CRÍTICAS BREVES (05): ¡Vivan las antípodas! + El molino y la cruz + Mar negro
*** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
¡Vivan las antípodas! / Niech zyja Antypody! , de Victor Kossakovsky,Alemania-Argentina-Holanda-Chile, 2011. (**)
Tras una cita inicial de Alicia en el país de las maravillas en la que se explicita lúdicamente el concepto de antípoda, la película dirigida por Victor Kossakovsky ilustrará esta noción geográfica a lo largo de 108 minutos. Un mapa mostrará el recorrido a filmar: un pueblo rural de Entre Ríos y Shanghái, un lugar perdido en España y una zona marítima de Nueva Zelanda, el lago Baikal en Rusia y la Patagonia chilena, los volcanes de Hawái y la isla de Kubu en Botsuana. En ¡Vivan las antípodas! los opuestos, literalmente, se unen y son (cinematográficamente) complementarios. Esta lógica del Yin y el Yang topológico funciona a la perfección en el segmento correspondiente al encuentro entre China y Argentina. Los paisanos de Entre Ríos viven en soledad. La salida del sol dictamina sus biorritmos, el primer mate, los tiempos de trabajo. Es un paraíso pretérito. De pronto, el plano gira 180 grados y en un fundido encadenado se empieza a ver la vida en Shanghái. La sustitución es asombrosa: no sólo se trata de una inversión de la mirada donde los automóviles y las bicicletas se desplazan como si los viéramos haciendo un paro de cabeza, sino que Shanghái es una metrópolis del siglo XXI: superpoblada, contaminada, donde el urbanismo se ha impuesto al ecosistema. Aquí el concepto de antípodas excede a la geografía: son formas de vida antagónicas. Los pasajes de un lugar a otro son claves. La piedra volcánica deviene en la piel de un elefante, una historia amorosa entre un chileno y un ruso se insinúa, una roca encaja con el cuerpo de una ballena moribunda, ejemplos de una intuición filosófica: la unidad se ve en la multiplicidad. La película de Kossakovsky está en las antípodas de un filme como Koyaanisqatsi, y en ese sentido sus elecciones musicales son clave: el minimalismo musical, monotemático y universal, de Glass poco tiene que ver con la concepción musical de Popov, dispuesto a comprender sonoramente los territorios visitados. El pesimismo ecológico brilla por su ausencia; todo es aquí objeto de admiración y embelesamiento, no exento en algunos pasajes de una hipérbole naturalista no muy lejos del kitsch.
El molino y la cruz / Mlyn i krzyz, de Lech Majewski, Polonia-Suecia, 2011 (**)
El travelling lateral inicial que recorre la totalidad del lienzo viviente que será luego la famosa obra “El camino del Calvario” (1564), del gran pintor Pieter Brueghel, propone el punto de intersección entre cine y pintura: la imagen cinematográfica tiene movimiento y sonido; una pintura es muda y estática. El molino y la cruz es una introducción didáctica al arte de la interpretación. El filme descompone la panorámica de la pintura mencionada: lo que allí se ve como totalidad, aquí se ve en partes. Cada figura y cada escena tienen una historia, y algunas se verán en el relato: la invasión española de Flandes, una historia de amor interrumpida por la crueldad de los invasores, una madre entristecida por la muerte de su hijo. Cada tanto, el propio Brueghel explica su poética: siempre se trata de esconder un poco; lo que se debe ver nunca coincide con la mirada de la multitud, precepto que el film contradice cada tanto. Los efectos digitales y el registro funcionan armoniosamente, lo que no impide, eventualmente, cuestionar o sopesar la reconstrucción ontológica de la obra arte. La profundidad de campo en algunos pasajes es (demasiado) exquisita. Sólo la ininterrumpida voluntad didáctica de la puesta en escena debilita el gesto radical del film. La tela viviente, misteriosamente, no será su reconstrucción fílmica. El plano final del verdadero “El camino del Calvario” es aún más poderoso que estar paseándose dentro de él por una hora y media.
Mar negro / Black Sea, de Federico Bondi, Italia-Rumania-Francia, 2008 (**)
Es lógico que la inmigración (ilegal) se haya convertido en un tema cinematográfico recurrente; en menos de 14 días pasan por nuestra cartelera El gran río, Figuras de guerra, Amigos intocables y ahora Mar negro, lo que constituye una comprobación empírica de esta inquietud sociológica y malestar de la globalización que el cine registra y retrata. La tercera película de Bondi posee una virtud ostensible: el director respeta a sus personajes, y éstos son personas y no, como por ejemplo en Amigos intocables, axiomas de una fantasía de hombres blancos y una conversión ficcional de sus culpas. La bella Ángela, que viene de Rumania y busca una mejor remuneración en Florencia, Italia, y Gemma, una anciana italiana de muy buena posición económica, que acaba de enviudar y está enferma, son criaturas verosímiles. El hijo de Gemma vive en Trieste; Ángela será contratada para ser su cuidadora permanente. Al principio, Gemma parece una arpía irredimible, y Ángela intentará sobrellevar con paciencia el carácter de su empleadora. La cotidianidad las obligará a un acercamiento, y si bien no se trata de una amistad y las diferencias son inconmensurables (el novio de Ángela gana 100 euros por mes en Rumania; la señora de la casa no es precisamente una jubilada necesitada), sus mundos literalmente se cruzarán, incluso habrá un viaje inesperado a la tierra de Ángela, que bien puede remitir al pasado de Gemma y la historia pretérita de Italia. Los sólidos trabajos de Ilaria Occhini y Dorotea Petra se destacan debido a una puesta en escena austera. Algunos pasajes clave se filman con la distancia justa y en un solo plano. El humanismo discreto de Bondi no apela ni a grandes emociones ni menos aún a una corrección política dispuesta a vender esperanza a cualquier precio. Si bien “todo pasa”, como dice Gemma, para la mayoría de los hombres la vida es dura. Y Mar negro no miente.
Todas las críticas fueron publicadas en otras versiones por el diario La voz del interior durante los meses de agosto y septiembre de 2012.
Roger Koza / Copyleft 2012
coincido, roger, con tu comentario sobre Vivan las antípodas.
Yo agregaría que, además, es una pena este film porque si bien tiene imágenes deslumbrantes e incluso momentos de lúcida comunión entre sonido e imagen, y en buena medida, hace honor a esa redención física que teorizó Kracauer, trabaja sobre ciertos clishés: el león (áfrica), la multitud (china), por ej.
rescato, así como vos leías la impronta de Alicia, un legado de la antigua grecia. La película explora los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego, en sus múltiples manifestaciones, y desde el centro de la tierra al éter.
sabor agridulce para esta película. eso sí, no es un simple docu de national geographic, como decían en otroscines. y por suerte tu comentario es más justo con ella