DAUMIER Y SUS POSCURSORES
(Notas para una discusión sobre cierta tendencia del cine contemporáneo)
Por Nicolás Prividera
No todos los realizadores suelen tener una preocupación teórica sobre el cine. Desde que conocí a Prividera no hemos dejado de mantener un diálogo abierto sobre el estado del cine, o persistir con el legado de Bazin, para muchos una instancia teórica superada, y preguntarnos qué es el cine. Aquí va un texto que me enviara desde Viena, después de pasar por Hamburgo, en donde presentó su película, M. Su texto es incisivo, como su película, y no tiene ningún gesto conciliatorio con nadie. Que haya decidió publicarlo en este blog me enorgullece. Y aunque no puedo abrazar la totalidad del texto, al menos cuando se refiere al film de Serra y al cine de Alonso, por lo que hemos discutido muchas veces, su mirada sobre el cine, su radicalidad, es bienvenida. Cineastas y críticos como él hacen falta. (Roger Koza)
1.
«Prefiero las personas a los paisajes» (Michelangelo Antonioni, El pasajero)
Llegue a la Viennale algo cansado, ya que era mi cuarto festival en veinte días. Decidí entonces dejar a un lado las películas y mis cavilaciones sobre el futuro del cine y dedicarme a pasear por la ciudad, como un flaneur finisecular. Pero es sabido que uno no puede sino reencontrar en cualquier parte lo que lo obsesiona, aun cuando nada parezca más lejano al futuro del cine que el Belvedere (el palacio de verano del príncipe Eugenio de Saboya, hoy convertido en Museo de Bellas Artes). Y sin embargo, tal vez porque contrastaba con el exceso barroco del palacio, o con las viejas pinturas neoclásicas (incluidos exóticos paisajes de Oriente) o con los últimos destellos del decadentismo (como El beso, el demasiado famoso cuadro de Klimt), llamó mi atención una pequeña pintura en una pared lateral.
Se trata de uno de las tantas pinturas que hizo Daumier sobre El Quijote, aunque claramente se percibe que está literalmente «fuera de serie», pues la escena, más que una extraída del libro de Cervantes, parece excluida. Pues si bien al fondo se adivina la silueta del Caballero, bajo el sol con los brazos en alto, quizá con los pies chapoteando a la orilla de un lago, quien está en primer plano es Sancho, comiendo algo a la sombra de un árbol, la vista al frente, sobre el hombro del espectador. Y me pregunté si la sencillez que yo había encontrado en esa imagen estaba en el cuadro o en el contraste con los oropeles del palacio, con el mundo que le daba marco. Me pregunté, en fin, si el gesto vanguardista más extremo no es ser inactual, más que pretender ser concienzudamente moderno. Y lo que había venido a mi mente no era el Pierre Menard de Borges (con la ironía de su aparente gravedad), sino el Honor de cavallería de Albert Serra (con la gravedad de su aparente ironía).
Pero volvamos a Daumier. Su realismo tiende a lo que el futuro conocerá como impresionismo, pero Daumier está pintando fuera de tiempo: será apenas un precursor de Manet, que lo admiraba tanto (precursor a su vez, con su Desayuno en la hierba, del arte moderno y su gesto inadecuado). Pues para ser valorado no hace falta tanto construir una Obra como esbozar el gesto preciso en el momento oportuno: Duchamp será el ejemplo perfecto. Serra el imperfecto, un talento desperdiciado. Su Quijote es un mueca ruinosa (tan actual que ya es antigua) y solo un mundo harto del exceso hollywoodense puede confundirla con aire fresco, con algo nuevo. No es más que vino joven en odre viejo (Warhol ya pinto con su cine nuestro «cuadro blanco sobre fondo blanco»). No hay poética del hambre, sino hambre de poética. Ese es el verdadero drama del cine contemporáneo. Y Serra solo es fiel a un gesto ya vacío. No creo que dure mucho más que un orinal expuesto en un museo.
Mientras tanto, Daumier sigue siendo, como Cezanne (como todo el que consigue ser considerado, con el tiempo y no por el tiempo, un «clásico»), un hombre fiel a una idea. Su paisaje eran los rostros, y su arte una continuación de su vida. Daumier estuvo en la comuna de Paris, mezclado entre el pueblo bajo. Tal vez por eso (porque sabía de lo que hablaba) su cuadro no se llama La libertad sino, sencillamente, Sancho Panza descansando detrás de un árbol. Daumier es tan fiel a su arte como a su personaje. Daumier entiende que el verdadero protagonista es Sancho Panza. Bresson también lo hubiera entendido así (y jamás habría paseado a sus ignotos protagonistas por festivales de cine o salas vacías), aunque alguno de sus preceptos «sobre el cinematógrafo» han sido enarbolados por falsos profetas. «Asegúrate de haber agotado todo lo que se comunica por medio de la inmovilidad y el silencio», escribió. Pero también dijo: «Lo real en bruto no dará por sí mismo lo verdadero».
2.
«La belleza está en la forma, no en el tiempo». (Pedro Costa)
Si pusiéramos x monos a tipear durante años, podrían escribir la obra de Shakespeare (o una obra, o una línea…). En el cine es más sencillo: bastan un mono y una cámara para hacer el experimento (y no voy a hacer el chiste fácil de que algunas películas parecen haberlo realizado…). La potencia del cine, la potencia de la imagen cinematográfica, es tan grande, que siempre se impone como un punto de vista. Una película, por supuesto, es otra cosa. No puede prescindir del lenguaje (aunque puede renegar de la Historia…)
Para decirlo de una vez (haciendo una gran elipsis): todo el cine contemporáneo surge de Bresson y Antonioni (y tiene su límite en Godard, porque Godard es el último vanguardista del cine, es lo inasimilable: la conciencia de la finitud de la imagen). Y el cine actual (el cine «de autor», por supuesto) no hace más que expandir este cuadro (el cuadro que Daumier legó a Lumiere, digamos): su fijeza, su cercanía con el personaje. Solo le agrega aquello que el cuadro dejaba al espectador: la duración. Pero esos precursores no tienen la culpa de lo que los falsificadores del primitivismo han puesto en el mercado del arte.
La imagen-tiempo es más libre que la imagen-acción, pero el cine actual no sabe qué hacer con la libertad. Se debate entre proseguir los viejos estándares de Hollywood o entregarse a la duración ambigua de los planos de un nuevo cine de qualité diseñado para ganar premios de la crítica, el beneplácito de los festivales, y la pseudo experiencia estética de un público entregado a lo inauténtico. Todo a precio de mercado: time is money.
Lo que el mainstream desecha lo recicla el cine (in?)dependiente, cuyo extremo llega a la deslucida versión de la vanguardia como patrulla perdida. Siempre atenta al derroche, la pseudovanguardia lo tensa hasta el hartazgo, lo vende como lujo destinado a unos pocos elegidos. El círculo se cierra. La duración ya no se relaciona con los autores de la política (Godard, Antonioni, Rocha) ni con la material espiritualidad de la imagen del mundo (de Ozu o Tarkovski) sino, en el mejor de los casos, con el blanco desencanto de Sokurov o el neo-naturalismo de Alonso. La revolución se ha hecho literal (verdadera «vuelta al origen», como si el siglo XX no hubiera tenido lugar) y se ha convertido así, una vez más, en reacción.
Copyleft 2000-2007 / Nicolás Prividera
*Nicolás Prividera: cineasta; su primera película M, ganó el premio Che Guevara en la competencia oficial de cine latinoamericano del festival de Mar del Plata, 2007 y el Runner up del festival de Yamagata, Japón, también en el 2007.
Excelente la nota y excelente la foto de Serra tras cámara.
la pregunta es si el «cine de autor» puede sustraerse (y de qué manera) al circuito y a la norma de la industria cultural (en la que tiene lugar el cine (in?)dependiente actual), y con ello eludir los «clichés» propios de su reproducción. El riesgo siempre presente es ser pensados por las propias categorías que definen en cada momento arte, política, revolución, vanguardia… en este sentido la «vuelta al origen» que plantea este artículo es todo lo contrario a una «reacción», es más bien un necesario comienzo
El artículo fue escrito por Prividera, pero comparto con usted su apreciación respecto de un «necesario comienzo»; ocurre que al pensar en comienzo el cine devuelve su origen no mítico sino histórico y documentado, y se confunde entonces el gesto del inicio con una genealogía específica. Gracias por escribir. RK
Gracias sr. Koza por su comentario. Se puede eludir la simple y llana genealogía mediante el planteo de una “duda radical” que cuestione los presupuestos sobre los que se funda la realidad que miramos (lo cual necesariamente nos devolverá el objeto en sus capas históricas). Una “vuelta al origen” analítica más que temporal, que cuestione al mismo tiempo el pensamiento del propio analista. Para evitar una mirada melancólica y permitir la emergencia de “lo nuevo” en el presente, es decir, de la historia. Esto fue lo que me sugirió el texto de Prividera.