CONTRACAMPO: CORAZÓN EMBALSAMADO

CONTRACAMPO: CORAZÓN EMBALSAMADO

por - Festivales
17 Nov, 2024 09:45 | Sin comentarios
Ocho párrafos sobre Corazón embalsamado.

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Digamos domingo. Sí, un domingo en un pueblo donde “hace meses que no cae una gota”. Corazón embalsamado se siente así tal cual: como el despertar de una siesta de domingo. En una misma gran visión, en pantalla se entrelazan archivos de VHS familiares, videos tomados de YouTube y planos de la pieza de una casa de familia que casi nunca terminan de entrar en foco, como vistos a través de ojos lagañosos. Son imágenes que parecen proyectarse desde el interior de esa casa, o, más bien, desde esa pieza de una de las hijas de la familia. Un hogar que es visto a través del deambular de la cámara por pasillos y distintas habitaciones. Y que se integra a un panorama de mezcla de texturas de donde emerge la voz de la hija de la familia. Su relato, íntimo y disperso, va desde la infancia y la pubertad hasta la rebeldía adolescente; va y vuelve en el tiempo, siempre guardando algo o escondiendo algún secreto. Igual que cada uno de los distintos materiales que intervienen en pantalla, cada uno de los planos y los recovecos de esa casa parecen llenos de recuerdos, llenos de cofres supuestamente privados, y, por eso, muy tentadores. El fluir entremezclado y ensoñado de Corazón embalsamado se asemeja a ese estado perceptivo donde la realidad se mezcla con lo onírico cuando se pasa de la vigilia al sueño, o del sueño al despertar. La película es eso, pero a la hora de la siesta, un domingo, y en este pueblo donde “hace meses que no cae una gota”.

La protagonista le dice pueblo, pero se trata de una ciudad: San Fernando del Valle de Catamarca. Una capital provincial que desde lejos, desde arriba del dique, se puede ver entera; con los picos de las iglesias, los árboles altos, los incendios y el valle de casas bajas. Esta imagen nunca aparece en pantalla, pero es descrita por la hija de la familia. Y es difícil no creerle. De entrada, un halo de inocencia sobrevuela sobre ella y sobre esta familia que va a misa todos los domingos, con sus hijas siempre arregladas, cuidadas y prolijas para ver, entre curas y monaguillos, el corazón de Fray Mamerto Esquiú que descansa en la iglesia de la ciudad. Pero nada es tan ingenuo en Corazón embalsamado. La protagonista también dice que esta reliquia le sirve para poder entender cosas que aún no le pasaron. Está aprendiendo, dice, a mentir para hacer lo que quiere. Esa voz que sale de las imágenes es la de la propia directora, guionista y montajista, Julieta Seco.

En el último tiempo, las imágenes de VHS acompañadas por voces en off en primera persona se hicieron mucho lugar dentro del panorama del cine argentino. De pronto, la noción de lo biográfico y lo privado apareció tensionada con distintos conflictos sociales y políticos bajo la pátina digital del archivo hogareño. La mayoría de las veces, con la voluntad de colocar la textura del VHS como una fachada, como un decorado que esconde un doble fondo trágico. Los temas pueden variar, pero la forma de estas películas responde a la voluntad de moldear una idea preexistente, de darle cauce a materiales de archivo con algún dato, alguna curiosidad, algún plus que los hace pedir a gritos ser película, convertirse en algo más. Son películas que parten de un mármol que se va tallando hasta su forma final; películas de una biografía que requiere ser podada y acomodada. Son películas de editores. Y aunque a primera vista se pueden mezclar los tantos, Corazón embalsamado se para en otra vereda. 

Como anuncia una ilustración al principio, la estructura de la película se divide en capítulos que siguen la forma de un rosario. Pero en vez de un padre nuestro, diez avemarías y un gloria al padre por cada segmento (o cada “misterio”, como se le llama tradicionalmente a las porciones de los rosarios), la directora narra anécdotas de la niñez y la adolescencia en Catamarca donde la sensualidad siempre está vinculada con la transgresión. Hay un punto de vista tremendamente subjetivo en la película: Seco se acerca a las imágenes de VHS como si fueran una frazada o un amuleto más de esos que están desparramados por su pieza y que filma tan de cerca que su cámara los pierde, los desnaturaliza adrede. No hay jerarquización entre las distintas texturas que conviven en la imagen, no hay flashbacks o momentos de entrada o de salida para pasar de una cosa a la otra. La temporalidad fragmentada y aparentemente dispersa del relato de la chica sigue el espíritu díscolo de los rayones y las luminiscencias de colores alocados del VHS. Un material desgastado que se hermana, a su vez, con las “imperfecciones” del HD, con su ruido digital y su foco siempre blando. Todo es parte de una misma indagación hogareña, y es tal la curiosidad que guía a la película, que cuando aparecen los archivos en pantalla uno puede imaginar a la protagonista dándole play a la videocasetera para observar de cerca a esas imágenes tan suyas y ajenas como los objetos de su propia casa. 

La forma de la película de Seco no es la de un contenedor temático. En Corazón embalsamado la forma es la propia búsqueda: todo está fundido en una estética ensoñada, taciturna y calurosa que camina por terrenos que la propia película se va construyendo a medida que anda. No hay huellas de un cuadrado de mármol sólido. Corazón embalsamado se configura como un cadáver exquisito de oraciones y rezos inventados por una chica sola en su pieza, es como una obra hecha a partir de pedazos rotos de estatuas construidas por otros. Acá no hay edición, hay reconstrucción. Es la película de una montajista.

La clave está en la imbricación de fragmentos. El corazón de Fray Mamerto Esquiú entra y sale de la película, como una pieza más de un rompecabezas mayor en donde cada parte parece tener una función precisa. La voz de la chica imagina, elucubra e indaga sobre cada cosita que se va encontrando. El relato repasa los videos de los amigos de rugby de su hermano, exclama rechazo y atracción. Seco observa la imagen de la Virgen del Valle fascinada, para después preguntarse cómo sería su fiesta de 15. La pregunta parece ingenua, torpe, aniñada, pero le permite imaginar planos caleidoscópicos, angelados y delirantes para dedicarle a la figura. Patria, religión, familia, todas las instituciones que le dan cimiento a la vida en Catamarca pasan por un tamiz de preguntas elementales, casi propias de juegos o pesquisas infantiles. Pero si hay inocencia es un disfraz, Corazón embalsamado nunca es ingenua o inconsistente: el estado de “entre” (sueños, materiales, edades), o la fiebre, llegada su momento, son formas de activar la imaginación, de despertar una fantasía que enciende la maquinaria del cine para recorrer y examinar las obsesiones de la directora sin las investiduras solemnes que las cosas pueden traer consigo. Corazón embalsamado no conoce la ortodoxia ni la banalidad; se trata de una película sobre la fe que no profesa culpa ni arrepentimiento, y que, a su modo, da vuelta desde adentro ciertos versículos de la biblia para plantear una posibilidad: el cielo puede estar de fiesta si una de sus hijas cae en la tentación de tantear entre sus deseos.

En esa casa, entre rezos inventados, la protagonista se confiesa: quiere que la dejen chocarse sola contra la pared. La presunta inocencia y dispersión de la mirada de Seco abre una fuga poética en la que se integran sutilmente su curiosidad y su sensibilidad política. Es una película que no grita, que no dice todo, que prefiere guardarse y esconder las mayúsculas para asomar en su lugar pequeños gestos, referencias y signos filosos. En un momento, la narradora lee una noticia del diario: una chica de 17 años fue asesinada. Se refiere, sin mencionarla, a María Soledad Morales (quizás, tristemente, la catamarqueña más famosa hasta nuestros días). Seco juega y alucina, pero sabe el peso real de las cosas. En la mudez de los planos de las marchas del silencio que se intercalan en el montaje se dibuja lo que esa noticia significa para esta chica a punto de seradolescente. Todas las generaciones, en todos los lugares, tienen su propia tragedia. Seco recorta la imagen y observa los pies de las mujeres que marchan, esquiva los carteles y la individualización. Y es que, en rigor, esas imágenes podrían ser las de tantos otros casos infames.

En Corazón embalsamado las ideas se convierten en ecos y la emoción se reparte sin jerarquías, sin una individualización precisa. No por nada los planos de archivo de las amigas de la protagonista, o de los chicos rugbiers en los vestuarios, siempre cortan antes de que los rostros puedan ser visibles por completo. Las ilusiones infantiles, las borracheras, las charlas de las chicas sobre la pubertad, los chicos chetos y repugnantes, los chicos más atractivos con sus motos en el dique, esas anécdotas hechas rezos, nada de todo eso importa por su carácter puramente individual. En Corazón embalsamado se hilvanan oraciones que son reflejo de aquello con lo que nace la gente de un pueblo donde “hace meses que no cae una gota”. Son reflejo de la carga, de las sombras y las luces, de todo eso que se lleva muy adentro, a veces hasta demasiado adentro y demasiado callado.

Tomás Guarnaccia / Copyleft 2024