CRÍTICAS BREVES (145): A FLOR DO MAR
A flor do mar, João César Monteiro, Portugal, 1986
En este quinto largometraje, el cineasta más misterioso e inclasificable de Portugal aún no había hecho de la perversión una estética ni de sí mismo un vehículo corporal que fuera su emisario, aunque hay algunos indicios en este film, que parece más que nada la transcripción onírica del ánimo de la protagonista principal. La hermosa Laura, quien perdió a su marido un tiempo atrás, decide dejar Roma e irse al sur de Portugal a una casa marítima junto con sus tres hijas. En un día de playa, durante la mañana, se encuentra con un hombre herido que llega hasta la costa en un bote de goma. Poco antes de esa escena, las noticias informan que un líder de la Organización para la Liberación Palestina fue asesinado. Roberto habla inglés y tiene un revólver, lo que no impide que gane el corazón de las hijas y de otros allegados. En estas coordenadas simbólicas, también alimentadas por mitos, citas literarias y guiños cinéfilos, el relato persiste en su lógica inconexa pero amable hasta el final, alternando hermosas secuencias de una perfección formal que no se explicita y varias situaciones entre inexplicables y enigmáticas. La cercanía al mar quizás llevó a Monteiro a priorizar los colores cercanos al celeste, y ya en el inicio el dominio cromático en el plano se confirma en el retrato de un gato siamés, una de las tantas evidencias de las proezas formales del director, cuyo dominio del espacio cinematográfico ha sido una marca registrada de su estilo. El propio Monteiro tiene dos cameos, y en la primera aparición ya puede percibirse la futura configuración de João de Deus, el famoso personaje fetichista del vello púbico que empezará a existir en Recordações da Casa Amarela, tres años después del estreno de A flor do mar, un film que no es otra cosa que la constatación de la fragilidad del sentimiento amoroso.
Roger Koza / Copyleft 2019
*Esta película se exhibe en el día de hoy a las 22.30 en el MALBA
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