CONTRACAMPO: FUERA DE CAMPO
Terminado el festival de cine de Mar del Plata y la muestra paralela Contracampo, pudieron leerse una serie de balances sobre ambos. Este breve apunte pretende ser, más una tardía nota al pie sobre esos eventos, una mirada sobre el estado del campo.
«Resistir a la extrema derecha es una batalla que aún no ha terminado». Estas palabras, enviadas por la realizadora Márcia Faria desde Brasil, fueron el único discurso político de la entrega de premios del festival oficial. Por su parte, los jurados comunicaron su apoyo al festival obviando toda referencia a la coyuntura política o cinematográfica. “Si se portan mal les voy a pasar en continuado las cien películas argentinas que fueron vistas por menos de mil personas. ¡Es una tortura!”, había dicho poco antes el presidente del Incaa en un canal de streaming libertario. La frase destacó entre otras curiosamente más atinadas, como explicarle a sus interlocutores la necesidad de preservar los films nacionales. Del mismo modo, el director del festival de Mar del Plata pudo en una misma entrevista defender su existencia (“debe tener una impronta latinoamericana, tiene que ser un festival de mayoritariamente cine argentino”) y a la vez afirmar “desde mi lugar en Los Angeles que siempre fue poco el cine argentino que sirvió para poder mostrar afuera”(1).
Podrá decirse que nada bueno puede esperarse de funcionarios de un gobierno que ha hecho del cine argentino uno de sus enemigos predilectos, junto con las universidades nacionales, el Conicet, y la vida pública en general. Pero tratar de establecer un diálogo es parte del juego, aunque sea (como en esas entrevistas) para dejar claras las respectivas posiciones. De hecho, existieron negociaciones para que tanto los codirectores artísticos del festival como el presidente del INCAA estuvieran presentes en alguna de las charlas organizadas en Contracampo. Y acaso el resultado hubiera sido tan elocuente como la sonada entrevista a Mariano Llinás en Seul (2), en la que unas respuestas y repreguntas atinadas bastan para dejar en evidencia los dislates del discurso dominante. Pero los problemas surgieron ya en la conversación previa: al parecer, los funcionarios comprensiblemente querían ser parte de los expositores, y no les fue permitido. También se les dijo que «dadas las recientes declaraciones» el espacio no podía hacerse responsable de la respuesta del público, lo que dio lugar a que los ¿invitados? adujeran que «no estaban dadas las condiciones de seguridad» para su presencia. Un doble paso en falso, dado que -como asegura Diego Lerer en su balance-, “Contracampo transmitió más un espíritu festivo y comunitario que uno tenso o agresivo”(3).
Efectívamente, Contracampo pareció querer replicar el espíritu del festival de Mar del Plata (el de sus mejores años, digamos) y de hecho muchas de las películas que se programaron en la sala Enrique Carreras podrían haber estado en la vidriera oficial. La única diferencia fundamental que se dio entre ambas muestras fueron las “actividades especiales”, si bien -al haber sido en ambos casos laterales a los espacios de proyección- en ningún caso tuvieron un rol central. Y aunque las cuatro charlas sobre la actualidad del cine argentino que se ofrecieron en Contracampo no replicaron nada ni remotamente parecido en el festival (tanto que presidente del Incaa y codirectores no usaron la palabra más que en la apertura/clausura, y los intersticios de las funciones), al haber sido realizadas a las 11 de la mañana en el escueto espacio de una librería (más apto para la presentación de un libro o una lectura de poesía) no tuvieron la repercusión que podrían haber alcanzado. Ya el primer encuentro desbordaba de público, que en los sucesivas días se fue reduciendo, en buena parte por lo dificultoso del acceso.
Imaginemos si esas charlas abiertas hubieran tenido lugar en la misma sala donde se hacían las proyecciones, en horario central, uniendo así películas y discusiones, haciendo a público y expositores parte de un mismo acto (visto además que buena parte de ese público es lo que Goyo Anchou llamó teatralmente “prosumidores”). Pero tal vez cualquier multitud se hubiera sentido poco atraída por una conversación que giraba mayormente sobre temas institucionales (INCAA, festivales de cine, preservación y educación, distribución y exhicbición). No hubo espacio para algo tan básico y esencial como la pregunta “¿Qué cine o qué películas, para qué y para quién?”, que podría formularse en cualquier momento de crisis (política, cultural, existencial…)(4). Eso sí hubiera sido un literal “contracampo” para un discurso oficial que parece tener muy claras esas cuestiones…
Pero tampoco había en la programación películas-acto que pudieran encarnar esa respuesta. No se trata, desde ya, de pretender una Hora de los hornos (al parecer ya apagados), visto que no había allí nadie que encarnara al Godard del 68 ni un campo que esté exigiendo los “Estados Generales del Cine” (algo ciertamente difícil cuando ni siquiera tenemos una CGT poniéndose a la cabeza de un paro general). De lo que se trata, en cualquier caso, es de proponerse al menos alguna respuesta política que trasmute el acto mismo en obra, y haga ingresar esta realidad en los films argentinos, sacándola del virtual “fuera de campo” en que se encuentra. Martín Farina andaba por ahí haciendo una película sobre el festival, y acaso surjan otras al calor de los acontecimientos de los días por venir, pero lo cierto es que (más allá de casos aislados y laterales) ninguna fue LA película “política” de este encuentro, finalmente más cinéfilo que político. En ese sentido, debe leerse como síntoma común otra de las declaraciones del director del festival oficial: “Esta no es una gestión que responde a un gobierno, no somos parte de la cuestión política. Es sólo un hecho artístico”.
En tanto los propios “prosumidores” sigan teniendo la misma disociación, las cosas difícilmente cambiarán. No ya en el sentido con que Diego Batlle hablaba (en su podcast desde Mar del Plata) de “un exceso de triunfalismo” por parte de Contracampo, visto que una muestra (o incluso su continuidad) no cambia la coyuntura. Pero no se trata de que el cine vaya a lograr por su propia y sola cuenta un cambio radical (ni siquiera los cineastas militantes intentan reproducir esa posibilidad), sino apenas de extender la pulsión por “filmar políticamente” (y que esa frase no se aplique sólo a una radicalidad formal).
Mientras tanto, no está de más recordar que todas las movidas pre-eleccionarias que tuvieron lugar en el campo del cine se fueron extinguiendo. Algunas voces lo advirtieron entonces: una defensa sectorial corre ese riesgo (como se vio hasta en el caso de las multitudinarias marchas universitarias). Ante los renovados ataques al cine argentino, las defensas apelaron a su importancia (cultural, social, ¿política?): es hora de empezar a demostrarlo. Como sugiere Favio Vallarelli (4), “la destrucción del fomento público es la oportunidad de discutir todo de nuevo otra vez, durante el tiempo que sea necesario”. Habrá que ver si el campo del cine argentino está a la altura de ese paradójico desafío.
NOTAS
(1) Leer acá.
(2) “La mayoría de la gente que ataca al INCAA o al CONICET no tiene ni la más remota idea de qué son el INCAA o el CONICET, cómo se financian, qué lugar tienen en el país y en el mundo, qué grado de sofisticación manejan, ni mucho menos. Se resignan a identificar instituciones con cosas que los ponen de mal humor. Es una actitud bastante irresponsable como sociedad. Este gobierno infame que han votado se sostiene en parte gracias a fomentar ese embrutecimiento”. Se puede leer completa acá.
(3) Leer acá.
(4) Un simple ejemplo se da en esta entrevista de Chaco Fontana a Leonardo Favio a fines de los 80: se puede ver acá.
(5) Leer acá.
Nicolás Prividera / Copyleft 2024
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