CINEFILIA ONLINE (04): AUGUSTINE

CINEFILIA ONLINE (04): AUGUSTINE

por - Cinefilia online, Críticas
22 Ene, 2014 06:57 | comentarios

UN MÉTODO PELIGROSO

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Marcela Gamberini

En este verano demasiado tórrido y no sólo por las altas temperaturas sino por las propuestas cinematográficas en cartel, desde el 17 de enero y hasta el 17 de febrero están disponibles para ver on line algunas películas francesas del 2012 en el marco del MyFrenchFilmFestival.com. En general, las películas son interesantes y salen del circuito oscarizable desde donde se nos inoculan películas americanas en las que el eje está puesto en las drogas, el sexo y el dinero. Sin ir más lejos, El lobo de Wall Street, La gran estafa americana y Entre las manos dan cuenta de manera consciente y plena de este eje. Para tomarnos un respiro de tanta violencia cinematográfica, que no deja de ser política y estética, se puede consultar este sitio que es libre, abierto (solo hay que registrarse) y gratis.

De la propuesta que se ofrece, Augustine de Alice Winocour, sin ser una gran película interroga la ontología de lo femenino con lucidez. Augustine es una joven criada en una mansión del Siglo XVII que, de pronto, sufre ataques donde su síntoma más visible se percibe en temblores, estruendos y estallidos en su cuerpo. Desde ese momento es internada en el mítico hospital de la Salpêtrière y será paciente de Charcot, médico neurólogo que supo ahondar en las relaciones fecundas entre las habilidades motrices, la histeria y el cerebro. Pero esta película no pretende ser una reconstrucción histórica y científica acerca de las actividades de Charcot sino que lo más interesante es que ausculta las relaciones entre cuerpo, deseo y clase. El cuerpo de Augustine es un campo de batalla, sus ataques (naturales, inducidos o fingidos) revelan la circulación del deseo en una mujer que a los 19 años nace a la vida sexual. Incluso las revisaciones médicas son sexuales, los roces de las manos de los médicos, las intrusiones en su cuerpo (y en su femineidad) son violentas y afectadas. La parálisis que le deja uno de sus ataques hace que Augustine se quede ciega de uno de sus ojos, sólo podrá ver la mitad de lo que ven los hombres, ciega tal vez por su deseo y su confusión en relación a su despertar sexual. Las demás mujeres internadas relatan a lo largo de la película su enfermedad mirando a cámara, esos relatos, como el de Augustine misma, fluyen entre una mitología de brujas poseídas, exorcismos, experiencias religiosas, místicas. Todo está mezclado y ambiguo en el siglo SVII donde la ciencia y la religión aún estaban entrelazadas.

La puesta en escena de la película es interesante. Los pasillos del hospital, las caminatas de los pacientes y los médicos por los jardines corroídos y descuidados, las pacientes asomadas a las ventanas, los primeros planos y los planos alejados, otorgan a la película de un contraste revelador entre el adentro y el afuera. El adentro y el afuera no sólo del edificio, sino del cuerpo individual y del cuerpo social, sus inefables y ubicuas relaciones. La enfermedad, si se quiere llámese histeria, no es una cuestión de clase social y vemos cómo Augustine se parece físicamente (que de eso se trata, de cuerpos femeninos) a la esposa de Charcot, la siempre bella Chiara Mastroiani. Los lunares característicos de Chiara son idénticos a los de Augustine, los ojos son similares, marrones y redondos y también el sufrimiento en la propia carne, como podemos ver en una secuencia donde Chiara se saca el corsé y queda su cintura marcada por las ballenas de metal que se le incrustan. Así, casi clones de la otra y de si mismas, estas mujeres replican en su cuerpo, marcado, estallado, deseante; las falencias de una sociedad que no las contiene, de una sociedad patriarcal y machista, violenta en sus métodos y en sus análisis, que no puede darse cuenta de las intimidades femeninas, ni de sus deseos, ni de sus brechas, ni de sus oscuridades. Incluso en este sentido es reveladora la secuencia donde una monita, propiedad de Charcot, “enloquece” como enloquecen las mujeres frente a la mirada microscópica de la ciencia. El cuerpo como escenario: real, fingido, actuado, da lo mismo; el cuerpo como exponente, como síntoma en sí mismo en su completud, en sus dolencias, en sus gritos, en las trenzas –símbolo de represión sexual- de Augustine, en la solemnidad de Chiara y en su corsé, en el gesto adusto del siempre excelente y seductor Vincent  Lindon. Cuerpos desordenados, incontrolables, deseantes y deseosos que buscan, a partir de métodos peligrosos, revelarse y rebelarse.

Marcela Gamberini / Copyleft 2014