EL BAFICI ANTES DEL BAFICI (05): SIN TÍTULO (CARTA A ALBERT SERRA) / LISANDRO ALONSO / ARG, 2011
El regreso de Misael y el anuncio de Lisandro
Por Roger Koza
Hace tiempo que no tenemos noticias de nuestras estrellas. Casi al unísono, se retiraron de la escena por un tiempo. En un caso, parecía que iba a reaparecer para filmar su película decisiva, la primera que saltaría de un territorio simbólico seguro, que dominaba completamente. Una historieta mítica, histórica y políticamente relevante, El eternauta, en manos de una cineasta única, que desde el comienzo demostró una clarividencia sociológica notable para leer microscópicamente a sus personajes de clase, era sin dudas un proyecto extraordinario. Pero Lucrecia Martel quedó afuera de esa película posible. Después supimos que hizo un comercial, que parecía un ejercicio casi lynchiano en perversión aplicada a la moda.
¿Qué pasó con la otra estrella? ¿Dónde estaba? Después de Liverpool, su película donde el deseo del otro era constatable, donde por primera vez se intuía la intención discreta, más un gesto que una decisión tomada, de ir un poco más allá de la physis, y un film cuya voluntad narrativa era ostensible, Alonso desapareció por un tiempo. Hizo silencio y expresó en más de una oportunidad su deseo de no volver filmar. Pero los que lo conocen saben muy bien que nunca deja de pensar en el cine: un paisaje, una situación pueden convertirse en el próximo episodio filmado. ¿La próxima película será un western? ¿Una historia de amor? Los rumores apuntaban hacia un universo aún no transitado. Y llega entonces este cortometraje, una supuesta carta filmada dirigida al cineasta español Albert Serra; es la primera noticia concreta.
Sin título es la respuesta a una primera carta filmada por Serra, de dos horas y media: El señor ha fet en mi meravelles. El intercambio entre Serra y Alonso no es un fenómeno aislado. Por iniciativa del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona ha habido otros intercambios: Mekas y Guerín, Lacuesta y Kawase, Erice y Kiarostami, entre otros. Sin embargo, la película de Alonso es absolutamente autónoma.
El escenario es conocido: el bosque de La libertad. Lo primero que se ve es simplemente un plano general de un claro del bosque. Un leve y casi imperceptible movimiento mantiene el encuadre hasta que irrumpe un cazador. Apunta, prepara su escopeta; nunca se llega a ver la presa potencial, pero sí se escucharán dos disparos. De pronto el cazador desaparecerá del encuadre y tendrá su aparición Misael Saavedra. Incesantemente, el leñador grita un nombre: Jersey. Más tarde sabremos que se trata de una raza antigua de perros ingleses. Otros perros acompañan a Misael, que luce menos joven que aquel hombre solitario que nos interpelaba comiendo una mulita durante la madrugada. Y ahora ya no está tan solo: al parecer tiene una mujer y un hijo, a quienes podemos observar unos segundos hasta que una vez más hay una sustitución: la cámara empezará a acompañar a los perros de caza.
Hasta allí, la economía narrativa y discursiva es la conocida; el registro y diseño de sonido en conjunción con el movimiento lento del registro resultan muy poderosos, como suele suceder en los films anteriores del director. Así descripto pareciera ser muy poco para un cineasta al que se lo considera consagrado, y sin embargo en esa austeridad radical se pone en marcha algo misterioso, algo que no se deja ver pero que intuimos, pues el modo de registro, que tiene un tiempo de espera, un movimiento y una lógica observacional particular, envuelve a quien mira.
En un posible arroyo seco, o simplemente en un viejo sendero en el bosque, aparecerá primero un perro blanco y después un hombre joven. Un travelling hacia atrás servirá para tomar distancia de ese nuevo protagonista. Quienes conocen a los escritores jóvenes de la literatura nacional reconocerán a Fabián Casas. Más que un escritor parece un músico de rock. Su aspecto poco importa. Sacará un papel y leerá un cuento. Es posible que ese relato no sea otra cosa que el argumento o el bosquejo del próximo film de Alonso. El relato habla de perros, de militares, de bárbaros. Según se escucha transcurre en el desierto en un tiempo pretérito no especificado.
Si bien Casas no lee ni entona como los personajes lectores de textos clásicos en los últimos films de los Straub, la elección de escenario y el tipo de registro remiten un poco a las películas de esa pareja punk y anacrónica, tal vez los cineastas más importantes de las últimas décadas. Es una filiación un poco lejana, pero no resulta descabellado asociar este pasaje con los cortometrajes de los Straub. (Un film argentino reciente consciente de la influencia straubiana es Tierra de los padres, el extraordinario film de Prividera que, como todos sabemos increíblemente no se verá en el BAFICI).
Y llegará el final, una suerte de remake de la intención metaficcional que ya estaba presente en el primer corte de La libertad. Sucede que los perros, el cazador, Misael y su familia, que estaban fuera de campo, regresan a pedido del lector. Son convocados a retirarse. Luego vuelve a soplar el viento y el plano queda literalmente suspendido unos segundos.
6 planos, 23 minutos y un regreso más que promisorio, o el anuncio de un nuevo estadio estético para un director cuyo cine sigue despertando tanto odio como amores.
Roger Koza / Copyleft 2012
Jueves 12, 18.15, Hoyts 5
Miércoles 18, 19.00 Malba
Sábado 21, 14.00, Cosmos
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