DARSE CUENTA: UNA RESPUESTA A JUAN VILLEGAS
Juan Villegas dedica parte de su nota “Algo no está bien acá”, publicada en la revista virtual Seul, a comentar mi reseña de su libro Diario de la grieta. Empezaré entonces por ahí, por lo menos importante, para después pasar a lo que se desprende de la nota en sí, visto que quiere ser un corolario de dicho libro y permite volver sobre cuestiones que lo superan. Aunque en el contexto de este “medio especializado en cine”, como remarca Villegas con satisfacción, nos dirijamos en particular a los lectores de ese medio, lo dicho vale para todo el campo cultural.
“Los pocos colegas (de ambos lados de la grieta) que me han felicitado o que han comentado el libro, lo hicieron por privado, casi ninguno en público o en sus redes sociales. (…) Es curioso, porque se trata de un medio altamente politizado”, dice Villegas. “Yo esperaba y temía que esa sinceridad tuviera consecuencias. Esperaba y temía que algunos se sintieran ofendidos o sorprendidos. Lo más triste es que todo sigue igual”. Como a lo largo de todo su diario, aunque por suerte no se ofende, una vez más Villegas se sorprende de lo más esperable: así como al final de su diario anota que Macri no fue el presidente “liberal progresista” soñado, ahora constata que sus conocidos kirchneristas “pueden seguir compartiendo situaciones conmigo sin inconvenientes y sin incomodidad”.
“Lo más triste” no parece entonces ser que los colegas no hablen de política (ni la filmen), sino no haber podido “cambiar algo de mi vínculo personal con ese medio”. Villegas describe Diario de la grieta como “un libro que intenta ser a la vez una crónica política de 2019, un diario íntimo y una confesión”, pero como vimos de crónica política tiene poco. Confesión sobre confesión, la motivación queda clara: se trata de un literal libro de autoayuda, para demostrar que “las diferencias políticas pueden dejar de estar por encima de los afectos”. En fin: sea por el motivo que sea, agradezcamos a Villegas que hable, a diferencia de sus colegas. Porque si bien no hay razón –ni posibilidad– para que el afecto pueda ser excluido de la política (como si esa desaveniencia no fuera motivo suficiente para el desafecto), lo peor es el silencio autoimpuesto. Y eso vale para ambos lados de la “grieta” tanto como para quienes queremos superarla sin falsos ecumenismos.
Villegas culmina su breve nota (cuyo inicio parece una de las comunes entradas de su diario, donde teme que alguien descubra su posición política para luego advertir que a nadie le importa) diciendo que “cuando ya me resignaba a no tener interlocutores dentro del cine” apareció la reseña en Con los ojos abiertos, que reconoce “laboriosa” pero a la vez le resulta “muy molesto algo que es una tendencia en todo lo que Prividera escribe, que lo lleva a la inspección minuciosa de fragmentos en la obra criticada para confirmar así su hipótesis previa”. Debo decir que no es la primera vez que escucho esta curiosa acusación, endilgándome que “el procedimiento se nota mucho”, como si ese “admirable trabajo, muy por encima de la pereza habitual en la mayor parte de la crítica de cine de la Argentina” no fuera precisamente el que prescribe cualquier método (no solo científico): no hay lectura sin hipótesis previa.
El problema es más bien el contrario, porque en general los críticos de cine (sobre todos los de El Amante escuela) suponen que el arte y la ideología no se tocan (una vez más, es conveniente recordar que con “ideología” no me refiero a quien votan, sino a su visión del mundo en general). Por eso quienes acusan al crítico –en vez de debatir con la crítica– pueden decir con liviandad que los textos “terminan siendo más informes policiales que textos críticos”. Aun si no me resultara repulsiva la metáfora “policial” dada mi historia personal, esa mención me parece insultante, sobre todo para la inteligencia. Porque lo único que se arguye para rebatir la crítica es que “en su afán por confirmar lo que él piensa suele sacar los fragmentos de contexto, cayendo muy seguido en falacias argumentativas”, sin señalar ni una. Por el contrario, a renglón seguido Villegas dice “no es que no tenga aciertos en sus observaciones, porque Prividera es inteligente y detallista”, pero vuelve a invocar “el tono policíaco y la manipulación en el análisis”, que limitarían la “eficacia crítica” aunque siga sin dar un solo ejemplo. La respuesta adolece así de la misma pereza que Villegas mencionaba, además de sus habituales contradicciones.
De hecho, como puede comprobar cualquiera que busque las pocas reseñas de su libro, nadie lo leyó con esa minuciosidad, como él mismo asume al decir “agradezco, sin embargo, que se haya tomado el trabajo de leer y pensar mi libro”, algo que no hizo ninguno de sus camaradas. Así, Villegas reconoce que la reseña “se detiene en señalar algunas contradicciones, que son ciertas y que yo debí haber visto antes”, o que “también reclama que no me animé, hasta ahora, a formular mi punto de vista político en ninguna de mis películas, lo que es cierto”, pero una vez más no agrega ninguna reflexión sobre todo esto. Su nota misma, decíamos, no es más que un epílogo en el mismo tono que el resto del libro, aunque concluya que mi texto le “hizo volver a pensar en la famosa grieta y en qué podemos hacer con ella”. Como luego de los diálogos que incorpora en su diario, Villegas solo refrenda lo que ya pensaba (sin la consistencia de una “hipótesis previa” justificada por algún análisis), aunque diga que “así como me entristece que muy poco haya cambiado en mi relación con la gente que me rodea y vota distinto, algo sí se modificó en mí”. Solo ratifica lo único que Diario de la grieta dejaba claro: su voto.
“Si el libro todavía se paraba en cierta zona de ambigüedad respecto a nuestra realidad política”, dice Villegas (aunque el libro no tiene “ambigüedad” alguna, y el problema no sea ese sino la vaguedad argumentativa con la que toma posición), ahora “con una convicción definitiva que el camino recorrido a partir de las decisiones tomadas por el gobierno de los Fernández no es lo que quiero para la Argentina (…) debería insistir en mi esfuerzo por no esconderme más. ¿De qué tengo que avergonzarme? Ese debería ser mi punto de partida”. Lo notable no es que ese no lo haya sido, sino que efectivamente lo fue: ya desde el inicio sospechaba “que lo que me pasa a mí les pasa a muchos otros”, e imaginaba esa comunidad de quienes “sostenemos ideas opuestas al statu quo establecido en nuestros ámbitos sociales y culturales”, aunque esos otros aparezcan tan poco en su libro como ese “discurso progresista, liberal, democrático y procapitalista” que dice defender, y que no parece encontrar en ningún lado. Porque no puede caracterizarse como progresista y democrático lo que sostiene a continuación: que “nos gobierna una mezcla rancia de nacionalismo berreta, autoritarismo soberbio y desconocimiento de las reglas de juego del mundo, aunque esté disfrazado de una épica progresista y popular”.
Dejando de lado “las reglas de juego del mundo”, cuyo “desconocimiento” fulmina a cualquier disidente, como esos que Villegas cree encarnar, ¿hace falta que quien esto escribe excuse que simpatiza más con la izquierda que con el peronismo, para poder decir que esa descripción “berreta” puede servir en Twitter o en el órgano bochinchero del partido, pero no soporta el menor análisis político serio, y que la caracterización que hace Villegas de los “prejuicios y falsedades que muchos aceptan y promueven con una convicción absoluta, desde el cinismo o desde la conveniencia personal, y que muchos otros aceptan desde la comodidad o el acostumbramiento” le cabría también perfectamente a esa coalición que defiende? Permítaseme obviar la caracterización política –objetiva y subjetiva– que me merece el peronismo en general o el kirchnerismo en particular (que no son la misma cosa, así como el actual gobierno tampoco es el producto puro de esas tradiciones): basta aquí dejar clara la inconsistencia de cualquier discurso tribunero.
Villegas se pregunta “cómo se puede seguir conviviendo, incluso desde el afecto, con personas que avalan una propuesta política que, aunque ellos consideren honestamente lo contrario, nos va a llevar a más atraso y más pobreza, o con personas que desde posiciones hipócritas defienden, callan o justifican cosas imperdonables y vergonzosas (…) que no son excepciones (…) sino que constituyen su base de funcionamiento”, como si no pudiera decirse lo mismo de su (toma de) partido. El director de Las Vegas apila en una misma frase “el gobierno de Insfrán, las actitudes autoritarias de Moyano y muchos otros sindicalistas, el episodio de las vacunas, la corrupción como sistema de supervivencia política”, pero se podría hacer una lista menos borgiana con acciones y políticas sistémicas de eso que llamamos “macrismo” y puede tener –o seguramente tendrá– otros nombres.
“Si esa convivencia es posible es porque tanto ellos como yo callamos o disimulamos. Algo no está bien acá” concluye Villegas, como si no viera la ironía de que ese sea el título de una nota publicada en Seul, un medio que pese a su nombre quiere hacer pasar derecha por centro, y que es el meeting point de los “intelectuales orgánicos” del antiperonismo, antikirchnerismo, antipopulismo (bajo el nombre de fantasía que adopten para las elecciones). ¿Es desde ahí, desde esa denunciada “lógica de pensar a todo adversario ideológico como enemigo” que se puede construir una “cultura política más civilizada y tolerante”? De hecho Villegas asume que le han “criticado esta posición, por tibia o por falsa”. Mientras tanto, igual le seguirán publicando notas en Seul, al lado de un reportaje a Cavallo o algún otro muerto redivivo por el ex subsecretario de Comunicación Estratégica de Jefatura de Gabinete…
¿Creerá Villegas que hay otro motivo que la lamentada pero productiva “grieta” para publicarle un diario tan magro? Digamos que los diarios suelen justificar su aparición cuando responden a alguna de estas dos características: pertenecer a alguna personalidad relevante que habla de su actividad, o dar cuenta de un momento histórico particular (y en cualquier caso tienen que ser interesantes, no digamos ya estar bien escritos). Diario de la grieta podría responder a alguna de esas razones, pero no las sustenta. En primer lugar, Villegas solo da cuenta de su medio anecdótica y lateralmente (no es un libro dedicado a explorar o pensar con detenimiento el campo cinematográfico o cultural). Tampoco logra que su mirada impresionista “sobre la actualidad política desde lo íntimo y doméstico” tenga la potencia buscada (o al menos el tino indispensable).
De hecho ese diario dejó disconformes hasta a los propios, como era evidente en la reseña de Quintín: “Cuando uno se convence de que está frente a un aparato integrado por devotos, sistemáticos y organizados enemigos de las libertades republicanas, no es posible tender las manos sobre ninguna grieta que nos separe de ellos”. Y es que Villegas tampoco responde lo que se pregunta promediando el diario: “¿Para qué lo escribo, para quien lo escribo?”. Excluida la fiesta privada, el único motivo editorial para su existencia es co(r)tejar la existencia de un grupo de “intelectuales” afines al partido, como los agrupados en torno a Seul. Muchos aparecen amistosamente mencionados en el libro y lo difunden a su vez: Garces, su editor en Galerna; Pola, que lo describe en un tuit como “lo más interesante que leí sobre cultura y política desde David Viñas”; Ajmechet, que lo convierte en “un gran tratado sobre la libertad y la tolerancia”; o –incluyendo un gran etcétera– Bazán, quien aprovecha la ocasión para una reseña quintinesca contra “una jauría de fanáticos defendiendo cada una de las medidas por contradictorias que sean y denostando sin vueltas a quien quiera que tenga una mirada diferente”, como si –una vez más– no encontráramos su propio reflejo en esa imagen.
Curiosamente, bastaría solo con cambiar unas “claras connotaciones” por otras, para que esta descripción de Quintín los descubriera en el espejo (rota su autopercepción “progresista”): “El problema es que esos grupos de clase media intelectual, tan homogéneos y tan cerrados son, en su inmensa mayoría, peones de un régimen de claras connotaciones estalinistas, cuando no aspirantes a ser sus funcionarios y sus voceros en cada instancia del funcionamiento colectivo, desde los claustros universitarios a las asociaciones de padres”. Grupos como esos no necesitan libros ni revistas: ya tienen todos los medios a su disposición. Pero tal vez su ala letrada también extrañe las grandes plumas, que de Sarmiento a Martínez Estrada saltaron todas las grietas, y aspire a encontrar alguna heredad en esa noble genealogía. O quizá simplemente no se resignen a ser “disidentes” en el campo cultural, y pretendan para este la misma hegemonía que disfruta en “las reglas de juego del mundo” global eso que Villegas llama la “tradición capitalista liberal” y otros llaman neoliberalismo.
Nicolás Prividera / Copyleft 2021
Qué desparpajo! primero se cargan en un tuit a Horacio González y ahora mentan a Viñas sin sonrojarse: «Pola, que lo describe en un tuit como “lo más interesante que leí sobre cultura y política desde David Viñas”»
Horacio gonzalez fue un Pesimo filosofo.
Filosofos son Alberto Buela y Nimio de Anquin
No soy Nicolás: González no fue filósofo, sí un sociólogo, y a mi juicio un intelectual notable; Leí a Buela y más todavía a De Anquín. filósofo cuyas filiaciones políticas son lamentables, y del que no obstante no prescindí de leer debido a que sus lecturas sobre los griegos y su posición tomista me interesan entender. Pero no creo que a usted le interese lo que digo acá. Apariciones como la suya tienen una intencionalidad específica. Que esté bien. R
La única intencionalidad de estos energúmenos que pululan por todas las redes es provocar, pero después no aguantan ni un round.
“Desparpajo” es la palabra adecuada para las intervenciones por derecha, aquí y en todas partes, porque el mundo está tan girado hacia ahí que hace rato perdieron la vergüenza.
Ahora bien, para no proceder con ese facilismo debemos complejizar la mirada. Por ejemplo, no es lo mismo Villegas que varios de los que comentan este tuit suyo sobre este intercambio:
https://twitter.com/JuanVillegas19/status/1369006794681507846
Digo, nobleza obliga, que Villegas hace el esfuerzo de leer, aunque no pueda dialogar como parece querer. Pero no es un cínico. Como si lo es quien dice que no sabe quién soy (como si eso importara aunque fuera cierto), o el que desprecia este texto por “ilegible” (y no porque no sepa leer subordinadas, sino porque aspira a reducir todo al nivel brutal de tuiter). El problema es que Villegas no participa de ese ninguneo pero sí de ese simplismo. De ahí su comentario sobre Horacio González.
(De paso le aclaro a Gadano, por si no lo advirtió, que por eso uso esas mismas palabras para referirme a su libro, aunque me hubiera gustado escribir una reseña explicando qué lo “horrible”. En cuanto a lo “mal escrito”, no me refiero a la corrección sintáctica sino a ese sencillismo de taller literario, esa falta de estilo que pasa por contención y es solo medianía.)
Pero lo que quería comentar, sobre todo, es la afirmación de Gadano y Villegas de que a ellos les gustó M. No dicen “en cambio” pero se sobreentiende, como si mi condena estética de sus textos estuviera ligada a sus ideas políticas. Y no. Puedo leer a Celine con placer. Lo que me disgusta de sus libros es que solo han sido publicados por ser ellos quienes son o por defender esas ideas, no a pesar de ellas.
Por otra parte, sospecho que si les gustó M es porque la ponen en el mismo estante que a Hilb o Leis, cuando la película cita a Calveiro. Les quedará claro si ven Adiós a la memoria, hecha con toda conciencia para que no se preste a esa “confusión”.
Pará un poco con las comillas! Aprende a escribir…
Vuelvo a explicarlo en frases cortas e «inteligibles» para los uninembres como Juan: las comillas implican que la frase citada es textual, así nadie puede decir que se tergiversan sus dichos.
Entiendo que quienes se inquietan por esto estén más acostumbrados a la brutalidad de glosar todo en una frase o en una palabra el pensamiento ajeno. Pero si además de brutos no son cínicos, entenderán el esfuerzo de hacer la diferencia.
Se sumó Pablo Avelluto a la cadena de Twitter. Una pena que no acá, dónde podría responderles sin tener que caer en el barro de twitter.
Avelluto dice que es «una lastima usar tantas palabras para no decir nada interesante». Dejando de lado esa obsesión por la brevedad que tienen estos tuiteros, vaya uno a saber qué será interesante para Avelluto.
Habría tanto para decir sobre su paso por la función pública, y lo que hicieron con el cine en particular.. Pero basta googlear para recordar tantas infamias que los autopercibidos liberales republicanos han cometido, para luego volver a ser simples comentadores, sin pena (judicial) ni gloria (aunque el daño que han hecho es incalculable, y no solo en lo económico).
Solo quiero recordarle a Avelluto que fui su alumno en un práctico de Comunicación a inicios de los 90, cuando el luego funcionario cultural del macrismo era ayudante de la cátedra de Entel. Recuerdo que entonces elogió mi trabajo final, que no tenía menos palabras ni otras ideas. Me pregunto qué pasó con Avelluto para llegar desde ahí a su triste gestión macartista. Cómo pasó de Benjamín a Mauricio, dígamos. Alguien tendría que escribir (y filmar) sobre esa generación perdida.
El tweet de Avelluto tiene un like, el de Juan. Descalifican al crítico al mismo tiempo que se niega el diálogo que en sus soliloquios reclaman.
Una pena porque las conversaciones entre quienes piensan distinto respecto del tema tratado suelen, no siempre, ser las mas interesantes. Ésta podría ser una de ellas.
No voy a interpretar un like, pero -despues de leer el libro-sospecho que Villegas saluda la intervención de Avelluto más que lo que dice. Es parte de su creencia de habitar ese Corea del centro que sus camaradas de Seul detestan.
En cuanto a la falta de diálogo, es claro que no les interesa. No tienen como sustentarlo. Y no (solo) porque sean brutales, sino porque solo quieren palmearse y envalentonarse entre ellos. Por eso no hacen más que descalificar, desde el nivel más cínico al pasivo-agresivo de Avelluto.
Lo notable es que a pesar de todo el poder de fuego que tienen (en todo sentido), deba reunirse alrededor de ese medio virtual todo el arco «intelectual» macrista, desde ex funcionarios a tropa periodística y tuitera. En el ámbito cultural se sienten en inferioridad de condiciones, a pesar de dominar el sentido común desde todos los medios
El tweet de Avelluto tiene un like, el de Juan. Descalifican al crítico al mismo tiempo que se niega el diálogo que en sus soliloquios reclaman.
Una pena porque las conversaciones entre quienes piensan distinto respecto del tema tratado suelen, no siempre, ser las mas interesantes. Ésta podría ser una de ellas.
Por otra parte -despues de ver lo que también escriben en twitter- quiero decirles a los de este lado de la «grieta» que también juegan. Y no digo solo que pueden intentar dialogar por tuiter, sino dejar sus ideas aquí mismo, donde tambien yo podría dialogar con ellos. Es curioso que repliquen ese comportamiento que aquí criticamos, de hablar solo entre amigos. Hay que debatir más, hacia adentro y hacia afuera.
Hola.
Hice, sí, unos comentarios muy genéricos en Twitter y no acá, es cierto. Entre otras cosas, porque recién te leo y leo las respuestas al post. Otra razón para no intervenir, tampoco ahora, bien podría ser que no veo que haya mucho que agregar, por lo menos, desde el punto de vista que planteás -el de la demolición de los pseudoargumentos e inconsistencias del artículo-, a lo que decís vos y a otras cosas que dije yo antes. Una tercera razón para no hablar es que no leí el libro de marras, pero, a esta altura, los intercambios cobraron ya una entidad propia que quizá autorice que se hable de ellos, y solo de ellos, incluyendo los de Twitter.
Todo este minué (y, según la descripción que Juan hace de su propio libro, el minué lo incluye también, y sobre todo) encubre algo que por fin sale a la luz al final del artículo en Seul: no se trata de detalles, ni de malentendidos, ni siquiera solo de cuestiones formales, aun si les otorgamos mucha importancia, hasta una central, a las cuestiones formales. Nosotros ya lo sabíamos: no queremos el mismo país, no queremos el mismo mundo y las diferencias son irreconciliables. (Alguien recordó recién, ¡en Twitter!, que vivimos una guerra civil larvada, y no es una idea novedosa).
Me pregunto por qué, del mismo modo que Juan dice en Seul – y decirlo es, lejos, lo mejor que pudo haber hecho- que quiere “un discurso progresista, liberal, democrático y procapitalista” -y entiendo que además de un discurso querrá un país y quizá un mundo progresista, liberal, democrático y capitalista-, nosotros no decimos, acá, qué queremos. Yo quiero un país -y un mundo- socialista, democrático, e igualitario, por ejemplo. O una patria libre, justa y soberana. Pero lo que me pregunto es si hay, no una ventaja, sino algo más, un valor, una verdad en no decirlo. En estar siempre como empezando a decir algo, como sugiriéndolo, o, quizá, dándolo por sentado, pero nunca enunciar lo que se quiere con todas las letras. O, si hay, no solo una verdad en no decirlo, sino además, o en cambio, un peligro en decirlo: el de congelarlo, o reducirlo a hojarasca, a palabrerío muerto. Así, como cosa muy audaz, escribiría, a lo sumo, no lo que dije unas líneas más arriba, sino: “Yo podría decir que quiero un país -y un mundo- socialista, democrático, e igualitario, por ejemplo. O una patria libre, justa y soberana. Pero no, no lo habría dicho verdaderamente.
No hay mucho agregar pero la conversación siguió en twitter… Y ahí murió tapada por algún otro asunto que la tapó.
No hace falta haber leído el libro para opinar. No solo porque están las varias notas de Villgeas en seul, sino porque el libro mismo como se dijo reproduce intercambios en twitter. Es un circulo cerrado, en todo sentido.
Pero yo no creo que las diferencias sean irreconciliables. Si no siempre ganarían “ellos”, o “nosotros”. Y en el medio hay votos fluctuantes. Justamente, porque hasta el kirchnerismo podría asumir “un discurso progresista, liberal, democrático y procapitalista”.
Y eso es lo que es hojarasca o palabrerío muerto en tanto la hegemonía la dispute una derecha que se disfraza de liberal, no solo de progresista.
Digo: lo que importa no es lo que se diga “verdaderamente”, porque todo puede ser subjetivo. Lo que define la cuestión es eso que Villegas cree que no tiene aunque solo habla de eso: creencias.
Sin relato no hay paraíso: lo que nos falta es relato. Eso a veces logra hasta alterar la correlación de fuerzas alguna vez. Pero me parece que pasa en lo macro lo que aquí en lo micro: falta articular discurso y voluntad.
Nicolás, si alguien detiene el cursor lateral en el segundo cuarto de la página de Seúl donde está la «respuesta» de Juan Villegas, se golpea la vista contra una flagrante contradicción convertida en oxímoron gráfico.
Tras mencionar el encuentro con la socióloga kirchnerista y su pareja, que no le hablaron del libro «porque no lo habían leído o porque ni siquiera sabían que existía, pero también es posible que hayan decidido obviarlo para evitar un momento incómodo», y luego de contar que el coordinador para el INCAA de las proyecciones de películas en las cárceles lo había invitado a proyectar otra vez su «Las Vegas» y a participar de una charla «coordinada por él y por otros funcionarios de la provincia de Buenos Aires, todos kirchneristas, por supuesto» (sic), aparece, debajo, en cursiva y en tu tamaño de letra que supera el doble del cuerpo del artículo, un destacado donde declama: «Creo que frente al kirchnerismo, que basa su estrategia en pensar a todo adversario como enemigo, hace falta contrastar con una cultura política más civilizada y tolerante».
¿Cómo es posible que el destacado contradiga de manera tan pueril los dos párrafos previos? Si lo vieran a él como adversario y enemigo, si no fueran civilizados y tolerantes, ¿por qué evitarían el momento incómodo o lo invitarían a proyectar su película y participar de una charla?
Pero, como si esto no bastara, inmediatamente debajo, la nota sigue, en la tipografía normal y un tamaño bastante más pequeño, y allí JV declara: «Estos dos hechos, sumados a otros parecidos que me tocó vivir estos meses, me hicieron sentir al mismo tiempo relajado y preocupado. Me tranquilizaba la idea de que puedo seguir conviviendo, trabajando y hasta disfrutando junto a gente con la que no acuerdo en casi nada políticamente. Aunque lo debería plantear al revés: compruebo que ellos pueden seguir compartiendo situaciones conmigo sin inconvenientes y sin incomodidad, porque la realidad es que de mi parte nunca tuve problemas en hacerlo con ellos».
A esta altura, se me hace imposible entender cómo razona JV, qué logica, qué devenir o fluir del pensamiento arrastra a JV contra toda deducción, hasta hundirlo en la misma falta de argumentación que él dice encontrar en aquellos «fanáticos» que tanto lo inquietan. Un detalle más: su «planteo al revés» me hace sospechar que, más allá de todas sus indecisiones, problemas de ego no tiene.
Esa contradicción que marcas es interna al libro, pero los editores la ignoran en su beneficio. En ese sentido no se diferencia mucho de lo que hacen hoy La Nacion o Clarin, cuando ponen un título catástrofe que luego no se verifica en el contenido.
Lo notable en este caso, como decís, es que sea tan flagrante la falta de criterio de Villegas: cualquiera hubiera descartado esas anécdotas antes de pasarlas al papel, pero él lo hace como si hablaran de algo más que de su desatino. Todo el diario se sustenta en eso. Pero así y todo le sirve a Seul, a la editorial, y a ese discurso de la “grieta” que explotan mientras dicen lamentarlo.
De esto mismo que decís, Marcelo, es de lo que hablaba (y esto mismo es lo que, quizá erróneamente, no quise repetir porque ya dije en otros lados -Nicolás cree en repetirse, yo no mucho, vaya una a saber…). Por eso, me parece, de algún modo, saludable, que todo termine en el reconocimiento final de que el minué, el pedido de amor, o el temor de que le sea negado, las derivas psicologistas, etc, son tonterías y que lo que hay son diferencias políticas -sí- inzanjables (quizá, no por lo que se dice -no vamos a esperar que las cosas aparezcan prístinas y esenciales en el las palabras-), pero inzanjables, después de todo. En fin, un poco excesivo (antieconómico) semejante recorrido para enterarse de lo que sabemos desde siempre, pero bueno, mejor eso que seguir sumando veladuras.
Las diferencias están en las cosas mismas, no hay un modelo en el medio de los dos, no hay conciliación (el gobierno de los EE.UU. -hoy- puede ser republicano un día y demócrata al siguiente; EE.UU. no podía ser esclavista un día y capitalista y moderno al siguiente y luego volver a ser esclavista, y así, cada cuatro años -perdón por la brutalidad, es Twitter (?)-). Las personas podemos acordar -podríamos, en efecto, no morir, no seguir muriendo, no seguir teniendo que dar la vida (o que tomar vidas)- pero lo que acordemos -también lo que ganemos con la muerte (como lo que ganaron hasta ahora)- será una cosa, o la otra, nada intermedio. Y si parece intermedio es porque no terminamos de morir, vamos muriendo de a poco, nos secan la vida, pero algo persiste -resiste (escándalo de palabra)-. Algunos lo llaman empate hegemónico, todavía; yo no creo que lo sea, pero sea lo que sea, su prolongación nos daña. Something’s Gotta Give.
*…ya había dicho en otros lados…
Debe de haber más errores, pero vi ese y me duelen los ojos, y los oídos, y el cerebro.
¿Aceptará Juan una conversación abierta que el no pueda editar ni seleccionar como si pudo en el contexto de su libro?
¿Tiene sentido esta conversación sin la participación de quién no acuerda con lo que aquí se apunta?
¿Nos leerá Juan en silencio cómo en ésas anécdotas que el relata en su diario, en las que escucha y calla?
(Va de nuevo, por si se perdió en el limbo virtual)
Hola, recién veo estos últimos comentarios.
Tampoco pensé que hubiera mucho para agregar dado que no leí el libro de Villegas y suscribo sin reservas a las ideas de NP vertidas en ambos textos y los ulteriores comentarios, apenas hicimos por ahí con otrxs algunos comentarios más sobre el asunto que tampoco son tan sustanciosos. Pero bueno, dada la interpelación directa, sumo algunas cosas.
Primero, el término «grieta» no me parece el mejor por varios motivos, no es categorial, sociológica ni políticamente muy preciso, más bien fue incentivado e instalado mediáticamente por el enemigo, tiene algo de impresionista y reduce el campo de lo posible en un binarismo que simplifica las posiciones políticas planteando la antinomia peron-kirchner-trotsko-mapuche-anarco-ismo vs antiperonismo, un todoeslomismismo por derecha en el que, por ejemplo, quienes no somos peronistas o kirchneristas sino marxistas y socialistas solemos quedar diluidxs, y que además es fogoneado en forma manifiesta como estrategia política de polarización electoral (la «corrupción K» vs la «República», etc.), porque no lxs une el amor sino el espanto: su cohesión descansa más en el común antiperonismo que en un fervor positivo por la performance que tuvieron como gobierno durante 2015-2019, por la figura de Macri o alguna otra -¿quién será la próxima, Larreta, Bullrich, el «ala blanda» o el «ala dura»?-.
Pero será como eso que se dice de las brujas («que las hay, las hay»), que en otro sentido obviamente me siento parte del «otro lado», en su momento apostando a una política de frente único contra el macrismo y unidad en las luchas por abajo sin mezquindades. Ahora el tablero general cambió y me interesa más sacudir y problematizar que vamos a hacer de «este lado» ante el rumbo que toma el actual gobierno, que no es meramente una reedición de los mejores momentos del kirchnerismo, tanto por cuestiones del ciclo global internacional del capital (venimos de una crisis económica cuyo estallido se difiere pero cada vez somos más pobres) como por las tensiones internas y vacilaciones dentro del bloque de poder gobernante actual, con Albertibio como cara visible. Y esas movilizaciones derechistas que tuviste el estómago de filmar (una secuencia estupenda) no tienen mayores escrúpulos ahora en patear el tablero, radicalizarse, «ganar las calles» y marcar agenda ante la encerrona de la pandemia que nos tiene entrampadxs como campo popular, sin brújula ni iniciativa.
Así como charlamos en otras ocasiones que no hubo un cine verdaderamente anti-macrista o que articulara una lectura crítica de los ’90 (salvo ¿honrosas? excepciones), ¿podremos ver alguna película crítica del actual gobierno pero que no sea gorila? Probablemente sea muy pronto para plantearlo, pero ahí tenemos Río turbio de Tatiana Manzú, por ejemplo.
Es notorio en la pluma de Villegas (además de la pobreza de ideas y argumentos) que esa autovictimización y persecución imaginarias invierten de hecho el proceso histórico real, porque si hubo un gobierno revanchista y persecutorio (en el campo del cine específicamente, si se quiere circunscribir la cosa) fue el macrista, a «Republiquita» la sometieron pulsiones de poder político-económico más bajas (¿será que el neoliberalismo acrecenta el elemento autoritario para sostenerse en tiempos de crisis?). Coincido en eso con Carla, al final queda claro -como no podía ser de otra manera- que hay una distancia político-ideológica irreconciliable, Seúl es la plataforma abyectín de una derecha intelectualmente devaluada, que «llora ante una subordinada» y promueve el «recorte del gasto» y la privatización de la cultura.
Recuerdo que lxs muchachxs de Pulsión decían que Victoria es una gran película (involuntariamente) kirchnerista, yo creo que eso último es impreciso (sí es una gran pequeña película), así como la idea de buscar una lectura kirchnerista encriptada en el cine de Matías Piñeiro también es inconducente.
Por último, creo que a Benjamin le hubiera gustado Twitter, tiene algo del Libro de los pasajes, pero no Instagram (esto es un chiste).
Entre #Albertibio y #Tibiemos, Prividera se va a hacer un pícnic con nosotros, Migo querido.
Y… Esos duelos tuiteros tal vez sirvan a la lucha y no solo al ruido, pero si los podemos evitar a la hora del debate la conversación publica va a mejorar. El problema es que tuiter puede echar a perder hasta a las mejores cabezas de una generación. O varias.
Es que ni siquiera es un duelo (tuitero, ni otro). De hecho, ni sé si se advirtió esta coincidencia con la que lo más radicalizado de la derecha liberal y vastos sectores del frente gobernante salen a exigir mayor decisión ejecutiva y menos tibieza ideológica a sus respectivos dirigentes. Y siempre ese tipo de coincidencias son un buen punto de apoyo para la crítica (o, a veces, para la descalificación también, claro).
Pero por eso mismo dudo que sirva para salir de la polarización, porque lo que se pide es profundizarla. Digo: tal vez del lado de los simpatizantes del gobierno se pida por medidas concretas. Pero del otro lado solo se pide que haya más piedrazos. Y ahí la derecha siempre gana. Cómo en tuiter y donde solo se enarbolen consignas más que argumentos.
Estimado Migo:
Voy a tratar de ordenar una posible respuesta a su comentario.
En primer lugar, sobre las discusiones virtuales: un comentarista de tuiter dice:
«no veo la «superioridad» de «discutir» en los comentarios a un posteo de una página web por sobre un hilo de tuits. Las dos opciones son una garcha». Y no. Aquí al menos el hilo de la conversación se conserva, incluso años después si uno ingresa al posteo. Tal vez no tenga la inmortalidad del papel, pero no tiene la volatilidad de twitter. Ni limitación de caracteres.
Pero hay algo peor. Twitter, como toda red social, direcciona todo hacia el sectarismo o el linchamiento. Tiene esa lógica de la «grieta» instalada como algoritmo.
Sea como sea, si quienes no son peronistas o kirchneristas quedan «diluidxs», no es excusa para no tomar posición en el campo de batalla»: hay que diferenciarse de ese «comun antiperonismo». No podemos renunciar al «frente único contra el macrismo», aunque no dejemos de «problematizar el rumbo que toma el actual gobierno». Menos después de la doble pandemia que nos dejan todos estos años de estancamiento.
Porque las movilizaciones derechistas vienen cada vez peores (no llegué a filmar las bolsas de cadáveres), y si vuelven al poder va a ser bolsonarizados, pese a todo su declamado liberalismo (véase como se mantiene limpia la figura de Pato).
Pero si con ellos la «distancia político-ideológica es irreconciliable», vuelvo a recordarles que no hablamos solo contra ellos o entre nosotros, sino (como lo hago ahora mismo) para los «paradestinatarios», que son siempre clave en la discusión política.
Ahora bien, y volviendo al cine (terreno dónde ni siquiera se dan estás discusiones, cinematográficamente hablando), cómo va haber «alguna pelicula crítica del actual gobierno» (sea o no gorila), si no las hubo de los anteriores… Salvo excepciones, y no siempre honrosas, las huellas del kirchnerismo o el macrismo no aparecen de modo directo en el cine argentino (basta ver una excepción como Planta permanente).
No sé qué tiene Victoria de » gran película (involuntariamente) kirchnerista», salvo su protagonista. Ya no tiene sentido buscar «una lectura encriptada» de la política, siguiendo la lección de Aguilar. Necesitamos un cine (y cineastas y críticos) menos encriptados. Por no decir menos cobardes.
Porque ni siquiera hubo denuncia de la censura y persecución desatada en los años del macrismo en el campo del cine. También por eso Villegas puede tener ese discurso candoroso, que nadie hasta aquí vino a impugnar (salvo recordando episodios como el cierre de micrófono en Mar del Plata, que no fue lo más grave).
De acuerdo con que no hay que hablar sólo a «lxs convencidxs». Sobre las discusiones virtuales, Twitter es una red social, evidentemente no es el mejor espacio para articular debates, aunque no diría tanto por su volatilidad (si nadie lo borra, también queda «ahí» archivado y se puede buscar, en todo caso la precariedad digital también asedia a un blog o sitio como este si por algún avatar se discontinúa o muta de formato, como en algún momento pasó con «históricas» discusiones en La lectora provisoria que se perdieron) como por su temporalidad de la inmediatez y por el límite de caracteres. Es cierto que hay dinámicas de las redes que llevan al linchamiento, la bravuconada, la polarización facilona, el termismo, el indignómetro impotente, y hay amplias zonas que se vuelven una verdadera cloaca, pero «no toda la Galia está ocupada por los romanos», también tienen sus chispazos nobles y de camaradería. En todo caso, me parece que es una cuestión pragmática del uso, no una consecuencia necesaria, homogénea y directa del medio. Digo, para volver al cine, lo mismo sucede con Letterboxd, unx se puede encontrar montones de comentarios o reseñas estúpidos pero de golpe también con textos buenísimos de personas «desconocidas» que sin un espacio así jamás llegaría a conocer.
A ver: no todo internet es lo mismo. No son lo mismo los blogs, los sitios o las revistas virtuales, que las redes sociales. Por sus mismas características, no son espacio propicio para «seguir una conversación», en ningún sentido. Y no se puede recuperar del mismo modo pasado un tiempo: las redes tienden a la inmediatez y al olvido.
Ciertamente también la precariedad digital nos asedia aqui, pero si por algo lamento la perdida de las «históricas» discusiones en La lectora provisoria (además de porque fue justo el año donde yo escribí ahí), es porque tal como aquí se podía recuperar el hilo completo de las intervenciones, junto con el texto que las disparaba. Ahí también había mala leche y linchamientos, pero era un daño colateral, no la línea de fuego.
En fin: yo no creo que se pueda separar el uso del medio en ningún caso.
Les aclaro que no me molesta Twitter, de hecho miro lo que se dice por ahí, pero nunca lo usaría para debatir porque es territorio comanche. Ahí ganan siempre el arte de injuriar.
De hecho lo que más me impresiona de toda está discusión es que haya gente que cree que estás «peleado con las palabras» (como dice una tuitera repitiendo el lugar común filomacrista) si usas subordinadas. Si llegan a leer algo verdaderamente sofisticado como Proust o Faulkner les da un ACV…
Pero no creo que todos los que repiten esa pavada sean iletrados. Más bien practican la máxima de Goebbels sobre llevar la cutura y el revólver. Pretenden una discusión pública reducida a la dimensión de Twitter, donde la violencia siempre se impone sobre la razón. Simplemente porque no la tienen, porque su posición es insostenible, como demuestra el caso de Villegas, pese a sus buenos modales.
Naturalmente. Eso es lo que le decía a Migo ¡en Twitter! No es que leer tus textos les provoque tanta fatiga, es que militan la cortedad -no la brevedad, simplemente: la cortedad-. Algo que no estoy segura de que no tenga su impacto sobre ellos mismos, pero que es, ante todo, un programa para los demás.
Además, es curioso que se repita esto de que «no dice nada», tanto en Avelluto como en el último que cita Nicolás. Qué será «decir algo», entonces… Este intento de impugnar la discusión centrándose en el estilo hace evidente que algo «les dice» (por algo se suceden todas estas reacciones), y les sirve para no meterse con los temas de fondo. Es cortar de raíz la discusión por el primer atajo. Podrían haberla dejado pasar, pero prefieren convencerse de que ni siquiera existe en el texto (o de que ni siquiera existe su autor…).
Es el clásico «no existís» futbolero, o el mas poético de Cerati cantando ‘Alguna vez fue que planeamos, hacernos todo el daño de una vez, dictando una sentencia desafiante: No existes»
Quizá, esa queja se conecte con lo que más arriba le dije a Nicolás acerca de que Villegas, después de todo, termina reconociendo que quiere un orden capitalista, y nosotros no decimos qué queremos con la misma claridad. No en todas partes, me refiero a que no estaba dicho acá, por ejemplo. Pero tal vez haya razones para no decir eso, así, que no es lo mismo que «no decir nada».
Me parece que es mucho más brutal el sentido del «no dice nada». Es: no dice lo que debería ser dicho, por lo tanto ES nada. Pero efectivamente, que descuentan obligados a DECIRLO implica que algo es, que en algún lado les duele. No está nota ni este autorizada, sino simplemente no poder dominar todo el discurso social, tal como están acostumbrados.
Creo que debe de haber un poco de todo, incluso más de uno que no sabe por qué lo dice, o que lo dice por pura chicana. Pero prefiero hacer la mejor interpretación posible de esa demanda (se sabe, si uno atribuye al otro una tontería, es muy probable que el tonto sea uno). Y una de las mejores interpretaciones posibles es que te piden enunciados más positivos y más estables. Algo que puedan fijar con más facilidad y con lo que puedan discutir con más facilidad también, por lo tanto. Y vos demolés la argumentación de los otros y te escapás, o, si preferís, estás siempre en el lado de la negatividad: a eso llaman “no decir nada”.
Piden eso, pero sin hacer nunca una critica de los lugares de enunciación, del suyo propio, por empezar. Parece que no se preguntaran, que no los inquietaran, las razones de su comodidad en la afirmación (que es siempre, por necesidad, afirmación de lo que existe) y las de que nosotros no tengamos nada que afirmar, o nada tan definitivo, por lo menos. Para hacer esa demanda y que uno pudiera tomarla seriamente, debería verse que se cuestionaron algo de esto. Pero además -y viene un poco junto-, deberían comprender qué están pidiendo y a quién. Y por qué pedir eso (más allá de las razones de su conveniencia que, quizá, se les oculten incluso a ellos mismos). Cuando Cristina le dice -ya que estamos- a Viñas que ella se dedica a la política y tiene la obligación de ser optimista (y asertiva y propositiva, porque se trata de cambiar las cosas), no le pide a él que haga lo mismo, entiende que él es un “intelectual crítico” y que tiene la obligación del pesimismo (¿y de la negatividad?).
Se me ocurren varias problematizaciones de esto que acabo de decir, claro, y también varias derivaciones, pero dejo acá, un poco bruscamente, porque ya es medio largo y ya hablamos mucho.
Ahí 👆🏽 iba este link que veo que aparece grisado, pero no es realmente un link: https://www.youtube.com/watch?v=WQdhvhU8pJ0
«Se me ocurren varias problematizaciones de esto que acabo de decir, claro, y también varias derivaciones». Dejo este texto de Daniel Freidemberg acá, Carla (y Nicolás, por supuesto), ya que, aunque fue escrito hace varios años, parece participar hoy de estos comentarios: https://lateclaene.blogspot.com/2012/01/intelectuales-y-politicaintelectualidad.html
¡Gracias! Mañana lo leo.
Es bueno lo de Freidemberg, pero deberíamos estar discutiendolo en la nota sobre Viñas. Aquí solo puedo decir algo en relación a la «negatividad»
En primer lugar, no creo que siempre haya que recurrir a la nobleza de elegir la mejor interpretación posible del adversario, sobre todo si impugnan justamente la posibilidad de discutir nada.
Sea como sea, no creo que me pidan «enunciados más positivos y más estables». Si por estables entendemos usar frases cortas y epigramas, debería convertirme en un tuitero. Y seguramente sería un gran tuitero, porque basta un poco de ingenio, pero lo que estoy reivindicando es precisamente la necesidad de otras formas discursivas (sin caer en el barroquismo de Horacio González, más apto para analizar tramas históricas que para leer el libro de Macri). Porque si lo que quieren es «algo que puedan fijar con más facilidad y con lo que puedan discutir con más facilidad también» nunca vamos a salir de Twitter.
En cuanto a los enunciados «positivos», ellos solo piensan esa palabra desde Rozitchner (Alejandro), o sea, desde una filosofía neocon New Age. Pero no les molesta que uno escape de ese lugar, y mucho menos la «negatividad» (si no entienden a Viñas menos van a entender a Adorno). Insisto: para ellos «no decir nada» es, simplemente, no hablar su lenguaje de señas, no aceptar que ellos encarnan la razón frente al monstruo populista, etc. Son incapaces de discutir sus propias premisas. Y eso se ve perfectamente en el librito de Villegas que aquí comentamos, para cerrar volviendo al inicio.
Habría que hacer el ejercicio de leer Primer tiempo y chequear si efectivamente el ghost writer de ocasión lo compuso a partir de frases cortas y epigramas, cosa que no me extrañaría, o sea, que responda a una estrategia retórica/comunicativa deliberada basada en el «coaching ontológico» y que apela ante todo a la «buena onda» y la afectividad. Habría que ver, pero no me pienso inmolar.
Por los fragmentos que han trascendido, es así. El mismo estilo del libro de Villegas, díganos. Y ya hay una propia extraordinaria de Sebastián Robles que algunos macristas toman por verdadera. Que muestra que lo principal no es la «buena onda», sino decir barbaridades como al pasar, como si el coloquialismo bastara para darles legitimidad. Alguien que habla como nosotros no puede ser el garca que lo que cuenta demuestra.
Pero, como decíamos, la clave es que el discurso mesurado sea un «guiño» entre entendidos, que saben que es pour la galerie. Si alguien quiere correrse en serio al centro lo van a descalificar, como aquí hace de nuevo el maestro de cierta ya no joven crítica:
https://mobile.twitter.com/FantasmaQuintin/status/1373640243874828293