EL AÑO DE (DES)ENMASCARAMIENTO
En algún momento iba a suceder: los cines volvieron abrirse, llegaron los estrenos, los festivales de cine no prescindieron del término “virtual”, pero la fuerza semántica de cada edición fue la naturaleza presencial. Las plataformas persistieron con su afán de deslocalizar a las películas de la sala, acopiar estrenos en carácter exclusivo y concretar la sustitución soñada, que no es otra que una experiencia privatizada del cine. La disputa es ostensible: ¿dónde ver y escuchar cine?
Los signos son legibles, aunque el futuro es incierto: las películas se pueden ver de múltiples formas y son las plataformas las que llevan adelante una transformación global de las conductas perceptivas de las audiencias masivas. Mientras la prepotente oferta es ubicua y el llamado “consumidor” se siente tentado a contratar todas las variantes actuales para poder ver todo, no importa si escoge la N roja en la que el menú farragoso se simula con un algoritmo o si opta por el servicio opuesto (de MUBI), en el que se vindica el cine de autor. Elija lo que elija, el rol de consumidor domina el tiempo doméstico, fragmenta la atención y rara vez hace olvidar el propio mundo para perderse en un universo enteramente otro. La modulación del nuevo espectador es indiferente a la propuesta estética elegida: lo doméstico no solo es dominio de certezas, resulta también un ámbito propicio para la discontinuidad de la experiencia, la dispersión cognitiva y la distancia emocional.
A la modulación perceptiva del espectador se añade un sistema de restricciones. En los cines comerciales ya casi no se estrenan películas identificadas como cine arte. Las pocas que conocen un estreno apenas cumplen una semana en cartel y no atraen multitudes. Basta recordar que dos décadas atrás El sabor de la cereza de Abbas Kiarostami, una película sobre un suicida, convocó a 130.000 personas en las salas para comprender la transformación radical de la que somos testigos. Quienes hayan estrenado Undine de Christian Petzold y Retrato de una mujer en llamas de Céline Sciamma pueden sentirse satisfechos si arañaron los 10.000 espectadores, una cifra menesterosa. ¿Cuántas personas vieron El prófugo, uno de los mejores títulos recientes para representar el cine vernáculo en el Óscar? ¿Cuántas espectadores llegaron a estremecerse con Esquirlas, la película que más premios ha acumulado en el año?
El inverificable pero sí conjeturable argumento sociológico que explica la disminución del público radica en presuponer que el espectador de ese tipo de películas ha abandonado la sala y prefiere el menú de las plataformas. ¿Será así? Quizás también se ha percatado de la estafa estructural del negocio de exhibición. Las condiciones de proyección son paupérrimas en el país. Las lámparas gastadas constituyen solamente lo visible de una defraudación técnica flagrante.
El perro que no calla de Ana Katz es una de las grandes películas del año. Predijo con misteriosa felicidad la pandemia delineando una salida veloz de una desgracia cósmica. Duró una semana en cartel. Quienes amamos el cine tal vez debemos luchar por la transmisión de una experiencia y una tradición que se erigió en la sala de cine y la necesita. Faltan salas, faltan también palabras que inciten el deseo y resignifiquen el acto de ver una película, más allá de la comodidad narcisista del living y el acceso virtual a una totalidad ingobernable en la que circulan, presuntamente, todas las imágenes del mundo.
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*La foto que encabeza la publicación la saqué en la primera función que vi de Benediction. Es un pasaje hermoso en el film, un momento que me acompaña diariamente en cada ocasión que levanto la vista y miro los árboles de las ciudades, los pueblos y el campo.
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Mis películas del 2021: once por dos es igual a veintidós
El conjunto de películas de esta lista están unidas por algún elemento en común que tienen entre sí. Todas me han acompañado desde el momento en que las vi. Todas, según mi entendimiento, expresan algo esencial del mundo contemporáneo y la relación del cine con lo real y lo imaginario.
Sin orden de preferencia:
Benediction (Terence Davies) / Memoria (Apichatpong Weerasethakul)
El gran movimiento (Kiro Russo) / Historya ni Ha (Lav Diaz)/
AI at War (Florent Marcie) /Zeros and Ones (Abel Ferrara)
PR1NC3S4 / 3SCOMBRO5 (Raúl Perrone)
Pathos Ethos Logos (Joaquim Pinto, Nuno Leonel) / Diarios de Otsoga ( Maureen Fazendeiro, Miguel Gomes)
France (Bruno Dumont) / Rien à foutre (Julie Lecoustre/ Emmanuel Marre) /
El perro que no calla (Ana Katz) / Hygiène sociale (Denis Côté)
In Front of Your Face (Hong Sang-soo) / Looking for Horses, Stefan Pavlović /
Ras vkhedavt, rodesac cas vukurebt?/ Alexandre Koberidze, Georgia-Alemania, 2021 / El piso del viento (Gustavo Fontán)
/The First 54 Years: An Abbreviated Manual for Military Occupation Avi Mograbi (2021) Israel. / / Bad luck banging or loony porn (Radu Jude)
Quién lo impide (Jonás Trueba) / Summer (Vadim Kostrov)
Roger Koza / Copyleft 2022
Feliz año Roger. Excelente y punzante. Disiento: comodidad narcisista es un insulto injusto.
La musica puede o no ser compartida socialmente en «vivo». The Beatles dejaron de tocar en vivo y escuchar Abbey Road no fue nunca narcisista por escucharlo en el living de tu casa en un tocadiscos.
Yo vi a Miles Davis en vivo. Sonaba mal, toco bien pero el mundo magico no aparecio esa noche. Volvi al CD (TUTU) y ahi estaba la magia.
Mi experiencia subjetiva por cierto. Abrazo jose
Querido José: entiendo lo que decís. Tengo la impresión de que las condiciones estéticas que requiere lo musical es diferente a lo que pasa con el cine.
Por «comodidad narcisista» me refiero a una condición de experiencia que el cine supo garantizar (no siempre) relacionado con el descentramiento y el encuentro con la otredad en una espacio oscuro y anónimo. El cine en casa tiende a acentuar una experiencia cercana a la certeza y al mundo referencial inmediato, además de lo que intenté señalar en la nota respecto de los hábitos de percepción.
Lo diré de otro modo: se puede rezar desde la habitación de nuestras casas, pero la plegaria en una iglesia o una misa en un convento tendría una cierta cualidad ajena al hogar. Aunque es cierto que si la genuflexión es sentida y el creyente siente la urgencia de conjurar su desamparo, es posible que sienta el Altísimo muy cerca de todos modos.
Lo que no me parece, de ningún modo, es que se trate de un insulto. Una injuria conceptual sí, destinada a una constitución de una figura contemporánea de consumo. Un insulto es otra cosa, porque busca el daño de aquel que es configurado en esa figura de subjetividad. ABRAZO y buen año. R
Lo que Roger dice vale incluso para un arte antiquísimo como la música, que nació como un encuentro comunitario de los cuerpos y a la que los ¿avances? tecnológicos fueron reduciendo a un hábito del confort del living burgués, hoy ya ni siquiera discos, sino listas armadas en Spotify, incluso por desciframientos logarítimicos.
Las grandes salas de cine, los hermosos cines de barrio: Cozarinsky escribió sobre los palacios plebeyos, podríamos decirles también templos paganos. Hay una organización específica del tiempo y del espacio de la experiencia que no es equivalente ni reemplazable. No se trata de si Davis o los Beatles sonaban mejor en disco o en vivo, así como tampoco la experiencia se define por las pésimas condiciones en las que hoy se encuentran los proyectores de las salas comerciales (quizá ese deterioro sea solidario con la consolidación de la vida confinada).
El rito musical, lo mismo que el del cine, suponen una ruptura del tiempo profano y un ingreso a un espacio otro. Esa diferencia de tiempos y espacios expresa un relieve arcaico que la comodidad no puede aplastar. Cualquiera que haya presenciado el final de una película en una sala de cine conoce la sensación de los primeros segundos en los que uno vuelve a la calle, con las últimas imágenes de la película todavía apagándose en la mente y la extrañeza con la que volvemos a reconstruir el orden cotidiano. Ese desacople con lo cotidiano solo se produce cuando un tiempo y un espacio cualitativamente distintos lo interrumpen. En los sueños de cada noche pasa algo así, pero el cine lo lleva a encuentro colectivo.
El cinematógrafo puede haberse creado como un artefacto de captura de las imágenes del mundo, pero pronto fue deslizándose hacia un rango de experiencias más arcaicas, quizás emparentadas con el grupo de personas que se reúnen en la noche alrededor del fuego. El cine del siglo XX devino en sueño colectivo, silencioso, concentrado, frente a la pantalla inmensa ante la cual hay que reclinar la cabeza levemente hacia arriba y recorrer los metros del plano cinematográfico con la mirada. Incluso las risas en el cine cómico o el miedo en las películas de horror no son reproducibles en el confort privado del home theatre.
Decir esto puede sonar reaccionario, como lamento por la «pérdida del aura», pero la coacción de un dogma del progreso a cualquier costo no nos debería inhibir de pensar las diferencias entre las experiencias, su inconmensurabilidad, sin miedo a pasar por retardatarios. El empuje del desarrollo tecnológico no puede ser inapelable para el pensamiento, a menos que nos encadenemos ciegamente a una dirección que ya no decidimos: ver y oír a Davis tocando su trompeta no es equivalente a poner un CD en un equipo de audio.
No esta nada mal guardar su archivo de películas en un mueble del living, para revisarlas de vez en cuando o detener un plano para estudiarlo con minuciosidad, como quien guarda libros o discos. El engaño es creer que esa diponibilidad técnica sustituye hasta su anulación al cine. Eso creará un nuevo tipo de sujetos espectadores que pueden interrumpir el flujo de una película para atender un mensaje de wassap, como quien pudiera interrumpir la ejecución de 120 músicos de una pieza sinfónica y hacerlos retroceder por control remoto.
Quizá la extinción de esta experiencia sea inevitable y pronto aparezca una generación que desconozca completamente la experiencia del momento en que la sala del cine se oscurece y los haces de luz empiezan a proyectarse contra un telón todavía no del todo abierto. Quizá el reclamo de quienes queremos mantener la diferencia entre las experiencias pueda lograr que el antes llamado cine no se extinga del todo. Puede ser que llegue el momento en que ya ninguna memoria guarde ese salto y nada tengan que lamentar.
EL streaming estaba preparado desde antes de la pandemia y la peste vino a afianzar la reclusión privada frente a las pantallas domésticas. Si se nos dice que se trata de una dirección tecnológica inevitable, no encuentro en esta imposibilidad de decidir motivos de celebración. Mientras existan sujetos capaces de reconocer la diferencia de las experiencias, mayores posibilidades son auspiciosas, pero cuando ya no haya quien reconozca la diferencia como lo diferente, una zona de la experiencia humana se habrá perdido.
El triunfo paradójico del cine sería que el mundo esté atravesado de pantallas pero el cine ya no tenga su lugar propio.
Las cifras son aun peores de lo que decís Roger. Ni a palos arañamos los diez mil con «Retrato de una mujer en llamas», hicimos 4000 espectadores. Y «Undine» de mi colega Portela apenas llegó a 1.500 espectadores. Patético
Estimadísimo Carlos: 4000 espectadores y 1500… Eso significa un anuncio de final. Veremos qué pasa con la de Radu Jude. ¡Qué cifras de terror! ¡Qué terrible!
Acuerdo en todo lo que dice la nota. Estoy con lo de militar el regreso a la experiencia de la proyección presencial y la visión de otro tipo de cine. Creo, además de que a las salas comerciales ya no les interesa para nada estrenar otra cosa que no sea el tanque de moda, que estarían faltando salas de exhibición de otro tipo de cine. Salas dinámicas y poderosas que no estén fuera de sincro con la velocidad en que se mueven las plataformas pagas y piratas. El tiempo que tarda en llegar a sala una película «de cine arte» o mas o menos alejada del mainstream es mucho más prolongado que la velocidad en que circulan los estrenos por las plataformas. No soy experto en el tema de la exhibición y desconozco los mecanismos para estrenar una película. Desde mi experiencia puedo decir que las que me interesaron no llegaron nunca a las salas y cuando lo hicieron fue mucho tiempo después de su estreno y fueron vistas antes por streaming. He aquí una situación que implica la pérdida de posibles espectadores, quienes rara vez decidimos ir a ver de nuevo una película ya vista para obtener la bella experiencia de la proyección.
Existe el ejercicio de conseguir películas frágiles que se sabe tienen nulas chances de llegar a alguna sala y nos apuramos a conseguirla por otros canales, aunque no sean los mejores.
Esto también crea un hábito circunscripto a lo privado, a la práctica en solitario asociada al cine que se ama. Hoy no existe siquiera la esperanza de poder ver proyectada Summer de Vadim Kostrov o Pathos Ethos Logos de Joaquim Pinto y Nuno Leonel.
¿Habría espectadores para estas películas si las dieran hoy mismo en una sala del barrio de Congreso? Todos estos son temas enormes que se van desplegando mientras sufrimos la prepotencia del cine hegemónico y tenemos la sensación de que todo esto es cada vez mas feo.
Si se dieran las películas con la misma intensidad e insistencia, habría espectadores. Lo que es seguro es que los espectadores no van a estar donde nunca están las películas. Lo que habla de un desquicio más profundo. Es como preguntar si en África, si hubiera vacunas suficientes, habría personas que se vacunen. La duda es posible pero, cómo va a haber vacunados dónde no hay vacunas?
No tengo dudas de que es así y los espectadores están. No habría que descuidar el problema de la dinámica a la que me refiero. El problema es que no hay donde darlas y las películas que tienen menos chance de aparecer no aparecen o aparecen tarde, muy tarde.
El hábito que describo existe cada vez con más fuerza porque las películas circulan a la velocidad de los ceros y unos por internet y es formativo de un tipo de espectador o cinéfilo que desde mi punto de vista atenta contra el ejercicio de asistir a las salas. Sin embargo creo en mi utopía que de existir salas que se muevan con cierta agilidad, serian lugares llenos de espectadores. No lo sé, por otro lado el volumen de películas que se produce es tan abrumador que sería difícil estar siempre al tanto de lo que merece verse, pero con una buena curaduría, tal vez… quien sabe. Sería como un festival permanente. Un sueño, un oasis.
Hay un ejemplo empírico: cuando el Espacio INCAA Gaumont funcionaba con cierta regularidad y se les daba a las películas horarios y tiempo razonables, las salas estaban llenas. Las entradas eran de precios accesibles. (Hubo una campaña de Javier Porta Fouz en La Nación e Hipercrítico contra estas políticas). Era un público específico del Gaumont, muy popular y no atento al marketing. Se proyectaban no solo películas argentinas sino también latinoamericanas. ¿No sería altamente posible multiplicar los espacios INCAA en todos los barrios y en todos los pueblos del país? ¿Un proyecto de cine argentino no debería contemplar las políticas de exhibición por lo menos con tanta importancia como las de fomento a la producción? ¿De qué sirve filmar 120 películas al año si cada una se proyecta 14 veces y el público no se entera? Los espacios incaa no pueden funcionar como embudo para que se encimen películas que están destinadas a un mismo público. Luego: hay que multiplicar las pantallas. La idea de fondo es que el mercado va a seguir apostando por tanques que recuperan la inversión en 4 días, así que solo el Estado puede cambiar esta tendencia.
Lamento discordar tanto con todo los llantos que aquí, y en otros lados, se aglomeran entorno a la muerte del cine. Eso que algunos llaman experiencia cinematográfica (asistir a una sala) ha sido siempre posibilidad de unos pocos, hoy cada vez menos. Ahora sufren en carne la ausencia de lo que otros nunca tuvieron el “privilegio” de vivir.
Aclaración: amo el cine, y no creo que haya algo igual de bello que salir de la oscuridad de la sala con el alma dada vuelta. Pero no puedo (podemos) negar que ese fenómeno que es lo audiovisual siempre ha sido posible con frecuencia en las urbes, mientras que en todo el resto del territorio ha sido reducido a pequeños momentos escasos de oportunidad. ¿No habrá acaso una “nueva oportunidad” con todo esto de la virtualidad? ¿No será una “mejoría” para muchas personas que jamás pensaron en poder tener acceso a una gran cantidad de peliculas? ¿No es mejor para esas tanta personas que siempre han estado fuera de las metrópolis, que ya no tengan que esperar a que alguien (un Estado, una sala de cine móvil, etc) provea de esa maravillosa experiencia que es el arte, y que puedan optar por fin cuándo, cómo, y qué? Y qué decir de aquellas personas discapacitadas, que en muchísimos casos por las inexistentes condiciones de adaptabilidad de las salas, jamas pudieron acceder a esa experiencia. ¿Acaso no hay en esta “facilidad” de acceso a las peliculas una ventaja para las que siempre fueron en desventaja, mejor dicho, olvidadas? ¿Alguien medito la idea de que el año 2020 pudo ser la primera vez que una persona adulta debutó como espectadora en el Festival de Mar del Plata (o cualquier otro festival que por primera vez se hizo online? Todos ustedes (nosotros) que contamos con la enorme e inigualable ventaja de movernos, tal vez pudimos tomarnos ese atrevimiento de ir a un festival cualquiera de cine a disfrutar. ¿Y todo el resto de la población que nunca pudo? ¿Acaso se escucha a ellos llorar un cine que jamás vieron vivo, sino solo como pequeños fragmentos? (pienso en la película argentina “Tiempos menos modernos”…)
El problema entonces, creo, sería la libertad de estos “nuevos espectadores”. La posibilidad de que estos tengan la opción de elegir sin que de nuevo algo se le imponga, de elegir entre la N roja, la A negra, MUBI, Filmin, etc. o incluso la piratería ¿porqué no? “Si la cultura no se piratea, se netflixea”, dicen por ahí algunos círculos críticos ¡Y caramba que tienen razón! Volver a las salas como antes ya no me parece una opción, porque allí tampoco todo era bueno. Lo era en la nostalgia de los que hoy la extrañan, pero las que nunca la vivieron ¿cómo siquiera podrán pensar en la muerte del cine? ¿No puede ser ésta una nueva oportunidad?
Zacarías: seré breve.
1. El texto que escribí no tiene que ver con el acceso.
2. Me parece muy bien que existan muchas opciones para ver películas de formas muy diferentes (y la piratería es una posible como también lo son las comunidades secretas de intercambio de archivos de la cual soy parte de varias).
3. Mi lectura radica en pensar qué sucede con la experiencia, y esa experiencia no tiene que ver con el acceso. Si lee el texto con detenimiento es ese su eje.
4. Tampoco hablo de ninguna muerte del cine. Hablo sí de una tradición. Dicha tradición tiene una práctica y la misma tiene que ver con la sala de cine. La experiencia privada y la experiencia comunitaria en sala no son conmensurables. Ni cognitivamente, ni técnicamente. Piense usted en una comedia. Y no se trata solamente del contagio de la risa y la fuerza colectiva de reírse con un colectivo anónimo.
5. Lo que expreso no tiene nada que ver con la nostalgia, sí con la política y con la experiencia comunitaria. El término nostalgia pide secretamente una petición de principio: «las cosas son así, ya no puede ser como era». Ese argumento es el que llevó de inmediato a una justificación acrítica en la sustitución del archivo analógico al digital. Hoy, después de dos décadas de digital, la naturaleza digital de las imágenes se devela como inestable y poco segura. Dicho en otras palabras: no hay un destino, sino emprendimientos que responden a demandas y fuerzas de una época. ¿Por qué debe morir una sala de cine? Las explicaciones son de rentabilidad.
Para que quede claro: no participo de ninguna retórica de la muerte de cine, sí de la preservación de formas de experiencia.
Lo que usted ve como posibilidad lo es hasta cierto punto. No lo es cuando al mismo tiempo se erige una figura fragmentaria de espectador devenido en consumidor.
Lo que yo sí indico acá es que hay una oportunidad de reinventar la sala de cine. Y acá añado algo más: hice cineclubismo por 14 años. Viajé de lunes a sábado por todo el Valle de Puntilla proyectando anualmente. Lo que digo acá no es restrictivo para las ciudades. Es un modelo que puede ampliarse a los pequeños pueblos. Y acá me ampara mi propia experiencia que desarrollé en un cine de una población de 7000 habitantes. Durante más de una década los pobladores vieron de todo. Vimos Straub, Muratova, Kiarostami. Y Chaplin y Keaton y pueden seguir los nombres.
Insisto: ninguna nostalgia guía el texto; se trata sí de un combate frente a una forma de modulación de la experiencia cinematográfica en total conformidad con sistema de ocio privatizado.
Saludos.
R
Se agradece la respuesta Roger.
De tanto leer sobre este tema de las plataformas on-demand se me han mezclado las posiciones.
Releyendo es cierto que aquí no se reivindica ninguna nostalgia, tal vez eso que he dicho hubiese calado mejor en otros lugares donde esa actitud se reivindica. En fin, que he disgregado demasiado en un lugar que no iba.
Me quedo con que sí existe «una oportunidad de reinventar la sala de cine», no como un optimismo ciego, sino como un principio práctico, o ético.
P.D: Desconocía su labor de cineclubismo; desde Salta -provincia ya sin casi posibilidad de elegir películas, sino tanques-, le agradezco a personas como usted por dedicar parte de su vida a esa actividad, que permite a personas como nosotras estar mas cerca de esos sueños materiales que son las películas. Labor seguramente pesado, pero que da unos frutos magníficos.
Saludos.
Para los que vivimos lejos de las salas de cine, una plataforma como Mubi nos permite seguir disfrutando del buen cine.
Se extraña tu cineclub, Roger querido.
Mubi, de manera online, es lo más parecido a lo que hicimos con el cineclub de 1999 a 2013. De hecho, la plataforma acaba de sacar una revista de papel llamada Notebook que saldrá dos veces al año y me llamaron -lo que es para mí un gran honor- a ser parte del consejo internacional de la revista. También esta Dafilms.com, sitio tan excelente como MUBI. El problema es otro.
Yo extraño muchísimo hacer el cineclub y si volverá a vivir en la zona haría eso y muchas otras cosas.
Abrazo Mariano.
r
Estimado/s
Más allá de algunas cuestiones que darían para discutir largamente (siempre me siento incapacitado para definir una película como “cine arte” ¿por qué “El Padrino” o “Los imperdonables” no lo serían, por ejemplo?… o la expresión también para mí discutible, medio futbolera, de la gente de Zeta Films “hicimos 4000 espectadores”…), pienso que la cuestión no es tan simple ni la solución pasa exclusivamente por las elecciones del “público”.
Sobre la poca cantidad de espectadores que tuvieron «El prófugo» y «Esquirlas», por ejemplo: en Rosario, la película de Natalia Meta se estrenó sin demasiada difusión únicamente en un shopping en el que tienen éxito las películas infantiles o ultrapromocionadas, mientras que la de Natalia Garayalde no se exhibió nunca en sala alguna por aquí (y estamos hablando de Rosario, no de una localidad pequeña con una sola o ninguna sala de cine).
«El perro que no calla» vale aclarar que duró una semana en cartel en su sala de estreno en CABA; después volvió a exhibirse en el MALBA y acá en Rosario tuvo varias funciones a lo largo de diciembre en cine El Cairo. Pero además antes pudo verse (tanto en salas como en forma virtual) en el Festival de Cine de Mar del Plata: ¿cuántos espectadores habrá tenido allí? ¿Por qué considerar que las funciones y los espectadores que «valen» son los correspondientes a la(s) sala(s) de estreno comercial? ¿No puede ocurrir que quienes pagarían una entrada para ver una película no lo hacen porque ya la vieron en un festival?
En buena medida, todo depende de quienes deciden cuándo y dónde estrenar las películas. Recuerdo el caso de «Parasite»: se estrenó comercialmente en Argentina hace dos años, cuando había ganado casi todos los premios posibles (salvo el Oscar, creo, que llegó poco después) y todos los que habían querido verla ya lo habían hecho. ¿Por qué si alguien estaba interesado en verla debía esperar la decisión (especulativa, a veces caprichosa, muchas veces errada) de distribuidores y exhibidores?
A muchos nos gusta ver cine en el cine pero hacemos lo que podemos: sin ir más lejos, esta semana «Sexo desafortunado o porno loco» se estrenó en Rosario en un shopping (el mismo en el que había pasado inadvertida el año pasado «El prófugo»), en una única función a las 22.30 (recordemos, en pleno fin de año), rodeada de Matrixs y Spidermans. Desconozco si Zeta Films tuvo posibilidades de estrenarla en otros cines u otros horarios, pero claramente no se le hace fácil al cinéfilo poder asistir a verla de esa manera.
Y en cuanto a las paupérrimas condiciones de proyección, las lámparas gastadas, etc: el problema estaría en la indiferencia de los empresarios para mejorar las condiciones de esas salas, así como de los funcionarios en relación a las salas dependientes de organismos del Estado. Todo un tema (o dos).
Saludos.
Estimado Fernando.
1. Yo no creo en el cine arte, pero empleé el término solamente para tomar distancia del blockbuster o tanque.
2. Disiento enteramente sobre tu apreciación sobre lo que dice el dueño de Zetafilms. Comprar los derechos de exhibición de una película es casi una decisión suicida en casos como las películas mencionadas. Con esa cantidad de entradas no se puede sostener la distribución. Para una persona de ese sector no se trata de una lectura de tribunas. Los números en el caso de Z es un argumento de primer orden. Y la nobleza de ese distribuidor es intentar aún comprar películas que pertenecen al universo del cine llamado cine arte.
3. El perro que no calla tuvo 3 o 4 funciones en MDP. No más de 900 personas, con muchísima suerte. En Buenos Aires duró una semana y en Córdoba igual. La reposición en el MALBA recién tendrá lugar a partir de este mes, más precisamente el sábado. Al día de hoy jamás se exhibió en el MALBA. (Tuvo sí, tres días más en el Gaumont. Aún así, es un tiempo escaso) Y lo que se dice sobre este film es concomitante a los otros.
4. El caso de Parásito: la pandemia interrumpió su tiempo en sala. Y es lógico que un distribuidor piense en el dinero porque sale muchísimo dinero comprar los derechos de una película asiática. La gente que la vio antes lo hizo de forma ilegal. Entendible.
5) Los distribuidores estrenan donde pueden, no donde quieren, porque los que deciden el negocio de la exhibición tienen sus propias reglas.
De todas formas, mi texto toca esos temas en general, pero está abocado a defender una tradición y una práctica y al mismo tiempo pensar la reinvención de la sala en muchos de sus sentidos en pos de sostener y también reinventar una tradición que comenzó con Chaplin y que supo respetar la imaginación y la vida de los plebeyos.
Saludos.
R
1. Entiendo que “cine arte” es una expresión habitual para referirse a cierto tipo de cine (Zeta Films se define incluso como “Distribuidora de Cine Arte”), simplemente no me gusta usarla, no creo en esa etiqueta.
2. Tal vez no fui claro: no digo que los números no sean importantes para una distribuidora de “cine arte”, sino que me hace ruido cuando dicen “hicimos 4000 espectadores” o “arañamos los 10.000”. Suena poco amable hacia los espectadores. Pero es sólo una cuestión de vocabulario. De la nobleza de Zeta Films no puedo hablar porque no los conozco.
3. Es cierto (me disculpo) que “El perro que no calla” comienza a exhibirse recién ahora en enero en MALBA. Pero lo mío era sólo un ejemplo de que la permanencia en la sala de estreno es un factor relativo para evaluar el éxito o la cantidad de espectadores de un film.
4. “Parasite” se estrenó en Argentina el 23/1/2020 aunque venía dando que hablar desde que había sido premiada en Cannes en mayo de 2019 y se había exhibido en Mar del Plata en noviembre de ese año. Pienso que ciertas películas deberían estrenarse pronto, porque apenas “hacen ruido” empiezan a buscarse y descargarse enseguida. A título personal, un ejemplo: quiero ver «Memoria» en una sala de cine, así que espero que el estreno no se demore demasiado (y que no sea en una sala alejada y un horario imposible).
5. Comparto totalmente tu defensa de la tradición y práctica de ver cine en el cine. Pero en mi opinión no siempre se le facilitan las condiciones al potencial espectador para que quiera ver una película en una sala (más aún en estos tiempos de protocolos, temores e incertidumbre).
Gracias por el intercambio.
Bien, veo que en algunas respuestas empezaron a manifestarse el planteo de falsos dilemas que ya habían sido desechados en los comentarios iniciales.
1) Cuestionar el rumbo general de un proceso histórico -la pérdida sostenida de la experiencia en la sala de cine- no es nostalgia sino cuestionamiento. Porque el hecho de que una tendencia parezca indefectible no es precisamente un argumento a favor de ella. Precisamente quienes la asumen como indefectible contribuyen a que lo sean.
2) El problema no es que el espectador tenga más posibilidades, sino menos. Nadie se lamenta de que las películas lleguen por más medios, sino que ciertos medios terminen por ocupar todas las posibilidades. Junto con ello, es un problema que un espectador crea que la experiencia en el home theatre o la computadora sustituye la visión del cine en el cine.
3) No es cierto que el cine en las salas haya sido siempre una experiencia para pocos. Solo en CABA, en un barrio como Boedo, había hace unas décadas seis salas con distintos criterios de programación. Las reposiciones eran accesibles en los dobles o triple programas junto con los estrenos simultáneos. Esto se producía también en los pueblos de las provincias. Hay un ejemplo célebre: Manuel Puig hizo su experiencia cinéfila infantil yendo al cine de Coronel Villegas. Salas así había en gran parte de las ciudades grandes y pequeñas. El cine llegó a ser la experiencia artísitica popular por excelencia a mediados del siglo XX. Si ya no hay cines de barrio o en los pueblos, eso no es una consecuencia indefectible del «progreso». En todo caso habría que pensar qué noción de progreso histórico es la que reduce las experiencias posibles. ¿Sería un progreso ya no poder escuchar a un músico en vivo porque es más cómodo escucharlo en Spotify?
Quizá lo más lamentable no es que desaparezcan salas o que el menú de películas en los cines para el gran público sea ostensiblemente cada vez más reducido, sino que se pierda la noción de la diferencia entre ver una película en el cine o en un monitor y que se piense que eso es una mejora civilizatoria. Más generalmente, es lamentable que se naturalice que la dirección de la historia es indefectible y que no se puede hacer nada diferente de las experiencias impuestas por intereses que no son los de quienes queremos ver cine.