DEL CAMINAR SOBRE EL HIELO
Por Roger Koza
Werner Herzog tiene lectores. Sí, lectores, porque este genio del cine con fieles en todo el mundo también escribe. Sus libros son como sus películas: singulares y personales, escritos en un estilo que no remite directamente a ningún escritor específico. Su famoso diario Conquista de lo inútil tenía un obsesivo carácter descriptivo en el que se intercalaban algunas ideas que se pueden “leer” en sus películas. El darwinismo poético del director, por ejemplo, y al recordar al autor de El origen de las especies habría que pensar sobre todo en el corolario más inquietante de su visión del mundo: nosotros, los bípedos implumes, somos una especie entre especies. En cierto sentido, esa visión articula secretamente la obra de Herzog y asoma cada tanto en sus propios escritos; un poco menos en Del caminar sobre hielo, diario cronológico de su viaje lúdicamente chamánico en dirección a París para visitar a una agonizante Lotte Eisner, la crítica de cine que escribió el magnífico libro La pantalla diabólica y colega del gran Henri Langlois, suerte de deidad cinematográfica a la que Herzog se encomienda y por la cual se sacrifica para salvarla. Y lo logra.
En Herzog sobre Herzog, el director le contaba a Paul Cronin la anécdota de su caminata de Alemania a Francia para ver a Eisner. Del caminar sobre hielo, un libro de 106 páginas, es literalmente el diario cronológico de ese viaje a pie realizado en 1974, precedido por una nota preliminar redactada en 1978 y seguido por un discurso laudatorio de Herzog a propósito de un premio recibido por Eisner en Alemania en 1982, unos ocho años después de su viaje, lo que permite entrever que la brujería imaginaria de Herzog de querer salvar a su admirada Eisner dio resultado.
En menos de dos horas se puede leer esta peregrinación de menos de un mes. Son notas de un viajero que no fueron concebidas en un principio para ser publicadas, algo que el propio Herzog se encarga de aclarar en el inicio. Esto explica un poco el estilo taquigráfico de varios pasajes. Si estas notas fueran imágenes, la escritura seguiría la lógica del registro continuo de una cámara frente a todo lo que sucede a su alrededor. Si esta metáfora formal es válida, la escritura de Herzog desconoce por momentos el punto y aparte y se sostiene en “falsos raccords” en donde no hay aviso alguno de que se ha cambiado de tema. La discontinuidad es programática. He aquí una prueba: “El universo ya no contiene nada, es el vacío más absoluto y oscuro. Los sistemas de la Vía Láctea se han densificado en no-estrellas. Se expande una dicha y de la dicha germina ahora una quimera. Esa es la situación. Una densa nube de moscas y tábanos me zumba sobre la cabeza, tengo que sacudir los brazos y sin embargo me siguen por todas partes, sedientos de sangre. ¿Cómo voy a hacer las compras?”.
Cualquier caminante sabe que, a medida que avanza y el tiempo pasa, todo lo que ve (y oye) predispone a un doble trabajo cognitivo: el caminante observa con detenimiento la puesta en escena de su trayecto y a su vez es imposible que un paisaje, un transeúnte, una peculiar forma arquitectónica o un animal no lo reenvíe a una escena ya vivida. Percepción y asociación. El texto de Herzog suele circunscribirse a una transcripción en papel de lo visto en el día. El inventario diario se reparte democráticamente entre apreciaciones del clima, el ocasional encuentro con personas, la interacción con un animal y el lugar elegido para dormir. El frío no es aquí una mera condición meteorológica sino una variable ontológica por la que el cineasta experimenta su cuerpo con una intensidad apabullante. El miércoles 4 de diciembre escribe: “Por primera vez no me di cuenta para nada de que estaba caminando, hasta el bosque de la cima anduve metido en profundos pensamientos. Claridad y frescura absolutas en el aire, más arriba hay un poco de nieve. Las mandarinas me ponen eufórico”. La hegemonía descriptiva del diario no impide que en ciertos pasajes y frente a ciertos paisajes Herzog vincule lo que está frente a sus ojos con aquello que reside en su memoria, y cuando eso sucede Del caminar sobre hielo se despega de la tierra o más bien su prosa se desliza aún con mayor elegancia sobre la superficie que recorre: “En viejas fotos marrones, los últimos navajos marchan, agazapados sobre sus caballos y envueltos en mantas en la tormenta de nieve, hacia la extinción; la imagen no se me va de la mente y aumenta mi resistencia”.
Percibir, recordar y en ocasiones, pensar. Habría entonces que distinguir aquí la reacción lingüística que es inevitable frente al mundo exterior, que conlleva una respuesta frente a todo estímulo, y aquella operación que llamamos pensar en donde se interviene desde el lenguaje sobre el propio flujo de conciencia y las representaciones del mundo. Hay un momento muy cómico en el que Herzog se ve secuestrado por dos palabras: “mijo” y “robusto”. Su esfuerzo por tratar de unir ambos términos tiene una potencia filosófica ostensible; es un párrafo breve, uno que bien podría haber figurado en Los cuadernos azul y marrón de Wittgenstein. Durante ese mismo día de diciembre, Herzog dice: “En el peor momento de la tormenta de nieve sobre los Alpes de Suabia, una ovejas congeladas y desconcertadas dentro de un cercado provisorio me miraron y se vinieron apiñadas hacia mí, como si yo les trajera una solución, la solución. Nunca vi tanta confianza como la que me expresaban las caras de esas ovejas en la nieve”.
Cuando Herzog empieza a acercarse a Francia es evidente que el cambio de atmósfera lo predispone de otra forma. No se trata solamente de una constatación de que su destino ya no es inalcanzable. Es un nuevo espacio y como tal tiene sus efectos físicos y sus propios signos. En Domrémy visita la casa de Juana de Arco, un personaje histórico extremo que, de no haber existido, Herzog hubiera inventado y filmado. Un poco después llegará a París. Eisner aún estará con vida.
¿Y en dónde está el cine en estas páginas? Prácticamente en fuera de campo, excepto en el epílogo, momento en el que se revela el espíritu de esa caminata atlética. Eisner –dice Herzog– “es la conciencia de todos nosotros, la conciencia del Nuevo Cine Alemán y, desde que falleció Henri Langlois, también la conciencia del mundo en el cine”. De ahí en adelante, las siete páginas que cierran el libro son letras de amor para un ícono de la más alta cinefilia.
DEL CAMINAR SOBRE EL HIELO, WERNER HERZOG, EDITORIAL ENTROPÍA, BUENOS AIRES, 112 PÁGINAS.
Esta reseña fue publicada en otra versión y con otro título por la revista Ñ en el mes de abril 2015.
Roger Koza / Copyleft 2015
lo compré hace unos días. aún no lo empecé.
Se lee en dos horas y sus efectos son duraderos, como si fuera una prótesis que ayuda a caminar mejor y se asienta por siempre.
lo compré porque soy maratonista y pensé que lo que había hecho H era como una especie de ultramaratón. empezar a caminar (o correr, en mi caso) y no parar hasta llegar a la meta. me pareció que debió necesitar mucha concentración y una gran fuerza de voluntad para hacer eso. y sentí que podía entenderlo y que su experiencia podía enriquecer también mi experiencia de corredora. veremos si es así… 🙂
Tiro unas ideas desordenadas. Puede llegar un momento en que el cuerpo sienta la urgencia de una relación más física o directa con el mundo. Me pasó cuando vivía cerca de puente Pacífico, en Palermo, de salir a la mañana caminando hasta la casa de mi vieja en Morón. Esas caminatas y conflictos entre el trabajo físico y las ideas son intensos viajes introspectivos hasta que se agujerean las medias. Lo que me hace acordar al personaje-actor de la película argentina Ricardo Bär, donde un muchacho integrante de una cerrada comunidad religiosa del interior que quiere ser pastor, tiene la posibilidad de viajar a Bs As a estudiar gracias a una beca y en los momentos previos al viaje se comunica con Dios para decirle que su única preocupacíon es que no le falte el trabajo físico. Este problema aparece en la protagonista religiosa de la película de Bruno Dumont Hadewijch a quien la idea de un Dios sin cuerpo no la conforma y busca una salida en la lucha armada. Un poco a lo Rodolfo Walsh y cuestiones abordadas también en Mishima.
Por lo que se sabe, Herzog encara siempre su trabajo de cineasta poniendo el cuerpo (incluso en peligro) en relación o fricción con el trabajo intelectual de su guión, creo. El libro está buenísimo. Un romántico un poco en sintonía con la idea de que hay un mundo antes del Logos, según Quignard, un mundo sensorial y antiguo, la vida de la naturaleza y animal, aunque no parezca muy noble hablar de sensorialidad hoy en día.
Asociaciones libres más que interesantes. Saludos. RK
La traducción, muy buena, tiene la capacidad de transmitir el tono pausado y cansino de la voz de Herzog; al leer el libro, uno tiene la sensación de estar mirando alguno de sus documentales.
Todo lo que suele publicar Entropía es impecable. Hay una cierta continuidad entre palabra e imagen en Herzog, y en este libro más todavía. RK