CINECLUBES DE CÓRDOBA (93): UNA EXPERIENCIA FÍSICA
Por Roger Koza
Vuelve La Quimera (en el Teatro La Luna, Fructuoso Rivera y Pje. Escuti, Barrio Güemes), el mítico cineclub cordobés que más cinéfilos ha formado por décadas y que sigue haciéndolo año tras año. Y en esta ocasión se trata de un regreso con gloria y osadía. Solamente quienes creen profundamente en el cine y en el espectador son capaces de arrancar una nueva temporada con una obra maestra exigente como pocas y singularísima: Duro ser un dios, del recientemente fallecido Aleksei German. Es un testamento cinematográfico y una especia extinta de películas que ya no tiene descendencia; un auténtico ovni de imágenes y sonidos.
En efecto, identificar el filme con civilizaciones extraterrestes es pertinente. Basado en una novela de los hermanos Arkadi y Boris Strugatski, Duro de ser un dios transcurre en un planeta distante llamado Arkanar. La superficie de ese mundo lejano, en el que la lluvia es invencible y la tierra es puro lodo, se siente físicamente. La naturaleza es aquí un impedimento metafísico, y lo que resulta insoportable es la manifiesta gravedad de todos los seres que la habitan. El fabuloso blanco y negro propicia la desnaturalización de los paisajes y las laberínticas construcciones remiten en su conjunto a un pretérito período de la vida en la Tierra. Una dialéctica peculiar de la puesta en escena. A su vez, los planos secuencia extensos y al mismo tiempo cerrados retienen al observador en una proximidad tan fascinante como incómoda respecto de todo lo que sucede. La cantidad insólita de personajes que entran y salen del cuadro parecen provenir de la propia sala. Es 3D sin anteojos.
El tiempo histórico en el que están los habitantes de Arkanar coincide en su evolución cultural a la Edad Media de nuestra Tierra. Es una existencia rudimentaria: la división del trabajo es similar a la de cualquier sociedad medieval; quienes ostentan el poder son pocos y una mayoría obedece, reproduciendo una organización social que reenvían este experimento civilizatorio a las humanas disparidades de antaño. Es, en definitiva, como la vida en la Tierra 800 años atrás, pero sin cristianismo ni hogueras. El pesimismo de German, que no está acompañado por ningún elemento cínico, lo lleva a ver que en ningún lugar del universo se puede conjurar la crueldad y la injusticia. ¿Se puede hacer un filme nihilista sin entregarse al desdén gratuito? Una prueba es Duro es ser un Dios.
La tensión dramática del filme se suscita en torno a Don Rumata, un presunto hijo ilegítimo de un dios pagano conocido como Gorán que es en verdad uno de los 30 científicos terrícolas que se mueven de incógnitos entre los habitantes de Arkanar sin poder develar su procedencia y menos aún disponer de sus saberes para que se precipite en esa civilización rezagada un salto evolutivo cultural. Observan como antropólogos, no intervienen jamás. Rumata quiere encontrar a Budahk, un sabio que corre peligro entre los mortales de Arkanar, ya que los denominados hombres grises han comenzado una purga de intelectuales.
Lo que importa en Duro ser un Dios no es tanto su progresión narrativa, sino el crecimiento atmosférico de un sentimiento que sobrevuela desde el inicio cuando una voz en off anuncia las coordenadas simbólicas de Arkanar. Ese sentimiento se adivina de a poco frente a la materialidad fangosa que se impone en el campo de visibilidad del filme. Ese sentimiento se compone de una clarividencia que reconoce la derrota de la materia y la extenuación del espíritu. Llamémosle a ese sentimiento desamparo, y agreguémosle, además, un adjetivo que le adjudica una cualidad menos reparadora y asimismo inevitable, y lo define todavía más: desamparo cósmico. No es fácil constatar el fracaso de una especie y su soledad irreparable. Pero detrás de este retrato lúgubre hay 13 años de trabajo y un sueño sostenido por filmar la novela elegida por casi 60 años. Fue la última película que German filmó. Dejó un legado imposible; es que este tipo de películas se parecen bastante a un aerolito llegado de una galaxia lejana. (Jueves 7, a las 20.30 h)
Última oportunidad
En esta semana se podrá ver por tercera vez Soleada, la ópera prima de Gabriela Trettel, la directora cordobesa que había demostrado su talento en el cortometraje titulado Ana y que aquí vuelve a circunscribir su relato a las peripecias que se ponen en juego en el secreto mundo de la intimidad (femenina).
El discreto nudo dramático pasa por el redescubrimiento de una mujer casada y con dos hijos adolescentes de que, además de ser madre y esposa, puede ser un sujeto de deseo. La erotización casi imperceptible del personaje tiene lugar en vacaciones y junto a la familia, y si bien hay aquí un otro que incita el deseo de Adriana, la inadvertida experiencia de la protagonista se juega más en su relación con la naturaleza y la percepción de su cuerpo. (Del jueves 7 al domingo 10 en el Hugo del Carril, Bv. San Juan 49).
Este texto fue publicado en el diario La voz de interior en el mes de abril 2016
* Aquí se puede leer una crítica más extensa sobre el film de German.
* Aquí se puede ver un programa sobre el último film de German.
Roger Koza / Copyleft 2016
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