CUANDO REINA LA MALDAD

CUANDO REINA LA MALDAD

por - Ensayos
19 Dic, 2023 06:50 | comentarios
Nuestro presente es ominoso. ¿Cómo filmarlo? En las últimas décadas, pasó de todo, pero no siempre el cine acompañó como podría haberlo hecho. ¿Qué pasará de aquí en más?

“No hay alternativa” dijo Milei en su primer discurso presidencial, apelando a la misma fórmula que su admirada Tatcher. Mientras tanto, la pequeña multitud que asistía a su discurso en la plaza del Congreso (pequeña en número, pero representativa de buena parte de su prescindente electorado) festejaba hasta cuando se le anunciaba ajuste y represión. “¡Po-li-cía!”, se escuchó corear, como si fuera una literal ilustración del texto de Deleuze que círculo luego por redes (“las masas no fueron engañadas, desearon el fascismo”, en verdad una glosa de Reich), que yo mismo había incluido hace pocos años en Adiós a la memoria, cuando el macrismo venía a renovar el neoliberalismo (como los 90 habían hecho a su vez con el plan económico de la dictadura). Esa película señalaba hacia el final (con otra cita, de Camus) que “el vacilo de la peste no muere”, y ya la tenemos entre nosotros, de vuelta pero cada vez peor, esta vez en su versión más radicalizada y estúpida, acorde con tiempos donde todo se juega en redes sociales, como quien decide en un reality la suerte de los otros sin ver su propia alienación.

El futuro está contenido en el pasado, escribió Eliot, pero nada vuelve igual, aunque más no sea porque estamos cada vez más hundidos: no estamos en un círculo sino en una espiral, descendente, cuyo punto de inflexión fue 1976. Las políticas neoliberales son las mismas, pero ya sin la promesa de “salariazo y revolución productiva” como en 1989, ni “revolución de la alegría” como en 2015: Esta vez el ajuste fue prometido a cara descubierta, aunque los incautos dirán que fueron engañados otra vez, porque este iba a recaer sobre “la casta”, y ahora vienen a descubrir que esa antipolítica los afecta, porque solo se salvarán quienes no necesiten esa protección estatal: la verdadera casta. “No hay plata”, dice el esperpento presidencial, mientras los poderes concentrados a los que entregó su gobierno aplican otra vez el mismo plan económico neoliberal de manual (devaluación, desregulación, desinversión, etc). 

Retjman en Locarno 2023

En los 90 al menos se cumplió la promesa con que Juvenal satirizaba a la Roma decadente: pan y circo. El pan, como en el 76, fue el dólar barato. Ahora ni siquiera existirá esa zanahoria para tirar por unos años. Por lo que habrá más circo (romano, claro, y ya sabemos quiénes serán los cristianos lanzados a los leones). Porque la “doctrina del shock” (como definió Naomi Klein al master plan neoliberal) va a necesitar chivos expiatorios, que ya han sido adobados durante años (como los “piqueteros”, ya bautizados así en los 90). Al menos hasta que los afectados entiendan que son la mayoría, y dejen de consentirlo… Pero, como en el poema falsamente atribuido a Brecht, para entonces será tarde.

También lo fue para el cine nacional bajo el menemismo, con la diferencia de que alrededor del estallido de 2001 (antes y después) se formó y consagró un Nuevo Cine Argentino, que dio cuenta de esa realidad de soslayo. Porque ese NCA fue hijo de los 90 antes de ser crítico sobre esa década. Y en el ya largo cuarto de siglo que pasó desde entonces tiene su propia tradición, incluyendo la de no haber sabido hacerse cargo de la historia política de su arte. Una de sus películas señeras se llamó La libertad, y hoy podría ser vista como una oda a lo que nos venden como emprendedurismo. Ese minimalismo distante (cuyo mayor cultor fue Martín Rejtman, maestro y mesías de la nueva generación) hizo estragos al ser aplicado como programa estético. Nos sobran epígonos de la “estética de la abstención”, mientras nos sigue faltando una (re)conexión con el cine moderno y político (sin apelar a su contradicción). La innominada “generación de los 80” (esos cineastas que empezaron a filmar en esa década, en un registro amplio que va de Polaco a Agresti) lo intentó, antes de caer víctima de sus imposibilidades y de esos hermanos menores que los despreciaron, sin ver que recrear un neorrealismo es condición de base de todo nuevo cine, pero nunca alcanza para capturar una época delirante (como sucede cada vez que el neoliberalismo –que nunca dejó de reinar– vuelve a enseñorearse sin filtro ni careta). 

Las veredas de Saturno

El cine argentino no pudo religar esas tradiciones (la tensión entre vanguardia estética y política) que la última dictadura vino a disolver. Solo hubo algunas excepciones, tan notables como solitarias (por solo mencionar una: Lucrecia Martel). Nos faltaron los hijos de Santiago y Solanas, que crítica y escuelas propusieron más bien como caminos opuestos, estableciendo además que sólo uno de ellos era productivo: el que supuestamente había optado por la abstracción (por eso su película más mencionada es Invasión, olvidando Las veredas de Saturno y su notoria relación con El exilio de Gardel). El mandato explícito (consagrado por Aguilar en su influyente libro sobre el NCA) fue que la modernidad debe prescindir de toda “demanda” política: podríamos llamarla “antipolítica de los autores”. Ese fue el espejismo, consagrado en los 90, que aun parece regir a gran parte de cineastas y críticos, aunque en el medio hayamos pasado del retorno de la política en el nuevo siglo (lo que podía sostener esa prescindencia por parte del arte, evitando el “extravío” de fines de los años 60), a un retorno de la antipolítica que deja a todo aquel que la sostenga del lado de los verdugos. 

Otra larga tradición es la del cine de género, que el cine argentino cultivó desde sus orígenes. Sus ramas más frondosas fueron la comedia y el (melo)drama, pero también el policial, siempre bandeándose (como la sociedad argentina) entre crítica y reacción. Dóblemente curioso, entonces, que la película que más logra capturar este clima de época sea Cuando acecha la maldad, estrenada apenas unos días antes de las últimas elecciones presidenciales. El cine de terror nunca había encontrado entre nosotros más que un lugar subsidiario (de las fórmulas agotadas del cine norteamericano de los 80, y en un país que tuvo terrorismo de Estado), pero por primera vez parece encontrar un sentido propio a la vez que universal. La notable película de Rugna es un film que parece exudar lo que su país y el mundo atestiguan: vivimos en una época en la que el mal está entre nosotros, esparcido hasta por la “gente de bien” que creé combatirlo.

En este mundo horrible, el cine que valga la pena será el que no se contente con el consuelo de la ficción amable y los buenos sentimientos, resumidos ambos con los adjetivos «lúdica y reconfortante» con que una plataforma acaba de presentar una película argentina “aclamada” por la crítica y los festivales. Ninguna de las películas estrenadas este año (salvo Puan, con su reprimida oscuridad) logra dar cuenta de lo que estamos viviendo. Y eso puede ser un anticipo de lo que se viene, si no aparecen respuestas como la que cierto cine brasileño encontró durante los años de Bolsonaro: el cine argentino (que sobreviva a estos tiempos) vivirá en su propio mundo indoloro, el de los festivales y las plataformas. Y acaso sólo nos quedará esperar por una nueva Memoria del saqueo, cuando ya todo esté perdido (si es que queda algún heredero de Solanas para filmarla).

Nicolás Prividera / Copyleft 2023