CRUZAR LOS ANDES: ALGUNAS CONJETURAS SOBRE LOS FESTIVALES, EL CINE CONTEMPORÁNEO Y LA HISTORIA DEL CINE ALREDEDOR DEL 31º FICVALDIVIA

CRUZAR LOS ANDES: ALGUNAS CONJETURAS SOBRE LOS FESTIVALES, EL CINE CONTEMPORÁNEO Y LA HISTORIA DEL CINE ALREDEDOR DEL 31º FICVALDIVIA

por - Festivales
01 Nov, 2024 08:58 | 1 comentario
Una conversación entre Lucía Requejo y Tomás Guarnaccia sobre la última edición del FICValdivia, espacio singular en el ecosistema de los festivales del mundo, un lugar en el que se puede ver películas secretas del presente y apreciar otra historia del cine.

En el desayunador del hotel no hay nadie. Los platitos, los cereales y los botellones de yogur, cubiertos de papel film, están intactos sobre los mesones como artículos de utilería. Con los estómagos todavía algo dormidos, apenas dan ganas de comer algo. La terminal de Valdivia, afortunadamente, está cerca. Un primer colectivo de dos horas llega a Osorno, una ciudad gris y lluviosa cuya iglesia principal recuerda a Salamone, pero que esconde apenas un tinglado atrás de una fachada impresionante. Este domingo, el único café abierto es el Starbucks dentro del shopping Parque Arauco, donde se espera que sea la hora de tomar un segundo colectivo, de seis horas, para cruzar los Andes. Un pequeño puesto permite que los dos argentinos hagan migraciones. Ese no es el último paso de la travesía para volver a casa: todavía faltan unas horas en Bariloche, unas horas de aeropuerto, un avión, un taxi y así. Pispeando cada tanto las montañas y la película que pasan las microteles del Andesmar, dos críticos que se pasaron siete días conversando siguen conversando, esta vez, grabador mediante. 

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Tomás Guarnaccia: Siempre que voy a un festival me pasa eso: vuelvo con la sensación de que fui a buscar algo, no sé bien qué, pero no lo encuentro. Sí. Eso, vuelvo como con una tristeza muy intrínseca, como si hubiese algo que tendría que ser llenado que no se llena. Lo cual, por un lado, creo que me incita a seguir volviendo. Si volviera satisfecho una, dos, tres veces, a la cuarta ya ni intento ir. No haría toda la inversión de tiempo y dinero que uno hace para ir a ver películas a otra ciudad, otra provincia u otro país, si no hubiese algo muy profundo e inexplicable que me tracciona a ir. 

FICValdivia 2024

TG: Es viajar en búsqueda, más que de las películas, de un contexto. Y eso me parece interesante. Hoy en día (y más en una región con tanta pirateria como la nuestra) no hace falta cruzar a Uruguay para ver películas que de otra manera sería imposible acceder, como hacían los cinéfilos argentinos en las épocas de mayor censura. Eso era realmente viajar para poder ver. Hoy ese acceso está más habilitado. Incluso un festival como Locarno puede organizar una súper retrospectiva como la de cine mexicano del año pasado, y al rato esas copias ya van a estar girando por el mundo, por Mubi o Karagarga. No es que esas películas sólo las vas a poder encontrar ahí (a pesar de que siempre pueda haber alguna excepción, claro). Entonces, más que eso, uno va a buscar un contexto de recepción. Y esto, desde nuestro oficio como críticos, lo puedo pensar por dos lados. Por una parte, está el costado de la gente que viaja a super festivales como Cannes o Venecia, en búsqueda del contexto de la novedad, buscando estar durante la salida de un objeto novedoso. Ahí las películas son primicias, noticia caliente, intervenciones públicas mundiales que requieren ser acompañadas de otra intervención pública, la crítica. Este costado de la peregrinación a los festivales es el más comercial, o el más participativo del mercado del arte, el cual también aviva año a año la legitimación de muchos festivales. Pero después también hay otro costado más cinéfilo, en donde se viaja (incluso a veces a esos mismos festivales) en búsqueda de un contexto de pensamiento, donde importa el caldo de cultivo que se genera entre las distintas proyecciones: en las charlas a la salida de las funciones y las mesas en bares donde se discute todo. 

TG: Sí, son como festivales simulación. Una “gran vidriera”, mucho renombre, pero donde no pasa nada real. No te traes ni una crítica interesante, porque cada vez hay menos lugar para los críticos en todos los festivales. Los laureles después servirán para que te seleccionen en otro lado y ya. Por eso, esto que decís encierra para mí algo de la función, del deber que debe tener un festival de cine: tomarle el pulso a su propia tierra. Pienso en lo que siempre cuenta la generación anterior a la nuestra acerca de lo que se vivía en los BAFICI que se hacían en el Abasto, donde se reunía todo el mundillo local y hasta venían críticos y programadores internacionales para ver qué pasaba con el famoso Nuevo Cine Argentino, para verlo y pensarlo en su contexto. Un festival de cine que solamente se dedique a ser una vidriera de lo extranjero (como los hay cada vez más) y que le preste una menor importancia a lo que pasa localmente, es un festival muerto. En ese sentido, durante el festival escuché algunas críticas por la inclusión de tantas películas chilenas dentro de la competencia internacional. Y eso me parece que está muy bien. Celebro que el festival ponga en un lugar central a su propio cine, ahí a la par de otras películas que ya vienen “legitimadas” de afuera. En función de esto, pienso en el estado actual de los festivales argentinos y siento que hay una situación de orfandad. No sé cuál es hoy la casa del cine argentino en Argentina, ¿BAFICI, Mar del Plata? Sólo veo alarmas encendidas en ese horizonte. 

Nelson Carlo de los Santos Arias (Pepe) en Berlinale

TG: Siento que el destino de esas películas responde también a su lugar de origen. Digo, hoy en día (y cada día más a causa del desfinanciamiento del INCAA) la producción de mucho cine argentino depende de coproducciones, del programa Ibermedia, los Hubert Bals Fund y los World Cinema Fund del mundo, y ahora también de las plataformas. Todos estos esquemas mixtos o 100% financiados de afuera generan, quiérase o no, una pérdida de soberanía sobre los destinos de las películas. Además, estos programas son parte del mismo mundillo de los festivales, donde todo va rotando y circulando, las películas, los cineastas, los capos de estos programas, los programadores, etc. Producir así es meterte de lleno en ese mercado del arte donde las relaciones públicas van digitando los destinos de una película. Es entrar en un juego muy tramposo dónde la diversidad estética queda en jaque y las posibilidades de correrse de ese mismo mercado del arte son rarísimas. 

TG: Pero en ese sentido también es medio “trosco” reclamarle los estrenos mundiales a las películas argentinas. Digo, ahí hay intereses económicos de parte de los realizadores que me cuesta moralizar. Si vos tenés tu premiere mundial en un festival de Argentina, muy difícilmente puedas acceder al circuito extranjero porque existe cierta demanda y exigencias de estados de premieres para llegar a determinados lugares. Para mí el problema es ese sistema enfermizo, adicto a la novedad por la novedad, que genera toda una especulación con los estados de las premieres e influye en el destino económico de las películas, sus posibles ventas, etc. 

TG: Con sólo estrenar en Locarno, te aseguras estrenar la película en varios festivales más. Y eso, al final del camino, significa algo de plata y es “capital cultural” (y he escuchado a cineastas vanagloriarse de haber acopiado esto). Como si la película empezara su recorrido por el centro un espiral que se va abriendo hacia festivales cada vez más medianos y más chicos. En el caso de Denominación de origen hay que ver qué destino sigue. Después de estrenar mundialmente acá y ganar un premio, seguramente va a llegar a algún festival mediano “importante”, pero sería raro que se mueva más hacia el centro, está empezando el camino desde un borde del espiral perteneciente al circuito. Hay algo muy problemático en ese sistema. Y sí, criticar eso puede ser medio “trosco”, un poco como gritarle a una nube, pero es una realidad que todo el mundo está aceptando y jugando, donde la estética muchas veces importa menos que la vida útil comercial de una película. Si estás lejos del centro del espiral no existís y comprometes el “valor” de tu película. Por eso me cuesta un poco moralizar el hecho de que un cineasta privilegie una premiere mundial en un festival internacional por sobre su proyección nacional. Es algo que me da bronca, y me gustaría que los cineastas se corran de esta lógica, pero entiendo a dónde van esas decisiones. 

Denominación de origen 

TG: Es triste pero sí, muchas veces es por eso que decís. Pienso en el caso de un operaprimista que llega con su película a un festival de los grandes. Obviamente no se va a “salvar” por estrenar en Cannes, Berlín o donde sea, pero eso ya le asegura un recorrido (en el que seguro será seleccionado automáticamente en varios lados, otro problema) y se le abre todo un espectro de posibilidades económicas como vender su película o recibir algún un “screening fee” (si es que no se lo come la distribuidora). En fin, principalmente consigue insertarse en este “mercado del arte”. Y una vez invitado a la fiesta, el operaprimista tiene un nombre, es un cineasta que estrenó en Berlín y recorrió X festivales y la mar en coche. Si se adapta a las reglas del sistema, cuando quiera hacer su segunda película probablemente consiga plata para filmar de los fondos más fácil que cualquier otro, y cuando la quiera distribuir tendrá las puertas un poco más abiertas. Y así en loop, entras y jugas. No te vas a hacer millonario, pero es innegable que esto ayuda con este “valor”. El tema es que esté naturalizado que el cine esté digitado sobre el valor.

TG: Es que para mí ese es el asunto. Esta frivolidad comercial, o del mercado del arte, existe y los festivales son parte de ese circuito. Pero aun así, y esto es lo que a mí más me interesa, las películas son películas. Y las películas generan cosas, las películas dicen algo del mundo, emocionan y te sacan de ese aturdimiento y ese aburrimiento que mencionas. Entonces, a pesar de todo, yo siento que uno tiene cierta fe en que eso no sea así, en que eso cambie. Aun sabiendo esto, y aunque un día la maquinaria aparezca desnuda mostrando los engranajes más rancios del mercado del arte, aún así yo seguiría yendo hacia el cine y hacia la experiencia cinematográfica que se encuentra en los festivales. Porque las películas me siguen dando eso que fue lo que primero me invitó a ir hacia ellas. Y me parece que vale la pena luchar por eso y aportar un mínimo grano de arena en pos de no pensar el cine desde su aspecto comercial, industrial, desde su “valor” y pensarlo desde otro lado más humano. 

Ociel del Toa

TG: Lo de Nicolás Guillén Landrián de este año en Valdivia fue increíble. Pero sí, es como decís. Siento que eso pasa sólo acá, Valdivia nuclea tantas retrospectivas y rescates (de verdad) simultáneamente en cada edición, quizás en muchos focos pequeños, pero todos fuertes, que capaz en un día encontrás la misma cantidad de proyecciones del pasado que del presente. Eso me parece jugado y habla de una idea de cine.  

TG: Me gusta lo que decís, excepto eso de que el festival construye clásicos para la historia personal de sus asistentes, como desconociendo la idea de hegemonía. Desde su humilde lugar, creo que Valdivia intenta verdaderamente enfrentar la idea universal de clásico. No la echa por tierra, la tiene bien cerca (e incluso la integra mostrando películas que van desde Fulci o Kluge hasta Laurel y Hardy o Méliès) para programar a la par de eso sus propios rescates. Hay un contrapunto entre la historia del cine que nos contaron y la historia que Valdivia quiere rescatar. Y en el medio, el cine contemporáneo. Si logró algo Valdivia es tener una agenda propia corrida de los esquemas puramente comerciales. Su postura estética es claramente apostar por películas del presente que puedan ser eternas. Que esa, para mí, es la definición de clásico. Cuando uno ve un festival grande hay otros intereses. Este año fui a Berlín y ahí, más allá de ocasionales equipos de programación más amigos de los márgenes, se da lo mismo que se aprecia que pasa en Cannes o Venecia: no parece importar el futuro lejano. En los jurados hay más actores y actrices del momento que cineastas o críticos de cine, y no aparece en la programación una propuesta de tensionar el presente con la historia del cine. Las retrospectivas suelen ser un vagón de cola, una auto celebración con hits que pasaron por el festival o un nicho para los más cinéfilos. Algo que siento emparentado con el furor por la novedad. La historia, y con eso las referencias para pensar el presente, queda como borroneada. Por eso después entiendo que allá cineastas como Ruben Östlund o Xavier Dolan sean vistos como estetas de primer orden, que Gaspar Noé o Julia Ducournau sean considerados “provocadores”. Estetas y provocadores de los piojos, si los pones en una mirada retrospectiva, si los tensionas con la historia. La cosa inmediata y el shock se imponen sobre todo. Muy a tono con la velocidad y el ritmo de nuestro tiempo. En Valdivia uno encuentra el reverso de esa lógica.

TG: Yo estoy seguro de eso, para mí tenés que tener a tu enemigo cerca. Me resulta muy productivo “pensar en contra de”. Cannes, Venecia, Berlín, hay que estar cerca, ver cómo funcionan. A fin de cuentas, forman parte del mismo ecosistema. Sí, son un bicho nocivo, pero prefiero conocerlos antes que ignorarlos, antes que encerrarme en las intersecciones de los ríos de Valdivia pensando que estoy construyendo un foco de “resistencia”. La semilla de la “resistencia” es la misma de la torre de marfil. La programación de la “resistencia” es la programación de la torre de marfil.

TG: A mí me parece productivo tener muy en claro aquello que vos no querés ser. Y que no podés ser. Mira a BAFICI, hundiéndose por verse como un festival clase A, comprometiendo sus programaciones por el capricho de tener más y más premieres mundiales.

TG: Sí, para mí esto y lo otro que decía no son términos irreconciliables.

TG: Perdón que lo diga así, pero siento que es un poco ingenuo pensar en el cine latinoamericano sin tener en cuenta ese afuera. Principalmente porque no sé si esas películas “nuestras” son completamente “nuestras”. Y parto del hecho de que la mayoría de estas películas latinoamericanas que se ven afuera, son bancadas y/o apadrinadas desde ese mismo afuera, con fondos internacionales, becas, residencias o programas de coproducción. Esto trae primero un condicionamiento en cuanto a la distribución y por ende al horizonte de llegada a la gente. Si Ibermedia puso plata, se estrena primero en España. Si el World Cinema Fund puso plata, tiene chances en Berlín. Si Aide aux cinémas du monde puso plata, Francia. A veces esto no es lineal, pero sí existe el requerimiento de que estas películas “nuestras” deban insertarse primero sí o sí “allá”. “Nuestro” cine nace como parte de un ecosistema internacional, donde la llegada a lo “local” queda postergada a un eslabón casi último en la cadena de distribución. Hay excepciones, pero en este sistema que aleja a las películas de su lugar de origen, se me hace inverosímil que no se pierda algo de la sensibilidad local. Es inevitable que esto no vaya socavando la relación de lo nacional, o mejor dicho de lo popular con “nuestro” cine. Y creo que por eso me gustó tanto Denominación de origen, porque es una película que da vuelta el telescopio y que mina cualquier concepto internacionalista haciendo cine desde una municipalidad con y para la sensibilidad esa municipalidad. 

TG: Y que termina hablando de algo nacional, de una frustración nacional que existió: elípticamente es una película que trabaja sobre el rechazo de la reforma constitucional de hace unos años. No digo que lo haga metafóricamente, no me importa perseguir significados ocultos en las películas, sino que siento en la película mucho de la enorme frustración que sobrevolaba todas las conversaciones que tuve la primera vez que vine a Valdivia, meses después de ese plebiscito. Pero no quiero hablar de la política de un país que visito una vez al año, lo que me interesa es comprobar que una película puede trabajar desde esa escala local, para esa escala local, y poder proponer desde ahí, con los conflictos planteados, mil puntos de fuga que la hacen trascender emocional y políticamente a un plano universal.

TG: Para mí ahí se juegan varias cosas. Por un lado, la educación cultural en general y la educación cinematográfica en particular son prácticamente inexistentes. Ni los funcionarios encargados de cultura, ni el INCAA (de todas las últimas gestiones) lograron acercar las películas a la gente o generar políticas para enseñar cómo ver cine. Hay casos exitosos de formación de público en Córdoba y en Buenos Aires que responden a la prepotencia de laburo de algunas personas, pero que no dejan de ser focos reducidos. Pero después el otro tema complejo que no para de fallar y que se junta con este es la distribución y la exhibición. No voy a poner el grito en el cielo por la cuota de pantalla, los espacios INCAA y todas esas políticas, porque hay gente mucho más calificada que yo para describir sus fallas. Pero lo que veo es que cada vez están más separadas las esferas del gran público y de los cineastas. Hay toda una generación de cineastas cuyas películas transitaron solamente circuitos de festivales o alternativos muy chicos, que tuvieron poco contacto con un público ajeno a esos círculos. Sus películas se vieron en festivales (con mucho “éxito” quizás), en una decena de proyecciones en una sala alternativa y ya está. Y siento que hoy sería difícil el encuentro entre esas esferas. Era otro mundo, lo sé: pero mi abuela Sarita iba al cine de su barrio y veía a La dolce vita en continuado con una Ayala o una de vaqueros. Sólo por ir mucho al cine ella estaba educada para poder ver y apreciar desde cine moderno hasta las cosas más clásicas. Eso es educación cinematográfica: entender que todo el cine, en todas sus formas, le puede hablar a uno. Es sencillo y a la vez dificilísimo lo que hay que enseñar, o más bien recuperar. Y por otro lado también le temo a las consecuencias de que hoy en día es inimaginable para un cineasta proyectar que su película sea vista por alguien así, en un contexto siquiera parecido a ese. Se produce lejos de la propia tierra y sólo con el horizonte de que las películas van a ser vistas por ciertos círculos (primero extranjeros, luego “locales”). 

TG: Quizás estoy un poco cínico hoy, pero dudo que una película financiada por la Warner o la CIA tenga mucho margen en la batalla cognitiva o pueda ser un caballo de Troya en ese sentido que decís; dudo que una película que se mueve como pez en el agua allá le pueda escupir el ojo a esa hegemonía que es a la que responden sus propios productores europeos. A veces siento que faltan películas que generen un verdadero escándalo, que no sean entendidas por ese centro, que directamente fundan a esos inversionistas. Una película como la que mencionas, Pepe(que parece financiada por la ONU por todas las placas que tiene en los títulos), fue cálidamente recibida allá y debe estar cumpliendo muy bien con todo el recorrido que está haciendo. Según entiendo, Pepe aún no se proyectó en su país y que está dibujando exactamente ese recorrido de exhibición de “afuera” hacia lo “local”. Y me intriga verdaderamente ver qué les pasa a los dominicanos con esa película. Creo que esa es (o debería ser antes de toda canonización definitiva) una prueba de fuego. Porque descreo de eso que se dice acerca de que uno es el peor juez de sí mismo, que la gente de un país es el peor crítico de ese mismo país. Y por eso mismo me interesa (y me enciende una alarma) que una película como ¡Ya México no existirá más! haya sido recibida tibiamente en su país y que acá en Valdivia todos nos hayamos quedado con la boca abierta. Yo incluido, claro. 

¡Ya México no existirá más! 

TG: No digo eso. Pero me gustaría ver alguna vez una película latinoamericana de intención política y crítica del colonialismo que termine por molestar en serio a esos tipos, donde de verdad les duele. De todas maneras, a pesar de cierta sensibilidad local que puede emanar de una película, me interesa la idea de que no les podemos tomar la temperatura con certeza hasta no saber cómo impactan justamente sobre lo local. Sin ir muy lejos, La ciénaga de Lucrecia Martel cuando se proyectaba en Buenos Aires o en el exterior era un drama espeso, y cuando se proyectaba en Salta era casi una comedia de enredos. Algo así nos pasó viendo Denominación de origen, donde presenciamos la traducción exitosa de una manera local de sentir al cine. Y yendo a la película argentina que se proyectó en competencia, a mí me cuesta ver esto que hablamos, me cuesta encontrar en Todo documento de civilización una alteridad o la traducción de la espesura de ese espacio al idioma del cine. Ni en el montaje casi matemático, ni en la forma en la que se muestra la General Paz con esa cámara empañada a propósito, ni en la reconstrucción del espacio con Google Street View, ni en la manera en la que se aborda elípticamente el caso de Luciano Arruga; no veo el tiempo de ese lugar, el humor de ese lugar, ni las posibilidades expresivas propias de ese lugar o de esa lucha que se aborda. Ante todo, lo que veo es un programa, una racionalidad estética digitada para exhibir, de manera elegante, un conflicto documental. Y esto es exactamente lo contrario a lo que me pasa con ¡Ya México no existirá más! donde veo que la forma se enreda en los ritmos, las músicas, la ebullición y las tensiones irresueltas de ese espacio. No todas las películas tienen que tener esta vida arrolladora, pero se me abre un abismo cuando veo que predomina un concepto teórico antes que la intuición puesta al servicio de abordar la realidad. 

Lucía Requejo – Tomás Guarnaccia / Copyleft 2024