EL BAFICI ANTES DEL BAFICI (02): EL ESPACIO ENTRE LOS DOS / NADIR MEDINA / ARG 2012

EL BAFICI ANTES DEL BAFICI (02): EL ESPACIO ENTRE LOS DOS / NADIR MEDINA / ARG 2012

por - Críticas, Festivales
04 Abr, 2012 12:50 | comentarios

El limbo transitorio

Por Roger Koza

Se dirá que se trata de una anécdota, un episodio fugaz en el universo estereotipado del adolescente, ese sujeto conceptual destinado casi siempre a la descalificación de sus virtudes intelectuales o, en su defecto, a una piadosa y asimétrica valoración de sus aptitudes inconformistas. Las películas sobre adolescentes abundan, aunque un poco menos que las películas para adolescentes; El espacio entre los dos, la ópera prima del cordobés Nadir Medina, es ambas cosas.

Extraña posición la de El espacio entre los dos, un film sobre jóvenes, rodado por un joven de 22 años. En principio parece una película sobre un grupo de amigos, un poco antes de llegar a los veinte, que tienen un trío de rock. Malena toca el bajo, Pablo la batería y Tomás la guitarra. Malena y Pablo, además, están en pareja; más tarde se revelará que Malena y Tomás, amigos y vecinos de la infancia, fueron novios cuando eran chicos. Ese dato es inofensivo y surge en una conversación azarosa después de una noche en vela y tras un concierto casero de la banda. Lo que podría ser una explicación de un conflicto discreto pero evidente (los besos entre Malena y Pablo incomodan notoriamente a Tomás) funcionará como un signo equívoco. El deseo está presente y su triangulación responde a otra lógica, pero, más allá de su importancia dramática, no es precisamente lo que circunda y circunscribe el cosmos juvenil aquí representado, tan palpable como amoroso y, en sus propios términos, misterioso y novedoso.

El espacio entre los dos inmoviliza y así visualiza en su breve relato la escurridiza experiencia de la percepción del adolescente, que a veces parece tener ante sí un gran abanico de posibilidades. Justamente, el misterio de la película pasa por detectar esa experiencia. Es por eso que lo más interesante sucede en la cadencia narrativa y sus tiempos. En una ocasión, Tomás saldrá durante el amanecer de una fiesta y se subirá al techo de la casa. Fumará un cigarrillo, descansará un poco y simplemente estará presente. La conjunción entre ser y estar es exacta, una suerte de eclipse positivo. La duración de la escena es de casi 10 minutos y prácticamente nada sucede: una candidata para pasar lo que queda de la noche, alguien con quien Tomás se ha dado unos besos, no llega a descubrir que su posible amante ocasional está agazapado en el techo. El resto es mero estar, y esta condición particular y momentánea se hace tangible, y poco tiene que ver con los tiempos muertos de la vía minimalista del cine contemporáneo. Otra escena con un tiempo parecido se ve en el inicio cuando Tomás se refugia por un rato en el baño de la casa, lo que da lugar a otro comentario ya no sobre el tiempo sino acerca del espacio. Medina trabaja en espacios cerrados y acotados, pero la película siempre tiende al movimiento, al devenir.

Los jóvenes de Medina no son muy distintos a pares suyos que hemos vistos en películas como Tilva Ros, Glue, Nadar solo y Ken Park, pero evidencian menos sufrimiento y ninguna pasión por los extremos. El sexo apenas se visualiza, las drogas tan sólo aparecen en una inscripción en una remera, la política se circunscribe al rostro de San Martín estampado en otra remera. El único indicio casi imperceptible de una conducta de riesgo está en jugar con un encendedor a quemarse las manos. Tomás sí parece consciente de que fuma mucho.

No se trata de una juventud inocente, tampoco de una juventud ensimismada. Está claro que son hijos de un tiempo específico y de un lugar preciso. Las locaciones corresponden a Río Ceballos, un pueblo no muy lejos de una ciudad grande como Córdoba, y el tiempo es definitivamente el nuestro. (Hay otros films similares en espíritu al de Medina: Hoy no tuve miedo de Iván Fund y Escuela de Ramiro Sonzini y Leandro Naranjo). Sin embargo, no son los famosos jóvenes tristes del cine argentino reciente, un personaje conceptual concebido por la crítica que, de existir, nada tiene que hacer aquí. Hay cierto tono afirmativo en los tres protagonistas: deseo, cariño y una conciencia mínima de un futuro peligro: el tiempo y el mundo inevitablemente se abren, pero, como dice uno de los temas musicales, “todos se preparan para eso y yo no puedo”.

El espacio entre los dos puede despertar inquietudes justificadas sobre cuán fácil puede ser hoy hacer una película. Tres buenos actores, un saber estándar sobre cómo iluminar y capturar el sonido, un tema o dos para desarrollar en un relato bastan para hacer una película. Hay algo de esto en el film de Medina, pero es imposible negar los méritos del director, por momentos un exquisito para trabajar sobre algunos raccords imperceptibles de algunas escenas, libre para concebir la duración de un plano y talentoso para evitar que tres pasajes musicalizados en tiempo real se conviertan en esa expresión audiovisual tan triste como caduca llamada clip.

Roger Koza / Copyleft 2012

Miércoles  18, 21.00, Hoyts 5

Jueves 19, 13.45, Hoyts 12

Domingo 22, 19.15, San Martín 2