CONTRACAMPO: ¡HOMOFOBIA!
Plano de Plaza Constitución en imagen y Goyo Anchou toma la palabra: “esto es una comedia”, dice, “y si la estás pasando mal, ojalá este ratito te sirva para estar mejor”. Apenas empieza, ¡Homofobia! tiende su mano y nos invita a pasar, a divertirnos en medio de tantas pálidas. En este gesto no hay falsa modestia, no hay engaño. Tampoco es una manera de atajar a los espectadores para lo que se viene; Goyo Anchou es un cineasta demasiado genuino. Su relación con la palabra parece ser la misma que tiene con sus imágenes: la de ser un cineasta de la transparencia.
El plano de Plaza Constitución al amanecer, impávido y fijo como la mirada de un trasnochado, permanece a lo largo de la película mientras asoma el sol. Sobre esa imagen se despliegan recuadros con distintas escenas que van construyendo el collage de imágenes en movimiento que es ¡Homofobia!. Obsesiones, citas cinematográficas y ocurrencias ficcionales del director comienzan a amontonarse en pantalla, casi como fichas escritas con letra grande desparramadas sobre una mesa. Este discurrir desenfrenado de imágenes se conjuga con un drama nervioso que, como en los melodramas que Anchou estudió en su época de académico, comienza “por culpa de una traidora”.
Es fascinante lo papelonero que puede ser un hombre inseguro, acorralado y tocado en su orgullo. Tirarse a los pies de la amada, llorar por perdón, enojarse por una supuesta traición, sentirse Cristo en la cruz, dar un portazo, querer matarse y después querer matar a todo el mundo, son sólo algunos de sus arrebatos. El repertorio del hombre patético es infinito. Y el protagonista de ¡Homofobia! sigue a fondo este camino, alérgico a la vergüenza. Tan a fondo, que planea una posible solución: tener sexo con un chico gay de la facultad y después molerlo a golpes, o hacer una película porno con él. Se verá. Porque ellos, los gays, según dicta su homofobia latente, están para eso.
Entre el patetismo y la represión, se dibuja una tesis: la frustración del tapado es un arma de doble filo con la que siempre se termina cortando quien la porta. El “Son todos putos…” del afiche de ¡Homofobia! baña de luz a esta cuestión que sobrevuela la película. La idea de transparencia en Anchou está por todos lados. Un concepto que a veces se asocia con la comodidad, la pereza o la falta de cintura para disfrazar. Pero la vanguardia (la vanguardia estética y política, esa que obsesiona al director) fracasa si se disuelve en la opacidad total. Y Anchou, un artesano rabioso y libidinoso de los márgenes, lo tiene muy en claro: salirse de los estándares implica asumir con orgullo y de frente la propia disidencia.
*Texto publicado originalmente en el catálogo de CONTRACAMPO.
Tomás Guarnaccia / Copyleft 2024
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