CINECLUBES DE CÓRDOBA (76): LA VIDA EN LOS BARRIOS
Por Roger Koza
El mundo es demasiado grande para recorrerlo y conocerlo. Se necesita tiempo, ciertas libertades que no todos tienen y, lógicamente, dinero, lo que siempre (nos) falta. Por suerte, algunos cineastas aplican su curiosidad a filmar sociedades desconocidas, ciudades lejanas, paisajes apenas imaginados. El buen cine poco tiene que ver con el turismo, y menos aún con los placeres diletantes del exotismo. Los viajeros de cámaras al hombro saben que viajar y filmar pueden ser términos intercambiables, y que al hacerlo incitan al conocimiento. Eterno es el agradecimiento que se le debe profesar a cineastas como Herzog, van der Keuken, Ivens, Roach, entre otros. Con ellos hemos sabido algo más del pluralismo de nuestro mundo.
En esa liga de cineastas exploradores hay que agregar ahora un nuevo nombre: Emmanuelle Demoris; al menos, a juzgar por su notable segunda película dividida en cinco capítulos llamada Mafrouza, es inobjetable que pertenece a esta tradición. En efecto, por dos años, en la década pasada, la directora nacida en Inglaterra se instaló en el barrio que da nombre a su filme, situado en la mítica Alejandría, al norte de Egipto. El trabajo de campo se percibe desde los primeros minutos del episodio inaugural denominado Mafrouza: ¡Oh, la noche!, debido a la forma en que Demoris comprende topológicamente el barrio y lo incorpora como motivo visual de su puesta en escena: el horizonte parece elidido, la realidad luce plegada sobre sí y la reducción del espacio es una evidencia absoluta. Se trata de hacer sentir físicamente la existencia material de este emplazamiento signado por la hacinación y la precariedad; el barrio reposa literalmente sobre un pretérito cementerio.
Pero lo que podría ser un filme sobre el sufrimiento y la descomposición es literalmente un retrato sobre la alegría, el baile, la música, la poesía, la resiliencia, incluso la religión y la tolerancia. Demoris registra casamientos, fiestas callejeras, diálogos domésticos de una riqueza inesperada en la que despunta un vitalismo apabullante. Esto se ve tanto en los jóvenes que “rapean” en las calles unas rimas de una creatividad ostensible como en un hombre que vive regularmente con su casa inundada y no se entrega frente a esa desgracia. Mafrouza: ¡Oh, la noche! es una de las grandes películas sobre la voluntad de vivir, verificable en cada uno de los personajes que se encuentran con la cámara de Demoris como si ella no estuviera registrándolos. (Martes 4, a las 21.00 h, en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, Bv. San 49)
En otro barrio, en otro tiempo
Killer of Sheep es el título de la extraordinaria ópera prima de Charles Burnett, filme que transcurre en el barrio de Watts, localizado en Los Ángeles, habitado mayoritariamente por afroamericanos. Esta tesis de graduación de 1977 se convirtió con el paso del tiempo en uno de los retratos más fieles de los guetos en Estados Unidos, como alguna vez señaló el crítico estadounidense Jonathan Rosenbaum.
La historia gira en torno a la vida de un hombre que trabaja en un frigorífico, está casado y tiene dos hijos. La alienación personal es aquí tan evidente como la ternura que define los vínculos domésticos, lo que contrasta en cierta medida con el clima social circundante del barrio, sin que la hostilidad y la violencia predecibles frente a circunstancias sociales como las que se sugieren adquieran protagonismo en el relato. Burnett se limita a registrar la cotidianidad barrial y doméstica: los chicos jugando en las calles, los tiempos de ocio de los mayores, la familia reunida en la mesa y algún que otro instante romántico sin concatenar sus escenas en la construcción integral propia de una lógica narrativa clásica. La repetición de los días se conjura no tanto organizando un relato con una resolución sino más bien poetizando momentos ordinarios de la vida cotidiana, como cuando el protagonista y su mujer bailan en un cuarto o la hija pequeña consuela a su padre después de una de las tantas jornadas devastadoras de trabajo, las cuales se intercalan con momentos de descanso y encuentros familiares.
El blanco y negro impone cierto tono nostálgico, a veces acentuado también por algunas elecciones musicales que tienden a enfatizar un paisaje emocional propenso a la melancolía. La película es una singularidad hermosa, y sus personajes, presencias que permiten creer que la dignidad humana no es un concepto vacío o equívoco. (Jueves 6, a las 20.30 h, en el cineclub La Quimera, Fructuoso Rivera y Pasaje Escuti)
Como de costumbre, el crítico y programador Jesús Rubio elige revisar la obra de un director que no está incluido (automáticamente) en el panteón de los consagrados, pero que ha sido fundamental en la historia del cine. En este caso se trata de Nicolas Roeg. El arranque es fenomenal, pues la película que se verá este miércoles 5 a las 22.00hs, en el Cineclub de la Biblioteca (Bv San Juan 49) es Más allá de…, más conocida como Walkabout.
Esta obra maestra imperfecta, valga la paradoja, del realizador inglés transcurre íntegramente en el desierto australiano, o, más precisamente en el territorio de los nativos de aquellas tierras quienes viven todavía en el tiempo del sueño.Cuando un niño y su hermana mayor se ven obligados a vagar por lo inhóspito del desierto, un joven aborigen (el maravilloso David Gulpilil en su debut cinemarográfico) será quien los protege en una travesía no exenta de amenazas naturales y de aprendizajes culturales.
Roeg utiliza el encuentro de dos culturas radicalmente opuestas para meditar sobre las diferencias y semejanzas entre la vida moderna y la vida “primitiva”, aunque más allá del apunte sociológico el poder de este cuento intercultural yace en demostrar el misterio habitualmente no percibido de la comunicación humana.
Hipnótica y atmosférica, Más allá de o Walkabout remite a ciertos pasajes míticos de La noche del cazador, y bien anticipa el cine de Mallick, en especial Días de gloria, La delgada línea roja y El nuevo mundo; un film único, de esos que no se olvidan, pues aquello que recuerda uno de los personajes en la última escena de la película es precisamente lo que ocurrirá con el espectador. Sí, una película-experiencia, una película cuyo impacto atraviesa el orden simbólico hasta alcanzar lo más primitivo de nuestra especie.
Vuelve a cartelera
Si bien no se trata de la mejor película de Olivier Assayas, El otro lado del éxito representa muy bien algunas de sus inquietudes que se repiten a lo largo de una filmografía tan cambiante como impredecible; en este caso, las relaciones que se establecen entre el cine y la economía (capitalista), la consciencia del paso del tiempo y el narcisismo de los actores, temas que ya aparecían en su magistral Irma Vep, película precedente a la que remite esta última del director francés.
Juliette Binoche es una actriz famosa que, sin estar convencida, acepta un papel para representar en el teatro una obra que supo interpretar tres décadas atrás, en el inicio de su carrera, encarnando ahora a otro personaje, algo que la edad le impone. El relato se desarrolla en Sils Maria, en un lugar ideal para que la actriz prepare su papel mientras la acompaña su asistente personal. Es una geografía no menos perfecta para que Assayas demuestre que las montañas también pueden ser una entidad dramática y no un mero paisaje. La interacción entre Binoche y su ayudante, y posteriormente la actriz que será parte de la pieza a estrenar, funciona dramáticamente para poner en juego un enfrentamiento generacional como también sugerir la injerencia del mundo del espectáculo en la intimidad de sus integrantes. (Del jueves 6 al domingo 9, en el Cine Arte Córdoba, 27 de abril 275)
Este artículo fue publicado en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de agosto 2015
Roger Koza / Copyleft 2015
Últimos Comentarios