ABC CINE: DOBLAR ES ANALFABETIZAR

ABC CINE: DOBLAR ES ANALFABETIZAR

por - Ensayos
19 Jul, 2013 02:30 | comentarios

Sobre el doblaje y el subtitulado en el cine

Godard Alphaville 567

Lemmy contra Alphaville

por Roger A. Koza

Nota preliminar: Escribí el artículo que se puede leer a continuación durante el 2007. Debido a la cantidad de mails y preguntas que recibí en el día de hoy decidí publicar aquí este viejo artículo sobre el doblaje y subtitulado en el cine (y no en la televisión que me parece otro tipo de medio y con otras reglas y tradición). Mi posición respecto de este tema escapa a la coyuntura reciente que se ha dado al doblaje y el subtitulado en el cine. No he leído completamente la ley en cuestión, pero entiendo que no involucra al cine que se estrena en salas. Espero, sinceramente, que eso no suceda nunca.

La cita a continuación es compleja, aunque fundamentará una tesis concisa que no requiere ningún argumento cómplice en consonancia con una teoría general del signo. El enunciado habría de leerse así: doblar, dejar de subtitular películas, es analfabetizar.

La cita: “El cine en su totalidad vale tanto como los circuitos cerebrales que consigue instaurar, precisamente gracias a que la imagen está en movimiento… Sobre este asunto, el problema fundamental atañe a la riqueza, a la complejidad y a la textura de estos dispositivos, conexiones, disyunciones, circuitos y cortocircuitos. La mayor parte de la producción cinematográfica, con su violencia arbitraria y su erotismo blando, revela una deficiencia del cerebelo, en lugar de invención de nuevos circuitos cerebrales”. Las afirmaciones pertenecen a Gilles Deleuze, filósofo, cuya hija Émilie, es cineasta.

¿Neurobiología aplicada al cine? Por ahora algo más simple: señalar una tendencia en el modo que se experimenta el cine, delimitar respecto a ello un problema que afecta a la literatura, y, por añadidura, rotar y convertir el análisis de una práctica cultural menor, el doblaje, en una disputa política que involucra la libertad de pensamiento.

Hoy se celebra un nuevo mito: la adaptación cinematográfica de cierta literatura que incentiva a la lectura. Sí, el cine es literatura por otros medios; sí, el cine es cultura, no mero entretenimiento. En efecto, la generación Potter parece haber encontrado el pasadizo que lleva de la sala oscura a las páginas de un libro. La histeria colectiva por ver las aventuras paganas y aristocráticas de Potter en la pantalla grande, y quizás leerlo después, merece un comentario, tal vez un estudio a mediano plazo: ¿cuántos niños y adolescentes, tras ver un Potter en cine, se compran el libro y lo leen? Una entrada cuesta menos dinero y ver la película elegida lleva menos tiempo, variables de ajuste más que determinantes. Sin embargo, el fenómeno aquí implicado es otro, trasciende el trillado malestar conservador de “los chicos no leen”. Lo que está en juego es el desarrollo de una actitud perceptiva y un cerebro despierto.

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Lemmy contra Alphaville

Curiosa paradoja: la clientela de Potter, esa imaginaria comunidad de lectores púberes, elige su versión doblada en vez de subtitulada, disyunción entre la lectura de la imagen y el texto que viene impresa en ella, ruptura operacional entre el hábito de leer y ver. En verdad, se trata del triunfo de una cultura ágrafa que prescinde del texto para interpretar el mundo, una cultura clip y digital que se impone, lentamente, sobre una tradición enraizada en el texto, cuyos hombres y mujeres, ya pretéritos, pertenecen aún a una galaxia simbólica en vías de superación denominada Gutemberg; son hijos de la vieja era de la imprenta. En otras palabras, el fenómeno Potter (junto a Tolkien y sus añillos, y también ahora el mega evento evangélico de las crónicas de Narnia, inspirada en la obra de Lewis) es más bien un simulacro de literatura, cuya constatación inmediata es la predilección de su supuesto público lector por el doblaje. Y, ¿qué ocurre con el comportamiento cognitivo? El tipo de exigencia que implica la lectura de un subtítulo en sincronía con el trabajo de decodificación de las imágenes, además de la interpretación simultanea de aquello que se ve, queda abolido. Deleuze diría, supongo, que se resienten circuitos del cerebro, aquellos que pueden fortalecer la conciencia crítica, es decir nutrir y movilizar regiones de nuestro pensamiento. De más está decir que el problema excede al subtitulado, pues el tipo de narración cinematográfica (hollywoodense), la lógica audiovisual dominante, en su naturalización efectiva cristaliza la percepción, y, por consiguiente, también delimita una conducta cognitiva. En este sentido, una película de Kiarostami, de Tarr, de Weerasethakul, de Sokurov, no solo necesitarían del lógico subtitulado, sino que haría falta un hipotético subtitulado suplementario en el que el espectador hollywoodizado pudiera traducir un estilo narrativo y un tipo de composición estética inconmensurable respecto del lenguaje de Jackson, Spielberg y Lucas. De lo contrario, la reacción típica y acrítica es denostar y execrar tales obras como oscuras, incomprensibles, lentas y aburridas, categorías que detienen una actitud de aprendizaje.

Es cierto que el doblaje suministra empleo a una cantidad de actores no consagrados que encuentran en esta modalidad cierta viabilidad para su profesión. También es verdad que la democratización del DVD como formato ha tenido un efecto positivo respecto del subtitulado en algunos países en donde la tradición del doblaje era incuestionable. No obstante, ni el desempleo disminuye por ello, ni el DVD con sus múltiples opciones lingüísticas garantizan la elección por el subtítulo. Y no se debe olvidar, además, que el sonido original de una película y la voz natural de sus intérpretes son partes constitutivas de una ontología de la imagen, elementos de una realidad registrada.

Por alguna misteriosa razón, poco inocente por cierto, se acepta ver a un actor estadounidense hablando en castellano. Nótese cuán distinta es la experiencia, por ejemplo, de ver una película japonesa doblada al español. Imagínese a Takeshi Kitano profiriendo vocablos como coño, fierita, tío. El rechazo se explica porque vemos a un japonés como un verdadero otro; en cambio, un estadounidense hablando en español se lo recepciona como a uno de nosotros. Un dato ideológico no exento de importancia y muy revelador.

Doblar es analfabetizar. Doblar es debilitar nuestra habilidad de combinar signos con imágenes. El doblaje como demagogia encubierta en la que se supone a un público bruto, poco instruido, incapaz de acceder al cine, quitándole la oportunidad de realizar un esfuerzo edificante que resguarda, indirectamente, el acto de leer. El doblaje como operación política destinada a homologar la alteridad del sonido y las lenguas en un ficticio lenguaje nacional. El doblaje como ejercicio discreto pero eficaz de nivelar hacia abajo la tonicidad cognitiva. Ver cine doblado al español es como desconocer el placer del sexo sin condón.

Este artículo fue publicado en el diario Comercio y justicia durante el año 2007 y en La lectora provisoria durante el mismo año. 

Roger Koza / Copyleft 2013