EL BAFICI DESPUÉS DEL BAFICI 2014 (06): POR UN BAFICI MÁS LUMINOSO (SEGUNDA PARTE)
Por Marcela Gamberini
Mientras escribo la segunda parte de mi balance, aparecen en la red algunos otros balances, comentarios, reseñas sobre el BAFICI, que van permeando mi atención. Leo con atención lo que aparece: la amable y tensa discusión por twitter entre Quintín y Marcelo Panozzo, dos voces más que autorizadas en materia de festivales; los lícitos reclamos del primero, las explicaciones del segundo. Es un buen síntoma que hayan podido encontrarse, al menos por Twitter, poner en discusión, poner en acto, algunas ideas que nos preocupan o al menos nos ocupan a muchos. Lamentablemente Twitter no es un buen espacio para la argumentación, demasiado cercano a la chicana que solo duele y nunca explica; es un medio que no se toma el tiempo ni los caracteres necesarios para la reflexión, para la justificación, para la necesaria explicación de algunos criterios y algunas decisiones, sobre todo si hablamos de un festival, acto público, político y estético por antonomasia.
Me da la impresión que estamos viviendo tantas trasformaciones estéticas, políticas, poéticas que hacen que las definiciones, esas que parecían claras, entren en crisis. Tanto dinamismo hace que la producción, la circulación y el consumo de bienes culturales como los festivales no estén ajenos a estos cambios. Es una época –necesaria- de redefiniciones, de discusiones, de reflexiones. El impacto tecnológico atraviesa nuestra percepción y no sólo golpea sobre el cine. La circulación de las discusiones también ve alterado su ritmo, ahora de electrocardiograma alocado. Las redes, sobre todo Facebook y Twitter amasan, rediseñan los espacios de opinión. Somos más democráticos, todos escribimos, lanzamos tuits, posteos, comentarios con la velocidad del rayo pero tal vez nos volvemos más esquemáticos, más explosivos y menos interrogadores y lo que es aún peor menos propensos a argumentar o a justificar las opiniones.
También leo la nota de Volantes privados, quien sale a pelearla con argumentos que se le vuelven en contra y sin identificarse, al menos no con claridad. Me chirria un poco, una nota que no llama a la reflexión, que no interroga, que no deja aire al lector. Y creo que el problema y en esto disiento con el amigo de Volantes privados no es la cantidad de las películas, ni siquiera su calidad (¿qué es la calidad en el cine? ¿Según qué época y quiénes?) sino los criterios con los que se las ha seleccionado. Reconozco que es una nota pasional, me gusta eso pero el lugar desde donde está enunciada hace que sea algo altanera. Por ejemplo esa dicotomía (implícita) de la que habla al principio, al decir que es un festival “macrista”, se desdibuja sobre el final. Tal vez, esa misma dicotomía –tan pregnante en la cultura y en la historia argentina- sea la misma que aplica a los comentarios sobre las películas. Por ejemplo cuando habla de Raúl Perrone y lo contrapone “frente” a El escarabajo de oro de Alejo Moguiliansky. Película que vuelve a citar (“en su linaje cinematográfico más bien elitista” sin explicar la frase, me pregunto qué se dice cuando se dice “elitista”, ¿quién, la trama? ¿El director en sí mismo y sus personajes? ¿Su lugar de enunciación?) para enfrentarla esta vez con Tres D de Rosendo Ruiz. Tal vez sería bueno pensar en algunos otros parámetros para acercarnos al universo de las películas y de los festivales que no sea desde la dicotomía, desde la oposición binaria, un poco agotada a esta altura o al menos escasamente productiva para el análisis y la reflexión. No digo que la pertenencia (o hasta la omisión) a una clase no sea interesante para el análisis, que lo es y mucho, pero no de manera reduccionista.
Son interesantes las ideas de Iván Pinto y de Carla Maglio en El agente del cine que se preguntan y a la vez nos preguntan, acerca de cómo seguir en este mundo inquieto y en crisis y tientan algunas alternativas interesantes y atendibles que deberían formar parte de la posterior reflexión acerca del festival.
También el balance de Jorge García en este mismo sitio, a quien admiro y respeto profesional y personalmente, revelan su mirada de cinéfilo duro, esos cinéfilos de los que ya, casi no quedan forjados bajo la mirada y la sensibilidad de un cine clásico que, reconozco debe ser imprescindible –más que necesario- conocer para acercarse a las obras más modernas, más actuales. Sin embargo, se me escapa un poco su posición frente a algunas películas que más allá del gusto, dejan ver un excepcional trabajo de reinversión de los materiales cinematográficos, de reflexión sobre el mismo acto de filmar, de cuestionamiento sobre el estatuto de la imagen, de interrogación de los propios parámetros de la clasicidad, como la de Rita Acevedo Gomes Tan frágil como el mundo, Stray Dogs de Tsai Ming Liang o incluso los vampiros modernosos de Jim Jarmush, película que hubiera sido imposible si Jarmush no hubiera visto, pensado, digerido muchas películas del género incluso las de la Hammer (que cita Jorge) convirtiéndose esa en una de las ideas cinematográficas más interesantes del director. E insisto con el mismo argumento con el que le retrucaba (con honestidad y respeto) a Volantes privados, el tema no es la cantidad de películas sino la explicitación de los criterios de selección.
Ahora mientras leo a los otros y escribo esto, veo que me resulta más interesante, más productivo reflexionar sobre el festival en sí que sobre cada una de las películas de manera obsesiva y maniática. Claro, habrá de eso también más adelante, soy también obsesiva y maniática, y en el futuro quisiera referirme a algunas películas que he visto poco o nada reseñadas por ahí.
Sigo con atención el interesante y necesario debate que se generó a partir de la primeraa parte de mi balance en este mismo sitio. La nota sirvió como disparador para que críticos y cineastas entablaran un diálogo fuerte y honesto, con argumentos valiosos y justificaciones competentes. Un intercambio auspicioso que da cuenta la importancia que tiene el BAFICI como festival y como punto de encuentro, como explosión de ideas, como batería de conceptos.
Creo, y cada vez estoy más convencida, que pensar “sobre” el festival y en “el” festival es mantenerlo vivo, como un organismo que se alimenta de las sugerencias, de las críticas, de lo “positivo y de los desafíos que persisten” al decir un poco tibio de Diego Batlle en sus balances. E insisto que es necesario pensar las películas en su conjunto, correlacionarlas (no enfrentarlas) ver qué redimen, qué sostienen, qué ideas sobre el cine se repiten o se ocultan, qué es lo que hacen que entren en tensión unas con otras, porque son ellas las que conforman el abigarrado conjunto de un festival. Me interesa y mucho, seguir pensando sobre el festival, básicamente porque el BAFICI en sus 16 años ha formado, educado, tallado mi mirada sobre el cine, como la de tantos otros cinéfilos y espectadores que han devenido gratamente en cinéfilo. El festival nos ha asombrado, nos ha mostrado, nos ha impactado, ha puesto en crisis nuestra cinefilia, y en él descubrimos directores, ideas sobre el cine, dinámicas de pensamiento, relaciones complejas entre puesta en escena e ideología. Es, fue y será, la ventana abierta al mundo a la que nos asomamos todos los abriles de todos los años.
Creo que así como es necesario que redefinamos qué es la crítica en el presente, en este presente tan cambiante, tan atravesado por lo mediático, por lo tecnológico, también es necesario como consecuencia redefinir los parámetros de los festivales como hechos culturales, populares, políticos, sociales. El cine, nuestra materia prima, el corazón, la matriz, la carne de nuestra actividad, persiste en mantenerse como un suceso dinámico, cambiante, en un territorio en crisis; es imperioso que podamos acompañarlo
Marcela Gamberini / Copyleft 2014
Muy claro, muy bueno, Marcela.
Gracias!!
Marcela, creo que la primera parte de tu artículo es, hasta ahora al menos, el aporte más valioso al debate post-16BAFICI.
Esta segunda parte me encuentra, sin embargo más cerca que la anterior. Definitivamente, creo que es más productivo un enfoque que aborde al Festival como conjunto, en lugar de cuestionar esta o aquella decisión. Lo que sigue responde quizás, más al post anterior, pero se inscribe en esta manera de ver las cosas.
Es hasta cierto grado “natural” que el público y el conjunto de la comunidad que ha acompañado y participado, a lo largo de los años, al Festival defienda una tradición y una línea de programación y de apuestas. Es en este sentido que entiendo el contrapunto que hacés entre el actual BAFICI y la gestión Quintín.
Sin embargo, ese contrapunto no debería ignorar el dramático cambio de contexto desde la época en que Quintín era director del Festival y la actualidad. El estallido en materia de producción, pero también de soportes y de circuitos de circulación de películas no solo obliga a extremar las apuestas, sino, sobre todo, a distinguir dónde se ubica –dónde es posible ubicar- esa intervención extremada del Festival.
En un escenario en el que casi todo lo que se produce en el presente –y no poco de lo producido en el pasado –está casi inmediatamente disponible; en el que, si es cierto que las majors prácticamente monopolizan los mercados mundiales, por otro lado, en cuanto a estos otros cines, productores y públicos constituyen grupos cada vez más amplios e identificados; en el que los propios circuitos de distribución y comercialización ligados a los grandes festivales se vuelven más agresivos -en este escenario- no resulta tan sencillo sostener la coherencia del Festival sobre la simple base de ser fieles a una tradición.
Y si damos crédito –y no entendemos como meras chicanas- a la exposición de las dificultades económicas, financieras y operativas provenientes de causas externas al Festival, creo que este punto de vista se fortalece.
Porque en este contexto, lo que el Festival necesita es extremar el esfuerzo curatorial mediante una propuesta clara y productiva. No se trata tanto de hallar lo inhallable (porque hoy, aunque pueda haber excepciones, casi todo es hallable); ni de apostar a tendencias provocadoras, porque no sería justo decir que esas tendencias no hayan estado presentes en este BAFICI. De lo que se trata es de que esa presencia está sumida en la invisibilidad, diluida en una lógica fragmentadora que no las reconoce, que no reconoce problemas que reúnan a esa producciones, ni diálogos entre películas; ni conexiones con el resto del mundo.
Hay que renunciar a todo “especialismo”, especialidad, especialización. El Festival tiene que apostar a una comunicación permanente que amplíe y facilite los encuentros (entre productores y públicos; entre películas del mundo; entre películas argentinas…); que amplifique y dé sentidos a los debates que las películas habilitan, poniendo una atención no menor en nuestro contexto local que en los ecos que llegan del resto del mundo, de modo de constituir nuestras propias tendencias.
Para esto es preciso que quienes son responsables del Festival encuentren para sí mismos -o decidan, aunque sea de manera provisoria y reteniendo las tensiones que haya que retener- respuestas a las preguntas que te hacés en relación con las mesas de debate, en particular, con la que coordinó Lerer.
Si tienen que cambiar los criterios de programación, pues que cambien; si tienen que convivir tendencias que antes no estaban, bienvenidas: la clave es que se pueda entender por qué, para qué, para quiénes. Recién entonces, en todo caso, podremos discutir criterios: cuando los haya, cuando sean reconocibles.
No se trata de extrañar a un tiempo pasado. Mucho menos de idealizarlo a la distancia; sino de encontrar cuáles son los problemas hoy y de asumir ese desafío –sí- redoblando las apuestas.
Gracias por tu lectura Carla. No tengo nada que agregar, comparto tus palabras cien por cien.
Saludos
Está bien que el árbol no tape el bosque, pero tampoco lo contrario. Para discutir los criterios de programación inevitablemente tenemos que hablar en particular de películas. Y está bien, porque ellas son la trama que permite leer en concreto esos criterios raramente explicitados. Y empezar a contestar las preguntas que se despliegan en este y otros textos críticos, hechos con mayor o menor condescendencia. Esas que uno espera no queden confinadas a estas notas o a a las mesas de café, sino que sean parte de los mismos festivales (si su autoconciencia derivara en la necesaria autocrítica, y esta no se entendiera como un mero hecho privado). De lo que no están exentos los críticos (sean o no programadores), que deberían dejar también claros sus criterios (porque ese es finalmente el eje de toda la cuestión: los fundamentos del juicio).
Por ejemplo, la nota deja flotando la pregunta «¿qué se dice cuando se dice ‘elitista’?» pero de un modo que es a su vez una descalificación más que una interrogación. Y antes bien hay que preguntarse por los distintos sentidos del término: no es lo mismo un uso prejuicioso (como cuando se dice que el festival en su conjunto es «elitista») que cuando se señala un funcionamiento particularmente endogámico (como lo señala la nota linkeada al decir que en vez de preocuparse por dar cuenta de diálogos y genealogías diversas a veces las elecciones se presentan -literalmente- como afinidades electivas).
Nicolás, es cierto que también hay que hablar de películas en particular. Pero las películas no son productos autocontenidos y el sentido de la presencia de una puede, perfecta y legítimamente, explicarse por la presencia de otras y no meramente por su calidad intrínseca (variable más oscura desde la perspectiva que elijo, además. Y sino, ahí están los cuestionamientos a Fantasmas de la Ruta para testimoniarlo).
El festival no debería esperar a que jugáramos adivinanzas. Para que que las películas estén allí más que en mera yuxtaposición, hay que pensar en términos de problemas, no de películas. No se me ocurre otra expresión que la de «propuesta curatorial», aunque no sea simpática a alguna gente, o no se estile del todo aquí.
Siempre se puede ir más atrás y decir que esos problemas vienen a su vez de las películas mismas; pero no: vienen de las películas y de otras fuentes vitalmente más amplias también.
Con respecto al elitismo, si no es un abuso, remito a mi post a propósito del 15 BAFICI, que se ocupa casi exclusivamente de eso: http://novistenada.tumblr.com/post/51360920560
«El sentido de la presencia de una puede, perfecta y legítimamente, explicarse por la presencia de otras y no meramente por su calidad intrínseca». Desde ya, pero el conjunto no puede justificar la inclusión de una película de calidad más que dudosa… De todos modos, acuerdo en el fondo de la cuestión: el tema pasa por explicitar la “propuesta curatorial” (y aceptar discutirla). El tema es como se exige (o porque no se exige) que esa «curaduría» esté claramente reglada, en este o en cualquier festival que dependa del Estado. (Idealmente también los privados deberían privilegiarla transparencia, pero exigirlo es más complicado: en cambio, en el caso de festivales públicos debería ser la norma, así como su defendida autarquia para no depender ni económica ni políticamente del gobierno de turno.)
La verdad es que agradezco todos los posteos, todos suman, se va armando una discusión licita y productiva.
Nicolás, en general, uno es condescendiente con lo que quiere, con lo que aprecia.
Saludos a todos
Gracias a vos, Marcela, por abrir y sostener este debate.
Justamente me refiero a eso, Marcela: no me parece bueno ser condescendiente, mucho menos con lo que uno aprecia y valora. Más cuando en este caso no hablamos de personas y casi ni siquiera de películas, sino een última instancia de instituciones (donde se suele ejerce un poder que es tan condescendiente como inequitativo: una cosa va con la otra). Digo: en el otro extremo de la condescendencia está la defensa corporativa… pero en la misma linea. Y no podemos evitar que sea una discusión «política», simplemente hay que tratar que no sea «partidaria». Al fin y al cabo, es lo mismo que le estamos pidiendo a la curadoría.
Saludos.
Hola,
Me parece una utopía la de un festival de cristal, manejado por entes sin ideología, alejado de la política partidaria. En la actualidad el macrismo maneja la cultura de la ciudad y muchos críticos, programadores, cinéfilos, etc. parecen no darse cuenta de que el mismo vaciamiento que se da en la educación y en la salud pública se replica en el Bafici, tanto monetario como de ideas.
Patricia: Plantearlo como la «utopía la de un festival de cristal, manejado por entes sin ideología, alejado de la política partidaria» es precisamente lo que permite que cualquier gobierno de turno (o incluso un staff eternizado) tenga manejos poco transparentes. No se trata de pretender que no haya ideología sino por el contrario: reconocer que todo el mundo tiene una, y ver como se hace para aún así preservar la amplitud en la mirada que se espera de cualquier «curadoría» en un espacio público. No se puede programar con la parcialidad de un funcionario o un crítico: un programador debe hacer todo lo posible por ser «independiente» (hasta de su propia camarilla), más en un festival que lleva esa palabra en su nombre!
NP,
concuerdo con la idea [un programador debe hacer todo lo posible por ser “independiente” ] pero me pregunto cómo esa apertura a «manejos transparentes» se puede producir hoy, con un gobierno como el macrista que viene haciendo todo lo contrario, con empleados que lo aceptan. Me parece sumamente importante discutir en blogs, argumentar públicamente, pero de qué otra forma se pueden cambiar las cosas si no es presentando de manera organizada, propuestas concretas y debatidas, que puedan ser tomadas o no por los candidatos a Jefe de Gobierno en 2015
Más allá de lo que opinemos del macrismo, la verdad es que el problema de la transparencia no es solo de un signo: como dice Carla, la cuestión es como fijar esos parámetros en mecanismos institucionales. Y desde ya que el punto de partida tienen que ser debates seguidos de propuestas. El problema es precisamente que críticos, programadores y público interesado aportemos a eso en vez de aceptar el statu quo, o esperar la voluntad política de algún gobierno.
Concuerdo, la cuestión es cómo fijar parámetros en mecanismos institucionales. Al mismo tiempo, fijar parámetros tampoco asegura que se cumplan, por lo tanto, también hay que decidir cómo actuar ante posibles transgresiones. Pero no entiendo cuál es tu propuesta ni la de Carla (más allá de que no concuerdo en que el problema de la transparencia sea igual en todos los partidos – en el caso del macrismo la voluntad de vaciamiento es más que evidente, sólo resta ver la disminución año a año del presupuesto-) Pregunto, una vez que los temas son discutidos y debatidos, cómo se los lleva a la práctica.
[La otra opción es el año que viene tomar el Bafici… naaa… es un chiste]
Patricia, más que calificar la posición a favor de la autarquía de utópica, hay que pensar si es correcta o no.
No creo que sea para nada utópica; pero sí que puede ser engañosa y, precisamente, por lo mismo que Nicolás señala en su respuesta cuando agrega algo de importancia central que antes no estaba: la posibilidad de que se adueñe del festival «un staff» -agrego yo- de especialistas, fundado en un saber tecnocrático, menos receptivo y abierto aun -y definitivamente menos legítimo- que la gestión que se reconoce francamente política. Después de todo, con autarquía o no, el dinero sale siempre de algún lado.
Ahora bien, también con autarquía o sin ella (esto habría que seguir debatiéndolo), lo que es necesario y posible son reglas, criterios y propuestas claras, planificación estratégica, modelos de gestión más abiertos a la comunidad involucrada, etc.
Si nos vamos a quedar en la denuncia generalista, bajemos la cortina y recemos para que Dios ilumine a los porteños en 2015. O mudémonos. Justamente, una de las maneras de establecer resguardos para evitar que cualquier gestión arrase con los logros alcanzados y que la comunidad valora es ese: fijar esos logros en mecanismos institucionales.
Se abre, entonces, toda otra línea de argumentación acerca de la dialéctica institucionalización-cambio que, sin duda, no es posible despachar rápidamente. Pero, parece atinado ahora detenerme aquí.