CRÍTICAS BREVES (31): DESHORA

CRÍTICAS BREVES (31): DESHORA

por - Críticas, Críticas breves
17 Sep, 2013 08:04 | comentarios

*** Obra maestra ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

zgbdc5-68qi04zbub41f6yuphxs-originalDeshora, Barbara Sarasola-Day, Argentina-Colombia-Noruega, 2013 (***)

Por Roger Koza

El plano secuencia inicial es una invitación, un gesto de bienvenida y la apertura a un mundo desconocido. Un trabajador de una tabacalera lleva la cosecha en la espalda mientras atraviesa la zona cultivada. Si bien Deshora no le dará la espalda a quienes trabajan la tierra, la vida de los dueños (y quizás también la propia película) merece ser examinada por contraste. Las penurias de los patrones y sus dilemas personales son inconmensurables con la vida de los trabajadores. Quien llega fuera de tiempo a la vida de Ernesto (un abogado devenido en tabacalero), casado con Elena (que lo acompaña en las tareas de la hacienda), es Joaquín, primo de Elena, que viene de Colombia tras una internación por drogas duras. Se supone que una estadía en este universo natural es ideal para su recuperación; tal vez lo sea, pero su presencia funcionará como un elemento disruptivo de la economía libidinal de la pareja. Juventud y sensualidad: la potencia de esa presencia extraña desestabilizará el matrimonio presuntamente consolidado. Como el relato transcurre en Salta y la directora Bárbara Sarasola-Day es salteña, se podrá pensar que estamos en un mundo cinematográfico conocido, el de Lucrecia Martel. Poco tienen que ver: no es la decadencia de clase y el lenguaje de la cotidianidad como su síntoma lo que le interesa a Sarasola-Day; tampoco la interacción de clases funciona como una zona de intercambio tenso de deseo y repulsión. En Deshora los empleados permanecen casi en fuera de campo, a lo sumo serán testigos ocasionales. La conversación es escasa, aunque ciertas líneas son precisas y dichas con el tiempo justo (Luis Ziembrowski y María Ucedo están perfectos). Lo que parece interesar especialmente a Sarasola-Day es la aparición del deseo, que se enuncia siempre a través de la mirada. Ser mirado es ser deseado. La puesta en escena insiste una y otra vez en el acto de ver y de espiar; de ahí la recurrencia de los planos subjetivos. Y el deseo (sexual), además, es siempre violento, más aún cuando el deseo se triangula y debilita la lealtad entre los esposos. El solipsismo de clase y una cierta tendencia a la abstracción le juegan en contra a Deshora. Su elegancia cinematográfica y su legítima inquietud por las pasiones carecen de un contexto, necesario para no ceder a la tentación de convertir a sus criaturas en ratas de un laboratorio aislado del mundo. El resto es perfecto.

Roger Koza / Copyleft 2013