CUANDO REINA LA MALDAD
“No hay alternativa” dijo Milei en su primer discurso presidencial, apelando a la misma fórmula que su admirada Tatcher. Mientras tanto, la pequeña multitud que asistía a su discurso en la plaza del Congreso (pequeña en número, pero representativa de buena parte de su prescindente electorado) festejaba hasta cuando se le anunciaba ajuste y represión. “¡Po-li-cía!”, se escuchó corear, como si fuera una literal ilustración del texto de Deleuze que círculo luego por redes (“las masas no fueron engañadas, desearon el fascismo”, en verdad una glosa de Reich), que yo mismo había incluido hace pocos años en Adiós a la memoria, cuando el macrismo venía a renovar el neoliberalismo (como los 90 habían hecho a su vez con el plan económico de la dictadura). Esa película señalaba hacia el final (con otra cita, de Camus) que “el vacilo de la peste no muere”, y ya la tenemos entre nosotros, de vuelta pero cada vez peor, esta vez en su versión más radicalizada y estúpida, acorde con tiempos donde todo se juega en redes sociales, como quien decide en un reality la suerte de los otros sin ver su propia alienación.
El futuro está contenido en el pasado, escribió Eliot, pero nada vuelve igual, aunque más no sea porque estamos cada vez más hundidos: no estamos en un círculo sino en una espiral, descendente, cuyo punto de inflexión fue 1976. Las políticas neoliberales son las mismas, pero ya sin la promesa de “salariazo y revolución productiva” como en 1989, ni “revolución de la alegría” como en 2015: Esta vez el ajuste fue prometido a cara descubierta, aunque los incautos dirán que fueron engañados otra vez, porque este iba a recaer sobre “la casta”, y ahora vienen a descubrir que esa antipolítica los afecta, porque solo se salvarán quienes no necesiten esa protección estatal: la verdadera casta. “No hay plata”, dice el esperpento presidencial, mientras los poderes concentrados a los que entregó su gobierno aplican otra vez el mismo plan económico neoliberal de manual (devaluación, desregulación, desinversión, etc).
En los 90 al menos se cumplió la promesa con que Juvenal satirizaba a la Roma decadente: pan y circo. El pan, como en el 76, fue el dólar barato. Ahora ni siquiera existirá esa zanahoria para tirar por unos años. Por lo que habrá más circo (romano, claro, y ya sabemos quiénes serán los cristianos lanzados a los leones). Porque la “doctrina del shock” (como definió Naomi Klein al master plan neoliberal) va a necesitar chivos expiatorios, que ya han sido adobados durante años (como los “piqueteros”, ya bautizados así en los 90). Al menos hasta que los afectados entiendan que son la mayoría, y dejen de consentirlo… Pero, como en el poema falsamente atribuido a Brecht, para entonces será tarde.
También lo fue para el cine nacional bajo el menemismo, con la diferencia de que alrededor del estallido de 2001 (antes y después) se formó y consagró un Nuevo Cine Argentino, que dio cuenta de esa realidad de soslayo. Porque ese NCA fue hijo de los 90 antes de ser crítico sobre esa década. Y en el ya largo cuarto de siglo que pasó desde entonces tiene su propia tradición, incluyendo la de no haber sabido hacerse cargo de la historia política de su arte. Una de sus películas señeras se llamó La libertad, y hoy podría ser vista como una oda a lo que nos venden como emprendedurismo. Ese minimalismo distante (cuyo mayor cultor fue Martín Rejtman, maestro y mesías de la nueva generación) hizo estragos al ser aplicado como programa estético. Nos sobran epígonos de la “estética de la abstención”, mientras nos sigue faltando una (re)conexión con el cine moderno y político (sin apelar a su contradicción). La innominada “generación de los 80” (esos cineastas que empezaron a filmar en esa década, en un registro amplio que va de Polaco a Agresti) lo intentó, antes de caer víctima de sus imposibilidades y de esos hermanos menores que los despreciaron, sin ver que recrear un neorrealismo es condición de base de todo nuevo cine, pero nunca alcanza para capturar una época delirante (como sucede cada vez que el neoliberalismo –que nunca dejó de reinar– vuelve a enseñorearse sin filtro ni careta).
El cine argentino no pudo religar esas tradiciones (la tensión entre vanguardia estética y política) que la última dictadura vino a disolver. Solo hubo algunas excepciones, tan notables como solitarias (por solo mencionar una: Lucrecia Martel). Nos faltaron los hijos de Santiago y Solanas, que crítica y escuelas propusieron más bien como caminos opuestos, estableciendo además que sólo uno de ellos era productivo: el que supuestamente había optado por la abstracción (por eso su película más mencionada es Invasión, olvidando Las veredas de Saturno y su notoria relación con El exilio de Gardel). El mandato explícito (consagrado por Aguilar en su influyente libro sobre el NCA) fue que la modernidad debe prescindir de toda “demanda” política: podríamos llamarla “antipolítica de los autores”. Ese fue el espejismo, consagrado en los 90, que aun parece regir a gran parte de cineastas y críticos, aunque en el medio hayamos pasado del retorno de la política en el nuevo siglo (lo que podía sostener esa prescindencia por parte del arte, evitando el “extravío” de fines de los años 60), a un retorno de la antipolítica que deja a todo aquel que la sostenga del lado de los verdugos.
Otra larga tradición es la del cine de género, que el cine argentino cultivó desde sus orígenes. Sus ramas más frondosas fueron la comedia y el (melo)drama, pero también el policial, siempre bandeándose (como la sociedad argentina) entre crítica y reacción. Dóblemente curioso, entonces, que la película que más logra capturar este clima de época sea Cuando acecha la maldad, estrenada apenas unos días antes de las últimas elecciones presidenciales. El cine de terror nunca había encontrado entre nosotros más que un lugar subsidiario (de las fórmulas agotadas del cine norteamericano de los 80, y en un país que tuvo terrorismo de Estado), pero por primera vez parece encontrar un sentido propio a la vez que universal. La notable película de Rugna es un film que parece exudar lo que su país y el mundo atestiguan: vivimos en una época en la que el mal está entre nosotros, esparcido hasta por la “gente de bien” que creé combatirlo.
En este mundo horrible, el cine que valga la pena será el que no se contente con el consuelo de la ficción amable y los buenos sentimientos, resumidos ambos con los adjetivos «lúdica y reconfortante» con que una plataforma acaba de presentar una película argentina “aclamada” por la crítica y los festivales. Ninguna de las películas estrenadas este año (salvo Puan, con su reprimida oscuridad) logra dar cuenta de lo que estamos viviendo. Y eso puede ser un anticipo de lo que se viene, si no aparecen respuestas como la que cierto cine brasileño encontró durante los años de Bolsonaro: el cine argentino (que sobreviva a estos tiempos) vivirá en su propio mundo indoloro, el de los festivales y las plataformas. Y acaso sólo nos quedará esperar por una nueva Memoria del saqueo, cuando ya todo esté perdido (si es que queda algún heredero de Solanas para filmarla).
Nicolás Prividera / Copyleft 2023
Muy bien escrito, Mr. Prividera, super interesante. Sigo esperando por ver su última película, Adiós a la memoria (2020). Espero verla en alguna oportunidad. Saludos.
PD: Mi mensaje no tiene ninguna posición política (como el post sí la tiene), pero me gusta que el cine intelectualize absolutamente todo. El cine es un arte que es una puerta al saber desde lo más pequeño hasta lo más capital y el escrito habla (invita a) de estudiar la existencia política de un país desde el séptimo arte y eso me parece valioso e interesante. Saludos ahora sí. Disculpen el exceso de comentarios, hay escritos muy interesantes.
Excelente articulo. Me gusto mucho eso de «recrear un neorrealismo es condición de base de todo nuevo cine, pero nunca alcanza para capturar una época delirante…»
Sin embargo me parece que al final sigue pendiente una deuda de estrategia al nivel de los conceptos. Hay como una insistencia de retaguardia, y lo digo con tristeza, que cada vez encuentra menos adeptos. Es el gran problema del final de «Idiocracy (2006) La posibilidad de imaginar una sociedad que se ha transformado totalmente con la sola excepcion de que todavía cree en mesias salvadores, involuntarios en este caso.
No me parece casual la coexistencia, a la que le urgen analisis de todo tipo, principalmente estetico politicos, entre el himno mundialista y su exitosa reproduccion cinematografica, y el resultado de las eleccciones. «Muchachos, ahora nos volvimo a ilusionar…»
Saludos y gracias.
Lo de la imposibilidad del neorrealismo me hizo acordar a algo que mencionó el poeta Alejandro Rubio en una entrevista con -el ahora intendente de Hurlingham!- Damian Selci: » Piglia tenía una frase que era buena. Hablaba de Fray Mocho y decía “Fray Mocho, como todos los costumbristas” (que es una vertiente externa del realismo) “no entiende nada”. En
cambio, Arlt, con visiones alucinatorias de un gaseado de la Segunda Guerra Mundial, hablando acerca de la toma del poder y de la catástrofe milenarista que se viene, un delirio, entiende mejor qué está pasando en la Argentina en 1930. Ésa es la idea que yo tengo, más o menos»
«(…) sólo nos quedará esperar por una nueva Memoria del saqueo»… Pienso por ejemplo: qué películas expusieron el saqueo de la etapa anterior neoliberal (2015-2019), salvo «Adiós a la memoria». Podemos pensar las dos olvidables de Tristán Bauer, antes de asumir como ministro de Cultura, que son «Tierra arrasada» y «El camino de Santiago», o «Fondo» de Ale Bercovich, todas apegadas a la dinámica televisiva de la coyuntura. Está también «Planta permanente» de Ezequiel Radusky y «Los ñoquis», María Laura Cali, aunque en la segunda el tono grotesco es más sincera que la primera. Pero en el caso de éste período que recién arranca, ya tenemos a mano un caso urgente como es «Al borde», que invoca a «La hora de los hornos». César González ya dijo que a lo mejor cambiaría el nombre, al verse que la caída al borde se concretó. Pero que ahora también se mencione «la hora de los orcos» implica preguntarse si lo próximo en el cibe será una «memoria del saqueo» contemplativo o una «hora de los hornos» más programático, que en ese sentido también la Política ha fallado al anteponer el triunfo electoral por sobretodo.
El autor parece saber mucho de cine pero al mismo tiempo también parece que vivió en la Argentina sólo durante los mandatos no peronistas. Como tanto (ahora desentendido) kirchnerista (que seguramente acaba de perder algunos privilegios) no son capaces de hacer una autocrítica y explicar por culpa de quiénes tuvimos a fantoches como Macri y ahora Milei gobernándonos.