EL BAFICI DESPUÉS DEL BAFICI 2015 (07): LOS BALANCES: POÉTICAS INDEPENDIENTES
Por Marcela Gamberini
La nueva edición del BAFICI ha sido, en general, la mejor de la era coordinada por Marcelo Panozzo, su director artístico. Creo que esta edición tuvo películas que apostaron más a una experiencia sensorial, a un fuerte trabajo sobre lo formal y que se encauzaron en un río poco transitado como el coqueteo con aquello más experimental, más de trabajo sobre las formas cinematográficas que sobre el contenido. Tal vez este ha sido el criterio de selección: las películas más interesantes fueron aquellas que expresaron una poética que establece un diálogo entre las técnicas de realización y el conjunto de ideas del realizador. Películas donde la potencia de la imagen cobra vida, se expresa en intuiciones, en sensaciones, y eso lleva a transcribirse en ideas, no sólo sobre el cine, sino sobre el arte en general. Tal vez, este criterio muestre una nueva tendencia del cine en general, aquella que apunta a un cambio perceptivo, a un nuevo (o no tan nuevo, pero reciclado) modo de hacer películas y de percibirlas.
Elijo, esta vez, comentar películas argentinas que fueron, al menos para quien esto escribe, el plato fuerte de esta edición. Se destacaron películas como La sombra de Javier Olivera (de la cual escribí más en extenso aquí) que trabaja misturando imágenes de archivo, recuperando historias desde el mismo material fílmico, haciendo hincapié en el trabajo con las imágenes desde su forma, desde su materialidad, desde su significante. Generación artificial de Federico Pintos se suma también en esa dirección; ver la evolución de la materialidad y la circulación de las imágenes, su recorrido y finalmente su consumo; mientras cambian las generaciones, cambian también los modos de las imágenes, de los sonidos. Idilio de Nicolás Aponte corre un fuerte riesgo, su cámara quieta retrata las desventuras amorosas de una mujer que se mueve con naturalidad y soltura desnudando sus emociones en un rabioso blanco y negro. También en blanco y negro Días extraños de J. S. Quebrada, una coproducción entre Argentina y Colombia, se destaca por la actuación de la pareja protagónica; en este caso el director apuesta por un esquema narrativo tradicional donde el componente de los celos hace estallar la relación de los jóvenes, este esquema narrativo clásico está acompañado por una puesta en escena más moderna que recuerda los devaneos espaciales y amorosos de la Nouvelle Vague ambientados en una Buenos Aires reconocible y cercana y a la vez extraña, estos días en esta pareja son vitales y explosivos. En los Ragazzi de Raúl Perrone la imagen vuelve a hipnotizar, el habla de sus personajes es tan extraña como cada fotograma, ese nunca nombrado Pasolini vuelve a morir, esta vez en las manos certeras de Perrone, lenta y mágicamente. Sus redondeadas lentes, sus esfumados, sus primeros planos hacen que cada escena sea onírica y a la vez real, sus fantasmas son tan actuales que el dolor, el llanto, los paraísos perdidos, la desolación se hacen tangibles y cercanos. Es posible que esta última etapa de Perrone sea comprendida en su totalidad, si es que eso es necesario, en el futuro.
Tanto Guido models de Julieta Sans, Victoria de Juan Villegas (de la que ya hemos escrito en particular) como Arribeños de Marcos Rodríguez trabajan sobre las formas del documental, aggiornándolo, tensándolo, dejando ver sobre las superficies de las películas que es necesario recuperar la emoción y la sensibilidad. Y esto hacen estos directores a partir de las estrategias del montaje, suave, imperceptible, aquel que es permeable al presente, a lo contemporáneo, a aquello que nos rodea en la vida cotidiana. También encolumnados en las filas inestables del documental, Toponimia de Jonathan Perel y Vergüenza y respeto de Tomás Lipgot, trabajan sus imágenes con cuidado y honestidad. En el caso de Toponimia, un excelente trabajo de Perel se suceden los quietos planos de pueblos refundados por la dictadura militar en la Argentina, pueblos que se fundan sobre otros, originarios; las plazas, los monumentos, los caminos semi abandonados, los sonidos de la naturaleza y de lo cotidiano reponen aquello que escasea en los pueblos, el componente humano. Toponimia es un documental digno, un gran trabajo de investigación, histórica y política. En Vergüenza y respeto, Lipgot retrata a la comunidad gitana en la Argentina, un pueblo con una fuerte tradición, una comunidad de origen incierto donde las rejas separan a las mujeres del afuera, donde los niños son algo violentos, donde la mezcla de textura en las imágenes muestra la mixtura de este pueblo que no termina de definirse mientras cantan sus tradiciones. Todos estos documentales sedimentan en sus políticas de las formas cierta política del cine.
Y hablando de política, ésta aparece en todo su esplendor en Lulu de Luis Ortega y en Cuerpo de letra de Julián D´Angiolillo, más que interesante propuestas. Ambas trascurren en una Buenos Aires actual y presente, la primera en pleno Recoleta, en un sucucho ubicado debajo del centro de la Plaza Francia donde una pareja tensiona el amor hasta hacerlo estallar en tiros, en enfermedad, en sillas de ruedas, en camiones llenos de huesos, en indigentes amigables. La película de Ortega destila furia y violencia, fuerza los límites de la vida cotidiana, radicaliza la oposición ley y deseo. En Cuerpo de letra, D´Angiolillo, ubica su historia en los límites de la cuidad, allí donde la ciudad se hace conurbano o al revés. Como en Lulu, el trabajo con el espacio es la política de la película, ese espacio de autopistas, puentes, muros donde dos grupos de “pintores” de consignas políticas se enfrentan por un territorio. Una micropolítica del espacio que se juega allí donde el estado se aleja y queda ese espacio residual, donde todo es posible, hasta un duelo final de los grupos de pintores. Y del espacio, como concepción territorial, simbólica, política, concreta también habla La mujer de los perros de Laura Citarella y Verónica Llinás (de quien también escribimos aquí). Las tres películas trabajan con marginales, con personajes desterrados y a la vez desterritorializados, personajes fuertes, con exilios interiores, de los que conocemos poco y nada de su pasado y menos aún podemos intuir sus futuros, personajes desolados. Tal vez, opuestas pero poderosas por igual Verónica Llinás y Ailín Salas sean las grandes figuras de este BAFICI. Sus cuerpos llenan la pantalla, sus gestos hablan con un lenguaje que pertenece más a las miradas que a las palabras. Sin dudas, dos magníficas actuaciones.
La brillante Al centro de la tierra de Daniel Rosenfeld trabaja alrededor de la idea de la ciencia versus la leyenda, entre la ficción pura y el documental, Rosenfeld se mueve con soltura y amorosidad hacia su personaje que, como él, cree fervientemente en el poder de la imagen, en el cine, en la “veracidad” de las imágenes.
Más tradicional en sus formas y la tercera de la saga, en La Princesa de Francia Matías Piñeiro vuelve a Shakespeare, fuente inagotable de relatos e historias, para contar los avatares de unos adolescentes tardíos, el amor, la amistad, los recorridos por la ciudad, las repeticiones y ese maravillosos conjunto de mujeres que “hacen” la película. La vitalidad y las palabras son el material sobre el que trabaja Piñeiro y lo hace con maestría y sensibilidad. También de la mano de tres adolescentes “en viaje” vuelve Rosendo Ruiz con Todo el tiempo del mundo, donde también la espacialidad hace a la película en su recorrido que es el recorrido de estos adolescentes hacia la juventud. Una película ligera, libre, sencilla con un cuidadoso trabajo sobre las imágenes, siempre luminosas y vitales como los chicos que retrata. Ruiz no se traiciona y pone su mirada en la humanidad de sus personajes, en la solidaridad, en el compañerismo. Tanto en Miramar de Fernando Sarquís como en Mar de Dominga Sotomayor se eligen temas y formas más tradicionales. Un viaje a la costa argentina en Mar, desnuda la relación de una pareja; una película imperfecta a la que tal vez le faltó más trabajo, más pasión; en Miramar la protagonista, una encantadora Florencia Decall intenta escapar de la rutina cotidiana, vacía y aburrida de una Miramar en invierno. Películas que hacen uso de los límites, de los márgenes de aquellas arenas que separan el mar del continente para marcar las situaciones límites en las que se encuentran sus personajes.
Para terminar, una decepción fue Placer y martirio del gran José celestino Campusano que esta vez señala a la clase media alta porteña. Los grandes defectos del cine de Campusano fueron siempre sus grandes virtudes, sus actuaciones forzadas por el naturalismo extremo, sus puestas en escena que de tan realistas se volvían insidiosas, sus guiones algo moralistas o misóginos cuadraban con la clase que retrataba o con aquello que Campusano quería decir con sus películas anteriores. En este caso todas estas virtudes se vuelven en contra y la película aparece demasiado artificial y programada.
Recupero el comienzo de este balance, fue esta una buena edición del BAFICI en su criterio de selección que tuvo que ver con mostrar películas con quiebres, con imágenes más experimentales, con mixturas de géneros. Tal vez las falencias tengan que ver con la falta de debate, con la ausencia de encuentros entre los realizadores, los espectadores y los críticos; cierta desidia en la presentación de las películas y en las charlas finales que son espacios tan especiales en un festival de cine que es también un lugar de encuentro de miradas y de cuerpos. Quizá también la ausencia de películas realmente esperadas, como por ejemplo de cinematografías orientales se hizo sentir en la propuesta más cercana a producciones latinoamericanas que si bien fueron interesantes, el balanceo fue inestable. Más allá de estas carencias, el Festival tuvo picos altos que lo acercaron en su identidad a las primeras ediciones donde muchos de nosotros asomábamos al mundo mágico de la cinefilia.
Marcela Gamberini / Copyleft 2015
NUEVO SINE PAMPEANO!!
Un Recontra Drama X (capítulo 2)
No comparto el elogio para Arribeños, película que pude ver y me pareció absolutamente predecible. Retratar a los inmigrantes de Taiwan que se instalaron en la calle Arribeños de la Ciudad de Buenos Aires, es el punto de partida del filme, pero luego hace falta un toque de creatividad, de originalidad, de extrañamiento, para que el espectador no sienta que está viendo el enésimo filme sobre inmigrantes. Las entrevistas caen en todos los lugares comunes imaginables. Que la comida es distinta, que el español es difícil de aprender, que los argentinos no trabajan tanto como los «chinos», cosas que podemos imaginar sin pagar una entrada para escucharlo en el cine. Las imágenes son también obvias: el retrato de los comercios, las calles con transeuntes, un festejo del año nuevo chino, el tren que pasa por el borde la calle (repetido varias veces). Algo de las practicas religiosas, etc. Cuando se hacen estos filmes, uno espera encontrarse o con entrevistados muy especiales o con formas de narrar a través de la imagenes que se despegue del lugar común. Nada de eso tiene ese filme.