La nube / La nuée, Just Philippot, Francia, 2020

Eisenstein lo intuyó muy bien: un primerísimo plano de animales minúsculos puede aterrorizar más que una manada de elefantes, descubrimiento que no les fue ajeno a muchos cineastas a lo largo de la historia del cine, que han hecho de las arañas y las hormigas, por ejemplo, vehículos preferenciales del cine de terror. En su debut, el cineasta francés Just Philippot saca provecho de las langostas, criaturas no exentas de simbolismos religiosos pretéritos y que acá son la materia prima de la harina que Virginie vende para poder vivir. La abnegada madre de dos hijos (el varón todavía un niño, la mayor a punto de abandonar la adolescencia) enfrenta una crisis, acaso terminal, de su negocio, y nada indica que su suerte pueda cambiar. El hallazgo azaroso de que la sangre humana intensifica el ciclo de reproducción de las langostas resulta un alivio y una potencial maldición, no tanto por la resolución más evidente que puede adivinarse y que define el género de la película, sino por la desenfrenada ambición que lleva al personaje principal a no percibir un tope de su actividad, sugiriéndose así una lectura alegórica sobre la codicia capitalista y un modelo de producción concomitante que desconoce cualquier noción de límite. La subtrama de la película añade una dimensión dramática ligada al universo afectivo y familiar de la protagonista, suplemento narrativo que precisa de algunos personajes secundarios (un candidato para la madre, un amigo sensible de la hija, un patotero que molesta a los hermanos y un vecino curioso) que tienden al estereotipo y son resortes orgánicos del relato. La fuerza de la película reside en sus decisiones estéticas; al no extralimitarse en primeros planos de las langostas, La nube resguarda el misterio del insecto, economía visual bien trabajada en contrapunto con la banda sonora: el ubicuo sonido que emiten las langostas constituye una amenaza incesante, fuente de inestabilidad psíquica para cualquiera que esté merodeando en la cercanía de la granja (y la pantalla).

Roger Koza / Copyleft 2021