CRÍTICAS BREVES (201): LA ISLA DE LOS DOS AMORES / A ILHA DOS AMORES
La isla de los dos amores / A Ilha dos Amores, Paulo Rocha, Portugal-Japón, 1982.
Técnicamente, la obra maestra del cineasta lusitano podría ser descripta como un biopic de Wenceslau de Morae, oficial de la Armada Portuguesa y, más que ninguna otra cosa, escritor. El relato cubre 40 años de su vida, desde el momento en que deja Portugal, viaja a Macao (China) y después a Tokushima (Japón), donde muere en 1929. En cada lugar y en cada destino hay un amor o incluso dos, como lo fija el título, y nunca son amores serenos, porque la desgracia los ciñe. Lo dicho hasta acá es todavía injusto, porque lo que sucede físicamente en cada plano de La isla de los dos amores es un milagro caligráfico: la disposición de los objetos, el movimiento de los cuerpos de los actores, las elecciones cromáticas, las graduaciones de la luz, las distintas opciones musicales constituyen una hazaña que forja la puesta en escena, sostenida íntegramente por un concepto de espacio delimitado casi siempre por un cuarto, un living, una terraza, un cementerio. La relación entre encuadre y movimiento merece un estudio pormenorizado, como la loable composición del escritor a cargo del más grande de todos los actores portugueses: Luis Cintra, quien aprendió fonéticamente japonés y que conquistó el tiempo en su cuerpo, porque los 40 años no solo se expresan en el maquillaje y otros añadidos imprescindibles para denotar el paso de los años, sino también en el uso dramático de la espalda y la voz transformados por el agotamiento y el sufrimiento.
*Publicado en Revista Ñ en el mes de abril 2022.
Roger Koza / Copyleft 2022
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