CRÍTICAS BREVES (151): NO COMPTEU AMB ELS DITS / NO CONTÉIS CON LOS DEDOS
No compteu amb els dits, Pere Portabella, España, 1967.
En el primer film del notable cineasta español, que no alcanza los 30 minutos, ya están las directrices poéticas de toda su obra: la discontinuidad estructural de las secuencias, la disyunción del sonido respecto de la imagen y la dislocación del sentido y de la orientación concomitante del espectador son ubicuas en la totalidad de la película. El presunto retrato del hombre moderno, visto como un sujeto derrotado pero no vencido, con el que abre el film, puede remitir sin duda a una película similar del mismo año de Jørgen Leth titulada El hombre perfecto; la relación entre ambos cortometrajes no es antojadiza; más bien, cifra un espíritu de época, aunque ese primer motivo de No compteu amb els dits es reemplazado de inmediato por otros, sin seguir una línea semántica que ordene la voluntad de ruptura entre lo visto, lo oído y lo dicho. El mismo hombre aparecerá en dos escenas posteriores (cenando con una mujer en una mesa deliberadamente gigante que los separa, y más tarde interpretando a una suerte de pintor de vanguardia que realiza un cuadro bastante absurdo), escenas yuxtapuestas con otras (un desfile de mujeres mientras una voz se limita a describir una constelación celeste; niños jugando en el bosque que encuentran a una mujer tendida en el suelo, entre muchas). El conjunto, sin embargo, sí induce a intuir que hay detrás de todas las escenas una desconfianza a la inocencia del saber científico y a la relación de este con el poder, como asimismo un desdén por un cierto orden mecanicista en el seno de la vida. Así, Portabella es capaz de filmar una persecución en una fábrica de Pepsi Cola, en la que un hombre escapa mientras las botellas ordenadas en hileras parecen seguir una coreografía macabra que glosa el sistema productivo que es el corazón del mundo. Lo que pasa con el sonido en ese pasaje es apenas el aviso de una escena increíble que tiene lugar más tarde en una barbería, en la que el sonido de una navaja de afeitar se transforma en un efecto especial de terror indirecto y el rostro y la piel de un religioso en una superficie dispuesta a sacrificarse.
Roger Koza / Copyeleft 2020
* Se puede ver aquí hasta el 4 de mayo de 2020.
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