Bastaron dos películas solamente para que la actriz y directora de teatro Lila Avilés llamara la atención en el contexto homogéneo del cine de autor de su país. En principio, sorteó la propensión a la sordidez y la violencia que abunda en las películas mexicanas, aunque sin darle la espalda a un tema que sí suele visitar esa cinematografía, la diferencia de clase. En La camarista supo encontrar la distancia justa para acompañar a su personaje principal, cuyas tareas laborales se circunscribían a la limpieza de los cuartos de un hotel de Ciudad de México. Avilés conjuró estéticamente un problema ético: ¿cómo filmar a un personaje que no es miembro de la propia clase? La escala de planos, la inteligencia del relato y el respeto irrestricto sobre la camarista resolvieron la potencial autoindulgencia de quien estaba detrás de cámara. El estreno en la competencia de la Berlinale en el 2022 de Tótem confirmó que Avilés era una cineasta capaz de traducir en planos sus ideas de puesta en escena. ¿Cómo seguir el silencioso sufrimiento de una niña que intuye la muerte de su padre? Acá no es un hotel el espacio del relato, sino una casa de familia típica de la clase media mexicana, un espacio cerrado que define la interacción entre los personajes, que son muchos, mientras la niña observa todo y se prepara para el duelo en ciernes. Todo es justo en Tótem: los pasajes humorísticos, la caracterización de los personajes, la concepción naturalista de la luz en los interiores y la relación de inmediatez con la protagonista, sin que se abuse de la confianza que se establece entre ella y la cámara. Distancia y respeto, he aquí dos categorías posibles para pensar el cine de Lila Avilés.

Roger Koza / Copyleft 2024