CONTRA ADIÓS A LA MEMORIA II: UN CINEASTA EN LA CORTE DE LETTERBOXD
No sé cuál es la utilidad de la plataforma Letterboxd para sus usuarios (supongo que se trata de una suerte de Facebook de la cinefilia) pero para los cineastas es inapreciable, en tanto lo ponen en contacto con un espectador más o menos medio (aunque seguramente más joven y “cinéfilo” –en un sentido muy amplio– que la media). Ahí uno puede encontrarse con los comentarios que suele querer escuchar a la salida de los cines, y que (sobre todo los hirientes) nunca llegarán a sus oídos. Pero no todas son oneliners brutales o generosas, escépticas o entusiastas. También hay espacio para argumentaciones críticas que a veces suelen ganarse la primera plana gracias a los likes. Leyendo las decenas de “reviews” de Adiós a la memoria, no puedo sino coincidir en general con los votos que acompañan a las más esmeradas. Podría dialogar (amorosamente) con cada una de ellas, pero prefiero intentar hacerlo con dos negativas, aunque más no sea porque desarrollan parecidos argumentos aunque en contra, desde posiciones que en principio parecerían distantes de las de un sitio como Perro blanco.
El usuario “brunomilan” empieza diciendo que “hay momentos de mucha fuerza, emocionantes y justos, pero las reflexiones sobre los mecanismos de la memoria, el olvido, el recuerdo, la rememoración individual/colectivo tienen ya algo de académico, de lugar común, de certeza incuestionable (un mix de Proust, Funes, Benjamin): nada que inclusive que él mismo no haya escrito antes”. Es curioso cómo funciona la adversativa, pero esperable en este tipo de retórica que concede antes de atacar, aunque sea contradictoria: difícil hacer un “mix” de esos autores, que tratan la memoria de modo muy diferente, y mucho menos de reducir todo a la “certeza incuestionable” que la película pone en duda desde su título.
“Es un NP anterior a Yo maté a Antonie Doinel, porque si bien ahí seguía cargando obstinadamente contra los modos juveniles y juguetones de pensar el arte, lo hacía no tomándose tan en serio a sí mismo, abriendo un camino nuevo para su obra. Pero acá -aunque se permita coquetear con lo sentimental- la altura moral de la crítica lo vuelve casi tan monolítico como cuando escribe”. Vaya uno a saber por qué cree brunomilan (¿Bruno Milán”?) que en Yo maté a Antonie Doinel no me tomaba en serio (o era menos seria) que Adiós a la memoria, supongo que porque aquel corto podía ser visto finalmente como una comedia negra y aquí hay una sonrisa oscura, que curiosamente interpreta (positivamente) como “coqueteo con lo sentimental”. Lo incomprensible es donde se encontraría la “altura moral de la crítica” (si se refiere a una supuesta “superioridad moral”, digamos que suele ser la crítica que la derecha suele hacer a la izquierda cuando se queda sin argumentos). Pero suponemos que es la sentencia previa por ser “casi tan monolítico como cuando escribe”, que es un prejuicio montado sobre otro: lo “monolítico” sería “la omnipresencia de lo político”, aunque a la vez denuncia “cierta vaguedad conceptual a la hora de definir «política»” (atribuyéndole esa acusación a Roger Koza). Curioso que no se detenga a pensar que, precisamente, tomamos en cuenta que “política” (o “político”) es un concepto nada monolítico que sostiene (para bien y mal) una vaguedad conceptual que no tiene que ver con falta de definiciones.
Dice brunomilan: “Extremando ese interrogante, casi al borde de la parodia, en un momento del documental NP le recrimina inclusive al padre no haber filmado (en sus películas hogareñas!) más la dimensión de lo político (NP se salteó o le chupó un huevo el «This is a political film» de Mekas)”. Como ya lo demostró antes, y suele ser una característica de la crítica monolítica que no deja que la verdad opaque su argumento, el comentarista miente: no hay “recriminación” ni “al padre”, sin o la pregunta “por qué no hay política en las películas familiares” (mostrando justamente la excepción). En cuanto a Mekas, si: creo que si uno tiene que insistir con que “this is a political film” es porque no lo es. Pero no voy a desarrollar aquí una crítica a las derivas de Mekas, de sus iracundos manifiestos a sus amables (¿no?) home movies.
“Pero justamente –dice luego brunomilan en una larga parrafada embarullada– uno podría decir que su propia película falla allí dónde quiere ceñir lo político del presente, en tanto termina tirando frases dispersas y generales (sobre el final comienza a acumular amateurmente citas, como si la autoridad de los nombres viniera a suturar una encerrona del pensamiento) y caer en cierta abstracción (en un momento hasta se vuelve indistinguible si está filmando una marcha macrista o kirchnerista, si está hablando del macrismo en vigencia, en retirada o como amenaza sobre la transición) que lo debilita, que muestra las limitaciones teóricas de su propio discurso”. Vayamos por partes, aunque los argumentos no tengan nada que ver con la aparente conclusión: no hay “frases dispersas y generales” sino citas, pero tampoco se acumulan y mucho menos sobre el final, ni pretenden suturar nada. La “encerrona del pensamiento” es aducir que la película “falla allí dónde quiere ceñir lo político del presente” y sugerir que eso “muestra las limitaciones teóricas de su propio discurso”, cuando una vez más el único ejemplo que da es falso: no hay ninguna “abstracción”. La marcha es evidentemente macrista (como notaron los críticos macristas que odiaron la película), y se aclara que está “en retirada” aunque la cita de Camus explicita la “amenaza sobre la transición” o el futuro mismo.
Pero al final es brunomilan quien muestra cual es la concepción estético-política de su propio discurso: “Por el contrario el film brilla cuando, más humildemente, allí donde nadie lo esperaba, se permite tocar la verdad de un vínculo íntimo que, aun históricamente determinado, toca un núcleo impersonal de lo humano”. Parece, antes bien, que es lo que el comentarista “esperaba” del film para apreciar su “brillo”: se trata de tocar (“humildemente”, claro) “la verdad de un vínculo íntimo que toca un núcleo impersonal de lo humano”: se entiende que lo de “históricamente determinado” parezca de más en la frase, como si perturbara ese “núcleo impersonal de lo humano” que suena a metafísica conciliatoria. El cine (como la política) no tiene nada que decir sobre “la verdad de los vínculos íntimos”.
Pasemos ahora a Christian Flores, que linkea una extensa crítica suya escrita en otro lugar, cuya “bajada” deja ver el mismo uso adversativo (y adelanta la misma conclusión no argumentada): “La loable intención del realizador de Tierra de los Padres de escaparle al uso convencional de los diarios familiares nunca deja de proponer ideas interesantes, pero acaso deje entrever los límites de la política cinematográfica de su autor”. Christian Flores alaba M y Tierra de los padrespues “la forma ideal de la película aparecía allí en su desmesurada libertad, aquella que le permitía a la vez el rigor de la investigación que emprendía y la experimentación formal”, pero en Adiós a la memoria ya no se trataría de “salir a la calle a buscar una película con la libertad propia de quien busca inscribirse en distintas tradiciones”, aunque describe Tierra de los padres como “la voluntad de filmar a cielo abierto y en un lugar mortuorio toda una película para fraguar una conversación imposible”, algo que bien podría decirse de Adiós a la memoria. Para Flores “el desafío era inicialmente una incursión en el terreno de lo privado y, en lugar de filmar el mundo, realizar un ejercicio de montaje”, confundiendo privado con íntimo y montaje con olvido del mundo. “¿Podían esas diferencias jugar en contra de un director con la casi obsesiva obligación autoimpuesta de un cine que dé cuenta de la política de su tiempo? ¿No se presentaba allí un límite para sus aspiraciones?”, pregunta: evidentemente no (dado que las diferencias no son tales ni tantas). Pero Flores ya concluye que “entre la película que podía ser y la que finalmente fue se interpone el director y una forma de concebir su política como autor que en el caso particular de Adiós a la memoria conspira contra ella”. Veamos como más bien lo que se “interpone” es su propia interpretación y concepción:
“Las imágenes que el padre registró (…) podrían, por la belleza de su cotidianeidad, ser parte de un film de Jonas Mekas realizado en Argentina. La condición de familiares y de cotidianas, lo demuestra el mismo Mekas, no significa per se que no puedan dar cuenta de su tiempo y que sean películas que dejen a la política fuera de campo. Basta con ver Reminiscences of a Journey to Lithuania (1972) para comprobarlo”. Una vez más se convoca al fantasma de Mekas, con quien la película tácitamente discute. Pero es obvio que su “condición de películas familiares no significa per se que no puedan dar cuenta de su tiempo”: lo que Adiós a la memoria muestra es que hace falta una elaboración a partir de esos documentos (y en ese sentido no está tan lejos de Mekas, aunque podamos discutir en cada caso los distintos modos de intervención sobre esos materiales).
“¿Mostrarlas en su transparencia implicaría parecerse demasiado a Balnearios, de Mariano Llinás, y eso sería indeseable?”, pregunta retóricamente Flores. Pero el problema es creer que hay una “transparencia” de las imágenes. Como se sugiere en Adiós a la memoria, hasta en las películas familiares hay sombras que se revelan luego, con el tiempo o la interrogación misma. Flores dice “simplemente me pregunto por la pertinencia de esas decisiones en el resultado”, como si hubiera un modo de no tomar “decisiones”, o algún uso “transparente”. “Sería interesante pensar una vez más en política de las imágenes” agrega, pero no parece seguir su propia sugerencia.
Flores descubre “una pugna entre (…) la película que quiso hacer el padre y la que quiere hacer su hijo”, como si no estuviera inscripta desde el principio en Adiós a la memoria. Solo así puede ver “la película sin política del padre que lucha contra las intenciones del hijo de otorgarles sentido político”, como si la política solo estuviera en las intenciones. Así dice que “logra restituirle de alguna manera su politicidad a una luna de miel parisina post mayo de 1968”, como si no estuviera en las mismas imágenes. Por eso aduce que “en esa pugna no hay posibilidad de empate por la distancia de intenciones, y el resultado inevitablemente se resiente”. Hay muchos motivos por los que una película pueda tener un mejor o peor “resultado”, pero es absurdo ver aquí una “distancia de intenciones”, lo que impugnaría todo el cine de found footage.
Luego intenta por otro lado, diciendo que “lo que Adiós a la memoria ofrece como el presente político es de un nivel de simplificación cuestionable hasta para quienes coincidimos ideológicamente”. Está muy bien cuestionar más allá de las coincidencias ideológicas, como yo mismo lo he hecho con El año del descubrimiento, pero solo ilustra “la “superficialidad con la que se enuncia” haciendo referencia a “la vetusta relación entre espectadores embelesados que en la calle miran fútbol y una cómplice abstracción del presente (con la implicancia de a lo que ello recuerda)”: como el crítico de Pero blanco, Flores debe creer “vetusta” idea de que los medios manipulan la opinión pública (un tema tan actual como las “fake news”). Ciertamente hay “un juicio pesimista que se emite sobre ellas desde una enunciación exterior”. Lo mismo podría decirse de Le diable probablement de Bresson o de media historia del cine, sea como sea que se emita el “juicio”.
Finalmente, una vez más como todos los textos antes mencionados, hay una referencia a la inclusión de la “movilización de adeptos y adeptas al macrismo”, que le parece “impuesta más por la arbitraria voluntad del cineasta que por una fuerza irresistible de compromiso político en disidencia con un modelo”, aunque no fundamente esa apreciación ni se vea la diferencia entre compromiso y voluntad. Evidentemente son estas palabras algo demasiado sonoro para estos paladares, que prefieren pensar que “el límite de la pretensión de filmar el presente político quizá esté en que el presente político se le escurra al cine en su inconmensurabilidad”. He ahí la debilidad de nuestro tiempo, o de nuestro progresismo, ya que la derecha no tiene esos problemas, e incluso lee con provecho a los posestructuralistas.
A nuestra crítica progresista pero temerosa de los adjetivos e incluso los sustantivos, se le disuelven hasta las palabras: “Quizá sea tanto las movilizaciones kirchneristas, como las macristas y todas aquellas que no se encuadran bajo una ni otra. Y todas las otras manifestaciones que no son precisamente movilizaciones”. El problema no es tanto que todo parece deslizarse (devenir) hasta ser inclasificable, sino que difícilmente encontremos películas argentinas que apenas registren, como un sismógrafo, aunque sea alguna de esas “manifestaciones”.
Finalmente, también serían manifestaciones “todas las películas hechas bajo un determinado estado de ánimo. Quizá el presente político esté tanto en Adiós a la memoria como en La Flor de Llinás o en La deuda de Fontán, y eso no implique necesariamente la renuncia a intentar capturarlo”. La cuestión es que si todo es político nada lo es, diría brunomilan. Desde ya, podemos leer “el presente político” hasta en La Flor (yo mismo escribí al respecto) aunque “renuncie a intentar capturarlo”, lo que no es necesario pero sí evidente: estoy inquiriendo por un cine que intente capturarlo conscientemente, precisamente porque es algo que a todas luces falta.
Nicolás Prividera / Copyleft 2021
Primera ronda:
Contra a Adiós a la memoria: perro blanco, corazón negro Leer acá
Estimado, que bajo ha caído. Ahora se toma el trabajo de contestar a dos anónimos de Letterboxd. O usted está forrado en guita, no necesita laburar, por lo que tiene mucho tiempo al pedo, como dicen los chicos ahora, o simplemente perdió contacto con la realidad.
Hombre grande. Hizo una película y la pudo estrenar. No creo que la haya visto mucha gente, la cuál quizás disfruto del film y le parece una obra maestra o hubiera preferido serrucharse una oreja y le pareció una reverenda porquería. Sea como sea, deje tranquilo al espectador y a su película, así como el espectador lo dejó tranquilo mientras la realizaba. O no, haga lo que quiera. Pero entres nosotros, es lastimoso verlo tomarse el trabajo de responder a un alias. Un cordial saludo y quedo a la espera de la próxima película.
Lautaro, no se si es nombre o apellido, y por tanto si no integra usted la lista de anónimos que defenestra.
Me tomo el trabajo (incluso el de contestar su comentario, aunque no entraría en la nómina) porque me intereasan los argumentos, no quien los enuncia.
No se necesita estar forrado, o tener mucho tiempo para esto, salvo que usted lo necesite hasta para escribir estas lineas. En cuyo caso no sería el más adecuado para hablar del contacto con la realidad.
Pude estrenar todas las pocas que hice, vea.No tengo ahora los números de la última pero siempre son dificles de determinar, pero si le interesan puede contabilizar las entradas de YouTube.
Los espectadores suelen cumplir esa condición y andan tranquilos, los únicos que siempre tienen problema son los comentadores de internet… Así que en eso tiene razón: es lastimoso tomarse el trabajo de responder a un alias. Pero mientras sea minimamente cordial, nobleza obliga.
Vaya nomás, no se hubiera molestado, ni se moleste en esperar más. Tampoco soy tan generoso.
No, usted se equivoca. Importan los argumentos y los enunciadores. Porque si no, simplemente le estaría dando entidad a vaya uno a saber quién. Si el argumento es emitido por un alias, el argumento en si es un argumento alias (déjeme inventar el término). Y ese es el cáncer del las redes sociales, que usted no usa pero reproduce: discutir con una entidad, una propia pantalla que refleja su propio reflejo e inseguridad. Oh, a alguien que no se si existe no le gustó mí película, que terrible, le voy a contestar.
Por otro lado, usted no nota que más rápido que lento se está convirtiendo en un comentador de internet. Dese cuenta que es inteligente, relativamente: le está contestando a un fantasma.
Y una última cosa, desde una persona que disfruta de su cine y aboga por la separación del hombre respecto de su obra: estás cosas lo devalúan. Sus películas son buenas, usted es mejor que estás diatribas caprichosas contra molinos de viento virtuales.
Y agrego algo: se contradice, porque siempre tan preocupado por los nombres -este es el mío, el que me dieron mis papás, y me gusta-, pero después va y le contesta a un fantasma de Letterboxd, sin posibilidad de respuesta, y en otro espacio. Todo muy feo, me parece.
Noto que mi celular me jugó una mala pasada en el comentario y salió mal el nombre, pero sigo siendo yo.
Está usted demasiado preocupado por la identidad, Lautaro.
Y por la entidad. Pero eso se tiene o no, no se da. El alias es lo de menos. Y posibilidad de respuesta siempre hay, como ve.
Le agradezco la preocupación por mi (de)valuación. Yo soy mejor que mis diatribas porque soy más que mis diatribas. Pero no hay que separar al hombre de su obra: sería como cortarle la cabeza.
Yo no discuto con reflejos (sería muy aburrido) y menos por inseguridad (los inseguros prefieren no discutir). Que a alguien (usted, sin ir más lejos) le guste o no mí película, me tiene sin cuidado. Escribo esto para los lectores, no para los autores. Aunque fantasmas somos todos.
Descanse, Lautaro.
Se sigue contradiciendo. Le importa poco que a mi me guste o no su(s) películas, pero le importa lo que un fantasma de una web que usted devalúa opina sobre las mismas. Es todo muy triste lo suyo y el papel que está tomando. Además es cobarde, porque al contestar a un alias en otro lado diferente al que dió comienzo -falacia, porque no dió comienzo a nada, en su neofascismo, usted dió comienzo con una respuesta que jamás podrá ser rebatida por el destinatario de sus burlas caprichosas- impide hacer lo que usted hace. Triste papel el del cineasta al que su película no le alcanza para defenderse sola y tiene que salir como ese papá que sale en defensa de su hijo frente al amiguito.
Me parece que usted no entiende nada de lo que digo, Lautaro. Que siga bien.
Buenas tardes. Mientras pienso en qué comentar, dejo los links de los dos textos aludidos por Nicolás para quien quiera leerlos más allá de los intencionados recortes textuales que se les han hecho.
El mío: https://link.medium.com/8xXsVjvZwlb
Y el de Bruno: https://boxd.it/1tDL3j
Muchas gracias; y esperaré con gran interés el texto. R
Buenas tardes, Nicolás: antes que nada, gracias por tomarte el tiempo de leer mi crítica. Es extraño discutir con usted sobre su propia película y que impugne una lectura de la misma (y sí, una interpretación) por el simple hecho de que tiene en su cabeza todas las decisiones y todas las intenciones detrás de ellas, cosa con la que los espectadores no disponemos. Pero parece que quisiera usted que la película se cierre sobre sí misma, porque en el propio ejercicio de responderle a sus críticos sobrevuela la creencia de que las cosas tal y como las piensa se trasladan a la obra sin interferencias o sin espacio para la interpretación en otro sentido. Supongo que no se creerá tan infalible, y sin embargo ante mi pregunta de si alcanzó un límite en su poética usted responde «evidentemente no». Luego dice » lo que Adiós a la memoria muestra es que…» o «Como se sugiere en Adiós a la memoria…». Yo creía que explicar lo que su película muestra o sugiere no era parte del trabajo del director.
Pero más allá de eso, me llama la atención su forma de leer textos ajenos y de escribir sobre ellos. Tengo la sospecha de que citar textualmente pasajes no es sinónimo de rigurosidad o de respeto de lo que el texto original dice, sino una forma de justamente desarmarlos para hacerlos decir lo que se quiere que digan. Si se toman textuales aislados, sin relación con nada de lo que lo antecede ni de lo que lo sucede, claro que toda sentencia parece no estar argumentada.
Sólo llevando a cabo esa operación usted puede atribuirme confundir privado con íntimo cuando se dice exactamente “privado”. De la misma manera que puede decir «como el crítico de Pero blanco, Flores debe creer ‘vetusta’ idea de que los medios manipulan la opinión pública», inventando esa presunción (para ligarme con Perro Blanco) cuando lo que cuestioné es ese pasaje de la película en el cual, para hablar del rol de los medios, usted monta consecutivamente planos de gente embelesada mirando fútbol a través de las vidrieras y, no contento con eso, incluye un audio del relato de la final del mundial ’78. Exactamente a ese nivel de simplificación me refería, y lo adolece la película en general: usted tiene una idea sobre los medios y su forma de mostrarla cinematográficamente es con espectadores embelesados frente a la televisión mirando fútbol, cual opio de los pueblos. Y así una y otra vez en su película: ¿Los veraneantes? Indiferentes. ¿Macristas? La Peste.
Me entero por usted que plantear que la realidad política es más compleja es «la debilidad de nuestro tiempo, o de nuestro progresismo». Si existe tal cosa como la debilidad de nuestro tiempo, estoy más cerca de pensar que es justamente la simplificación de todo, la falta de complejización de todo, que se hace cada día más evidente y que increíblemente nos ha llevado a reducir nuestras otrora potentes consignas políticas a “le decimos SÍ a tal cosa y NO a tal otra”. Pero ese es otro tema.
Su texto termina, en definitiva, confesando que lo que decían nuestras críticas no le importa demasiado. Las necesitaba para reafirmarse otra vez en sus ideas. Sin embargo, y creo que esto es lo más valioso del intercambio, acepto la invitación a pensar más y mejor qué hace política a una imagen o a una película. Efectivamente «transparencia» no fue la palabra mejor utilizada. Efectivamente la política no está sólo en las intenciones y tal vez sí, como dice, en toda imagen.
lo “extraño” es que alguno responda, pero bueno, como yo no soy cineasta lo puedo hacer…
No se trata de que impugne una lectura (que no es lo mismo que una interpretación), ni que ejerza “el simple hecho” de tener “todas las decisiones y todas las intenciones”: el hecho ni es simple (las decisiones se toman y las intenciones se tienen, pero sabido es que el resultado no depende enteramente de ellas, ni de que todo sea tan lineal como para suponer que la obra es mero producto de eso), pero tampoco eso impide que quienes firman una película no puedan hablar sobre ella.
Y no, nadie pretende (y si lo pretendiera sería ciego) que la película “se cierre sobre sí misma”, justamente porque hay todo tipo de “interferencias”, aunque no usaría esa palabra tan cercana al ruido. El tema es lo que Eco (en respuesta a los que entendieron mal su propi texto sobre la “Obra abierta”) llama “los límites de la interpretación”: dicho mal y pronto (o sea), no puede decirse cualquier cosa…
“Explicar lo que una película muestra o sugiere” no es “parte del trabajo del director”, pero no estando tan seguro sobre cómo se parcela ese trabajo, si se puede hacer notar cuando se fuerzan las interpretaciones (y ojo, que a algunos directores ese forzamiento les conviene…).
Lo que a mí más me llama la atención, por lo repetido, es esa idea de que “citar textualmente pasajes no es sinónimo de rigurosidad o de respeto de lo que el texto original dice”. Pensar la cita como “intencionados recortes textuales para hacerlos decir lo que se quiere que digan” implica no solo el fin de las polémicas, sino acabar con la noción misma de crítica, o directamente de la tradición cultural. Desde que hay textos hay citas (algunas salvaron parte de textos previos perdidos, como las que nos llegaron de Heráclito), pero no hace falta sin remontarnos tan lejos para reducir al absurdo la cuestión.
En fin, y saliendo de las citas (o volviendo a las últimas) para ir a lo que aquí decís: la “simplificación” está en la mirada reduccionista, no en la película. Por ejemplo: nunca hablé de “manipulación”. Y si hay un audio del relato de la final del mundial ’78 (que bueno que alguien lo note), es porque yo mismo lo recuerdo perfectamente, además de aludir a la expectación confusa de mi padre, quien si podía excusarla ya en su estado… “ “¿Los veraneantes? Indiferentes” es una tan lectura lineal que me apenaría tener que explicar por qué no es así. En cuanto a “¿Macristas? La Peste” (sin reponer a Camus), en un par de años hablamos…
Efectivamente, “la debilidad de nuestro tiempo es la simplificación de todo”. Y agregaría: la falta de capacidad de discusión, tanto que varios se puedan asombrar de esta respuesta en la que comentamos. Fijate que Letterboxd permite respuestas, pero casi no hay diálogo… Ni siquiera entre los solitarios comentaristas, no digamos como el que aquí se propuso. Así que decir que “lo que decían nuestras críticas” no me importa demasiado es tan falso como el arrepentimiento que ya siento por haberlas contestado… Espero que al menos les haya servido para que quienes no las desconocían tanto como Letterboxd se den una vuelta por ahí y se maravillen (o no, visto que es otro rasgo de esta época de redes asociales) de ese disperso abanico de opiniones, que van desde el habitual “me gusta/no me gusta” a las que pueden considerarse “críticas”, sobre todo si no temen la confrontación.
El inicio salió cortado, simplemente decía:
Podés tutearme, Cristhian, visto que así se trata a los cineastas en Letterboxd. Supongo que lo “extraño” es que alguno responda, pero bueno, como yo no soy cineasta lo puedo hacer…
Voy a responder con algo totalmente lateral y, por lo tanto, medio fuera de lugar, pero quiero decirlo. La ausencia de intercambios en Letterboxd es seguro de lbxd Argentina y puede que de otras, pero no es general. Entre los usuarios brasileños, por ejemplo, hay no solo textos enjundiosos, sino también respuestas desde amistosas hasta combativas, e incluso algunas buenas agarradas. Pasando por intercambios de películas, de textos de terceros, o difusión y coordinación de actividades. La red no es tan limitada (por lo menos, no todavía; aunque a medida que crece y se mercantiliza, va imponiendo tendencias), somos los usuarios.
Carla, una duda, ya que no ando por Letterboxd: ¿la ausencia de comentarios en Letterboxd Argentina se explica por una imposibilidad del dispositivo o porque los usuarios argentinos se abstienen de comentar? La pregunta no es solo técnica. Lo que me llama la atención en esta era de la doxa digital es que todxs tienen una opinión y la postean en espacios semivisibles (o semiinvisibles) pero se ofenden y/o se asustan si alguien les discute. ¿Será esto el liberalismo digital? ¿Opinar unx, como hablarse al espejo, y sobresaltarse si aparece otrx cuestionando lo que dejás escrito? Si a alguien le teme o le ofende que su doxa sea cuestionada, ¿por qué no la deja en un cuadernito en su mesita de luz? Pregunto todo esto porque varias veces me encontré con respuestas del tipo «esto es lo que yo pienso y te pido que lo respetes», como si responder al otrx no fuera una de las formas eminentes del reconocimiento de las autoconsciencias contrapuestas. También en discusiones en redes vi que polemizar es visto como un acto violento, patriarcal, falocrático, como si en una new age lo adecuado fuera asentir con una sonrisa glacial y decir nada. Por consiguiente, insisto, en Letterboxd Argentina es de mala educación el responder una opinión? ¿Respetar es callarse la boca?
Letterboxd es igual para todos, cuando puse «lbxd Argentina» referí a los usuarios argentinos de la red (quizá, sonó confuso). Por otro lado, hay un nutrido grupo de brasileños (varios ligados a la revista FOCO) que debaten duramente. Y que le dan otros usos, como conté. Entre los argentinos, si alguien contesta, suele ser para dar palmaditas en la espalda. A veces, algún usuario responde ahí a cosas que se dijeron en otros lados, pero en general sin decir explícitamente a quién o a qué, así que hay que estar muy al tanto para darse cuenta. También, al revés, hay respuestas en Twitter a cosas que se postearon en lbxd. El que esté libre de culpa en materia de estos cruces de redes que tire la primera piedra.
Sobre el fondo de la cuestión, acompaño tu asombro, o incomodidad. No sé, parece un rasgo de época. En efecto, no hay mayor reconocimiento que discutir las opiniones del otro, en lugar de ningunearlas. Quizá, además de ser un rasgo de época más general, en Argentina se sienta también el efecto de la insistente campaña de la derecha y de los medios con mayor poder para hacer pasar el esfuerzo del kirchnerismo para instalar y extender el debate público por autoritarismo. Ese esfuerzo se sostenía, justamente, en la decisión de responder a todo y a todos. Cristina respondía personalmente a la prensa, a la oposición, a líderes extranjeros… Y otros cuadros del kirchnerismo, también. La paradoja es que esa voluntad de debate fue estigmatizada como autoritaria, como si poner al otro en la obligación de argumentar, o de dar pruebas, si fuera el caso, fuera hacerle violencia. Lo no violento sería que cada uno pudiera afirmar cualquier barbaridad o gansada, o tirar cualquier acusación, sin necesidad de argumentos, ni de pruebas. Incluso, si se tiene el poder suficiente, como Clarín, para que las mentiras, barbaridades, o gansadas lleguen sin pausa, a todas partes, y bien vendidas. Años y años de escuchar que responder es violento (no, responder agresivamente, sino el hecho mismo de responder) quizá hayan dejado alguna marca. Después vino Macri, que se especializó en ningunear a todos, y eso no les pareció violento.
Entonces podemos decir que el problema generalizado es la imposibilidad de dialogar, ya no digamos de polemizar… Basta ver el usual uso de Twitter, en donde también se suele monologar. Tanto que hasta los críticos tuiteros terminan escribiendo como en todos lados como en tuiter (prolongación del viejo cancherismo de El Amante), y aunque muchos de ellos usan Letterboxd hay pelotudos que se burlan porque uno se digna en responder críticas vertidas por ese medio. Pero como ademas de monologuiostas son cagones, te cambian una letra de tu apelliido para que no te enteres, aunque nos enteramos igual, Tripadero.
Oscar: los usuarios argentinos se abstienen de comentarse los posteos. Efectivamente, todos se ofenden y/o se asustan si alguien les discute, aunque después te descansan en tuiter o te tratan de loco (como Quintin a Weber, sin que tampoco tuviera respuesta…).
Es asÍ: Hablan para todos pero sin esperar respuesta (mejor un silencioso like), y si aparece otro cuestionando hay sobresaltos. como si uno hubiera descubierto una funcion inesperada… Y eso que el lenguaje, la tecnologia mas vieja que tenemos, se basa en la conversación.
Esa idiotez seudoliberal de «esto es lo que yo pienso y te pido que lo respetes», como si todo se redujera a emitir opiniones o impresiones, y recibir (digamos) las de los otros (pero sin diálogo, como mera retroalimentación), sin rispideces (sin que las palabras «nos toquen») es un mal de la época, pero es notorio que se de en ámbitos que ponen la palabra «crítica» como espacio común.
NIcolás: es curioso querer decir algo y esperar que NO te respondan como signo de «respeto». El mejor motivo por el que vale la pena hablar o escribir es encontrar a alguien que te contradiga, te puede ayudar a pensar mejor la próxima vez que escribas o a descubrir una idea que no se te hubiera ocurrido. Cuando uno piensa en lo que escribe, está pensando para sus adentros las posibles objeciones y anticipándose a responderlas, eso ya es crítica. Cuando uno solo opina, es la pura inmediatez, lo primero que se te pasa por la cabeza. Lo que pasa es que la palabra «crítica» ya no parece significar lo que antaño. Y quizás los que escriben en letterboxd (cuya etimología desconozco, pero parecería ser una caja de cartas) echan cartas en buzón que nadie nunca abrirá y no piensan que están haciendo crítica.
Carla: te respondo acá porque el jardín de los senderos que se bifurcan en esta tira de comentarios no me permite responderte directamente, vaya uno a saber cómo se leerá. En Argentina el tema de «esta es mi opinión y te pido que la respetes» coincide cronológicamente con la grieta. No sabemos si es un fenómeno más extendido. Pero en sectores vinculados a la crítica de cine yo escuché decir que una nueva discursividad no patriarcal consiste en no polemizar, no contradecir. Me lo dijo un varón que me aconsejaba aprender de los nuevos feminismos, que no se autopercibía como macrista sino de un modo más difuso y prefería no hacer públicas las opiniones que me manifestaba por privado. Todos hemos leído hace poco que los debates que se llevan en este blog son formas discursivas falocráticas. Ante eso me parece que hay que tomar algunas precauciones, como firmar con nombre y apellido y no entrar en el juego de respuestas cruzadas en twitter, en letterboxd o donde sea. Si los demás se entregan a ese jueguito, uno tendría que estar alerta para no caer en él.
Esto es hermoso. Todo esto: «una nueva discursividad no patriarcal consiste en no polemizar, no contradecir»; «aprender de los nuevos feminismos», «formas discursivas falocráticas»…
En Argentina el tema coincide cronológicamente con la grieta, pero sí sabemos que es más extendido. Es, como la llama Nicolás, «una idiotez seudoliberal», en boga en todas partes, en la medida en que avanzan el individualismo y el solipsismo. Aunque, insisto, creo que acá tiene una fuerza y una legitimidad que le viene de esa década de resistencia de la derecha a que se abriera y se democratizara el debate público, a tener que dar explicaciones, quizá por primera vez en la historia nacional, a esa escala.
En cuanto a las firmas, hay muchas razones para no usarlas. Otra cosa es ocultarse realmente -que no se sepa, ni se pueda saber quién sos-. De eso, hay poco el Letterboxd. Muy poco, menos aun que en Twittre. Todos sabemos quiénes somos y la identidad de todos se puede rastrear fácilmente, aunque se usen nombres de blogs, o de otros espacios de los que se participa.