Un monde flottant, Jean-Claude Rousseau, Francia, 2020

La extrema modernidad y los remanentes de una tradición, o, dicho de otro modo, la aceleración y la contemplación organizan este retrato de la vida cotidiana japonesa en el que Jean-Claude Rousseau, detrás y delante de cámara, intenta traducir en planos cinematográficos la tradición pictórica conocida como ukiyo-e o “pinturas del mundo flotante”. El deseo de plasmar en grabados el carácter fugaz de los acontecimientos, sean estos del dominio de la naturaleza o de la vida humana, se cumple agrupando un conjunto de planos organizados en serie que, gracias al juego entre repetición y diferencia, transmiten fielmente la índole transitoria de cada acción. El mundo flotante edifica la puesta en escena destinada a materializar la impermanencia de todo lo existente: la tranquilidad de los ciervos en una plaza pública en medio de una ciudad, el registro ocasional de viajes en subte, paseos por un templo budista, la percepción concentrada en tareas insignificantes llevadas a cabo por el propio Rousseau (y en su reemplazo el crítico de cine Daisuke Akasaka) en el cuarto de un hotel o en una sala de espera, el descubrimiento de escenas hermosas ligadas a una observación específica del contraste entre una lámpara y el paisaje en una ventana, unas sandalias en la entrada de una pieza en un templo. Rousseau elige una ecuanimidad conceptual frente a todo lo que registra: el monte Fuji y unos pescadores son tan o menos (in)sustituibles que una pareja sentada en una esquina simplemente conversando; ni siquiera un terremoto modifica la templanza estética. El registro es siempre discreto, lo que no significa que resulte ni descuidado ni mucho menos perezoso, como puede constatarse en la escala de los planos elegidos, en ocasiones emulando la estética de Utagawa Hiroshige para retratar la figura humana en el paisaje, entre otros maestros del estilo ukiyo-e. 

Roger Koza / Copyleft 2021