CRÍTICAS BREVES (19)
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
El caballo de Turín / A Torinói Ló / The Turin Horse, de Béla Tarr, Hungria, 2011 (****)
Por Roger Koza
La oscuridad prevalece. Una voz en off introduce una clave y una anécdota: es el momento preciso en el que Friedrich Nietzsche, el gran filósofo de la sospecha, está a punto de perder la razón. Un cochero, impaciente y cansado, azotará a su caballo, renuente a moverse. El filósofo saltará sobre el animal y lo abrazará llorando. Es 1889, y lo que viene después no será seguir el desquicio del autor de Ecce Homo, sino representar en imágenes su testamento filosófico: se verá, literalmente, la idea de la muerte de Dios, y también se podrá constatar la experiencia del advenimiento del nihilismo, lo que Nietzsche denominó “el budismo europeo”. Pero para mostrar aquella tesis y esa profecía sociológica, el maestro húngaro dejará al pensador en un radical fuera de campo y se limitará a seguir al caballo y al cochero, que vive con su hija en el campo. Basta el plano secuencia inicial, donde se ve el esfuerzo del animal y del cochero, para verificar que el cine de Tarr es materialmente inigualable. El resto es prácticamente filmar la nada: la mudez predomina en los intercambios entre el padre y su hija, las tareas cotidianas son mínimas, alimentarse es casi una epopeya física, incluso cuando se trata de dar de comer al famoso caballo, pues aquí toda la vida orgánica parece estar agotada; sólo un extraño visitante traerá la palabra a la casa, una escena fundamental donde sí se introduce el universo de Nietzsche (también habrá una visita de unos gitanos, que están de viaje rumbo a una nueva tierra, supuestamente la tierra de la esperanza, un dato al paso simbólicamente fundamental). El viento, el polvo y la oscuridad son presencias estelares, ya que los elementos juegan también un papel de acompañamiento en el estertor (anti)metafísico que define la puesta en escena. La división del relato en seis días es tanto una estrategia narrativa como una precisión teológica: no habrá un séptimo día. Es el fin de un mundo, el fin de una cosmología, y sólo un artista extraordinario como Tarr es capaz de filmarlo de tal modo que el asombro se imponga frente a la asfixia.
Roger Koza / Copyleft 2013
GRACIAS ROGER, QUE MAS SE PUEDE DECIR
Muchas gracias, Karuna. RK