COMA

COMA

por - Críticas
12 Ago, 2024 11:52 | Sin comentarios
El cine de Bertrand Bonello, como el de su compatriota Olivier Assayas, suele sintonizar con cuestiones del presente que no siempre suelen ser exploradas por la mayoría de los cineastas. Coma es un muy buen ejemplo.

LA FÁBRICA DEL INCONSCIENTE

La famosa crítica de Gilles Deleuze y Felix Guattari del inconsciente psicoanalítico radicaba en la naturaleza reduccionista de su lectura como un escenario dramático donde el deseo estaba codificado por el triángulo edípico y cosas afines. En la novela familiar empieza todo y en la misma novela debe resolverse todo, más allá de la viabilidad del fin de la neurosis. Los citados, en cambio, creían que el inconsciente era una fábrica. Se delira de todo y con todos, con el propio pasado y con tiempos remotos. Edipizar el inconsciente no es otra cosa que desvitalizar su fuerza y obliterar otra forma de concebir y vivir el deseo.

Deleuze y Guattari desarrollaron la tesis mencionada en El antiedipo y Mil mesetas, libros que requieren de una lectura que puede ser tan fascinante como árida, tan laberíntica como proclive a interpretaciones imprecisas. La película presente puede ser una feliz introducción. 

Coma

En efecto, Deleuze es escuchado y visto en Coma, la última película de la trilogía de la juventud, aunque una decisión estética (muy deleuziana) de Bertrand Bonello implica reencuadrar el rostro del filósofo sin dotarlo de una dimensión inteligible. La voz puede resultar inconfundible, pero el semblante está desfigurado por la cercanía del plano reencuadrado. Esas imágenes provienen de una conferencia de 1987 y el leitmotiv elegido es conocido: no es conveniente quedar atrapado en el sueño de otro. Esas son las coordenadas elegidas por Bonello, de ahí se predica una indagación lúcida y lúdica sobre el inconsciente como fábrica de signos, inscripta preferencialmente en la experiencia juvenil (la película está dedicada a su hija) y signada por la memoria fresca de la pandemia y las cuarentenas.

En la película, una joven de 18 años tiene que permanecer en su cuarto debido al confinamiento. Los toques de queda suenan cada tanto; la inmovilidad física intensifica la movilidad psíquica y ese movimiento incita a la asociación permanente codificada como espectáculo. Angustia, desolación, hastío, estados del alma que la población mundial vivió en sincronicidad en el 2020 tiñen la percepción de Anna. 

Bonello escenifica el ánimo de su protagonista imaginando el curso de asociaciones: la joven consume una página web en la que una especie de gurú cínica llamada Patricia Coma puede citar a Cioran, enseñar a preparar un jugo nutritivo, brindar información meteorológica y explicar la inexistencia del libre albedrio de sus seguidores mientras juegan a “El revelador”. Cuando no consulta al oráculo digital, imagina un melodrama televisivo interpretado por sus muñecos y muñecas de la infancia en el que uno de los protagonistas es un maltratador que se parece a Trump: habla como él, lo cita profusamente y glosa la masculinidad troglodita del mandatario. La joven también se encuentra con sus amigas por Zoom y en reiteradas ocasiones “viaja” a un entorno nocturno llamado “Zona libre”, especie de limbo de desesperados cuya escenografía remite a una película de zombis. El caleidoscópico relato es el inconsciente en vivo del personaje, un mapa de fantasías que parece regirse todavía por una operación de montaje de escenas propias de películas de género.

En Nocturama Zombi Child, Bonello quiso comprender en qué mundo vivían los miembros de la generación de su hija. En Coma clausura esa inquietud, aunque el sueño en el que están atrapados excede a los jóvenes protagonistas. Lo que acá se vierte con elocuente convicción es que el inconsciente del presente todavía opera bajo un programa del siglo XX al que llamamos “cine”. Es una invención noble, pero no por eso subsistirá por siempre.

Coma, Francia, 2022.

Escrita y dirigida por Bertrand Bonello.

*Publicado por Revista Ñ en el mes de agosto 2024.

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