CRESPO, LA CONTINUIDAD DE LA MEMORIA
RESISITIENDO AL OLVIDO
Por Marcela Gamberini
El gesto que da inicio a la película es siempre el mismo: la muerte del padre. Se puede empezar a filmar, se puede registrar una vida cuando se muere el padre, cuando se muere el origen. O cuando el vacío se hace palpable, tangible y es necesario recuperar (se) la propia historia.
Crespo comienza con una escena en el museo de Crespo, aquel que guarda las memorias de un pueblo, de sus habitantes y sus tradiciones. Un museo es aquello que eterniza la historia, la propia y la ajena. Los niños de la escuela suman vitalidad, ingenuidad, son aquellos que vienen a ocupar los espacios, que preguntan, que miran. Que el protagonista, que es Eduardo Crespo, se ponga su uniforme de boy scout es recuperar no sólo la infancia sino la pertenencia a esa familia, la propia y la de la ciudad. Esos niños están forjando una identidad, como Crespo, el director. ¿O hay algún otro motivo para filmar o escribir una autobiografía sino a través del feroz intento de darle forma a la propia identidad? Se trata de un trabajo tan arduo como doloroso.
Cuando Crespo, quien filma, quien protagoniza, nombra a su padre, su mirada y su cámara filma pollitos. No sólo porque la ciudad de Crespo en Entre Ríos es básicamente de producción avícola sino porque esa imagen está la imagen del padre. La cámara, los ojos de Crespo, se alejan y su voz menciona a su padre mientras hace eje en un único pollito, solo. El director lo toma y la cámara se acerca y a la vez se aleja, tal como se acerca y se aleja del padre, hasta que finalmente lo deja ir; al pollito y al padre.
Crespo, la continuidad de la memoria, Eduardo Crespo, Argentina, 2016
La película, como casi todas las autobiografías o las memorias, son utilitarias. Sirven para guardar, recuperar, descubrir la memoria y además constituir la identidad y la consecuente integración a la sociedad. Eduardo Crespo explicita su relación con el mundo circundante, con “su” mundo circundante; recupera sus recuerdos que son los de su padre, hace listas infinitas como un modo de ordenar la escurridiza memoria que va alternativamente hacia atrás y hacia adelante, como siempre. Filma a su familia, a su madre, su casa, los reflejos del sol sobre las cosas, las luces que caen transversalmente sobre los muebles. El espacio es central en la película, como así también el tiempo. El espacio es la ciudad de Crespo, pero a la vez es su casa, ese museo y también es el espacio que su padre ocupaba, ahora vacío y que su hijo intenta habitar; el cuerpo del hijo queriendo habitar el espacio del padre para recuperarlo, para poder nombrarlo y para memorizarlo. El tiempo del padre, aquel al que los hijos no accedemos y aquel que compartimos, esos dos tiempos (si es que son diferentes) se atesoran en el tiempo de filmación de la película.
Como encontrar fotos dentro de las fotos, el director, el hijo, quiere encontrar historias dentro de las historias, aquellas que no supo, aquellas que olvidó. El documental es una forma de resistencia ante el olvido, y Crespo es una película sobre la pena y la ausencia; en sus propios términos, es un película urgente y necesaria para el hijo que muestra en primer plano algunos objetos del padre como si al mostrarlos metonímicamente trajera la presencia del padre.
Crespo es un gran documental autobiográfico. Juego de espejos y de identidades que se replican más allá del tiempo y el espacio, la repetición de Crespo, esa lingüística replicada y replicante de los nombres propios es, no sólo el nombre de la ciudad y del barrio, sino que es el Nombre del padre. Crespo es un viaje a la infancia, a ese terreno arenoso, a ese paraíso perdido; viaje que lleva el cuerpo de Eduardo Crespo a otra parte (y también, misteriosamente, a sus espectadores). Viaje que recupera un pequeño universo que es el privado, hecho de migajas (como bien dice Roland Barthes en su maravillosa autobiografía) y que en el centro descansa la figura del padre; ¿puede haber otra figura? Esa figura aparece como un caleidoscopio desde donde puede verse todo lo demás, incluso uno mismo, hecho de reflejos, fragmentos, sombras. También de fotos, diapositivas, palabras.
Finalmente, ese hombre vestido de boy scout es el que se va, por ese interminable camino de tierra que es la memoria, con su infancia puesta. Alejarse y acercarse es la dinámica de esta poética que Eduardo Crespo filma amorosamente, registrando un homenaje a su historia propia y social, privada y pública. Filmar es filmarse en este caso (¿o siempre?) antes que todo desaparezca o tal vez al contrario: para que nada de esa historia publica y privada desaparezca. Gran gesto para una gran película.
Marcela Gamberini / Copyleft 2016
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