CULPA CERO
LA TENTACIÓN DE EXISTIR
En Desgarradura, un libro en las antípodas de la autoayuda, Emil Cioran afirmó: “Existir es un plagio”. Como sucede con el aforismo, la sentencia no revela de inmediato las premisas que conducen a su conclusión. Es un silogismo con una ausencia; la elipsis determina el veredicto y el lector debe imaginar y añadir el razonamiento. Es probable que la inspiración de Culpa cero no tenga ninguna relación con el escritor rumano, pero la cita precedente glosa con exactitud el quid de la segunda película (co)escrita y (co)dirigida por la actriz Valeria Bertuccelli. En su nueva película el tema central es el plagio, pero no solamente como problema literario. Tener una vida y no un simulacro de vida es la cuestión.
Como pasaba en La reina del miedo, el mundo que plasma Bertuccelli puede resultar desconocido o lejano para muchos espectadores, e incluso escritores. No son muchos los autores que viven de sus textos, y menos todavía los que amasan fortunas. El género de autoayuda produce bestsellers, y es justamente en el que se destaca Berta Muller, la escritora que interpreta la actriz. Los metros cuadrados del departamento donde vive con su hija única o la compra por 7000 dólares de un expendedor de nafta vintage en un viaje a Uruguay son lujos desconocidos para quienes pagan sus cuentas con palabras escritas. La relación entre la gramática y las finanzas es distante, pero es cierto que hay excepciones.
En Culpa cero aparece una figura característica del mundo editorial de hoy: el escritor fantasma. Los contratados que aceptan el anonimato a cambio de dólares y permiten que iletrados jueguen a contar sus vidas y asimismo a simular tener ideas propias son muchos en el mundo del libro. Muller tiene su “colaboradora”, y lo que pone en movimiento la tragicomedia de Bertuccelli radica en que en su último libro la ayudante parece haber tomado prestado algunas afirmaciones de Gandhi. El descrédito es inmediato, la vergüenza también y las soluciones frente a la presunta ignominia evoluciona lentamente con la trama dejando entrever que la propia vida de la escritora puede ser en sí un plagio. Todo eso se desenvuelve a través de pasajes cómicos y patéticos, en situaciones más o menos verosímiles del insípido universo de los editores ricos.
Bertuccelli es una actriz sólida, y cuando está detrás de cámara intenta ser tan consistente como cuando está delante. En Culpa cero hay encuadres vistosos y varios travellings que enseñan una preocupación consciente sobre cómo filmar. Concebir un plano es equivalente a redactar un argumento a través de una subordinada. La caminata en la que Muller habla por teléfono regresando a su casa por la noche y el contraplano a distancia con el que cierra esa secuencia transmiten con elocuencia la soledad del personaje. Soledad mostrada, no enunciada.
La apelación a una desculpabilización de todo aquello que se quiere hacer, solución conceptual que propone el desenlace, puede sonar bien, pero si se piensa a fondo no es muy distinto de las premisas más presentes del discurso de la autoayuda. Tener o no culpa sigue siendo una inquietud del mismo sistema ideológico que se critica. Eso no impide ponderar la impugnación al plagio. Entre nosotros ha habido campeones de la autoayuda a quienes ni siquiera el plagio comprobado les ha esmerilado el éxito de sus libros. Lo mismo pasa en otras áreas editoriales. A nadie le incomoda que un reciente “tratado” de economía haya tomado prestadas tesis de otras publicaciones, sin referenciarlas. Es que el plagio es ya una forma de vida, como la estupidez, la indecencia y el cinismo.
Culpa cero, Argentina, 2024.
Dirigida por Valeria Bertuccelli, Mora Elizalde.
Escrita por V. Bertuccelli, M. Elizalde y Malena Pichot.
*Publicada en otra versión en La Voz del Interior en el mes de agosto.
Roger Koza / Copyleft 2024
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