CINECLUBES DE CÓRDOBA (74): DOS MAESTROS
Por Roger Koza
“En una película todo es forma”, dice Johan van der Keuken en su extraordinario film Herman Slobbe / El chico ciego 2 (1966), en el que el gran maestro holandés se pregunta cómo filmar a los ciegos, aquellos que en principio está impedidos de convertirse en espectadores cinematográficos. La respuesta o el modo de aproximarse a un mundo desprovisto de imágenes, es también aquí una forma de pensar el cine.
Gran lección de van der Keuken: el cine es una forma, pero como tal no solamente se define por el impacto de la luz en su trayectoria temporal hacia el choque de cuerpos y objetos, sino también por la dimensión sonora, menos pensada y percibida en general, pero tan determinante como el concepto fotográfico que tiende a sobreponerse por hábito.
Van der Keuken filma en 1964 algunos de los estudiantes de un instituto especializado para ciegos en Holanda. Simplemente se atiene a observar a quienes no lo pueden observar pero sí oír. Esa asimetría perceptiva se va incorporando lentamente en la puesta en escena, de tal forma que el sonido comienza a invadir el campo visual, una forma de transmisión física de la experiencia de los protagonistas. Los estudiantes aprenden manualidades, juegan, pasean, hacen gimnasia. En la práctica de atletismo, el cineasta holandés consigue capturar la relación de sus personajes con el espacio, apelando en el momento justo a un ralentí en el que se entiende perfectamente la experiencia de un cuerpo que no se vale de la vista para desplazarse en el espacio. El chico ciego (1964) es ya una exposición acabada de cómo se tiene que pensar la puesta en escena en el cine.
En 1966 van der Keuken regresa al instituto para encontrarse con uno de esos estudiantes, Herman Slobbe, a quien el director siempre recordaba especialmente. Aquí, se trata de seguirlo en su cotidianidad (una práctica de judo, un paseo por un parque de diversiones, un campamento) e interactuar con él tratando de ir más a fondo en las implicancias de estar en el mundo sin mediación óptica alguna. Ante la pregunta sobre su vocación, Slobbe responderá que le encantaría convertirse en técnico radial, y al respecto habrá una demonstración inolvidable sobre ese deseo, que involucra la percepción auditiva de Slobbe de una carrera de autos, secuencia en la que la película alcanza su mayor esplendor y emoción.
Hay que decir que el cineclub Hugo del Carril le dedica un foco sustancioso al director, y que si estas dos películas son excepcionales, las otras 12 que completan el ciclo no lo son menos, en especial las notables Hacia el sur (1980) y Ámsterdam Global Village (1996). (Del jueves 9 al domingo 11, Bv.San Juan 49)
Una cita con Malle
Dijon, 1954. Dos adolescentes caminan por la ciudad pidiendo dinero para la Cruz Roja en Indochina. “Un país sin colonias está perdido. Mira a los ingleses”, dirá mucho después un personaje durante una fiesta. La presencia del contexto histórico es una constante en la hermosa El soplo al corazón (1971) de Louis Malle. El final, por cierto no será menos preciso, cuando el director cierre su película con una composición entre irónica y amable del retrato “feliz” de una familia aristocrática que solamente puede sostener su relato filial armónico en una mentira difusa, acaso piadosa, pero sistemática. Del plano inicial al de cierre, un único tema, y tratado con suma elegancia: la adolescencia de Laurent y su mirada sobre el mundo y su familia, con sus inquietudes filosóficas y sexuales.
En el Cineclub de la Biblioteca han decidido organizar un foco en Louis Malle (durante todo el mes de julio), un director injustamente olvidado. El soplo al corazón es una película semiautobiográfica, en la que el joven Laurent transita su adolescencia con las marcas del tiempo y su pertenencia de clase. Ver al protagonista leer El mito de Sísifo de Camus, preocuparse por las meditaciones de Heidegger en torno a Heráclito y estar fascinado por Charlie Parker constituye un signo de una adolescencia de otro tiempo. Estos intereses no están divorciados aquí del erotismo, incluso si el sacerdote de la escuela (un joven Michael Lonsdale, un actor siempre formidable) le sugiera guardar su pureza para su futura esposa. Más audaz todavía es cómo Malle introduce el tema del Edipo irresuelto del protagonista, comprensible debido a la sensualidad explícita de su madre (Lea Massari), el cual llega en cierto momento a rondar el incesto cuando el joven viaja con su madre a una especie de spa para pudientes. Notable puesta en escena, en parte debido al excelente trabajo del gran fotógrafo argentino Ricardo Aronovich. (Sábado 11, a las 22 h, Bv. San Juan 49).
Este texto fue publicado en el diario La voz del interior en el mes de julio 2015
Roger Koza / Copyleft 2015
Memorable la definición de Zizek sobre El soplo al corazón: “It’s one of those nice gentle French movies where you have incest.» («Es una de esas lindas, gentiles películas francesas donde hay incesto»)
Y el resultado es asombroso. Es tan delicada la escena y la preparación de todo lo concerniente a ese momento que ni siquiera se percibe como un escándalo. Saludos. RK