cosas, revela la inconsistencia de todas las invenciones humanas y la contingencia de las creencias. (Hoy, a las 19 h, en el Cineclub Juan Oliva, Bv. Chacabuco 737 – 4.° piso)

La fisura, justamente, es el tema de País de Cucaña (1971), de Pierre Étaix, un documental observacional acompañado de entrevistas, a veces en off y otras en cámara, en el que el genial director de El gran amor (1969) articula una exploración del imaginario francés de principios de los ‘70. La presentación es antológica: Étaix hundido literalmente en fotogramas anuncia de qué va su película. Así se escenifica un contundente ataque de rollos de películas que van tomando todos los espacios filmados.

Después de ese prólogo poderoso arranca esta crítica social que gira en torno al erotismo, el viaje a la Luna, el matrimonio, los efectos de la televisión, el ocio y la música, entre varios temas que aparecen sin un orden preciso, un poco redundante y pedestre en ocasiones. Étaix canaliza los efectos simbólicos del Mayo Francés mientras descubre cómo sus conciudadanos prefieren el limbo en vez del cuestionamiento de lo real, lo que explica cierta misantropía difusa presente en el filme, temple de ánimo extraño al universo cómico transitado por el director en sus películas previas. País de Cucaña no deja de ser, no obstante, una película que debe ser vista, pues se trata de un título singular en la obra de un director excéntrico y genial. (Hoy, en el cineclub Juan Oliva, a las 21 h)

La France (2007), de Sergei Bozon, es uno de los musicales recientes más hermosos y extravagantes que ha dado el cine. La historia tiene lugar durante la Primera Guerra Mundial. Una mujer recibe una carta dolorosa y elegíaca de su marido, que está en el frente, y decide ir tras él uniéndose a un pelotón. Para poder hacerlo se disfraza de hombre, un engaño piadoso en consonancia con el espíritu de los soldados, que en verdad son todos desertores, condición que también disimulan.

El espíritu antibélico del filme es permanente, y la retirada voluntaria del frente no tiene aquí ningún valor antipatriótico sino humanista, y en un sentido radical. Lo extraordinario del relato consiste en que el ocio de los combatientes viene siempre acompañado de actos musicales interpretados en el mismo registro por los músicos Fugu y Benjamin Esdraffo, ambos diseminados entre los soldados. Se trata de piezas sonoras que operan como una irrupción bizarra y apacible frente a la lógica del relato, un peculiar método de distanciamiento, aunque es un procedimiento formal misteriosamente orgánico respecto de la puesta en escena general. El trabajo de Sylvie Testud es sólido como siempre, y el de Pascal Greggory sobresaliente, demostrando ser uno de los grandes actores de su generación. (Martes, a las 21 h, en el Cineclub Cinéfilo, en Bv. San Juan 49)

Este texto fue publicado en el diario La voz del interior en el mes de junio de 2015

Roger Koza / Copyleft 2015