DESPACHOS DESDE VALDIVIA 3: ALJAFARI, ALSALAH Y RANKIN
No sabía cómo cerrar este texto, entonces interrumpí el rato reservado a escribir y salí a caminar. FICValdivia es un festival que invita a caminar, a tocar un poco de pasto y salir a la luz del sol. La grilla no sólo está armada de manera tal que hay un hueco sin películas al mediodía para que todos los asistentes tengan un rato de esparcimiento, sino que, además, la mayoría de las salas del festival se encuentran en el campus que tiene la Universidad Austral de Chile en la Isla Teja, a unos 20 minutos caminando desde el centro. Un predio frondoso, con su propio muelle junto al río y un gran parque botánico lleno de jóvenes que pasan el rato, estudian o duermen tirados al sol. El tiempo al aire libre es casi un mandato en FICValdivia, comenzando porque es prácticamente inevitable cruzar más de una vez al día por el puente que une las dos partes de la ciudad. Ir a ver una película implica, cuanto menos, 40 minutos de caminata entre ida y vuelta, con la ciudad, el río y el bosque entremezclándose en esos trechos.
Así que como en Valdivia caminar e ir a mirar películas son tareas inseparables, en ese rato de conflicto con el texto, lo primero se convirtió lo segundo. Cada día estoy más seguro de que voy al cine para poder pensar. El día a día de la vida contemporánea tiene tanto sobreestímulo, tanta velocidad, tanto multitasking hasta en el ocio y, claro, tantas imágenes en movimiento por doquier, que ir al cine y sentarse por una o dos horas frente a una sola banda de imagen y sonido termina por ser algo parecido a la experiencia de salir a pasear desconectado de todo, sólo uno y el paisaje. No es claro cuando cerramos el pacto. Pero en esta tercera década del siglo, internet nos rodea, nos envuelve, nos solicita todo el tiempo desde nuestro propio bolsillo y nosotros, fieles, le pagamos el supuesto favor de la superconexión con nuestra total entrega. Frente a eso, de pronto, la sala de cine suspende el scrolling. La liturgia de la proyección privilegia la concentración. Y el cine (el buen cine) nos hace conectar con la alteridad, nos hace sentir, pensar y tener ideas. Hay algo muy a contrapelo de la época en lo que pasa en las salas: el cine guarda el poder de limpiar la mirada y apagar el aturdimiento.
Y venia así, tan ensimismado, caminando hacia la isla y pensando, que me confundí de sala dentro del campus: en lugar de entrar a la película de clausura, terminé en una sesión de Nuevos Caminos, la sección experimental de FICValdivia. Un “error” que no sólo sirvió para ponerme al día con esa zona del cine poco transitada y muy prejuzgada, sino donde, además, pude ver una postal preciosa: una pareja sentada enfrente mío que miró la sesión de cortos (que iban de lo casi abstracto a lo completamente enloquecido) a los abrazos y arrumacos. Los festivales de cine son fantásticos.
La imagen imposible: A Fidai Film de Kamal Aljafari y A Stone’s Throw de Razan AlSalah
A pesar de ser el tema en boga en las agendas de política internacional, dudo que haya otros festivales en los que se le dé tanto lugar al cine palestino como en FICValdivia. En la programación del festival hay dos largometrajes de ese país en lugares centrales de la programación; además, se le está dedicando un foco a la Palestine Film Unit, un colectivo cinematográfico iniciado en 1968 por Mustafa Abu Ali, Hani Jawhariyya, Sulafa Jadallah y Khadijeh Habashneh; quienes intentaron comunicar las ideas de la revolución haciendo y proyectando películas en campos de refugiados, constituyendo un caso de Tercer Cine en medio oriente. Pero a parte de estas proyecciones, Palestina es un tema que ronda día a día en el festival: la embajadora de Palestina en Chile estuvo presente en algunas proyecciones, un colectivo chileno llamado Cineastas por Palestina tomó la palabra en la presentación de una película y no es raro cruzarse por los pasillos del festival con camisetas o pines con la bandera del triángulo rojo.
En la presentación de A Fidai Film de Kamal Aljafari, Vanja Munjin, programadora del FICValdivia, mencionó que la idea de tener un Film Central (programado a mitad del evento en una condición similar al de Apertura y Clausura) fue un «invento” que ayudo a sortear un problema de programación que tuvieron en una ocasión. Un arreglo provisorio que quedó, y que ahora es un espacio del festival donde se busca visibilizar películas que condensen propuestas “poéticas, políticas y exploraciones de formas cinematográficas». Ideas que de cierta manera también podrían calzarle a A Stone’s Throw de Razan AlSalah, la otra película palestina contemporánea que se proyecta en la sección competitiva internacional. Se trata de dos películas palestinas, dos trabajos sobre la memoria, y también dos películas que concentran mucho conceptualismo.
A Fidai Film se moldea con materiales fílmicos que fueron robados por el ejército israelí del Centro de Investigación Palestina en Beirut durante la invasión del sur del Líbano en 1982. Mientras que A Stone’s Throw es prácticamente un remix de distintos archivos y materiales de internet que buscan reconstruir poéticamente algo de la experiencia de vida de un señor palestino oriundo de Haifa que vivió una vida de constante exilio entre su ciudad natal, campos de refugiados y una isla petrolera. El realizador y la realizadora toman sus materiales de base (en un caso, películas de ficción, filmaciones de orden casero y reportes de noticias robados, y en el otro, imágenes de Google Maps, fotos de archivo y videos del propio señor) y los someten a una serie de intervenciones con textos, voces en off y poemas. Son películas visiblemente complejas, que realizan esa “exploración” de formas solicitada para ganarse un lugar en festivales de cine independiente, pero en las que cada movimiento responde al asentamiento de un programa: su misión es la transparencia, es ser documentos, casi estudios topográficos y antropológicos de los territorios, las ciudades y las personas que hoy el Estado de Israel quiere destruir para levantar una «ciudad de tiendas de campaña”.
En el contexto actual de destrucción, el cine de los exiliados palestinos parece tomar con firmeza estos andariveles. Y es muy probable que este tipo de películas devotas de formas conceptuales sean hoy las únicas películas posibles de hacer. Películas hechas a la distancia, con retazos de materiales dispuestos sobre el timeline de un programa de edición; películas sobre la opacidad que le impone el colonialista al dominado, y que remarcan su propia distancia y su opacidad como gestos políticos, como demandas. Y decir esto, esta oración anterior, es lo que estas películas ensayísticas piden. Son películas programa. Tienen una unidimensionalidad (incluso aun siendo collages de materiales), y tal concentración de sentido en cada decisión, que blindan e inhiben lecturas a contrapelo. Son eso que está ahí, objetos cerrados que no invitan a pasar, a habitar, a sumergirse en la alteridad. Subrayan y lo hacen muy bien (como cuando señalan que el genocidio que sucede hoy es la consecuencia de un proyecto de colonización de larga data, que hunde sus raíces en el antiguo imperialismo), informan y lo hacen muy bien. Su misión política se cumple con creces, pero su propia ortodoxia interna las aleja, o incluso las opone, a su (auto)asignación del título de vanguardistas.
La síntesis de Rankin: Universal Language de Matthew Rankin
Filmada en la parte francoparlante de Canadá, Universal Language es, en un plano, una fábula cómica acerca de las desventuras de un grupo de niños y adultos iraníes que encuentran un billete congelado en un charco. O, también, el drama de uno de ellos que deja su trabajo, intenta volver a su hogar pero no encuentra nada suyo ahí. Y en otro plano, Universal Language es una película basada en la coreografía. Los planos fijos del director siempre procuran tener distintos niveles de profundidad en relación con sus decorados siempre complejos y cuidados hasta el detalle, con distintos puntos de fuga, objetos que cruzan las composiciones y ventanas disponibles para provocar divisiones internas al plano y enmarcar muchas acciones simultáneamente. Hay una dimensión coreográfica interna, pero siempre conjugada con el movimiento, que hacen de Universal Language una película donde la atmósfera define todo.
Con sólo ver uno de los muchos travellings de Universal Language se desnuda un sentido del ritmo que se acentúa con las entradas y salidas de los personajes del cuadro. La cámara los busca, los encuentra, los deja ir o se van ellos, generando una composición casi siempre móvil que logra, además de impacto cómico, la unión imperceptible de los distintos tonos que conviven dentro de la película. Universal Language fluye, se siente como una pieza musical que pasa de acentos acelerados y seguidillas de gags, a partes de contemplación, lentas, de movimientos hipnóticos. La película rebosa de sincretismo desde su primera escena, donde se instala un verosímil narrativo en donde Canadá aparece como fundida con la cultura, las costumbres y el idioma iraní. El director demuestra tener cintura para llevarnos con total naturalidad de chistes que se dan por corte (como uno en donde súbitamente se muestra a uno de los niños disfrazado de Groucho Marx) hacia escenas muy dilatadas como una en la que dos personajes salen de un estacionamiento con un auto y cruzan la ciudad mientras la cámara los sigue, bien a distancia, mientras sus voces resuenan en primer plano. No hay purismo en la película de Rankin.
Si jugamos a las comparativas, Universal Language mete en una misma licuadora algo del ritmo interno y el humor mórbido de Roy Andersson, otro tanto de la templanza reflexiva de Abbas Kiarostami, una pizca de las rarezas que nos podíamos encontrar hace unos años por la noche en canal I.Sat y mucho del surrealismo ácido de Quentin Dupieux. Pero esta no es una película de citas cinéfilas, es la síntesis de distintas lenguas del universo del cine. La constante sensación de déjà vu que se palpa en Universal Language es sólo el precio a pagar por su mejor triunfo: lograr un lenguaje propio en donde relumbra (y estalla al final) el sentimiento desgarrador y muy contemporáneo de la pérdida de identidad.
Tomás Guarnaccia / Copyleft 2024
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