CONCIERTO PARA LA BATALLA DE EL TALA
Después del capítulo final de La Flor, dedicado a las cautivas, el inicial de esta anunciada “saga de los mártires unitarios” se centra en un episodio de nuestra Guerra Civil. Una batalla, o un episodio dentro de una de esas batallas, que para Llinás condensa algo más que un inicio. El 27 de octubre de 1826, en El Tala, el General Lamadrid arremete solo contra el enemigo, y es dado por muerto para después volver. Ahí encuentra Llinás una cifra para leer no solo su saga futura, sino la Historia Argentina toda. Sabemos que ambición no le falta. Pero esta vez debe medirse con el barro de lo real en vez de la asepsia de la ficción, y la extensión desmesurada no es geográfica sino temporal, aunque en verdad se trata –como en el western– de un breve período histórico dilatado hasta los confines del mito.
Son los primeros años del siglo XIX, podría decir la voz de Llinás. Pero elige usar intertítulos, acaso para no perturbar la música de Gabriel Chwojnik, verdadera protagonista de este Concierto. Además del estudio de grabación, filmado en travellings para reponer el movimiento que música y batalla evocan, Llinás registra también al equipo de rodaje (marca registrada de El Pampero), unos espadachines anacrónicos (que le sirven para algo más que hacer presentes los sables), la lectura de un fragmento de las Memorias de Lamadrid (para poner en escena la distancia entre lector y texto), y hasta su propia casa (ya presente en su anterior Lejano interior, pero aquí no contrastando con un fuera de campo pandémico sino con la subterránea violencia del pasado). Todo esto no disimula el peso del texto, sobre todo por lo que sus palabras dicen o dejan entender (la diferencia, intuimos, no es crucial).
Concierto para la Batalla de El Tala –como confirma el final donde se anticipan los capítulos por venir–, es de algún modo una suerte de prólogo. Y su problema mayor es el prólogo de ese prólogo, porque enmarca un modo de leer la Historia que la película subraya, aunque continúe la elusiva tradición de El Pampero. En ese sentido, la ruptura no parece dada tanto por las repetidas formas, sino por ese abierto (aunque ambiguo y esquivo) comentario sobre el presente: Un largo comentario inicial que, aunque parece lateral (y relacionado con su idea general de que el presente palidece frente al pasado), huye como la película misma –y acaso su filmografía toda– hacia un tiempo menos idealizado que perdido, en el que se reivindica una genealogía por fin no solo artística, sino también política. Detengámonos entonces en ese inicio:
“En estos tiempos / en este país / hay gobernantes muy ingenuos”, arranca el texto, para luego aclarar que “No vamos a hacer nombres / (no se ilusionen)”. He ahí un primer límite, que solo puede desilusionar a quien crea que Llinás dejará caer nombres propios del presente. Cuando aparecen, en las películas cuyos guiones firma, suelen pertenecer al siglo XIX. No se siente cómodo con el presente, Llinás. Por eso vuelve al origen, a los inicios mismos de la Nación (la Guerra civil entre Unitarios y Federales), sin querer alegorizar las del presente. Aunque algo se le escape, inevitablemente, como quiere y no quiere dejar en claro en ese prólogo, en el que gobernantes ingenuos “usan las frases Nos hicieron creer que…o Nos enseñaron que… o Nos convencieron de que…”. Se dirá (Llinás dirá) que esa frase podría pronunciarla tanto el actual como el anterior presidente, pero nadie liga a Macri con esas palabras (aunque pudo usarlas hablando del “populismo”), más acordes al acento con que Cristina denunciaba a los falsos liberales, o el mismísimo Sarmiento mentaba la barbarie. No tome ahora Llinás por “ingenuos” a sus espectadores.
Enuncia en ese prólogo el narrador que no es la función de los gobiernos “hacerles creer cosas a los ciudadanos / o desengañarlos / enseñar, o corregir / convencer o disuadir / (…) como si los ciudadanos fuésemos niños / a los que otros nos cuentan cuentos”. Curioso que alguien que “cuenta cuentos” (y sea fervoroso lector de Borges) crea que la magia del arte narrativo sea territorio exclusivo de la ficción. Para no remontarnos a los griegos, citemos el reciente El poder del relato de Eric Selbin: “Creamos, entendemos, y dirigimos el mundo a partir de las historias que contamos”. Esto lo supo ya Sarmiento, a quien nuestros modernistas (Llinás, Piñeiro) rinden homenaje, eligiendo como esa su tradición.
“Sarmiento hace ficción pero la encubre y la disfraza en el discurso verdadero del relato histórico. Por eso su libro puede ser leído como una novela donde lo novelesco está disimulado, escondido, presente pero enmascarado”, nos enseñó Piglia sobre el autor de Facundo y Recuerdos de provincia. “Para narrar a su grupo y a su clase desde adentro, para narrar el mundo de la civilización, el gran género narrativo del siglo XIX en la literatura argentina (el género narrativo por excelencia, habría que decir: que nace, por lo demás, con Sarmiento) es la autobiografía. La ficción como tal en la Argentina nace en el intento de representar el mundo del enemigo, del distinto, del otro (se llame bárbaro, gaucho, indio o inmigrante). La clase se cuenta a sí misma bajo la forma de la autobiografía y cuenta al otro con la ficción”. Podría leerse también desde estas coordenadas la relación entre ficción y documental en el Nuevo Cine Argentino en general, pero en sus representantes modernistas hay más bien una exclusión del otro. Habrá que ver como entran los “mártires federales” en esta saga de Llinás: si son solo una montonera que sirve de telón de fondo a la tragedia unitaria, como en este caso, o parte de un duelo borgeano donde se descubren como dos caras de un mismo espejo, lo que no deja de tener sus problemas. Pero volvamos al prólogo:
“También hay algunos / que para defender al gobierno / nos acusan a los ciudadanos / de algo peor: No solo somos niños / sino que somos niños caprichosos / malcriados / desagradecidos. Niños malos” dice Llinás (y no podemos dejar de pensar en los “niños y criados favoritos” de Viñas), para en una voltereta adueñarse de esa mirada paternalista que venía criticando: “(…) es cierto/ que los niños / son desagradecidos / y que hay muchas cosas que no les importan” (mientras vemos en pantalla las Memorias de Lamadrid), pues “para ellos / la casa de los padres es algo / que siempre ha estado allí /como un paisaje / un escenario invisible /del que, con el paso de los años, / es necesario huir”, para “volver solo cuando no es posible evitarlo”. Y aquí Llinás vuelve a la tierra de los padres, para recordarnos que “los ciudadanos, / las personas que habitan los países / y a las que ahora a todos se ha dado por llamar /‘la gente’/ tampoco piensan /en cosas de ese tipo / en que por lo caminos que transitan (…) hubo guerras (…) hombres que en algún momento se imaginaron héroes”. Ciertamente es un problema la tenue relación consciente del presente con el pasado, pero esa podría ser justamente una de las diferencias entre quienes hablan de “gente” o “ciudadanos”. Del mismo modo, los “héroes” no siempre quieren ser ni son “mártires”.
Llinás elige esa designación para su saga, acaso no queriendo darle a sus Unitarios el discutible atributo de la heroicidad, pero esa palabra no es menos problemática. En nuestra civilización occidental y cristiana, los mártires han quedado unidos a la profesión de una fe finalmente vencedora (y tal vez ese sea el sentido redencionista con que la izquierda habla de, por ejemplo, “los mártires de Chicago”). Y acaso contra la intención de Llinás, los Unitarios se invisten así como mártires de la fundación de una Nación cuya genealogía vencedora los reclama: Ahí está el mismo Sarmiento escribiendo sus loas desde el Facundo, antes de que Mitre y la generación del 80 los pusiera en el panteón oficial.
La lista de Llinás incluye al General Paz (hombre apreciado por todos) pero también a Rauch, que –como recordaba Osvaldo Bayer– en sus partes de guerra escribió cosas como: “Hoy, para ahorrar balas, hemos degollado 28 ranqueles”. O: “los ranqueles no tienen salvación porque no tienen sentido de la propiedad”. Así es la Historia, claro. Y su relato. También el Quiroga de Feinmann sabe que está condenado a desaparecer, sin esperar ver su nombre en una autopista. Más idealista, Bayer quería que Rauch –la localidad llamada Rauch– fuera rebautizada “Arbolito”, en homenaje al indio que lo mató. También algunos vecinos de mi barrio querían que la calle Ramón Falcón se llamara Simón Radowitzky. Pero sabemos que los nombres y los “mártires” los asignan los vencedores. La Historia, por supuesto, es más turbulenta y llena de pliegues, como la de todos estos nombres que participaron en las guerras de Independencia (Lamadrid mismo luchó con Belgrano en el ejercito del Norte). El problema es que Llinás parece querer cortar camino por donde no tenga que meterse en ese barro. Y por asumir ese presente victorioso desde el que escribe (no se hagan ilusiones).
No es la primera vez en nuestra historia que alguien (“de uno u otro bando”, agrega) intenta ganar la batalla dando al otro por muerto, sugiere Llinás. O haciéndose el muerto. Ya en 1850 escribe Sarmiento en Argirópolis: “Los unitarios son un mito, un espantajo, de cuya sombra aprovechan aspiraciones torcidas. ¡Dejemos en paz sus cenizas! (…) Los que hoy sobreviven al exterminio que ha pesado sobre ellos solo piden que se les deje descender en paz a la tumba que los aguarda”. Es decir: desde el triunfo unitario (en esas otras batallas llamadas Caseros y Pavón) que se quiere enterrar los bandos de la Guerra Civil, algo que no parecen haber logrado ni los Estados Unidos. Pero al menos Hollywood comprendió que el país había surgido de ese enfrentamiento más que de la independencia, y por eso le dedicó muchas más películas. Aquí poco se hizo luego de las iniciales El fusilamiento de Dorrego o El adiós del unitario. Tampoco hay casi películas sobre los mártires federales, salvo excepciones como El último montonero. El cine argentino prefirió evitar la Guerra Civil, acaso porque nunca se había superado en la realidad. Bien por Llinás entonces, que vuelve a ella y asume su simpatía por los Unitarios. El problema, como señala Tomás Guarnaccia, es que “bien sabemos quiénes se inscriben hoy en día en la tradición iniciada por los Unitarios que el film reivindica, sujetos que también hoy tildan de bárbaros a los del otro lado, abogando hablar desde el lugar de la república y la civilización”.
“Y si la Historia / es eso que uno sigue repitiendo (…) para aprender algo sobre el presente / que ya sabemos / pero en lo que se supone se juega su suerte / y la suerte del mundo”, hay que tener cuidado en cómo se la lee. Hacia el final de su Concierto, Llinás rescata que “en ese mensaje /de un hombre que se ríe de su suerte /hay un camino que la Historia Argentina no siguió”, porque “nadie sabe que / Lamadrid, desfalleciente, / tomó la decisión de que su tragedia fuere resumida en esas líneas” que le envió a Quiroga, donde “la muerte / el coraje / la guerra” aparecen “encerradas en el desafío de juego de naipes”. Pero podríamos también decir que no fue valiente Sarmiento, ni los asesinos del Chacho Peñaloza, ni los que exterminaron a todos los caudillos “populistas”. Fue en cambio noble Quiroga cuando le dio un salvoconducto a la esposa de Lamadrid, después de haberlo vencido por última vez, lo que él mismo le agradeció con estas palabras: “Usted, general, podrá ser mi enemigo cuanto quiera, pero el paso que ha dado de mandarme a mi familia, la cual espero con ansia, no podré olvidarlo jamás”.
Para Llinás la moraleja de esta historia “sería algo así: Cuidado / No se confíen. / Los muertos vuelven”. Los muertos vuelven, sí, pero ¿por qué? ¿a qué? O “¿de quién son los muertos?”, como se preguntaba Massera en el Juicio a las Juntas. Porque no todos los muertos son de todos. Y algunos vuelven porque no conocen siquiera la paz de una tumba. ¿Qué significan entonces esos espadachines al final de Concierto para la Batalla de El Tala, que luego de haberse enfrentado sacan sus armas mirando a cámara, finalmente reunidos? ¿He ahí, como advirtió Piglia, el peligro de esa mirada borgeana en la que los duelistas son finalmente las dos caras de una misma moneda? Esa falsa reconciliación final (o desafío conjunto al pueblo-niño que ignora la Historia) no sería mejor que adherirse a la tradición unitaria. Sea como sea, “ese es el pensamiento que flota en el aire / en estos tiempos tristes”.
BAFICI 2021
Concierto para la Batalla de El Tala, Mariano Llinás, Argentina, 2021.
Nicolás Prividera / Copyleft 2021
Una oda al capricho del gusto (la distinción) y una ambición pretenciosa de inscribirse en una genealogía literaria (que también es política). Historia breve, pero abreviada, un hecho por el solo hecho de sus ribetes fantásticos. Digestión de los grandes hombres memorialistas.
Pero hay muchos muertos que vuelven en las guerras del XIX, algunos incluso terminan fusilados por los políticos-militares-literatos mismos que los narran luego, que hacen uso de esos cuerpos para cimentar sus propias voces de autores, en sus abusos de autoridad.
Por qué no discutimos películas más interesantes?
Como el sobrerregistro del derrotero de la familia Labaké en La vida dormida y su sintomático presente en mujeres lobotomizadas, del que la directora se demarca.
Ese patriarca a la vez alfil de conductores de turno después de Perón, impunes, revela verdades incómodas…
Esta película pareciera un equívoco. No es de cuarentena, pero parece.
Con su búsqueda de perlitas fantásticas en la historia-literatura-política (que en Borges son destinos desenvueltos), infantiliza, y parece decirnos: ‘la casa-nación fue construida por estos mártires-padres, ustedes ciudadanos ignorantes, reconozcan su destino sudamericano manifiesto’. Pero él mismo incurre en la ignorancia de que todo texto “unitario” (aunque la G37 no se reivindicaba unitaria) fue escrito en contrapunto en una polémica. Y que hay una muy interesante escritura federal: Pedro De Angelis, Luis Pérez, Prudencio Arnold y otrxs.
Por qué va a la historia? Agotado creativamente? Con su presente? Pareciera ser solo un gesto. Primero tres horas, después seis, catorce, por suerte ahora solo una.
Querido Nicolás,
Agradezco el tiempo que te has tomado para analizar mi pequeño “Concierto…” Como comprenderás, desde el momento en que decidí escribir eso de los “Mártires Unitarios” imaginé que ese pequeño dístico traería reacciones de todo tipo- sobre todo entre quienes han elegido como forma de vida el pequeño oficio policial de andar amonestando a los demás por las redes sociales. Yo diría, sin embargo, que las reacciones estuvieron un poco por debajo de lo esperado. Básicamente hubo quienes entendieron el film como una manifestación de mi verdadero, ominoso rostro neo- liberal (la famosa “salida del closet” de la que hablaron tantos, no sin ecos de la clásica homofobia justicialista). Otros –entre los que creo poder incluirte- deploraron que dicha confesión no fuera completa: que sibilinamente ejecutara una serie de maniobras para bailar sin mancharme (la reacción sintomática ente ese primer verso en el que el film anuncia- medio en joda- que “No vamos a dar nombres”). El punto es que, como señaló alguien por allí, toda esa enfática argumentación- que en muchos casos avanza hacia un insulto largamente contenido- se sostiene en el paralelo (o el inequívoco linaje) entre los Unitarios y el Macrismo. Los Unitarios estarían así en las raíces de una serie de fechorías nacionales. A grandes rasgos: el empréstito de la Baring Brothers bajo el gobierno de Martín Rodríguez sería el espejo de la reciente deuda contraída con el FMi. En el medio, la carta de Sarmiento a Mitre en 1861, los rifles Remington diezmando a tiros de repetición las lanzas de Pincén, la Ley de Residencia de Miguel Cané, los onas embriagados y lanzados de un peñasco por Julius Popper a pedido del estanciero Menéndez., la gendarmería volante cargando a tiros contra los huelguistas de la Forestal, los doce fusilados en los basurales de Suárez, los burocráticos infiernos de “Capucha” y “Capuchita”. Semejante rosario de crímenes –se sugiere- es la herencia que asume (o debería asumir) quien se ocupara de los Unitarios de una forma que no fuera la monódica condena. (No se me escapa que semejante procedimiento tiene una ventaja para quienes lo proponen: Basta asumir el bando correcto para verse automáticamente exculpado de todos aquellos pecados, para asegurarse –en forma fácil y exenta de riesgo alguno- un prontuario limpio y una impoluta moral).
La cosa, mi amigo, es que yo descreo de esas lecturas tan lineales y de esos paralelismos fáciles. Como bien sabés, me interesa la historia precisamente por su carácter complejo y no como una mera herramienta para ganar discusiones. La comparación entre Rivadavia y Macri me parece tan absurda como aquella que pretende asociar a Cristina Kirchner con Juana Azurduy, o a Perón con Rosas. (Un hecho curioso es que el propio Perón descreía de esas maniobras dinásticas en las cuales pretendían embarcarlo sus devotos revisionistas. También Kirchner, a quien esos juegos le resultaban indiferentes. Sólo Menem se prestaba gustoso a esas charadas, y no faltan leyendas que lo relatan caminando al voleo por los potreros de Chilecito, invocando al espíritu de Facundo). Para ser directo: todo ese discurso de los linajes me parecen boludeces. En ese sentido, no puedo menos que sentirme defraudado al advertir que mi pequeño objeto no haya conseguido desactivar siquiera esa pequeña trampa y fuera visto apenas como una impune declaración de mi Anti- Peronismo que a esta altura, honestamente, no creí que fuera necesaria.
En un reciente film- que considero estupendo- mi socio Moguillansky le escribe a su admrado Antonioni:
“Nuestro trabajo, la creación de imágenes cinematográficas en el presente está severamente comprometida con una suerte de aseveración fanática: la afirmación falaz de un sentido”. ¿Eso es lo que se espera del cine? ¿La unívoca definición de las propias intenciones- por fuera del misterio y de la aventura (que significa, precisamente, ir hacia donde no se sabe)? ¿Eso esperan del cine vos y tus enfáticos y convencidos alumnitos nacionalistas?
Hago mía, entonces, la preocupación de Alejo y tomo un partido definitivo, ahora sí, de un lado de esa grieta.
Hola, Mariano, acá un «enfático y convencido alumnito nacionalista» (al aludís, pero no mencionas, claro).
En unas horas (quizás mañana, por cuestión de tiempo) va a estar publicada mi respuesta al texto de Weber. Si gustas y te interesa, estás más que invitado a leer. Sospecho que puede ser de tu interés, ya que no está tan volcada en discursos que te parecen «boludeces», sino, justamente, más en el «ir hacia donde no se sabe» que tanto te interesa.
Saludos.
Estimado joven Guarnaccia,
Acaso demasiado tarde comprendí mi grosería e intenté desdecirme en una respuesta a NP. Espero no haberte incomodado (no me refería a vos ni a tu adversario, sino a los que insultan por Twitter, pero aún así debí advertir la evidente lectura).
Ciertamente, leeré con mucho interés tu respuesta a Weber (cuyo escrito me resultó interesantísimo- y no porque me dejara buen parado). Aún así, en mi última respuesta a Privi me preguntaba si era lo mejor ponerse a discutir con quienes no comparten con nosotros experiencias generacionales. Uno corre el riesgo de terminar pareciéndose a ese imbecil de la radio que se enoja cada vez que Ofelia Fernandez dice “todes”.
Siempre es bueno «ponerse a discutir con quienes no comparten con nosotros experiencias generacionales», justamente para asumir que ya no somos jóvenes pero al menos tampoco parte del Viejo Cine Argentino. Al menos hasta que los jóvenes soliciten nuestra cabeza, y no amablemente nuestro parecer.
Sin chiste: creo que hay poca gente en este medio con la voluntad de discusión de estos jóvenes, Mariano. Me recuerdan a ti en tus mejores épocas… Así que es bueno que se produzca el intercambio, aunque sea sable en mano.
Mariano,
En primer lugar, no te hagas problema por la «grosería», está todo bien. Quizás me incomodó más lo de aproximarme a una «clásica homofobia justicialista», porque (además de ser una expresión ridícula) más que surgir como un llamado de atención sobre un uso de palabras poco felices en una metáfora de mi texto —lo cual sería, en cierta medida, justo—, parece una forma un poco mezquina de correr la discusión a otro lado. Ahora bien, si por «grosería» también te referías a eso, todo aclarado.
Si te interesa mi opinión, dudo que sea productivo ponerse a distancia de las discusiones que críticxs jóvenes puedan tener sobre tus películas. Más que correr el riesgo de enojarte por nimiedades (creo que sos bastante inteligente como para enojarte por una «e»), te aproximas a un peligroso paternalismo ¿No sería mejor que los «grandes» y los «chicos» compartan la mesa? Sospecho que hablamos un idioma bastante más parecido que el que crees.
Abrazo
Creo que me convenciste, querido Guarnaccia
Querido Mariano:
Imagino que hay algo de provocación en eso de los “Mártires Unitarios”, pero que las reacciones hayan estado por debajo de lo esperado (como dijo también Villegas sobre su Diario de la grieta) habla de que tal vez se apresuraron al dibujar en el espejo el mefistofélico rostro del enemigo. Fijate que la “salida del closet” que mencionás es también una forzada extrapolación de Villegas (sin ecos de la “clásica homofobia justicialista” o ninguna otra, clásica o moderna, real o imaginaria).
No veo en esta incipiente saga tuya una “confesión”, primero porque no me gusta esa palabra, segundo porque –como dijo alguien por ahí– ninguna de estas “salidas del closet” asombra a nadie en lo más minimo (salvo quizá a tus admiradores “justicialistas”, que hacen malabares para salvarte de la palabra “gorila”). Tampoco es sibilinamente que maniobrás para entrar en la Historia sin mancharte, y lo asumís (demasiado en joda, pero ese gesto –más infantil que juguetón– es otra recurrente marca de El pampero) con eso de “No vamos a dar nombres”.
El punto es que sos vos el que inevitablemente traza así un paralelo (o más bien equívoco linaje) entre los Unitarios y la actualidad. Hablamos del pasado siempre en presente, Mariano. La pregunta, entonces (y hay varias en este texto mío sin contestar) es por qué volver a estos muertos aquí y ahora…
La “serie de fechorías nacionales” que enlistas borgeanamente podría ampliarse, pero sea como sea no se puede desligar de cualquier lectura (retrospectiva, claro). Porque la Historia misma es una “herencia que se asume (o debería asumir)”. Lo que no significa producir una “monódica condena”: las películas no son libros ni tesis académicas, pero pueden dar cuenta de esas turbulencias y pliegues de los que hablaba en mi nota, y preferís también aquí omitir. Porque, efectivamente, no alcanza con “asumir el bando correcto” para asegurarse nada, y mucho menos la bondad artística.
Ahora bien, volviendo a la relación entre pasado y presente, la comparación entre Rivadavia y Macri puede ser tan absurda como asociar a Perón con Rosas, pero la Historia son también los relatos que se cuentan sobre ella. Perón “descreía de esas maniobras dinásticas” (aunque festejó el centenario de San Martín con toda pompa), pero los primeros revisionistas fueron los antiperonistas que hablaban de “la segunda tiranía” (hasta Borges cayó en esa comparación).
En fin: que “todo ese discurso de los linajes” no son boludeces. De hecho vos mismo los reivindicas no solo con esta saga, sino con tu devoción a Hugo Santiago (o a Invasión). En ese sentido, la aseveración de Moguillansky (¡”a su admirado Antonioni”!) me parece otra “aseveración fanática” como la que quiere denunciar: ¿Quiénes propondrían “la afirmación falaz de un sentido”? Como en todo arte moderno, hace rato que el cine asume “la aventura de ir hacia donde no se sabe”. Lo que no significa renunciar al sentido, o no hacerse cargo de las lecturas posibles que la propia obra genera.
Son ustedes (si hay ahí un “bando”) los que prefieren esas simplificaciones gruesas, como hablar de mis “enfáticos y convencidos alumnitos nacionalistas”, una frase que no contiene una sola cosa atinada o verdadera. Supongo que te referís a las notas de Guarnaccia y Weber: ambos me han leído pero me discuten sin ningún problema, del mismo modo en que saben discutir entre ellos. La nota de Weber trata, justamente, de salvarte de gestos como este: porque además de querer ser agraviante, es errado tu uso de la palabra “nacionalista”, que usás como en tu lectura congelada del Borges de El escritor argentino y la tradición (cuando Borges mismo hacía sus maniobras subrepticias, para endilgarle al peronismo su discusión con el nacionalismo de los años 30). Vos mismo sos bastante “nacionalista”, si no le entregaras esa palabra a la reacción. Si Weber y Guarnaccia lo son por preguntarse por el destino del cine argentino, bienvenido sea.
Para mi es estimulante (y conmovedor) que haya jóvenes discutiendo el cine argentino, y no creyendo que su linaje empieza y acaba con Invasión. El rescate que vienen haciendo tanto en Las veredas como en Taipei de olvidadas películas argentinas los pone a la vanguardia de todo el mundillo del cine (y hasta del mismo Estado, que aún no tiene una cinemateca), siempre preocupado más por el pedazo de torta que le toca que por su propia Historia. Ni hablar de otras revistas inútiles, aristócratas de papel que abandonan sus propios blogs y reclaman un mismo linaje de vaguedad y vagancia.
Es cierto. Comprendo ahora que lo que escribí puede sonar agresivo con Weber y Guarnaccia (hay algo de Bioy en esa dupla) cuyos artículos leí con el máximo interés. Coincido con vos en celebrar esas excursiones en el ´pasado del cine. Acaso cometa a veces la tontería de irritarme con algunas posturas intemperantes, sin comprender que hay allí una valiosa beligerancia. A todos nos llega la mediana edad; sólo hay que aprender a transitarla hidalgamente.
He comprendido que a uno le conviene discutir con los de la propia generación. Ni los mas jovenes ni los mas viejos hablan nuestro mismo idioma. En ese sentido, no puedo dejar de sentir tus lecturas como un ejercicio un poco tribunero: Sabés perfectamente que no soy ese Gorila temible que por momentos tus semblanzas dejan entrever. Esperaba acaso que mi film te sirviera para recoger el guante y ponerte a pensar. Mi decepci{on, en cambio, viene de verte repetir los mismos tics jauretchianos una y otra vez. No puedo dejar de interpretar esa charada más que como un vago ejercicio de resignación, y acaso de pereza.
con el cariño de siempre,
LL.
No sé qué tiene de “tribunero” mis lecturas, cuando como ves me las discuten hasta mis alumnos… Yo podría usar también munición gruesa, pero no lo hago porque sé que no sos ese Gorila temible que por momentos tus intervenciones dejan entrever: lo que me pregunto es porque te gusta tanto encarnarlo… Eso no sería tribunero? O acaso sean simplemente cuestiones de clase, ideología, o como quieras llamarle a lo que determina nuestra visión del mundo.
Como te dije más de una vez, las posiciones meramente “anti” impiden pensar, y de todas las posibles anti acaso el “antiperonismo” sea la más obstinadamente ciega. Fijate que me acusás de “repetir los mismos tics jauretchianos una y otra vez”, sin dar un solo ejemplo. Cuando si algo hace esta nota es “recoger el guante” y ponerse a pensar. De hecho hace muchas preguntas, algunas directas. Sos vos el que elige contestar con pereza. Pero acá me vas a encontrar siempre, querido, incluso defendiéndote de las enfáticas hordas justicialistas que quieran jugar contigo a La fiesta del monstruo.
La discusión es sin duda interesante. Hay que admitir que ambas posturas tienen argumentos sólidos. Los más elegantes, los de Llinás; Prividera, fiel a su postura combativa; sin embargo, algunos no están a la altura y no dan la talla, cómo el Peque Guarnaccia, que se queda corto con su golpes bajos.
Saludos.
» Pero acá me vas a encontrar siempre, querido, incluso defendiéndote de las enfáticas hordas justicialistas que quieran jugar contigo a La fiesta del monstruo».
Releo está oración final queriendo encontrar algo de ironía, pero no lo logro. Antes parece que adjudicaras a quienes hablan desde una asumida posición peronista la incapacidad de argumentar, ergo, de entrar así legítimamente a un debate, y en cambio, solo les quedara el arrebato irracional de tirar piedras hasta dar muerte a su adversario, como en el cuento citado.
Creo entender que lo hacés como un guiño a Llinás, un modo de reactualizar ese entre-nos luego de cada vez que polemizan, pero en este caso parece que para ello necesitarás trazar el afuera bárbaro de la «horda justicialista».
Por lo demás, te leo atento y aprecio tu dedicación aún a productos menores, como el libro de Villegas. Siempre decís que a la crítica de cine le falta su David viñas, creo que también le falta su Horacio González, alguien que no hable todo el tiempo poniéndose a resguardo de quedar sindicado como parte de la barbarie peroncha alpargatera de la que hay que defender a los jóvenes ilustrados.
Javier,
Si no logras ver la ironía, evidentemente es un problema tuyo. Pero nunca le adjudicaria a «una asumida posición peronista la incapacidad de argumentar».
Francamente, no entiendo el sentido de hacer comentarios dignos de un relator de box, ni cómo espera ser tomado en serio con ese seudónimo. No parece en condiciones de juzgar la elegancia de nadie.
A los sommeliers de twitter:
1) Si quieren decir algo sobre (o mejor aun, contribuir a) una discusión pública, intervengan en ella…
2) Discusiones como esta no terminan en la bondad o maldad del objeto que les sirve de excusa (lo mismo sucedía con la nota sobre el libro de Villegas): se trata de pensar sus implicancias. Incluidas las de las discusiones que no se dan alrededor de ellos…Con lo que volvemos al punto 1)
Llinás defiende «el derecho a la textualidad» (que un poco remite a las marchas por la libertad durante la cuarentena), el cual consiste en un uso del discurso histórico por su potencia narrativa, despojado de cualquier vínculo con el contexto. Es una posición similar a la de sus otras películas (que sueñan una máquina de relatos que parece tender al infinito) sólo que acá nos sorprenden una serie de referencias a las disputas políticas argentinas de antes (Lamadrid) y de ahora (el prólogo) que, quiera o no el director, rompen el cerco del texto sin marco. Si la puesta en primer plano de la música, arte por antonomasia de la ausencia de referente, amplía el juego de las textualidades, otros elementos como el ya mencionado poema-prólogo pero también el juego de las anotaciones y el armado de la serie de mártires unitarios, o las lecturas donde la actriz dice no saber qué es lo que se está leyendo, remiten a un afuera del texto y señalan una voluntad por discutir o, quizás, provocar. Provocar para desautomatizar el supuesto sentido hegemónico sobre los buenos y los malos. Provocar asumiendo una posición de reivindicación de figuras históricas ligadas a los sectores más conservadores y reaccionarios de la Argentina. Quizás provocar se haya vuelto un gesto de derecha (se puede seguir algo de ese derrotero en las películas de este BAFICI yendo del documental sobre el Parakultural al de Sergio de Loof, por ejemplo). Después, cuando se desentiende de lo que su película dice y se ampara en la sofisticación de sus procedimientos (una idea de distancia respecto a lo que su película dice, en el sentido de «no sean tan literales»), escapa por la tangente y evade la discusión acerca de cómo se organiza su discurso. Tilda de primitivas las lecturas que actúan sobre lo efectivamente representado y se fuga a través del bosque de las mediaciones y las distancias. No deja de ser una continuación de aquel debate en La Plata que el MALBA debería adquirir como pieza de videoarte. Es un gran polemista aunque no creo que tenga razón en casi nada.
Amigos, el BAFICI ya se termina y este polemista abandona hasta más ver su esforzado oficio. Una sola cosa, para ir cerrando. ¿Cómo es que todo el mundo dice tan suelto de cuerpo que los Unitarios son una facción (cito al último, pero hay muchos parecidos) » ligada a los sectores más conservadores y reaccionarios de la Argentina»? ¿Están seguros de saber qué son los Unitarios? ¿Cómo llegan con tanta firmeza a esa convicción? Yo, en lo personal, llevo años estudiando el tema y estoy cada vez más lejos de establecer esos parentescos que a tantos parecen resultarles evidentes. Prividera, como ya se ha dicho, los considera antepasados de Macri. Quintín, para hablar bien del film, parece suscribir esa opinión. Algún otro los emparenta (acaso apresuradamente) con Mitre, como si ambos fueran coetáneos. En lo que a mí respecta, debo decir que todas esas enfáticas aseveraciones resultan falsas, y que cada paso hacia aquella época me llena de nuevas perplejidades y nuevas preguntas. Acaso la súbita fiebre historicista que parece haber inundado este Bafici -bienvenida sea- pueda incorporar un poco más de curiosidad y sospechar un poco de sus prematuras certidumbres.
Saludo, en cualquier caso, a todos los polemistas y al público. Ha sido un Bafici intenso y estimulante.
Buena Suerte.
LL.
Mariano,
Con el Bafici terminan las discusiones? (Y cuáles fueron las discusiones del Bafici?)
Uno se despide cuando quiere, pero por suerte acá no hay pelota que uno se pueda llevar. La pelota sigue en el aire y las discusiones seguirán. Aunque espero que no tengan que ver con preguntarse qué son los Unitarios…
Es cierto que la Historia nunca está saldada, y menos la argentina, pero hay ciertas grandes líneas que nadie discute. Se pueden discutir episodios, matices, incluso interpretaciones. Pero el tiempo dibuja genealogías evidentes luego de 200 años… Lo que no significa resumirla brutalmente en que son «antepasados de Macri». Dejemosle eso a Quintín.
De todos modos no parece abrir preguntas (aunque si perplejidad en tus admiradores federales) que consideres «mártires» a los Unitarios. La pregunta que queda flotando, en cualquier caso, es mártires de que causa… Sobre todo hoy, que sabemos dónde se ubican, como siempre, los que dicen representar a la civilización contra la barbarie.
Está fiebre historicista, sin embargo, la han desatado como siempre los bárbaros… La historia oficial (la de los vencedores) es justamente la que no quiere ser discutida. La que se quiere dar por cerrada.
La película me transmite algo que el marco del debate preestablecido de Civilización y Barbarie (ahora invertido, los bárbaros acusan a los antiguos civilizados de Bárbaros), anula. La película en primer lugar, habla para mí de cómo nuestros debates políticos han dejado afuera la historia los inicios del S. XIX, todo parece haber arrancado con Perón, o con suerte (para el análisis) en Roca. Y hay muy pocos debates que intenten para la comprensión de Argentina, una lectura más cabal de su historia. Las pocas veces que los “debatidores políticos” se adentran en el siglo XIX es para meter su matriz de buenos y malos. La compleja figura de Sarmiento es demonizadla. Se juzga con la severidad de los istmos actuales, desde el hoy se «cancela» todo lo vaya fuera de ese marco. Y hoy nuestros ingenuos gobernantes poco saben de esa historia (o poco hablan de ella), y nosotros los ciudadanos (sumaría) también somos ingenuos en nuestra mayoría y desconocemos esa historia, que parece haber pasado de moda en este tiempo donde vivimos la ilusión de cambiar «la historia» (y quien sabe algo de historia sabe qué difícil es generar verdaderos cambios). En medio de este panorama que habitamos la película se pregunta si había algo que las personas que construyeron nuestro país en batallas (y también en libros que fueron batallas) tengan para enseñarnos. Y esos libros (uno de esos libros) se transforma en una batalla y en una película, me animo a decir, menos idiotas que muchas que se nos proponen hoy para cambiar con un menú el mundo. Si uno piensa literalmente en la película se puede entender como un llamado a la violencia pero si uno es menos literal, puede darse cuenta de que es una invitación a preguntarse por esos hombres que construyeron el país, para nuestras propias vidas, y permítaseme lo conservador, para preguntarse sobre qué es ser argentino y como aportar a la política de nuestra nación (en un contexto donde la política – los grandes movimientos – son dictados desde afuera de este país. Obviamente, lo más fácil es pararse en el Siglo XXI y pensar que estos tipos eran meros opresores unidimensionales (que en parte por supuesto lo fueron) pero no sólo. Esta lectura la sostienen los más idiotas, no sólo de los peronistas, sino de otros arcos de la política, de la misma manera que los idiotas anti-peronistas (nuestra inversión idiota de la historia) lo sostienen. Lo que más asusta de estas visiones, es la falta de conciencia de que una cuota del mal también nos pertenece. Cosa que la película parece tener el coraje de hacer.