EL AMOR SIN DESPUÉS
Después del fervor, cuando los efectos retóricos de una serie que evoca unas décadas en la vida de un artista extraordinario en cuyas canciones varias generaciones reconocieron a un intérprete de sus esperanzas y zozobras, solamente después, se podrá tomar distancia y pensar un poco más acerca de los modos de reconstrucción históricos que impone un modelo narrativo asociado a una empresa de emisión de contenidos de entretenimiento. La poética de Netflix existe.
No importa si se trata de El amor después del amor o de cualquier otro biopic sobre un músico, un pugilista, un escritor o un político. Observar con detenimiento cómo se erige un mundo alrededor de la figura de Páez, delinear la relación que se establece entre él y su contexto y el vínculo entre creación e Historia, todo esto es parte de un método que excede a ese producto consentido por el propio retratado. Basta decir que una época y una vida no se conquistan por mímesis: los intérpretes pueden parecerse más o menos y la reconstrucción minuciosa del vestuario y el mobiliario puede deslumbrar. Pero lo más arduo consiste en cómo reavivar una experiencia general que abarca la lengua, los vínculos y el propio desenvolvimiento del cuerpo. Intentarlo es una proeza, un desafío estético.
Lo curioso del estreno de la serie de Netflix es que coincidió con una película ostensiblemente menesterosa en la que Páez era el tercer protagonista. Canción sobre canción, de Fernando Arca, vista en el BAFICI, no llegaba siquiera a los 50 minutos, pero en ese tiempo discreto resulta suficiente y eficiente para asir el arte musical del rosarino. Con palabras y gestos, se prodiga una consideración y un esclarecimiento de lo que encierran sus letras, su estilo musical y su relación con un período de la historia. ¿Por qué el concepto de giro se repite en su poética? Es una pregunta entre otras.
En la película de Arca, Liliana Herrero, eximia cantante, habla con su marido, el sociólogo Horacio González, sobre un disco grabado en 2019, Canción sobre canción, en el que Herrero reinterpreta y reversiona temas decisivos en la carrera de Páez con la absoluta confianza del compositor. El milagro radica en que un sillón y dos personas inteligentes, tan solo repasando cada uno de los temas, pueden alcanzar a tocar algo del misterio de la música de Páez. La película, por otra parte, delinea otro: el de la vida de una pareja. Todo lo que sucede sería imposible sin él y ella, quienes se amaron sin más mientras González estuvo vivo. Fue amor antes del amor después del amor, algo que impregna cada plano y alcanza los ojos del que mira. Y es también un amor sin después.
*Publicado por Revista Número Cero en el mes de mayo.
Roger Koza / Copyleft 2023
La película logra poner en obra el roce delicado entre la mirada y la escucha. Se sostiene sobre una precisa interrogación acerca de cómo filmar el silencio, el momento incierto en que se busca una palabra que todavía no asoma.
La serie nunca roza estas interrogaciones. Nos induce a creer que un verso puede traducirse a imagen, ni sospecha que la música es el arte que se asoma al silencio y que se trata de filmar lo que no cesa de sustraerse de la mirada.
Canción sobre canción filma el amor cuando destella en un instante frágil y poderoso.
El amor después del amor alardea de lo que carece.
No tengo duda alguna que la pequeña película de Arce ilumina la obra de Páez, más allá de todo lo que sucede entre H y G; lo último es algo indeleble. r